Oficio de Lectura - JUEVES XXVIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO 2025

El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, jueves, 16 de octubre de 2025.

Invitatorio

Notas

  • Si el Oficio ha de ser rezado a solas, puede decirse la siguiente oración:

    Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
  • El Invitatorio se dice como introducción a todo el conjunto de la oración cotidiana; por ello se antepone o bien al Oficio de lectura o bien a las Laudes, según se comience el día por una u otra acción litúrgica.
  • Cuando se reza individualmente, basta con decir la antífona una sola vez al inicio del salmo. Por lo tanto, no es necesario repetirla al final de cada estrofa.

V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Antifona: Entrad en la presencia del Señor con vítores.

  • Salmo 94
  • Salmo 99
  • Salmo 66
  • Salmo 23

Invitación a la alabanza divina

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

(Se repite la antífona)

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

(Se repite la antífona)

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

(Se repite la antífona)

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

(Se repite la antífona)

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Alegría de los que entran en el templo

El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

(Se repite la antífona)

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

(Se repite la antífona)

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

(Se repite la antífona)

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Que todos los pueblos alaben al Señor

Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Entrada solemne de Dios en su templo

Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

(Se repite la antífona)

—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

(Se repite la antífona)

—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

(Se repite la antífona)

—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Oficio de Lectura

Notas

  • Si el Oficio de lectura se reza antes de Laudes, se empieza con el Invitatorio, como se indica al comienzo. Pero si antes se ha rezado ya alguna otra Hora del Oficio, se comienza con la invocación mostrada en este formulario.
  • Cuando el Oficio de lectura forma parte de la celebración de una vigilia dominical o festiva prolongada (Principios y normas generales de la Liturgia de las Horas, núm. 73), antes del himno Te Deum se dicen los cánticos correspondientes y se proclama el evangelio propio de la vigilia dominical o festiva, tal como se indica en Vigilias.
  • Además de los himnos que aparecen aquí, pueden usarse, sobre todo en las celebraciones con el pueblo, otros cantos oportunos y debidamente aprobados.
  • Si el Oficio de lectura se dice inmediatamente antes de otra Hora del Oficio, puede decirse como himno del Oficio de lectura el himno propio de esa otra Hora; luego, al final del Oficio de lectura, se omite la oración y la conclusión y se pasa directamente a la salmodia de la otra Hora, omitiendo su versículo introductorio y el Gloria al Padre, etc.
  • Cada día hay dos lecturas, la primera bíblica y la segunda hagiográfica, patrística o de escritores eclesiásticos.

Invocación

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

  • Himno 1

Señor, ¿a quién iremos,
si tú eres la Palabra?
A la voz de tu aliento
se estremeció la nada;
la hermosura brilló
y amaneció la gracia.
Señor, ¿a quién iremos,
si tu voz nos habla?
Nos hablas en las voces
de tu voz semejanza:
en los goces pequeños
y en las angustias largas.
Señor, ¿a quién iremos,
si tú eres la Palabra?
En los silencios íntimos
donde se siente el alma,
tu clara voz creadora
despierta la nostalgia.
¿A quién iremos, Verbo,
entre tantas palabras?
Al golpe de la vida,
perdemos la esperanza;
hemos roto el camino
y el roce de tu planta.
¿A dónde iremos, dinos,
Señor, si no nos hablas?
¡Verbo del Padre, Verbo
de todas las mañanas,
de las tardes serenas,
de las noches cansadas!
¿A dónde iremos, Verbo,
si tú eres la Palabra? Amén.

Salmodia

Antífona 1: No fue su brazo el que les dio la victoria, sino tu diestra y la luz de tu rostro. (T. P. Aleluya).

Salmo 43

ORACIÓN DEL PUEBLO EN LAS CALAMIDADES

En todo vencemos fácilmente en aquel que nos ha amado (Rom 8, 37).

I

Oh Dios, nuestros oídos lo oyeron,
nuestros padres nos lo han contado:
la obra que realizaste en sus días,
en los años remotos.
Tú mismo con tu mano desposeíste a los gentiles,
y los plantaste a ellos;
trituraste a las naciones,
y los hiciste crecer a ellos.
Porque no fue su espada la que ocupó la tierra,
ni su brazo el que les dio la victoria,
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,
porque tú los amabas.
Mi rey y mi Dios eres tú,
que das la victoria a Jacob:
con tu auxilio embestimos al enemigo,
en tu nombre pisoteamos al agresor.
Pues yo no confío en mi arco,
ni mi espada me da la victoria;
tú nos das la victoria sobre el enemigo
y derrotas a nuestros adversarios.
Dios ha sido siempre nuestro orgullo,
y siempre damos gracias a tu nombre.

