Oficio de Lectura - VIERNES XIV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO 2025

El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, viernes, 11 de julio de 2025. Otras celebraciones del día: SAN BENITO, ABAD, PATRONO DE EUROPA .

Invitatorio

Notas

  • Si el Oficio ha de ser rezado a solas, puede decirse la siguiente oración:

    Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
  • El Invitatorio se dice como introducción a todo el conjunto de la oración cotidiana; por ello se antepone o bien al Oficio de lectura o bien a las Laudes, según se comience el día por una u otra acción litúrgica.
  • Cuando se reza individualmente, basta con decir la antífona una sola vez al inicio del salmo. Por lo tanto, no es necesario repetirla al final de cada estrofa.

V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Antifona: El Señor es bueno, bendecid su nombre.

  • Salmo 94
  • Salmo 99
  • Salmo 66
  • Salmo 23

Invitación a la alabanza divina

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

(Se repite la antífona)

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

(Se repite la antífona)

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

(Se repite la antífona)

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

(Se repite la antífona)

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Alegría de los que entran en el templo

El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

(Se repite la antífona)

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

(Se repite la antífona)

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

(Se repite la antífona)

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Que todos los pueblos alaben al Señor

Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Entrada solemne de Dios en su templo

Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

(Se repite la antífona)

—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

(Se repite la antífona)

—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

(Se repite la antífona)

—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Oficio de Lectura

Notas

  • Si el Oficio de lectura se reza antes de Laudes, se empieza con el Invitatorio, como se indica al comienzo. Pero si antes se ha rezado ya alguna otra Hora del Oficio, se comienza con la invocación mostrada en este formulario.
  • Cuando el Oficio de lectura forma parte de la celebración de una vigilia dominical o festiva prolongada (Principios y normas generales de la Liturgia de las Horas, núm. 73), antes del himno Te Deum se dicen los cánticos correspondientes y se proclama el evangelio propio de la vigilia dominical o festiva, tal como se indica en Vigilias.
  • Además de los himnos que aparecen aquí, pueden usarse, sobre todo en las celebraciones con el pueblo, otros cantos oportunos y debidamente aprobados.
  • Si el Oficio de lectura se dice inmediatamente antes de otra Hora del Oficio, puede decirse como himno del Oficio de lectura el himno propio de esa otra Hora; luego, al final del Oficio de lectura, se omite la oración y la conclusión y se pasa directamente a la salmodia de la otra Hora, omitiendo su versículo introductorio y el Gloria al Padre, etc.
  • Cada día hay dos lecturas, la primera bíblica y la segunda hagiográfica, patrística o de escritores eclesiásticos.

Invocación

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

  • Himno 1

¡Qué hermosos son los pies
del que anuncia la paz a sus hermanos!
¡Y qué hermosas las manos
maduras en el surco y en la mies!
Grita lleno de gozo,
pregonero, que traes noticias buenas:
se rompen las cadenas,
y el sol de Cristo brilla esplendoroso.
Grita sin miedo, grita,
y denuncia a mi pueblo sus pecados;
vivimos engañados,
pues la belleza humana se marchita.
Toda yerba es fugaz,
la flor del campo pierde sus colores;
levanta sin temores,
pregonero, tu voz dulce y tenaz.
Si dejas los pedazos
de tu alma enamorada en el sendero,
¡qué dulces, mensajero,
qué hermosos, qué divinos son tus pasos! Amén.

Salmodia

Antífona 1: Señor, no me castigues con cólera.

Salmo 37

SEÑOR, NO ME CORRIJAS CON IRA

Todos sus conocidos se mantenían a distancia (Lc 23, 49).

I

Señor, no me corrijas con ira,
no me castigues con cólera;
tus flechas se me han clavado,
tu mano pesa sobre mí;
no hay parte ilesa en mi carne
a causa de tu furor,
no tienen descanso mis huesos
a causa de mis pecados;
mis culpas sobrepasan mi cabeza,
son un peso superior a mis fuerzas.

Antífona 2: Señor, todas mis ansias están en tu presencia. (T. P. Aleluya).

II

Mis llagas están podridas y supuran
por causa de mi insensatez;
voy encorvado y encogido,
todo el día camino sombrío.
Tengo las espaldas ardiendo,
no hay parte ilesa en mi carne;
estoy agotado, deshecho del todo;
rujo con más fuerza que un león.
Señor mío,
todas mis ansias están en tu presencia,
no se te ocultan mis gemidos;
siento palpitar mi corazón,
me abandonan las fuerzas,
y me falta hasta la luz de los ojos.
Mis amigos y compañeros
se alejan de mí,
mis parientes se quedan a distancia;
me tienden lazos
los que atentan contra mí,
los que desean mi daño
me amenazan de muerte,
todo el día murmuran traiciones.

