El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, viernes, 19 de diciembre de 2025.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: El Señor está cerca, venid, adorémosle.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
La pena que la tierra soportaba
a causa del pecado, se ha trocado
en canto que brota jubiloso,
en labios de María pronunciado.
El sí de las promesas ha llegado,
la alianza se cumple, poderosa,
el Verbo eterno de los cielos
con nuestra débil carne se desposa.
Misterio que sólo la fe alcanza,
María es nuevo templo de la gloria,
rocío matinal, nube que pasa,
luz nueva en presencia misteriosa.
A Dios sea la gloria eternamente,
y al Hijo suyo amado, Jesucristo,
el que quiso nacer para nosotros
y darnos su Espíritu divino. Amén.
Antífona 1: Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios.
Salmo 68, 2-22. 30-37
ME DEVORA EL CELO DE TU TEMPLO
Le dieron a beber vino mezclado con hiel (Mt 27, 34).
Dios mío, sálvame,
que me llega el agua al cuello:
me estoy hundiendo en un cieno profundo
y no puedo hacer pie;
he entrado en la hondura del agua,
me arrastra la corriente.
Estoy agotado de gritar,
tengo ronca la garganta;
se me nublan los ojos
de tanto aguardar a mi Dios.
Más que los pelos de mi cabeza
son los que me odian sin razón;
más duros que mis huesos,
los que me atacan injustamente.
¿Es que voy a devolver
lo que no he robado?
Dios mío, tú conoces mi ignorancia,
no se te ocultan mis delitos.
Que por mi causa no queden defraudados
los que esperan en ti, Señor de los ejércitos.
Que por mi causa no se avergüencen
los que te buscan, Dios de Israel.
Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre;
porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí.
Cuando me aflijo con ayunos,
se burlan de mí;
cuando me visto de saco,
se ríen de mí;
sentados a la puerta cuchichean,
mientras beben vino me sacan coplas.
Antífona 2: En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre.
II
Pero mi oración se dirige a ti,
Dios mío, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude:
arráncame del cieno, que no me hunda;
líbrame de los que me aborrecen,
y de las aguas sin fondo.
Que no me arrastre la corriente,
que no me trague el torbellino,
que no se cierre la poza sobre mí.
Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia;
por tu gran compasión, vuélvete hacia mí;
no escondas tu rostro a tu siervo:
estoy en peligro, respóndeme enseguida.
Acércate a mí, rescátame,
líbrame de mis enemigos:
estás viendo mi afrenta,
mi vergüenza y mi deshonra;
a tu vista están los que me acosan.
La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre.
Antífona 3: Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón. (T. P. Aleluya).
III
Yo soy un pobre malherido;
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias;
le agradará a Dios más que un toro,
más que un novillo con cuernos y pezuñas.
Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo el cielo y la tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas.
El Señor salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá,
y las habitarán en posesión.
La estirpe de sus siervos la heredará,
los que aman su nombre vivirán en ella.
V. Muéstranos, Señor tu misericordia.
R. Y danos tu salvación.
Del libro del profeta Isaías 41, 8-20
PROMESA DE UN NUEVO ÉXODO
Y tú, Israel, siervo mío, Jacob, a quien elegí, simiente de mi amigo Abraham; que te así
desde los cabos de la tierra, y desde lo más remoto te llamé y te dije: «Siervo mío eres tú,
te he escogido y no te he rechazado»: No temas, que contigo estoy yo; no receles, que yo
soy tu Dios. Yo te he robustecido y te he ayudado, y te tengo asido con mi diestra
justiciera.
¡Oh! Se avergonzarán y confundirán todos los abrasados en ira contra ti. Serán como
nada y perecerán los que buscan querella. Los buscarás y no los hallarás a los que
disputaban contigo. Serán como nada y nulidad los que te hacen la guerra. Porque yo, el
Señor tu Dios, te tengo asido por la diestra. Soy yo quien te digo: «No temas, yo te
ayudo.»
No temas, gusano de Jacob, gente de Israel: yo te ayudo —oráculo del Señor— y tu
redentor es el Santo de Israel. He aquí que te he convertido en trillo nuevo, de dientes
dobles. Triturarás los montes y los desmenuzarás, y los cerros convertirás en tamo. Los
beldarás, y el viento se los llevará, y una ráfaga los dispersará. Y tú te regocijarás en el
Señor, en el Santo de Israel te gloriarás.
