El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de hoy, sábado, 19 de julio de 2025.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Del Señor es la tierra y cuanto la llena; venid, adorémosle.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Señor, tú que llamaste
del fondo del no ser todos los seres,
prodigios del cincel de tu palabra,
imágenes de ti resplandecientes.
Señor, tú que creaste
la bella nave azul en que navegan
los hijos de los hombres, entre espacios
repletos de misterio y luz de estrellas.
Señor, tú que nos diste
la inmensa dignidad de ser tus hijos,
no dejes que el pecado y que la muerte
destruyan en el hombre el ser divino.
Señor, tú que salvaste
al hombre de caer en el vacío,
recréanos de nuevo en tu Palabra
y llámanos de nuevo al paraíso.
Oh Padre, tú que enviaste
al mundo de los hombres a tu Hijo,
no dejes que se apague en nuestras almas
la luz esplendorosa de tu Espíritu. Amén.
Antífona 1: Dad gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres. (T. P. Aleluya).
Salmo 106
ACCIÓN DE GRACIAS POR LA LIBERACIÓN
Envió su palabra a los israelitas, anunciando la paz que traería Jesucristo (Hech 10, 36).
I
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Que lo confiesen los redimidos por el Señor,
los que él rescató de la mano del enemigo,
los que reunió de todos los países:
norte y sur, oriente y occidente.
Erraban por un desierto solitario,
no encontraban el camino de ciudad habitada;
pasaban hambre y sed,
se les iba agotando la vida;
pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Los guió por un camino derecho,
para que llegaran a ciudad habitada.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Calmó el ansia de los sedientos,
y a los hambrientos los colmó de bienes.
Yacían en oscuridad y tinieblas,
cautivos de hierros y miserias;
por haberse rebelado contra los mandamientos,
despreciando el plan del Altísimo.
Él humilló su corazón con trabajos,
sucumbían y nadie los socorría.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Los sacó de las sombrías tinieblas,
arrancó sus cadenas.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Destrozó las puertas de bronce,
quebró los cerrojos de hierro.
Estaban enfermos por sus maldades,
por sus culpas eran afligidos;
aborrecían todos los manjares,
y ya tocaban las puertas de la muerte.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Envió su palabra para curarlos,
para salvarlos de la perdición.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Ofrézcanle sacrificios de alabanza,
y cuenten con entusiasmo sus acciones.
Antífona 2: Contemplaron las obras de Dios y sus maravillas. (T. P. Aleluya).
II
Entraron en naves por el mar,
comerciando por las aguas inmensas.
Contemplaron las obras de Dios,
sus maravillas en el océano.
Él habló y levantó un viento tormentoso,
que alzaba las olas a lo alto:
subían al cielo, bajaban al abismo,
el estómago revuelto por el mareo,
rodaban, se tambaleaban como borrachos,
y no les valía su pericia.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Apaciguó la tormenta en suave brisa,
y enmudecieron las olas del mar.
Se alegraron de aquella bonanza,
y él los condujo al ansiado puerto.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Aclámenlo en la asamblea del pueblo,
alábenlo en el consejo de los ancianos.
Antífona 3: Los rectos lo ven y se alegran, y comprenden la misericordia del Señor. (T. P. Aleluya).
III
Él transforma los ríos en desierto,
los manantiales de agua en aridez;
la tierra fértil en marismas,
por la depravación de sus habitantes.
Transforma el desierto en estanques,
el erial en manantiales de agua.
Coloca allí a los hambrientos,
y fundan una ciudad para habitar.
Siembran campos, plantan huertos,
recogen cosechas.
Los bendice, y se multiplican,
y no les escatima el ganado.
Si menguan, abatidos por el peso
de infortunios y desgracias,
el mismo que arroja desprecio sobre los príncipes
y los descarría por una soledad sin caminos
levanta a los pobres de la miseria
y multiplica sus familias como rebaños.
Los rectos lo ven y se alegran,
a la maldad se le tapa la boca.
El que sea sabio, que recoja estos hechos
y comprenda la misericordia del Señor.