Antífona 3: Yo te confieso mi culpa, no me abandones, Señor, Dios mío. (T. P. Aleluya).

III

Pero yo, como un sordo, no oigo;
como un mudo no abro la boca;
soy como uno que no oye
y no puede replicar.
En ti, Señor, espero,
y tú me escucharás, Señor, Dios mío;
esto pido:
que no se alegren por mi causa,
que, cuando resbale mi pie,
no canten triunfo.
Porque yo estoy a punto de caer,
y mi pena no se aparta de mí:
yo confieso mi culpa,
me aflige mi pecado.
Mis enemigos mortales son poderosos,
son muchos
los que me aborrecen sin razón,
los que me pagan males por bienes,
los que me atacan
cuando procuro el bien.
No me abandones, Señor;
Dios mío, no te quedes lejos;
ven aprisa a socorrerme,
Señor mío, mi salvación.

Lecturas

Primera Lectura

Del primer libro de Samuel 26 5-25

MAGNANIMIDAD DE DAVID HACIA SAÚL

En aquellos días, fue David al lugar donde acampaba Saúl y observó el sitio en que
estaban acostados Saúl y Abner, hijo de Ner, jefe de su tropa. Dormía Saúl en el centro del
campamento, y la tropa estaba acampada a su alrededor. David se dirigió a Ajimélec,
hitita, y a Abisay, hijo de Sarvia, hermano de Joab, y les dijo:
«¿Quién quiere bajar conmigo al campamento de Saúl?»
Abisay respondió:
«Yo bajo contigo.»
David y Abisay se dirigieron de noche hacia la tropa. Saúl dormía acostado en el centro
del campamento, con su lanza clavada en tierra a su cabecera; Abner y la tropa dormían a
su alrededor. Dijo entonces Abisay a David:
«Hoy ha puesto Dios a tu enemigo en tu mano. Déjame ahora mismo que lo clave en
tierra con la lanza de un solo golpe. No tendré que repetir.»
Pero David dijo a Abisay:
«No lo mates, pues ¿quién atentó contra el ungido del Señor y quedó impune?»
Y añadió David:
«Vive el Señor, que ha de ser él quien lo hiera, ya sea que llegue su día y muera, o bien
que baje al combate y perezca. Líbreme el Señor de levantar mi mano contra su ungido.
Ahora toma la lanza de su cabecera y el jarro de agua y vámonos.»
Tomó David de la cabecera de Saúl la lanza y el jarro de agua y se fueron. Nadie los
vio, nadie se enteró, nadie se despertó. Todos dormían, porque se había abatido sobre
ellos el sopor profundo del Señor.
Pasó David al otro lado y se colocó lejos, en la cumbre del monte, quedando un gran
espacio entre ellos.
Gritó David a la gente y a Abner, hijo de Ner, diciendo:
«¿No me respondes, Abner?»
Abner respondió:
«¿Quién eres tú que me llamas?»

Dijo David:
«¿No eres tú un hombre? ¿Quién como tú en Israel? ¿Por qué, pues, no has custodiado
al rey, tu señor? Pues uno del pueblo ha entrado para matar al rey, tu señor. No está bien
esto que has hecho. Vive el Señor, que sois reos de muerte, por no haber velado sobre
vuestro señor, el ungido del Señor. Mira ahora, ¿dónde está la lanza del rey y el jarro de
agua que había junto a su cabecera?»
Reconoció Saúl la voz de David y preguntó:
«¿Es ésta tu voz, hijo mío, David?»
Respondió David:
«Mi voz es, oh rey, mi señor.»
Y añadió:
«¿Por qué persigue mi señor a su siervo? ¿Qué he hecho y qué maldad hay en mí? Que
el rey, mi señor, se digne escuchar ahora las palabras de su siervo: si es el Señor quien te
excita contra mí, que sea aplacado con una ofrenda, pero, si son los hombres, malditos
sean ante el Señor, porque me expulsan hoy para que no participe en la heredad del
Señor, diciéndose: "Que vaya a servir a otros dioses." Que no caiga ahora mi sangre en
tierra, lejos de la presencia del Señor, pues ha salido el rey de Israel a cazar mi vida, como
quien persigue una perdiz por los montes.»
Respondió Saúl:
«He pecado. Vuelve, hijo mío, David, no te haré ya ningún mal, ya que mi vida ha sido
preciosa a tus ojos. Me he portado como un necio y estaba totalmente equivocado.»
Respondió David:
«Aquí está la lanza del rey. Que pase uno de tus servidores a recogerla. El Señor
retribuirá a cada uno según su justicia y su fidelidad, pues hoy te entregó el Señor en mis
manos, pero yo no he querido alzar mi mano contra el ungido del Señor. De igual modo
que tu vida ha sido hoy de gran precio a mis ojos, así será de gran precio la mía a los ojos
del Señor, de suerte que me libre de toda angustia.»
Dijo Saúl a David:
«Bendito seas, hijo mío, David. Triunfarás en todas tus empresas.»
David siguió por su camino y Saúl se volvió a su casa.

