El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de ayer, viernes, 18 de julio de 2025.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Este es el día del Señor.
Este es el tiempo de la misericordia.
Delante de tus ojos
ya no enrojeceremos
a causa del antiguo
pecado de tu pueblo.
Arrancarás de cuajo
el corazón soberbio
y harás un pueblo humilde
de corazón sincero.
En medio de las gentes
nos guardas como un resto
para cantar tus obras
y adelantar tu reino.
Seremos raza nueva
para los cielos nuevos;
sacerdotal estirpe,
según tu Primogénito.
Caerán los opresores
y exultarán los siervos;
los hijos del oprobio
serán tus herederos.
Señalarás entonces
el día del regreso
para los que comían
su pan en el destierro.
¡Exulten mis entrañas!
¡Alégrese mi pueblo!
Porque el Señor que es justo
revoca sus decretos.
La salvación se anuncia
donde acechó el infierno,
porque el Señor habita
en medio de su pueblo.
Antífona 1: Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios.
Salmo 68, 2-22. 30-37
ME DEVORA EL CELO DE TU TEMPLO
Le dieron a beber vino mezclado con hiel (Mt 27, 34).
Dios mío, sálvame,
que me llega el agua al cuello:
me estoy hundiendo en un cieno profundo
y no puedo hacer pie;
he entrado en la hondura del agua,
me arrastra la corriente.
Estoy agotado de gritar,
tengo ronca la garganta;
se me nublan los ojos
de tanto aguardar a mi Dios.
Más que los pelos de mi cabeza
son los que me odian sin razón;
más duros que mis huesos,
los que me atacan injustamente.
¿Es que voy a devolver
lo que no he robado?
Dios mío, tú conoces mi ignorancia,
no se te ocultan mis delitos.
Que por mi causa no queden defraudados
los que esperan en ti, Señor de los ejércitos.
Que por mi causa no se avergüencen
los que te buscan, Dios de Israel.
Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre;
porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí.
Cuando me aflijo con ayunos,
se burlan de mí;
cuando me visto de saco,
se ríen de mí;
sentados a la puerta cuchichean,
mientras beben vino me sacan coplas.
Antífona 2: En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre.
II
Pero mi oración se dirige a ti,
Dios mío, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude:
arráncame del cieno, que no me hunda;
líbrame de los que me aborrecen,
y de las aguas sin fondo.
Que no me arrastre la corriente,
que no me trague el torbellino,
que no se cierre la poza sobre mí.
Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia;
por tu gran compasión, vuélvete hacia mí;
no escondas tu rostro a tu siervo:
estoy en peligro, respóndeme enseguida.
Acércate a mí, rescátame,
líbrame de mis enemigos:
estás viendo mi afrenta,
mi vergüenza y mi deshonra;
a tu vista están los que me acosan.
La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre.
Antífona 3: Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón. (T. P. Aleluya).
III
Yo soy un pobre malherido;
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias;
le agradará a Dios más que un toro,
más que un novillo con cuernos y pezuñas.
Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo el cielo y la tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas.
El Señor salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá,
y las habitarán en posesión.
La estirpe de sus siervos la heredará,
los que aman su nombre vivirán en ella.
Del segundo libro de Samuel 11, 1-17. 26-27
PECADO DE DAVID
Cuando corría la época del año en que los reyes suelen salir a campaña, envió David a
Joab con sus veteranos y todo Israel. Derrotaron a los ammonitas y pusieron sitio a
Rabbá, mientras David se quedó en Jerusalén.
Una tarde, se levantó David de su lecho y se paseaba por el terrado de la casa del rey,
cuando vio desde lo alto del terrado a una mujer que se estaba bañando. Era una mujer
muy hermosa. Mandó David a preguntar por la mujer y le dijeron:
«Es Betsabé, hija de Eliam, mujer de Urías, el hitita.»
David envió gente que la trajese; llegó ella donde David y él se acostó con ella; ella
acababa de purificarse de sus reglas. Y ella se volvió a su casa. La mujer quedó
embarazada y envió a decir a David:
«Estoy encinta.»
David mandó a decir a Joab:
«Envíame a Urías, el hitita.»
Joab envió a Urías a David. Cuando llegó Urías, David le preguntó por Joab, y por el
ejército y por la marcha de la guerra. Y dijo David a Urías:
«Baja a tu casa y lava tus pies.»
Salió Urías de la casa del rey, seguido de un obsequio de la mesa real, y se acostó a la
entrada de la casa del rey, con la guardia de su señor, y no bajó a su casa. Avisaron a
David:
«Urías no ha bajado a su casa.»
