Era el mes de diciembre de 1531, cuando, en la colina de Tepeyac, la Virgen se apareció al humilde indio Juan Diego. En 1910, Pío X proclamó a la Virgen de Guadalupe patrona de toda Hispano—América.
El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de América latina y de las Islas Filipinas el día de mañana, jueves, 12 de diciembre de 2024. Otras celebraciones del día: JUEVES II SEMANA DE ADVIENTO .
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Venid, adoremos a Cristo, hijo de la siempre Virgen María.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Mirad las estrellas fulgentes brillar,
sus luces anuncian que Dios ahí está,
la noche en silencio, la noche en su paz,
murmura esperanzas cumpliéndose ya.
Los ángeles santos, que vienen y van,
preparan caminos por donde vendrá
el Hijo del Padre, el Verbo eternal,
al mundo del hombre en carne mortal.
Abrid vuestras puertas, ciudades de paz,
que el Rey de la gloria ya pronto vendrá;
abrid corazones, hermanos, cantad
que vuestra esperanza cumplida será.
Los justos sabían que el hambre de Dios
vendría a colmarla el Dios del Amor,
su Vida es su vida, su Amor es su amor
serían un día su gracia y su don.
Ven pronto, Mesías, ven pronto, Señor,
los hombres hermanos esperan tu voz,
tu luz, tu mirada, tu vida, tu amor.
Ven pronto, Mesías, sé Dios Salvador. Amén.
Antífona 1: Tu sol ya no se pondrá, ni menguará tu luna.
Salmo 23
ENTRADA SOLEMNE DE DIOS EN SU TEMPLO
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
— ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
— El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
— Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
Antífona 2: Mirad que ya viene mi hijo el más pequeño, saltando sobre los montes, brincando por las colinas, como un ágil cervatillo.
Salmo 45
DIOS, REFUGIO Y FORTALEZA DE SU PUEBLO
Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.
Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar.
Que hiervan y bramen sus olas,
que sacudan a los montes con su furia:
el Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.
Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios lo socorre al despuntar la aurora.
Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan;
pero él lanza su trueno, y se tambalea la tierra.
El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra:
Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,
rompe los arcos, quiebra las lanzas,
prende fuego a los escudos.
"Rendíos, reconoced que yo soy Dios:
más alto que los pueblos,
más alto que la tierra".
El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Antífona 3: Salgamos al campo, madruguemos para ver las viñas, para ver si las vides ya florecen y echan flores los granados: ahí te mostraré mi amor.
Salmo 86
HIMNO A JERUSALÉN, MADRE DE TODOS LOS PUEBLOS
Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.
¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!
"Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes
han nacido allí".
Se dirá de Sión: "uno por uno
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado".
El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
"Éste ha nacido allí".
Y cantarán mientras danzan:
"todas mis fuerzas están en ti"
V. Señora de los jardines, mis compañeros te escuchan.
R. Déjanos oír tu voz.
Del libro del profeta Isaías 52, 7. 9-10; 54, 10a. 11b-14a. 15; 55, 3b. 12b-13
SOBRE LOS MONTES SE ANUNCIA LA PAZ
¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que
trae la dicha, que anuncia la salvación, que dice a Sión: «Ya reina tu Dios»!
Prorrumpid a una en gritos de júbilo, soledades de Jerusalén, porque el Señor ha
consolado a su pueblo, ha rescatado a Jerusalén. Ha descubierto el Señor su santo brazo a
la vista de todas las naciones y han contemplado los confines de la tierra la salvación de
nuestro Dios.
«Podrán correrse los montes —dice el Señor—, podrán moverse las colinas, pero mi
amor nunca se apartará de ti. Yo asentaré tus piedras sobre jaspe y tus cimientos sobre
zafiro. Te pondré almenas de rubíes y puertas de esmeralda, y haré tus murallas con
piedras preciosas. Todos tus hijos serán discípulos del Señor y su dicha será inmensa.
Serás consolidada en la justicia. Si alguien te ataca, no será de parte mía; cualquiera que
te ataque, contra ti se estrellará. Pues voy a firmar con vosotros una alianza eterna.»
Los montes y colinas romperán a cantar ante vosotros con gritos de alegría, y
aplaudirán los árboles del campo. En lugar del espino crecerá el ciprés, en lugar de la
ortiga crecerán los mirtos.
Será esto para gloria del Señor, para señal eterna que jamás se borrará.
R. No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna: aunque camines por cañadas
oscuras, aunque te sientas pobre y desdichado y lleves traspasado el corazón. * Como una
madre acaricia a su hijo, así yo os consolaré.
V. De día el sol no te hará daño, ni la luna de noche.
R. Como una madre acaricia a su hijo, así yo os consolaré.
Del Nicán Mopohua, relato del escritor indígena del siglo dieciséis don Antonio Valeriano
(«Nicán Mupohua», 12.a edición, Buena Prensa, México, D. F., 1971, pp. 3-19. 21)
LA VOZ DE LA TÓRTOLA SE HA ESCUCHADO EN NUESTRA TIERRA
Un sábado de mil quinientos treinta y uno, a pocos días del mes de diciembre, un
indio de nombre Juan Diego iba muy de madrugada del pueblo en que residía a Tlatelolco,
a tomar parte en el culto divino y a escuchar los mandatos de Dios. Al llegar junto al
cerrillo llamado Tepeyac, amanecía, y escuchó que le llamaban de arriba del cerrillo:
«Juanito, Juan Dieguito.»