Del segundo libro de Samuel 12, 1-25
ARREPENTIMIENTO Y PENITENCIA DE DAVID
En aquellos días, envió Dios el profeta Natán a David, y llegando a él le dijo:
«Había dos hombres en una ciudad, el uno era rico y el otro era pobre. El rico tenía
ovejas y bueyes en gran abundancia; el pobre no tenía más que una corderilla, sólo una,
pequeña, que había comprado. Ella iba creciendo con él y sus hijos, comiendo su pan,
bebiendo en su copa, durmiendo en su seno igual que una hija. Vino un visitante al
hombre rico, y dándole pena a éste tomar su ganado lanar y vacuno para dar de comer a
aquel hombre llegado a su casa, tomó la ovejita del pobre, y la dio a comer al viajero
llegado a su casa.»
David se encendió en gran cólera contra aquel hombre y dijo a Natán:
«¡Vive el Señor!, que merece la muerte el hombre que tal hizo. Pagará cuatro veces la
oveja por haber hecho semejante cosa y por no haber tenido compasión.»
Entonces Natán dijo a David:
«Tú eres ese hombre. Así dice el Señor Dios de Israel: "Yo te he ungido rey de Israel y
te he librado de las manos de Saúl. Te he dado la casa de tu señor y he puesto en tu seno
las mujeres de tu señor; te he dado la casa de Israel y de Judá; y si es poco, te añadiré
todavía otras cosas. ¿Por qué has menospreciado al Señor haciendo lo malo a sus ojos,
matando a espada a Urías, el hitita, tomando a su mujer por mujer tuya y matándolo por
la espada de los ammonitas? Pues bien, nunca se apartará la espada de tu casa, ya que
me has despreciado y has tomado la mujer de Urías, el hitita, para mujer tuya. Así habla
el Señor: Haré que de tu propia casa se alce el mal contra ti. Tomaré tus mujeres ante tus
ojos y se las daré a otro que se acostará con ellas a la luz de este sol. Pues tú has obrado
en oculto, pero yo cumpliré esta palabra ante todo Israel y a la luz del sol."»
David dijo a Natán:
«He pecado contra el Señor.»
Respondió Natán a David:
«También el Señor perdona tu pecado; no morirás. Pero por haber ultrajado al Señor
con ese hecho, el hijo que te ha nacido morirá sin remedio.»
Y Natán se fue a su casa.
Hirió el Señor al niño que había dado a David la mujer de Urías y enfermó gravemente.
David suplicó a Dios por el niño; hizo David un ayuno riguroso y en casa pasaba la noche
acostado en tierra. Los ancianos de su casa se esforzaban por levantarlo del suelo, pero él
se negó y no quiso comer con ellos. El séptimo día murió el niño; los servidores de David
temieron decirle que el niño había muerto, porque se decían:
«Cuando el niño aún vivía le hablábamos y no nos escuchaba. ¿Cómo le diremos que el
niño ha muerto? ¡Hará un desatino!»
Vio David que sus servidores cuchicheaban entre sí y comprendió David que el niño
había muerto; y dijo David a sus servidores:
«¿Es que ha muerto el niño?»
Le respondieron:
«Sí, ha muerto.»
David se levantó del suelo, se lavó, se ungió y se cambió de vestidos. Fue luego a la
casa del Señor y se postró. Se volvió a su casa, pidió que le trajesen de comer y comió.
Sus servidores le dijeron:
«¿Qué es lo que haces? Cuando el niño aún vivía ayunabas y llorabas, y ahora que ha
muerto te levantas y comes.»
Respondió:
«Mientras el niño vivía ayuné y lloré, pues me decía: "¿Quién sabe si el Señor tendrá
compasión de mí, y el niño vivirá?" Pero ahora que ha muerto, ¿por qué he de ayunar?
¿Podré hacer que vuelva? Yo iré donde él está, pero él no volverá a mí.»
David consoló a Betsabé su mujer, fue a donde ella estaba y se acostó con ella; ella dio
a luz un hijo y lo llamó Salomón; el Señor lo amó, y envió al profeta Natán que lo llamó
Yedidías, «amado del Señor».
R. Mis pecados han sido numerosos, como las arenas del mar; no soy digno de mirar las
alturas del cielo, a causa de la multitud de mis iniquidades, pues he provocado tu ira; *
cometí la maldad que aborreces.
V. Yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo
pequé.
