Oficio de Lectura - JUEVES XXVI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO 2025

El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de hoy, jueves, 2 de octubre de 2025.

Invitatorio

Notas

  • Si el Oficio ha de ser rezado a solas, puede decirse la siguiente oración:

    Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
  • El Invitatorio se dice como introducción a todo el conjunto de la oración cotidiana; por ello se antepone o bien al Oficio de lectura o bien a las Laudes, según se comience el día por una u otra acción litúrgica.
  • Cuando se reza individualmente, basta con decir la antífona una sola vez al inicio del salmo. Por lo tanto, no es necesario repetirla al final de cada estrofa.

V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Antifona: Entrad en la presencia del Señor con vítores.

  • Salmo 94
  • Salmo 99
  • Salmo 66
  • Salmo 23

Invitación a la alabanza divina

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

(Se repite la antífona)

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

(Se repite la antífona)

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

(Se repite la antífona)

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

(Se repite la antífona)

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Alegría de los que entran en el templo

El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

(Se repite la antífona)

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

(Se repite la antífona)

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

(Se repite la antífona)

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Que todos los pueblos alaben al Señor

Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Entrada solemne de Dios en su templo

Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

(Se repite la antífona)

—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

(Se repite la antífona)

—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

(Se repite la antífona)

—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Oficio de Lectura

Notas

  • Si el Oficio de lectura se reza antes de Laudes, se empieza con el Invitatorio, como se indica al comienzo. Pero si antes se ha rezado ya alguna otra Hora del Oficio, se comienza con la invocación mostrada en este formulario.
  • Cuando el Oficio de lectura forma parte de la celebración de una vigilia dominical o festiva prolongada (Principios y normas generales de la Liturgia de las Horas, núm. 73), antes del himno Te Deum se dicen los cánticos correspondientes y se proclama el evangelio propio de la vigilia dominical o festiva, tal como se indica en Vigilias.
  • Además de los himnos que aparecen aquí, pueden usarse, sobre todo en las celebraciones con el pueblo, otros cantos oportunos y debidamente aprobados.
  • Si el Oficio de lectura se dice inmediatamente antes de otra Hora del Oficio, puede decirse como himno del Oficio de lectura el himno propio de esa otra Hora; luego, al final del Oficio de lectura, se omite la oración y la conclusión y se pasa directamente a la salmodia de la otra Hora, omitiendo su versículo introductorio y el Gloria al Padre, etc.
  • Cada día hay dos lecturas, la primera bíblica y la segunda hagiográfica, patrística o de escritores eclesiásticos.

Invocación

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

  • Himno 1

Señor, ¿a quién iremos,
si tú eres la Palabra?
A la voz de tu aliento
se estremeció la nada;
la hermosura brilló
y amaneció la gracia.
Señor, ¿a quién iremos,
si tu voz nos habla?
Nos hablas en las voces
de tu voz semejanza:
en los goces pequeños
y en las angustias largas.
Señor, ¿a quién iremos,
si tú eres la Palabra?
En los silencios íntimos
donde se siente el alma,
tu clara voz creadora
despierta la nostalgia.
¿A quién iremos, Verbo,
entre tantas palabras?
Al golpe de la vida,
perdemos la esperanza;
hemos roto el camino
y el roce de tu planta.
¿A dónde iremos, dinos,
Señor, si no nos hablas?
¡Verbo del Padre, Verbo
de todas las mañanas,
de las tardes serenas,
de las noches cansadas!
¿A dónde iremos, Verbo,
si tú eres la Palabra? Amén.

Salmodia

Antífona 1: Nos diste, Señor, la victoria sobre el enemigo; por eso damos gracias a tu nombre. (T. P. Aleluya).

Salmo 43

ORACIÓN DEL PUEBLO EN LAS CALAMIDADES

En todo vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado (Rom 8, 37).

I

Oh Dios, nuestros oídos lo oyeron,
nuestros padres nos lo han contado:
la obra que realizaste en sus días,
en los años remotos.
Tú mismo con tu mano desposeíste a los gentiles,
y los plantaste a ellos;
trituraste a las naciones,
y los hiciste crecer a ellos.
Porque no fue su espada la que ocupó la tierra,
ni su brazo el que les dio la victoria,
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,
porque tú los amabas.
Mi rey y mi Dios eres tú,
que das la victoria a Jacob:
con tu auxilio embestimos al enemigo,
en tu nombre pisoteamos al agresor.
Pues yo no confío en mi arco,
ni mi espada me da la victoria;
tú nos das la victoria sobre el enemigo
y derrotas a nuestros adversarios.
Dios ha sido siempre nuestro orgullo,
y siempre damos gracias a tu nombre.

