El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de hoy, sábado, 27 de diciembre de 2025.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Venid, adoremos al Señor, rey de los apóstoles.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Ver a Dios en la criatura,
ver a Dios hecho mortal
y ver en humano portal
la celestial hermosura.
¡Gran merced y gran ventura
a quien verlo mereció!
¡Quién lo viera y fuera yo!
Ver llorar a la alegría,
ver tan pobre a la riqueza,
ver tan baja a la grandeza
y ver que Dios lo quería.
¡Gran merced fue en aquel día
la que el hombre recibió!
¡Quién lo viera y fuera yo!
Poner paz en tanta guerra,
calor donde hay tanto frío,
ser de todos lo que es mío,
plantar un cielo en la tierra.
¡Qué misión de escalofrío
la que Dios nos confió!
¡Quién lo hiciera y fuera yo. Amén.
Benditos los pies de los que llegan
para anunciar la paz que el mundo espera,
apóstoles de Dios que Cristo envía,
voceros de su voz, grito del Verbo.
De pie en la encrucijada del camino
del hombre peregrino y de los pueblos,
es el fuego de Dios el que los lleva
como cristos vivientes a su encuentro.
Abrid, pueblos, la puerta a su llamada,
la verdad y el amor son don que llevan;
no temáis, pecadores, acogedlos,
el perdón y la paz serán su gesto.
Gracias, Señor, que el pan de tu palabra
nos llega por tu amor, pan verdadero;
gracias, Señor, que el pan de vida nueva
nos llega por tu amor, partido y tierno.
Custodio virgen de la Virgen Madre,
fiel pregonero del divino Verbo,
que laves, Juan, sus manchas y pecados
piden tus siervos.
Río impetuoso de perenne fuente,
riegas el mundo por el sol sediento,
brindándole la ciencia que aprendiste
del propio Verbo.
Implora la piedad por nuestras culpas,
tú, prez del mundo, resplandor del cielo,
da poder penetrar los que enseñaste,
santos misterios.
Tú penetras del Padre en el arcano,
al escribir la fe de tu evangelio,
haznos, buen guía, que al Señor veamos
allá en el cielo.
Gloria y honor a Cristo para siempre
que la Virgen dio a luz, Hijo unigénito,
como a él, al Padre y al Amor divino
gloria cantemos. Amén.
Antífona 1: Juan dio testimonio de la Palabra de Dios y fue testigo de las obras que realizó Jesucristo.
Salmo 18 A
EL CIELO PROCLAMA LA GLORIA DE DIOS
El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona
la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.
Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.
Allí le ha puesto su tienda al sol:
él sale como el esposo de su alcoba,
contento como un héroe,
a recorrer su camino.
Asoma por un extremo del cielo,
y su órbita llega al otro extremo:
nada se libra de su calor.
Antífona 2: Éste es el discípulo a quien Jesús quería con predilección.
Salmo 63
SÚPLICA CONTRA LOS ENEMIGOS
Escucha, oh Dios, la voz de mi lamento,
protege mi vida del terrible enemigo;
escóndeme de la conjura de los perversos
y del motín de los malhechores:
afilan sus lenguas como espadas
y disparan como flechas palabras venenosas,
para herir a escondidas al inocente,
para herirlo por sorpresa y sin riesgo.
Se animan al delito,
calculan cómo esconder trampas,
y dicen: "¿quién lo descubrirá?"
Inventan maldades y ocultan sus invenciones,
porque su mente y su corazón no tienen fondo.
Pero Dios los acribilla a flechazos,
por sorpresa los cubre de heridas;
su misma lengua los lleva a la ruina,
y los que lo ven menean la cabeza.
Todo el mundo se atemoriza,
proclama la obra de Dios
y medita sus acciones.
El justo se alegra con el Señor,
se refugia en él,
y se felicitan los rectos de corazón.
Antífona 3: Éste es Juan, el que posó su frente en el pecho del Señor durante la cena, es el apóstol afortunado, a quien le fueron revelados secretos celestiales.
Salmo 98
SANTO ES EL SEÑOR, NUESTRO DIOS
El Señor reina, tiemblen las naciones;
sentado sobre querubines, vacile la tierra.
El Señor es grande en Sión,
encumbrado sobre todos los pueblos.
Reconozcan tu nombre, grande y terrible:
él es santo.
Reinas con poder y amas la justicia,
tú has establecido la rectitud;
tú administras la justicia y el derecho,
tú actúas en Jacob.
Ensalzad al Señor, Dios nuestro,
postraos ante el estrado de sus pies:
él es santo.
Moisés y Aarón con sus sacerdotes,
Samuel con los que invocan su nombre,
invocaban al Señor, y él respondía.
Dios les hablaba desde la columna de nube;
oyeron sus mandatos y la ley que les dio.
Señor, Dios nuestro, tú les respondías,
tú eras para ellos un Dios de perdón,
y un Dios vengador de sus maldades.
Ensalzad al Señor, Dios nuestro,
postraos ante su monte santo:
santo es el Señor, nuestro Dios.