R. Cometí la maldad que aborreces.
Del tratado de san Ambrosio, obispo, sobre los misterios
(Núms. 52-54. 58: SC 25 bis, 186-188. 190)
ESTE SACRAMENTO QUE RECIBES SE REALIZA POR LA PALABRA DE CRISTO
Vemos que el poder de la gracia es mayor que el de la naturaleza y, con todo, aún
hacemos cálculos sobre los efectos de la bendición proferida en nombre de Dios. Si la
bendición de un hombre fue capaz de cambiar el orden natural, ¿qué diremos de la misma
consagración divina, en la que actúan las palabras del Señor y Salvador en persona?
Porque este sacramento que recibes se realiza por la palabra de Cristo. Y, si la palabra de
Elías tuvo tanto poder que hizo bajar fuego del cielo, ¿no tendrá poder la palabra de Cristo
para cambiar la naturaleza de los elementos? Respecto a la creación de todas las cosas,
leemos que él lo dijo, y existieron, él lo mandó, y surgieron. Por tanto, si la palabra de
Cristo pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no podrá cambiar en algo distinto lo que
ya existe? Mayor poder supone dar el ser a lo que no existe que dar un nuevo ser a lo que
ya existe.
Mas, ¿para qué usamos de argumentos? Atengámonos a lo que aconteció en su propia
persona, y los misterios de su encarnación nos servirán de base para afirmar la verdad del
misterio. Cuando el Señor Jesús nació de María, ¿por ventura lo hizo según el orden
natural? El orden natural de la generación consiste en la unión de la mujer con el varón.
Es evidente, pues, que la concepción virginal de Cristo fue algo por encima del orden
natural. Y lo que nosotros hacemos presente es aquel cuerpo nacido de una virgen. ¿Por
qué buscar el orden natural en el cuerpo de Cristo, si el mismo Señor Jesús nació de una
virgen, fuera de las leyes naturales? Era real la carne de Cristo que fue crucificada y
sepultada; es, por tanto, real el sacramento de su carne.
El mismo Señor Jesús afirma: Esto es mi cuerpo. Antes de las palabras de la bendición
celestial, otra es la realidad que se nombra; después de la consagración, es significado el
cuerpo de Cristo. Lo mismo podemos decir de su sangre: Antes de la consagración, otro
es el nombre que recibe; después de la consagración, es llamada sangre. Y tú dices:
"Amén", que equivale a decir: "Así es". Que nuestra mente reconozca como verdadero lo
que dice nuestra boca, que nuestro interior asienta a lo que profesamos externamente.
Por esto, la Iglesia, contemplando la grandeza del don divino, exhorta a sus hijos y
miembros de su familia a que acudan a los sacramentos, diciendo: Comed, mis familiares,
bebed y embriagaos, hermanos míos. Compañeros, comed y bebed, y embriagaos, mis
amigos. Qué es lo que hay que comer y beber, nos lo enseña en otro lugar el Espíritu
Santo por boca del salmista: Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge
a él. En este sacramento está Cristo, porque es el cuerpo de Cristo. No es, por tanto, un
alimento material, sino espiritual. Por ello, dice el Apóstol, refiriéndose a lo que era figura
del mismo; que nuestros padres comieron el mismo alimento espiritual, y bebieron la
misma bebida espiritual. En efecto, el cuerpo de Dios es espiritual, el cuerpo de Cristo es
un cuerpo espiritual y divino, ya que Cristo es espíritu, tal como leemos: El espíritu ante
nuestra faz, Cristo, el Señor. Y en la carta de Pedro leemos también: Cristo murió por
vosotros. Finalmente, este alimento fortalece nuestro corazón, y esta bebida alegra el
corazón del hombre, como recuerda el salmista.
R. Corramos con firmeza y constancia la carrera para nosotros preparada, * llevando los
ojos fijos en Jesús, caudillo y consumador de la fe.
V. Acreditémonos por nuestra mucha constancia en las tribulaciones, necesidades y
angustias, en los azotes y prisiones.
R. Llevando los ojos fijos en Jesús, caudillo y consumador de la fe.
Oremos:
Oh Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados para que puedan
volver al buen camino, concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de este
nombre y cumplir cuanto en él se significa. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.