El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de hoy, domingo, 19 de octubre de 2025.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva. Aleluya
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Primicias son del sol de su Palabra
las luces fulgurantes de este día;
despierte el corazón, que es Dios quien llama,
y su presencia es la que ilumina.
Jesús es el que viene y el que pasa
en Pascua permanente entre los hombres,
resuena en cada hermano su palabra,
revive en cada vida sus amores.
Abrid el corazón, es él quien llama
con voces apremiantes de ternura;
venid: habla, Señor, que tu palabra
es vida y salvación de quien la escucha.
El día del Señor, eterna Pascua,
que nuestro corazón inquieto espera,
en ágape de amor ya nos alcanza,
solemne memorial en toda fiesta.
Honor y gloria al Padre que nos ama,
y al Hijo que preside esta asamblea,
cenáculo de amor le sea el alma,
su Espíritu por siempre sea en ella. Amén.
Antífona 1: El árbol de la vida es tu cruz, oh Señor.
Salmo 1
LOS DOS CAMINOS DEL HOMBRE
Felices los que poniendo su esperanza en la cruz, se sumergieron en las aguas del bautismo.
Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche.
Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin.
No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
En el juicio los impíos no se levantarán,
ni los pecadores en la asamblea de los justos;
porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal.
Antífona 2: Yo mismo he establecido a mi rey en Sión, mi monte santo.
Salmo 2
¿POR QUÉ SE AMOTINAN LAS NACIONES?
Verdaderamente se aliaron contra su santo siervo Jesús, tu Ungido (Hech 4, 27).
¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?
Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
"rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo".
El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
"yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo".
Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho:
"Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy.
Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
en posesión, los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza".
Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad, los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de pronto su ira.
¡Dichosos los que se refugian en él!
Antífona 3: Tú, Señor, eres mi escudo y mantienes alta mi cabeza.
Salmo 3
CONFIANZA EN MEDIO DE LA ANGUSTIA
Durmió el Señor el sueño de la muerte y resucitó del sepulcro porque el Padre fue su ayuda (S. Ireneo).
Señor, cuántos son mis enemigos,
cuántos se levantan contra mí;
cuántos dicen de mí:
"Ya no lo protege Dios".
Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria,
tú mantienes alta mi cabeza.
Si grito invocando al Señor,
él me escucha desde su monte santo.
Puedo acostarme y dormir y despertar:
el Señor me sostiene.
No temeré al pueblo innumerable
que acampa a mi alrededor.
Levántate, Señor;
sálvame, Dios mío:
tú golpeaste a mis enemigos en la mejilla,
rompiste los dientes de los malvados.
De ti, Señor, viene la salvación
y la bendición sobre tu pueblo.
Del segundo libro de los Reyes 22, 8.10-23, 4.21-23
EN TIEMPO DE JOSÍAS, ES ENCONTRADO EL LIBRO DE LA LEY. RENOVACIÓN DE LA ALIANZA Y CELEBRACIÓN DE LA PASCUA
En aquellos días el sumo sacerdote Helcías dijo al cronista Safán:
“He encontrado en el templo el libro de la ley.”
Entregó el libro a Safán, y éste lo leyó. Y le comunicó la noticia al rey:
«El sacerdote Helcías me ha dado un libro.»
Safán lo leyó ante el rey; y, cuando el rey oyó el contenido del libro de la ley, se rasgó
las vestiduras. Y ordenó al sacerdote Helcías, a Ajicán, hijo de Safán, a Aebor, hijo de
Miqueas, al cronista Safán y a Asaías, funcionario real:
«Id a consultar al Señor por mí y por el pueblo y por todo Judá, a propósito de este
libro que han encontrado; porque el Señor estará enfurecido contra nosotros, porque
nuestros padres no obedecieron los mandatos de este libro cumpliendo lo prescrito en él.»
Entonces, el sacerdote Helcías, Ajicán, Acbor, Safán y Asaías fueron a ver a la profetisa
Julda, esposa de Salún, el guardarropa, hijo de Ticua de Jarjás. Julda vivía en Jerusalén,
en el Barrio Nuevo. Le expusieron el caso, y ella les respondió:
«Así dice el Señor, Dios de Israel: Decidle al que os ha enviado: Así dice el Señor: "Yo
voy a traer la desgracia sobre este lugar y todos sus habitantes: todas las maldiciones de
este libro, que ha leído el rey de Judá; por haberme abandonado y haber quemado
incienso a otros dioses, irritándome con sus ídolos, está ardiendo mi cólera contra este
lugar, y no se apagará."