V. Proclamaron las alabanzas del Señor y su poder.
R. Y las maravillas que realizó.
De la primera carta del apóstol san Juan 1, 1-2,3
LA PALABRA DE LA VIDA Y LA LUZ DE DIOS
Lo que existía desde un principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros
ojos, lo que contemplamos y lo que tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida
(porque la vida se ha manifestado, y nosotros hemos visto y testificamos y os anunciamos
esta vida eterna, la que estaba con el Padre y se nos ha manifestado): lo que hemos visto
y oído os lo anunciamos, a fin de que viváis en comunión con nosotros. Y esta nuestra
comunión de vida es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos estas cosas para
que sea colmado vuestro gozo.
Y el mensaje que de él hemos recibido y os transmitimos es éste: Dios es luz y en él no
hay tiniebla alguna. Si decimos que vivimos en comunión con él y, con todo, andamos en
tinieblas, mentimos y no practicamos las obras de la verdad. Pero si caminamos en la luz,
lo mismo que está él en la luz, entonces vivimos en comunión unos con otros; y la sangre
de Jesús, su Hijo, nos purifica de todo pecado.
Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no
está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, fiel y bondadoso es él para
perdonarnos y purificarnos de toda iniquidad. Si decimos que no hemos pecado, estamos
afirmando que Dios miente, y su palabra no está en nosotros.
Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Si alguno peca, abogado tenemos anteel Padre, a Jesucristo, el justo. Él es propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los
nuestros, sino por los del mundo entero.
Y sabemos que hemos llegado a conocerlo si guardamos sus mandamientos.
R. Os anunciamos la vida eterna, la que estaba con el Padre y se nos ha manifestado; os
la anunciamos para que os alegréis, * para que sea colmado vuestro gozo.
V. Estas cosas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y
para que, creyendo, tengáis vida en él.
R. Para que sea colmado vuestro gozo.
De los tratados de san Agustín, obispo, sobre la primera carta de san Juan
(Tratado 1,1. 3: PL 35,1978.1980)
LA MISMA VIDA SE HA MANIFESTADO EN LA CARNE
Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros
propios ojos, lo que contemplaron y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida.
¿Quién es el que puede tocar con sus manos a la Palabra, si no es porque la Palabra se
hizo carne y acampó entre nosotros?
Esta Palabra, que se hizo carne, para que pudiera ser tocada con las manos, comenzó
siendo carne cuando se encarnó en el seno de la Virgen María; pero no en ese momento
comenzó a existir la Palabra, porque el mismo san Juan dice que existía desde el principio.
Ved cómo concuerdan su carta y su evangelio, en el que hace poco oísteis: En el principio
ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios.
Quizá alguno entienda la expresión "la Palabra de la vida" como referida a la persona
de Cristo y no al mismo cuerpo de Cristo, que fue tocado con las manos. Fijaos en lo que
sigue: Pues la vida se hizo visible. Así, pues, Cristo es la Palabra de la vida.
¿Y cómo se hizo visible? Existía desde el principio, pero no se había manifestado a los
hombres, pero sí a los ángeles, que la contemplaban y se alimentaban de ella, como de su
pan. Pero, ¿qué dice la Escritura? El hombre comió pan de ángeles.
Así, pues, la Vida misma se ha manifestado en la carne, para que, en esta
manifestación, aquello que sólo podía ser visto con el corazón fuera también visto con los
ojos, y de esta forma sanase los corazones. Pues la Palabra se ve sólo con el corazón,
pero la carne se ve también con los ojos corporales. Éramos capaces de ver la carne, pero
no lo éramos de ver la Palabra. La Palabra se hizo carne, a la cual podemos ver, para
sanar en nosotros aquello que nos hace capaces de ver la Palabra.
Os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos
manifestó, es decir, se ha manifestado entre nosotros, y, para decirlo aún más claramente,
se manifestó en nosotros.
Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos. Que vuestra caridad preste atención: Eso
que hemos visto y oído os lo anunciamos: Ellos vieron al mismo Señor presente en la
carne, oyeron las palabras de su boca y lo han anunciado a nosotros. Por tanto, nosotros
hemos oído, pero no hemos visto.
Y por ello, ¿somos menos afortunados que aquellos que vieron y oyeron? ¿Y cómo es
que añade: Para que estéis unidos con nosotros? Aquéllos vieron, nosotros no; y, sin
embargo, estamos en comunión, pues poseemos una misma fe.
En esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto,
para que nuestra alegría sea completa. La alegría completa es la que se encuentra en la
misma comunión, la misma caridad, la misma unidad.
R. Éste es Juan, el que posó su frente en el pecho del Señor durante la cena, * es el
apóstol afortunado, a quien le fueron revelados secretos celestiales.
V. Bebió el agua viva del Evangelio en su misma fuente, en el pecho sagrado del Señor.
R. Es el apóstol afortunado, a quien le fueron revelados secretos celestiales.
Se dice el Te Deum
Oremos:
Dios y Señor nuestro, que nos has revelado por medio del apóstol san Juan el misterio de
tu Palabra hecha carne, concédenos, te rogamos, llegar a comprender y amar de corazón
lo que tu apóstol nos dio a conocer. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.