Antífona 2: No apartará el Señor su rostro de vosotros, si os convertís a él. (T. P. Aleluya).

II

Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas,
y ya no sales, Señor, con nuestras tropas:
nos haces retroceder ante el enemigo,
y nuestro adversario nos saquea.
Nos entregas como ovejas a la matanza
y nos has dispersado por las naciones;
vendes a tu pueblo por nada,
no lo tasas muy alto.
Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean;
nos has hecho el refrán de los gentiles,
nos hacen muecas las naciones.
Tengo siempre delante mi deshonra,
y la vergüenza me cubre la cara
al oír insultos e injurias,
al ver a mi rival y a mi enemigo.

Antífona 3: Levántate, Señor, no nos rechaces más.

III

Todo esto nos viene encima,
sin haberte olvidado
ni haber violado tu alianza,
sin que se volviera atrás nuestro corazón
ni se desviaran de tu camino nuestros pasos;
y tú nos arrojaste a un lugar de chacales
y nos cubriste de tinieblas.
Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios
y extendido las manos a un dios extraño,
el Señor lo habría averiguado,
pues él penetra los secretos del corazón.
Por tu causa nos degüellan cada día,
nos tratan como a ovejas de matanza.
Despierta, Señor, ¿por qué duermes?
Levántate, no nos rechaces más.
¿Por qué nos escondes tu rostro
y olvidas nuestra desgracia y opresión?
Nuestro aliento se hunde en el polvo,
nuestro vientre está pegado al suelo.
Levántate a socorrernos,
redímenos por tu misericordia.

Lecturas

Primera Lectura

Del libro del profeta Jeremías 4, 5-8.13-28

EL DEVASTADOR VENDRÁ DEL NORTE

Esto dice el Señor:
«Anunciadlo en Judá, publicadlo en Jerusalén. Tocad la trompeta en el país, gritad a
plena voz: "Congregaos para marchar a la ciudad fortificada. Avisad con la bandera hacia
Sión: huid, no os paréis; que yo traigo del norte la desgracia, una gran ruina."
Sale el león de la maleza, está en marcha el asesino de naciones, ha dejado su cubil,
para arrasar tu tierra e incendiar tus ciudades, hasta no dejar habitantes. Por eso vestíos
de saco, llorad y gemid, porque no cede el incendio de la ira del Señor.

Miradlo subir como una nube, sus carros como un huracán, sus caballos más veloces
que águilas.»
¡Ay de nosotros que nos destrozan!
Lava tu corazón de maldades, Jerusalén, para salvarte.
¿Hasta cuándo anidarán en tu pecho planes desatinados?
Escucha, un mensajero de Dan anuncia desgracias desde la montaña de Efraím.
«Proclamadlo en Judá, anunciadlo en Jerusalén, llegan enemigos de tierra lejana;
alzarán el grito de guerra contra las ciudades de Judá. Como guardas de campo te rodean,
porque te rebelaste contra mí -oráculo del Señor-. Tu conducta y tus perversidades te lo
han traído: ésta es tu maldad que te llega a amargar el corazón.»
¡Ay, mis entrañas, mis entrañas! Me destrozan las paredes del pecho, tengo el corazón
turbado, no puedo callar. Porque escucho yo mismo el son de la trompeta, el alarido de
guerra. Un golpe llama a otro golpe, el país está desolado; de repente, son desoladas las
tiendas, súbitamente, los pabellones. ¿Hasta cuándo he de ver banderas y escuchar
trompetas a rebato?
«Mi pueblo es insensato, no me reconoce, son hijos necios que no reflexionan; son
sabios para hacer el mal, pero ignorantes para hacer el bien.»
Miro a la tierra: es un caos; a los cielos: no tiene luz; miro a los montes: se agitan; a
los collados: danzan, están temblando; miro, y no hay hombres, los pájaros del cielo han
volado; miro: el vergel es un desierto, las ciudades están incendiadas por el Señor, por el
incendio de su ira.
Así dice el Señor:
«La tierra será una desolación, pero no la aniquilaré.
Por eso se lamentará la tierra, se oscurecerá arriba el cielo. Lo dije y no me arrepiento,
lo pensé y no me vuelvo atrás.»