Y al rey de Judá, que os ha enviado a consultar al Señor, decidle: Así dice el Señor, Dios
de Israel: "Puesto que, al oír la lectura, lo has sentido de corazón, y te has humillado ante
el Señor, al oír mi amenaza contra este lugar y sus habitantes, que serán objeto de
espanto y de maldición; puesto que te has rasgado las vestiduras y llorado en mi
presencia, también yo te escucho —oráculo del Señor—. Por eso, cuando yo te reúna con
tus padres, te enterrarán en paz, sin que llegues a ver con tus ojos la desgracia que voy a
traer a este lugar."»
Ellos llevaron la respuesta al rey. Y éste mandó al sumo sacerdote Helcías, al vicario y a
los porteros que sacaran del templo todos los utensilios fabricados para Baal, Astarté y
todo el ejército del cielo. Los quemó fuera de Jerusalén, en los campos del Cedrón, y
llevaron las cenizas a Betel. Luego, se volvió a Jerusalén y ordenó al pueblo:
«Celebrad la Pascua en honor del Señor, vuestro Dios, como está prescrito en este libro
de la alianza.»
No se había celebrado una Pascua semejante desde el tiempo en que los jueces
gobernaban a Israel, ni durante todos los reyes de Israel y Judá. Fue el año dieciocho del
reinado de Josías cuando se celebró aquella Pascua en Jerusalén, en honor del Señor.
R. Obedecedme y haced lo que os mando; * así seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios.
V. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor.
R. Así seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios.
De la carta de san Agustín, obispo, a Proba
(Carta 130, 8,15.17-9,18: CSEL 44, 56-57. 59-60)
QUE NUESTRO DESEO DE LA VIDA ETERNA SE EJERCITE EN LA ORACIÓN
¿Por qué en la oración nos preocupamos de tantas cosas y nos preguntamos cómo
hemos de orar, temiendo que nuestras plegarias no procedan con rectitud, en lugar de
limitarnos a decir con el salmo: Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del
Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo? En
aquella morada, los días no consisten en el empezar y en el pasar uno después de otro ni
el comienzo de un día significa el fin del anterior; todos los días se dan simultáneamente,
y ninguno se termina allí donde ni la vida ni sus días tienen fin.
Para que lográramos esta vida dichosa, la misma Vida verdadera y dichosa nos enseñó
a orar; pero no quiso que lo hiciéramos con muchas palabras, como si nos escuchara
mejor cuanto más locuaces nos mostráramos, pues, como el mismo Señor dijo, oramos a
aquel que conoce nuestras necesidades aun antes de que se las expongamos.
Puede resultar extraño que nos exhorte a orar aquel que conoce nuestras necesidades
antes de que se las expongamos, si no comprendemos que nuestro Dios y Señor no
pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él ciertamente no puede
desconocerlos, sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de
desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus
dones, en efecto, son muy grandes, y nuestra capacidad de recibir es pequeña e
insignificante. Por eso, se nos dice: Ensanchaos; no os unzáis al mismo yugo con los
infieles.
Cuanto más fielmente creemos, más firmemente esperamos y más ardientemente
deseamos este don, más capaces somos de recibirlo; se trata de un don realmente
inmenso, tanto, que ni el ojo vio, pues no se trata de un color; ni el oído oyó, pues no es
ningún sonido; ni vino al pensamiento del hombre, ya que es el pensamiento del hombre
el que debe ir a aquel don para alcanzarlo.
Así, pues, constantemente oramos por medio de la fe, de la esperanza y de la caridad,
con un deseo ininterrumpido. Pero, además, en determinados días y horas, oramos a Dios
también con palabras, para que, amonestándonos a nosotros mismos por medio de estos
signos externos, vayamos tomando conciencia de cómo progresamos en nuestro deseo y,
de este modo, nos animemos a proseguir en él. Porque, sin duda alguna, el efecto será
tanto mayor, cuanto más intenso haya sido el afecto que lo hubiera precedido. Por tanto,
aquello que nos dice el Apóstol: Sed constantes en orar, ¿qué otra cosa puede significar
sino que debemos desear incesantemente la vida dichosa, que es la vida eterna, la cual
nos ha de venir del único que la puede dar?
R. Dichosos los que viven en tu casa, Señor, * ellos te alabarán eternamente.
V. En aquel día se unirán al Señor muchos pueblos, y serán su pueblo.
R. Ellos te alabarán eternamente.
Se dice el Te Deum
Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, te pedimos entregarnos a ti con fidelidad y servirte con
sincero corazón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.