Responsorio Sal 53, 5. 3. 8. 4

R. Unos insolentes se alzan contra mí, y hombres violentos me persiguen a muerte; ¡oh
Dios!, sálvame por tu nombre, * sal por mí con tu poder.
V. Te ofreceré un sacrificio voluntario; ¡oh Dios!, escucha mi súplica.
R. Sal por mí con tu poder.

Segunda Lectura

De la carta de san Clemente primero, papa, a los Corintios
(Caps. 50, 1 51, 3; 55, 1-4: Funk 1, 125-127. 129)

DICHOSOS NOSOTROS SI HUBIÉRAMOS CUMPLIDO LOS MANDAMIENTOS DE DIOS EN LA CONCORDIA DE LA CARIDAD

Ya veis, queridos hermanos, cuán grande y admirable cosa es la caridad, y cómo no es
posible describir su perfección. ¿Quién será capaz de estar en ella, sino aquellos a quienes
Dios mismo hiciere dignos? Roguemos, pues, y supliquémosle que, por su misericordia,
nos permita vivir en la caridad, sin humana parcialidad, irreprochables. Todas las
generaciones, desde Adán hasta el día de hoy, han pasado; mas los que fueron perfectos
en la caridad según la gracia de Dios, ocupan el lugar de los justos, los cuales se
manifestarán en la visita del reino de Cristo. Está escrito, en efecto: Entrad en los
aposentos un breve instante, mientras pasa mi cólera, y me acordaré del día bueno y os
haré salir de vuestros sepulcros.
Dichosos nosotros, queridos hermanos, si hubiéremos cumplido los mandamientos de
Dios en la concordia de la caridad, a fin de que por la caridad se nos perdonen nuestros
pecados. Porque está escrito: Dichoso el que está absuelto de su culpa, a guíen le han
sepultado su pecado; dichoso el hombre a guíen el Señor no le apunta el delito y en cuya
boca no se encuentra engaño. Esta bienaventuranza fue concedida a los que han sido
escogidos por Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea dada gloria por los
siglos de los siglos. Amén.
Roguemos, pues, que nos sean perdonadas cuantas faltas y pecados hayamos cometido
por asechanzas de nuestro adversario, y aun aquellos que han encabezado sediciones y
banderías deben acogerse a nuestra común esperanza. Pues los que proceden en su
conducta con temor y caridad prefieren antes sufrir ellos mismos y no que sufran los
demás; prefieren que se tenga mala opinión de ellos mismos, antes que sea vituperada
aquella armonía y concordia que justa y bellamente nos viene de la tradición. Más le vale
a un hombre confesar sus caídas, que endurecer su corazón.
Ahora bien, ¿hay entre vosotros alguien que sea generoso? ¿Alguien que sea
compasivo? ¿Hay alguno que se sienta lleno de caridad? Pues diga: "Si por mi causa vino
la sedición, contienda y escisiones, yo me retiro y me voy a donde queráis, y estoy pronto
a cumplir lo que la comunidad ordenare, con tal de que el rebaño de Cristo se mantenga
en paz con sus ancianos establecidos". El que esto hiciere se adquirirá una grande gloria
en Cristo, y todo lugar lo recibirá, pues del Señor es la tierra y cuanto la llena. Así han

obrado y así seguirán obrando quienes han llevado un comportamiento digno de Dios, del
cual no cabe jamás arrepentirse.

Responsorio 1 Jn 4, 21; Mt 22, 40

R. Hemos recibido de Dios este mandamiento: * Quien ama a Dios ame también a su
hermano.
V. Estos dos mandamientos son el fundamento de toda la ley y los profetas.
R. Quien ama a Dios ame también a su hermano.

Oración

Oremos:

Oh Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída,
concede a tus fieles la verdadera alegría, para que quienes han sido liberados de la
esclavitud del pecado alcancen también la felicidad eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.

Conclusión

Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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