Antífona 2: Perdónanos, Señor, y no entregues tu heredad al oprobio.

II

Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas,
y ya no sales, Señor, con nuestras tropas:
nos haces retroceder ante el enemigo,
y nuestro adversario nos saquea.
Nos entregas como ovejas a la matanza
y nos has dispersado por las naciones;
vendes a tu pueblo por nada,
no lo tasas muy alto.
Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean;
nos has hecho el refrán de los gentiles,
nos hacen muecas las naciones.
Tengo siempre delante mi deshonra,
y la vergüenza me cubre la cara
al oír insultos e injurias,
al ver a mi rival y a mi enemigo.

Antífona 3: Levántate, Señor, y redímenos por tu misericordia. (T. P. Aleluya).

III

Todo esto nos viene encima,
sin haberte olvidado
ni haber violado tu alianza,
sin que se volviera atrás nuestro corazón
ni se desviaran de tu camino nuestros pasos;
y tú nos arrojaste a un lugar de chacales
y nos cubriste de tinieblas.
Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios
y extendido las manos a un dios extraño,
el Señor lo habría averiguado,
pues él penetra los secretos del corazón.
Por tu causa nos degüellan cada día,
nos tratan como a ovejas de matanza.
Despierta, Señor, ¿por qué duermes?
Levántate, no nos rechaces más.
¿Por qué nos escondes tu rostro
y olvidas nuestra desgracia y opresión?
Nuestro aliento se hunde en el polvo,
nuestro vientre está pegado al suelo.
Levántate a socorrernos,
redímenos por tu misericordia.

Lecturas

Primera Lectura

Del segundo libro de las Crónicas 29, 1-2; 30, 1-16a

LA PASCUA SACERDOTAL DEL REY EZEQUÍAS

Cuando Ezequías subió al trono tenía veinticinco años y reinó en Jerusalén veintinueve
años. Su madre se llamaba Abí, hija de Zacarías. Hizo lo que el Señor aprueba, igual que
su antepasado David.
Ezequías envió mensajeros por todo Israel y Judá, y escribió cartas a Efraín y Manasés
para que acudiesen al templo de Jerusalén, con el fin de celebrar la Pascua del Señor, Dios
de Israel. El rey, las autoridades y toda la comunidad de Jerusalén decidieron en consejo
celebrar la Pascua durante el segundo mes, ya que no habían podido hacerlo a su debido
tiempo porque quedaban muchos sacerdotes por purificarse y el pueblo no se había
reunido aún en Jerusalén. Al rey y a toda la comunidad les pareció acertada la decisión.
Entonces, acordaron pregonar por todo Israel, desde Berseba hasta Dan, que viniesen a
Jerusalén a celebrar la Pascua del Señor, Dios de Israel, porque muchos no la celebraban
como está mandado. Los mensajeros recorrieron todo Israel y Judá llevando las cartas del
rey y de las autoridades, y pregonando por orden del rey:
«Israelitas, volved al Señor, Dios de Abraham, Isaac e Israel, y el Señor volverá a estar
con todos los supervivientes del poder de los reyes asirios. No seáis como vuestros padres
y hermanos, que se rebelaron contra el Señor, Dios de sus padres, y éste los convirtió en
objeto de espanto, como vosotros mismos podéis ver. No seáis tercos como vuestros
padres. Entregaos al Señor, acudid al santuario que ha sido consagrado para siempre.
Servid al Señor, vuestro Dios, y él apartará de vosotros el ardor de su cólera. Si os
convertís al Señor los que deportaron a vuestros hermanos e hijos sentirán compasión de
ellos y los dejarán volver a este país. Porque el Señor, vuestro Dios, es clemente y
misericordioso, y no os volverá la espalda si volvéis a él.»
Los mensajeros recorrieron de ciudad en ciudad la tierra de Efraín, y Manasés, hasta
Zabulón, pero se reían y se burlaban de ellos. Sólo algunos de Aser, Manasés y Zabulón se
mostraron humildes y acudieron a Jerusalén. Los judíos, por gracia de Dios, cumplieron
unánimes lo que el Señor había dispuesto por orden del rey y de las autoridades.
El segundo mes se reunió en Jerusalén una gran multitud para celebrar la fiesta de losÁzimos; fue una asamblea numerosísima. Suprimieron todos los altares que había por
Jerusalén y eliminaron todas las aras de incensar, arrojándolas al torrente Cedrón. El
catorce del segundo mes inmolaron la Pascua. Los sacerdotes levíticos confesaron sus
pecados, se purificaron y llevaron holocaustos al templo. Cada cual ocupó el puesto que le
correspondía según la ley de Moisés, hombre de Dios.