Él subió a la cumbre y vio a una señora de sobrehumana grandeza, cuyo vestido era
radiante como el sol, la cual, con palabra muy blanda y cortés, le dijo:
«Juanito, el más pequeño de mis hijos, sabe y ten entendido que yo soy la siempre
Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive. Deseo vivamente que se me
erija aquí un templo, para en él mostrar y prodigar todo mi amor, compasión, auxilio y
defensa a todos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me
invoquen y en mí confíen. Ve al Obispo de México a manifestarle lo que mucho deseo.
Anda y pon en ello todo tu esfuerzo.»
Cuando llegó Juan Diego a presencia del Obispo don fray Juan de Zumárraga,
religioso de san Francisco, éste pareció no darle crédito y le respondió:
«Otra vez vendrás y te oiré más despacio.»
Juan Diego volvió a la cumbre del cerrillo, donde la Señora del Cielo le estaba
esperando, y le dijo:
«Señora, la más pequeña de mis hijas, niña mía, expuse tu mensaje al Obispo, pero
pareció que no lo tuvo por cierto. Por lo cual te ruego que le encargues a alguno de los
principales que lleve tu mensaje para que le crean, porque yo soy sólo un hombrecillo.»
Ella le respondió:
«Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, que otra vez vayas mañana a ver al
Obispo y le digas que yo en persona, la siempre Virgen santa María, Madre de Dios, soy
quien te envío.»
Pero al día siguiente, domingo, el Obispo tampoco le dio crédito y le dijo que era muy
necesaria alguna señal para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora del
Cielo. Y le despidió.
El lunes, Juan Diego ya no volvió. Su tío Juan Bernardino se puso muy grave y, por la
noche, le rogó que fuera a Tlatelolco muy de madrugada a llamar un sacerdote que fuera
a confesarle.
Salió Juan Diego el martes, pero dio vuelta al cerrillo y pasó al otro lado, hacia el
oriente, para llegar pronto a México y que no lo detuviera la Señora del Cielo. Mas ella le
salió al encuentro a un lado del cerro y le dijo:
«Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y
aflige. No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna. ¿No estoy yo aquí que soy tu
madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No estás, por ventura, en mi regazo? No te aflija la
enfermedad de tu tío. Está seguro de que ya sanó. Sube ahora, hijo mío, a la cumbre del
cerrillo, donde hallarás diferentes flores; córtalas y tráelas a mi presencia.»
Cuando Juan Diego llegó a la cumbre, se asombró muchísimo de que hubiesen
brotado tantas exquisitas rosas de Castilla, porque a la sazón encrudecía el hielo, y las
llevó en los pliegues de su tilma a la Señora del Cielo. Ella le dijo:
«Hijo mío, ésta es la prueba y señal que llevarás al Obispo para que vea en ella mi
voluntad. Tú eres mi embajador muy digno de confianza.»
Juan Diego se puso en camino, ya contento y seguro de salir bien. Al llegar a la
presencia del Obispo, le dijo:
«Señor, hice lo que me ordenaste. La Señora del Cielo condescendió a tu recado y lo
cumplió. Me despachó a la cumbre del cerrillo a que fuese a cortar varias rosas de Castilla,
y me dijo que te las trajera y que a ti en persona te las diera. Y así lo hago, para que en
ellas veas la señal que pides y cumplas su voluntad. Helas aquí, recíbelas.»
Desenvolvió luego su blanca manta, y, así que se esparcieron por el suelo todas las
diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella y apareció de repente la preciosa imagen de
la siempre Virgen santa María, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hoy en
su templo del Tepeyac.
La ciudad entera se conmovió, y venía a ver y a admirar su devota imagen y a hacerle
oración, y, siguiendo el mandato que la misma Señora del Cielo diera a Juan Bernardino
cuando le devolvió la salud, se le nombró como bien había de nombrarse: «la siempre
Virgen santa María de Guadalupe.»
R. Paloma mía, que anidas en los huecos de la peña, en las grietas del barranco, déjame
ver tu figura. * Déjame escuchar tu voz, permíteme ver tu rostro, porque es muy dulce tu
hablar y gracioso tu semblante.
V. Y una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, y una corona de doce
estrellas sobre su cabeza.
R. Déjame escuchar tu voz, permíteme ver tu rostro, porque es muy dulce tu hablar y
gracioso tu semblante.
Se dice el Te Deum
Oremos:
Señor, Dios nuestro, que has concedido a tu pueblo la protección maternal de la siempre Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos, por su intercesión, permanecer siempre firmes en la fe y servir con sincero amor a nuestros hermanos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.