Responsorio Cf. Jr 4, 24-26; Sal 84, 5

R. Toda la tierra está desolada, Señor, por el incendio de tu ira; pero tú, Señor, * ten
misericordia y no nos aniquiles.
V. Restáuranos, Dios salvador nuestro, cesa en tu cólera contra nosotros.
R. Ten misericordia y no nos aniquiles.

Segunda Lectura

De los tratados de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de san Juan
(Tratado 26, 4-6: CCL 36, 261-263)

YO SALVARÉ A MI PUEBLO

Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre. No vayas a creer que eres atraído
contra tu voluntad; el alma es atraída también por el amor. Ni debemos temer el reproche
que, en razón de estas palabras evangélicas de la Escritura, pudieran hacernos algunos
hombres, los cuales, fijándose sólo en la materialidad de las palabras, están muy ajenos al
verdadero sentido de las cosas divinas. En efecto, tal vez nos dirán: "¿Cómo puedo creer
libremente si soy atraído?", Y yo les respondo: "Me parece poco decir que somos atraídos
libremente; hay que decir que somos atraídos incluso con placer."
¿Qué significa ser atraídos con placer? Sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide
tu corazón. Existe un apetito en el alma al que este pan del cielo le sabe dulcísimo. Por
otra parte, si el poeta pudo decir: "Cada cual va en pos de su apetito", no por necesidad,
sino por placer, no por obligación, sino por gusto, ¿no podremos decir nosotros, con mayor
razón, que el hombre se siente atraído por Cristo si sabemos que el deleite del hombre es
la verdad, la justicia, la vida sin fin, y todo esto es Cristo?
¿Acaso tendrán los sentidos su deleite y dejará de tenerlos el alma? Si el alma no
tuviera sus deleites, ¿cómo podría decirse: Los humanos se acogen a la sombra de tus
alas; se nutren de lo sabroso de tu casa, les das a beber del torrente de tus delicias,
porque en ti está la fuente viva, y tu luz nos hace ver la luz?
Preséntame un corazón amante, y comprenderá lo que digo. Preséntame un corazón
inflamado en deseos, un corazón hambriento, un corazón que, sintiéndose solo y
desterrado en este mundo, esté sediento y suspire por las fuentes de la patria eterna,
preséntame un tal corazón, y asentirá en lo que digo. Si, por el contrario, hablo a un
corazón frío, éste nada sabe, nada comprende de lo que estoy diciendo.
Muestra una rama verde a una oveja, y verás cómo atraes a la oveja; enséñale nueces
a un niño, y verás cómo lo atraes también, y viene corriendo hacia el lugar a donde es
atraído; es atraído por el amor, es atraído sin que se violente su cuerpo, es atraído por
aquello que desea. Si, pues, estos objetos, que no son más que deleites y aficiones
terrenas, atraen, por su simple contemplación, a los que tales cosas aman, porque es
cierto que "cada cual es atraído por su deseo" ¿no va a atraernos Cristo revelado por el
Padre? ¿Qué otra cosa desea nuestra alma con más vehemencia que la verdad? ¿De qué
otra cosa el hombre está más hambriento? Y ¿para qué desea tener sano el paladar de la
inteligencia sino para descubrir y juzgar lo que es verdadero, para comer y beber la
sabiduría, la justicia, la verdad y la eternidad?

"Dichosos, por tanto -dice-, los que tienen hambre y sed de la justicia -entiende, aquí
en la tierra-, porque -allí, en el cielo-ellos quedarán saciados. Les doy ya lo que aman, les
doy ya lo que desean; después verán aquello en lo que creyeron aun sin haberlo visto;
comerán y se saciarán de aquellos bienes de los que estuvieron hambrientos y sedientos.
¿Dónde? En la resurrección de los muertos, porque yo los resucitaré en el último día."

Responsorio Mi 7, 7. 8; Sal 144, 18

R. Pedid y se os dará, * pues todo el que pide recibe y el que busca halla y al que llama se
le abrirá.
V. Cerca está el Señor de los que lo invocan sinceramente.
R. Pues todo el que pide recibe y el que busca halla y al que llama se le abrirá.

Oración

Oremos:

Te pedimos, Señor, que tu gracia continuamente nos preceda y acompañe, de manera
que estemos dispuestos a obrar siempre el bien. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.

Conclusión

Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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