El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de hoy, domingo, 12 de octubre de 2025.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Pueblo del Señor, rebaño que él guía, venid, adorémosle. Aleluya.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Que doblen las campanas jubilosas,
y proclamen el triunfo del amor,
y llenen nuestras almas de aleluyas,
de gozo y esperanza en el Señor.
Los sellos de la muerte han sido rotos,
la vida para siempre es libertad,
ni la muerte ni el mal son para el hombre
su destino, su última verdad.
Derrotados la muerte y el pecado,
es de Dios toda historia y su final;
esperad con confianza su venida:
no temáis, con vosotros él está.
Volverán encrespadas tempestades
para hundir vuestra fe y vuestra verdad,
es más fuerte que el mal y que su embate
el poder del Señor, que os salvará.
Aleluyas cantemos a Dios Padre,
aleluyas al Hijo salvador,
su Espíritu corone la alegría
que su amor derramó en el corazón. Amén.
Antífona 1: ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro?
Salmo 23
ENTRADA SOLEMNE DE DIOS EN SU TEMPLO
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que como hombre sube al cielo (S. Ireneo).
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
— ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
— El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
— Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
Antífona 2: Bendecid, pueblos, a nuestro Dios, porque él nos ha devuelto la vida. Aleluya.
Salmo 65
HIMNO PARA UN SACRIFICIO DE ACCIÓN DE GRACIAS
Este salmo habla de la resurrección de Cristo y de la conversión de los gentiles (Hesiquio).
I
Aclamad al Señor, tierra entera;
tocad en honor de su nombre,
cantad himnos a su gloria.
Decid a Dios: "¡Qué temibles son tus obras,
por tu inmenso poder tus enemigos te adulan!"
Que se postre ante ti la tierra entera,
que toquen en tu honor,
que toquen para tu nombre.
Venid a ver las obras de Dios,
sus temibles proezas en favor de los hombres:
transformó el mar en tierra firme,
a pie atravesaron el río.
Alegrémonos con Dios,
que con su poder gobierna eternamente;
sus ojos vigilan a las naciones,
para que no se subleven los rebeldes.
Bendecid, pueblos, a nuestro Dios,
haced resonar sus alabanzas,
porque él nos ha devuelto la vida
y no dejó que tropezaran nuestros pies.
Oh Dios, nos pusiste a prueba,
nos refinaste como refinan la plata;
nos empujaste a la trampa,
nos echaste a cuestas un fardo:
sobre nuestro cuello cabalgaban,
pasamos por fuego y por agua,
pero nos has dado respiro.
Antífona 3: Fieles de Dios, venid a escuchar lo que ha hecho conmigo. Aleluya.
II
Entraré en tu casa con víctimas,
para cumplirte mis votos:
los que pronunciaron mis labios
y prometió mi boca en el peligro.
Te ofreceré víctimas cebadas,
te quemaré carneros,
inmolaré bueyes y cabras.
Fieles de Dios, venid a escuchar,
os contaré lo que ha hecho conmigo:
a él gritó mi boca
y lo ensalzó mi lengua.
Si hubiera tenido yo mala intención,
el Señor no me habría escuchado;
pero Dios me escuchó,
y atendió a mi voz suplicante.
Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica
ni me retiró su favor.
Del libro del profeta Sofonías 3, 8-20
CONVERSIÓN DE TODOS LOS PUEBLOS Y EXALTACIÓN DE ISRAEL
Esto dice el Señor:
«Esperadme el día en que me levantaré como testigo, pues he decidido reunir a los
pueblos, congregar a las naciones, para derramar sobre ellos mi cólera, el incendio de mi
ira; pues en el fuego de mi celo se consumirá la tierra entera.
Entonces daré a los pueblos labios puros, para que invoquen todos el nombre del Señor,
para que le sirvan unánimes. Desde más allá de los ríos de Etiopía, mis fieles dispersos me
traerán ofrendas.
Aquel día no tendrás ya que avergonzarte de las obras con que me ofendiste, porque
arrancaré de en medio de ti a tus soberbios fanfarrones, y no volverás a engreírte sobre
mi monte santo. Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el
nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá maldades, ni dirá mentiras, ni se hallará
en su boca una lengua embustera: pastarán y reposarán sin sobresaltos.
Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón,
Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. El Señor será
el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás ningún mal. Aquel día dirán a Jerusalén:
"No temas, Sión, no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, está en medio de ti, es un
poderoso salvador. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo, danza por
ti con gritos de alegría, como en los días de fiesta."
Yo apartaré de tu lado la desgracia, el oprobio que pesa sobre ti. Entonces destruiré a
tus enemigos, salvaré a los inválidos, reuniré a los dispersos; les daré fama y renombre en
todos los países donde fueron despreciados. Entonces os traeré y os congregaré. Os haré
renombrados y famosos entre todos los pueblos de la tierra, cuando cambie vuestra suerte
ante sus ojos. —Lo ha dicho el Señor—.»
R. Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, * y este resto de Israel confiará en
el Señor.
V. Entonces daré a los pueblos labios puros, para que invoquen todos el nombre del
Señor.
R. Y este resto de Israel confiará en el Señor.
Del comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo, sobre el libro del profeta Ageo
(Cap. 14: PG 71, 1047-1050)
ES GRANDE MI NOMBRE ENTRE LAS NACIONES
La venida de nuestro Salvador en el tiempo fue como la edificación de un templo
sobremanera glorioso; este templo, si se compara con el antiguo, es tanto más excelente
y preclaro cuanto el culto evangélico de Cristo aventaja al culto de la ley o cuanto la
realidad sobrepasa a sus figuras.
Con referencia a ello, creo que puede también afirmarse lo siguiente: El templo antiguo
era uno solo, estaba edificado en un solo lugar, y sólo un pueblo podía ofrecer en él sus
sacrificios. En cambio, cuando el Unigénito se hizo semejante a nosotros, como el Señor
es Dios: él nos ilumina, según dice la Escritura, la tierra se llenó de templos santos y de
adoradores innumerables, que veneran sin cesar al Señor del universo con sus sacrificios
espirituales y sus oraciones. Esto es, según mi opinión, lo que anunció Malaquías en
nombre de Dios, cuando dijo: Yo soy el Gran Rey -dice el Señor-, y mi nombre es
respetado en las naciones; en todo lugar ofrecerán incienso a mi nombre, una ofrenda
pura.
En verdad, la gloria del nuevo templo, es decir, la Iglesia, es mucho mayor que la del
antiguo. Quienes se desviven y trabajan solícitamente en su edificación obtendrán, como
premio del Salvador y don del cielo, al mismo Cristo, que es la paz de todos, por quien
podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu; así lo declara el mismo Señor,
cuando dice: En este sitio daré la paz a cuantos trabajen en la edificación de mi templo.
De manera parecida, dice también Cristo en otro lugar: Mi paz os doy. Y Pablo, por su
parte, explica en qué consiste esta paz que se da a los que aman, cuando dice: La paz de
Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos
en Cristo Jesús. También oraba en este mismo sentido el sabio profeta Isaías, cuando
decía: Señor, tú nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas tú.
Enriquecidos con la paz de Cristo, fácilmente conservaremos la vida del alma y podremos
encaminar nuestra voluntad a la consecución de una vida virtuosa.
Por tanto, podemos decir que se promete la paz a todos los que se consagran a la
edificación de este templo, ya sea que su trabajo consista en edificar la Iglesia en el oficio
de catequistas de los sagrados misterios, es decir, colocados al frente de la casa de Dios
como mistagogos, ya sea que se entreguen a la santificación de sus propias almas, para
que resulten piedras vivas y espirituales en la construcción del templo santo, morada de
Dios por el Espíritu. Todos estos esfuerzos lograrán, sin duda, su finalidad, y quienes
actúen de esta forma alcanzarán sin dificultad la salvación de su alma.
R. Me buscaréis y me encontraréis si me buscáis de todo corazón. * Me invocaréis y yo
os escucharé.
V. Yo tengo designios de paz y no de aflicción, para daros un porvenir y una esperanza.
R. Me invocaréis y yo os escucharé.
Se dice el Te Deum
Oremos:
Te pedimos, Señor, que tu gracia continuamente nos preceda y acompañe, de manera
que estemos dispuestos a obrar siempre el bien. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.