Los humildes y los pobres buscan agua, pero no hay nada. La lengua se les secó de
sed. Yo, el Señor, les responderé. Yo, Dios de Israel, no los desampararé. Abriré sobre los
calveros arroyos y en medio de las barrancas manantiales. Convertiré el desierto en
lagunas y la tierra árida en hontanar de aguas. Pondré en el desierto cedros, acacias,
arrayanes y olivares. Pondré en la estepa el enebro, el olmo y el ciprés a una, de modo
que todos vean y sepan, adviertan y consideren que la mano del Señor ha hecho eso, el
Santo de Israel lo ha creado.
R. Mirad a mi siervo, en quien tengo mis complacencias; * en él he puesto mi espíritu,
para que haga brillar la justicia de las naciones.
V. El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta de en medio de ti, de entre tus hermanos.
R. En él he puesto mi espíritu, para que haga brillar la justicia de las naciones.
Del Tratado de san Ireneo, obispo, contra las herejías
(Libro 3, 20; 2-3: SC 34, 342-344)
LA ECONOMÍA DE LA ENCARNACIÓN REDENTORA
La gloria del hombre es Dios; el hombre, en cambio, es el receptáculo de la actuación
de Dios, de toda su sabiduría y su poder.
De la misma manera que los enfermos demuestran cuál sea el médico, así los hombres
manifiestan cuál sea Dios. Por lo cual dice también Pablo: Pues Dios nos encerró a todos
en la rebeldía para tener misericordia de todos. Esto lo dice del hombre, que desobedeció
a Dios y fue privado de la inmortalidad, pero después alcanzó misericordia y, gracias al
Hijo de Dios, recibió la filiación que es propia de éste.
Si el hombre acoge sin vanidad ni jactancia la verdadera gloria procedente de cuanto ha
sido creado y de quien lo creó, que no es otro que el poderosísimo Dios que hace que
todo exista, y si permanece en el amor, en la sumisión y en la acción de gracias a Dios,
recibirá de él aún más gloria, así como un acrecentamiento de su propio ser, hasta hacerse
semejante a aquel que murió por él.
Porque el Hijo de Dios se encarnó en una carne pecadora como la nuestra, a fin de
condenar al pecado y, una vez condenado, arrojarlo fuera de la carne. Asumió la carne
para incitar al hombre a hacerse semejante a él y para proponerle a Dios como modelo a
quién imitar. Le impuso la obediencia al Padre para que llegara a ver a Dios, dándole así el
poder de alcanzar al Padre. La Palabra de Dios, que habitó en el hombre, se hizo también
Hijo del hombre, para habituar al hombre a percibir a Dios, y a Dios a habitar en el
hombre, según el beneplácito del Padre.
Por esta razón el mismo Señor nos dio como señal de nuestra salvación al que es Dios—
con—nosotros, nacido de la Virgen, ya que era el Señor mismo quien salvaba a aquellos
que no tenían posibilidad de salvarse por sí mismos; por lo que Pablo, al referirse a la
debilidad humana, exclama: Sé que no es bueno eso que habita en mi carne, dando a
entender que el bien de nuestra salvación no proviene de nosotros, sino de Dios; y añade:
¡Desgraciado de mi! ¿Quién me librará de este cuerpo presa de la muerte? Después de lo
cual se refiere al libertador: la gracia de nuestro Señor Jesucristo.
También Isaías dice lo mismo: Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas
vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis.» Mirad a vuestro
Dios que trae el desquite, viene en persona y os salvará; porque hemos de salvarnos, no
por nosotros mismos, sino con la ayuda de Dios.
R. Escuchad, pueblos, la palabra del Señor, anunciadla hasta los confines de la tierra, * y
decid a las islas remotas: «Vendrá nuestro Salvador.»
V. Anunciadlo y haced que se escuche en todas partes: proclamad la nueva, gritadla a
plena voz.
R. Y decid a las islas remotas: «Vendrá nuestro Salvador.»
Oremos:
Señor y Dios nuestro, que en el parto de la Virgen María has querido revelar al mundo
entero el esplendor de tu gloria, asístenos con tu gracia para que proclamemos con fe
íntegra y celebremos con piedad sincera el misterio admirable de la Encarnación de tuHijo. Él que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.