Preguntó David a Urías:
«¿No vienes de un viaje? ¿Por qué no has bajado a tu casa?»
Urías respondió a David:
«El arca, Israel y Judá habitan en tiendas; Joab mi señor y los siervos de mi señor
acampan en el suelo ¿y voy a entrar yo en mi casa para comer y beber y acostarme con
mi mujer? ¡Por tu vida y la vida de tu alma, no haré tal!»
Entonces David dijo a Urías:
«Quédate hoy también y mañana te despediré.»
Se quedó Urías aquel día en Jerusalén y al día siguiente lo invitó David a comer con él y
le hizo beber hasta embriagarlo. Por la tarde salió para acostarse en el lecho, con la
guardia de su señor, pero no bajó a su casa. A la mañana siguiente escribió David una
carta a Joab y se la envió por medio de Urías. En la carta había escrito:
«Poned a Urías frente a lo más reñido de la batalla, y retiraos luego y dejadlo solo, para
que sea herido y muera.»
Estaba Joab asediando la ciudad y colocó a Urías en el sitio en que sabía que estaban
los hombres más valientes. Los hombres de la ciudad hicieron una salida y atacaron a
Joab; cayeron algunos del ejército de entre los veteranos de David; y murió también Urías,
el hitita.
Supo la mujer de Urías que había muerto Urías, su marido, e hizo duelo por su señor.
Pasado el luto, David envió por ella y la recibió en su casa, haciéndola su mujer; ella le dio
a luz un hijo; pero aquella acción que David había hecho desagradó al Señor.
R. Has matado a espada a Urías, el hitita, y has tomado a su mujer por mujer tuya. * ¿Por
qué has menospreciado al Señor haciendo lo malo a sus ojos?
V. Yo soy el Señor tu Dios que te saqué de Egipto. No matarás, no cometerás adulterio.
R. ¿Por qué has menospreciado al Señor haciendo lo malo a sus ojos?
Del tratado de san Ambrosio, obispo, sobre los misterios
(Núms. 43. 47-49: SC 25 bis, 178-180.182)
INSTRUCCIÓN A LOS RECIÉN BAUTIZADOS SOBRE LA EUCARISTÍA
Los recién bautizados, enriquecidos con tales distintivos, se dirigen al altar de Cristo,
diciendo: Me acercaré al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud. En efecto,
despojados ya de todo resto de sus antiguos errores, renovada su juventud como un
águila, se apresuran a participar del convite celestial. Llegan, pues, y, al ver preparado el
sagrado altar, exclaman: Preparas una mesa ante mí. A ellos se aplican aquellas palabras
del salmista: El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Y más adelante: Aunque
camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me
sosiegan. Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con
perfume, y mi copa rebosa.
Es, ciertamente, admirable el hecho de que Dios hiciera llover el maná para los padres y
los alimentase cada día con aquel manjar celestial, del que dice el salmo: El hombre comió
pan de ángeles. Pero los que comieron aquel pan murieron todos en el desierto; en
cambio, el alimento que tú recibes, este pan vivo que ha bajado del cielo, comunica el
sostén de la vida eterna, y todo el que coma de él no morirá para siempre, porque es el
cuerpo de Cristo.
Considera, pues, ahora qué es más excelente, si aquel pan de ángeles o la carne de
Cristo, que es el cuerpo de vida. Aquel maná caía del cielo, éste está por encima del cielo;
aquél era del cielo, éste del Señor de los cielos; aquél se corrompía si se guardaba para el
día siguiente, éste no sólo es ajeno a toda corrupción, sino que comunica la incorrupción a
todos los que lo comen con reverencia. A ellos les manó agua de la roca, a ti sangre del
mismo Cristo; a ellos el agua los sació momentáneamente, a ti la sangre que mana de
Cristo te lava para siempre. Los judíos bebieron y volvieron a tener sed, pero tú, si bebes,
ya no puedes volver a sentir sed, porque aquello era la sombra, esto la realidad.
Si te admira aquello que no era más que una sombra, mucho más debe admirarte la
realidad. Escucha cómo no era más que una sombra lo que acontecía con los padres:
Bebían -dice el Apóstol-de la roca que los seguía, y la roca era Cristo; pero la mayoría de
ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto. Estas cosas
sucedieron en figura para nosotros. Los dones que tú posees son mucho más excelentes,
porque la luz es más que la sombra, la realidad más que la figura, el cuerpo del Creador
más que el maná del cielo.
R. Odio el camino de la mentira; * lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi
sendero.
V. Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna.
R. Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero.
Oremos:
Oh Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados para que puedan
volver al buen camino, concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de este
nombre y cumplir cuanto en él se significa. Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.