Responsorio 2 Cro 30, 8; Is 30, 29

R. Entregaos al Señor, acudid al santuario que ha sido consagrado para siempre. * Servid
al Señor, vuestro Dios, y él apartará de vosotros el ardor de su cólera.
V. Entonaréis un cántico como en noche sagrada de fiesta: se os alegrará el corazón como
se le alegra al que va al compás de la flauta hacia el monte del Señor.
R. Servid al Señor, vuestro Dios, y él apartará de vosotros el ardor de su cólera.

Segunda Lectura

De la carta de san Policarpo, obispo y mártir, a los Filipenses

(Caps. 12,1-14: Funk 1, 279-283)

QUE JESUCRISTO OS HAGA CRECER EN LA FE Y EN LA VERDAD

Estoy seguro de que estáis bien instruidos en las sagradas Escrituras y de que nada de
ellas se os oculta; a mí, en cambio, no me ha sido concedida esta gracia. Según lo que se
dice en estas mismas Escrituras, si os indignáis, no lleguéis a pecar: que la puesta del sol
no os sorprenda en vuestro enojo. Dichoso quien lo recuerde; yo creo que vosotros lo
hacéis así.
Que Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, y el mismo Jesucristo, pontífice eterno e
Hijo de Dios, os hagan crecer en la fe y en la verdad con toda dulzura y sin ira alguna, en
paciencia y en longanimidad, en tolerancia y castidad; que él os dé parte en la herencia de
los santos, y, con vosotros, a nosotros, así como a todos aquellos que están bajo el cielo
han de creer en nuestro Señor Jesucristo y en su Padre que lo resucitó de entre los
muertos.
Orad por todos los santos. Orad también por los reyes, por los que ejercen autoridad,
por los príncipes y por los que os persiguen y os odian, y por los enemigos de la cruz; así
vuestro fruto será manifiesto a todos, y vosotros seréis perfectos en él.
Me escribisteis, tanto vosotros como Ignacio, pidiéndome que, si alguien va a Siria,
lleve aquellas cartas que yo mismo os escribí; lo haré, ya sea yo personalmente, ya por
medio de un legado, cuando encuentre una ocasión favorable.
Como me lo habéis pedido, os enviamos las cartas de Ignacio, tanto las que nos
escribió a nosotros como las otras suyas que teníamos en nuestro poder; os las
mandamos juntamente con esta carta, y podréis sin duda sacar de ellas gran provecho,
pues están llenas de fe, de paciencia y de toda edificación en lo que se refiere a nuestro
Señor. Comunicadnos, por vuestra parte, todo cuanto sepáis de cierto sobre Ignacio y sus
compañeros.
Os he escrito estas cosas por medio de Crescencio, quien siempre os recomendé y a
quien ahora os recomiendo de nuevo. Entre nosotros se comporta de una manera
irreprochable, y lo mismo, espero, hará entre vosotros. Os recomiendo también a su
hermana para cuando venga a vosotros.
Estad firmes en el Señor Jesucristo, y que su gracia esté con todos los vuestros. Amén.

Responsorio Hb 13, 20. 21; 2 M 1, 3

R. El Dios de la paz os haga perfectos en todo bien, para hacer su voluntad, * cumpliendo
en vosotros lo que es grato en su presencia por Jesucristo.
V. Que Dios os dé a todos corazón para adorarlo y hacer su voluntad.
R. Cumpliendo en vosotros lo que es grato en su presencia por Jesucristo.

Oración

Oremos:

Dios todopoderoso y eterno, que con amor generoso desbordas los méritos y deseos de
los que te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia, para que libres nuestra
conciencia de toda inquietud y nos concedas aun aquello que no nos atrevemos a pedir.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.

Conclusión

Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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