El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, miércoles, 17 de diciembre de 2025.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: El Señor está cerca, venid, adorémosle.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
La pena que la tierra soportaba
a causa del pecado, se ha trocado
en canto que brota jubiloso,
en labios de María pronunciado.
El sí de las promesas ha llegado,
la alianza se cumple, poderosa,
el Verbo eterno de los cielos
con nuestra débil carne se desposa.
Misterio que sólo la fe alcanza,
María es nuevo templo de la gloria,
rocío matinal, nube que pasa,
luz nueva en presencia misteriosa.
A Dios sea la gloria eternamente,
y al Hijo suyo amado, Jesucristo,
el que quiso nacer para nosotros
y darnos su Espíritu divino. Amén.
Antífona 1: La misericordia y fidelidad te preceden, Señor. (T. P. Aleluya).
Salmo 88, 2-38
LAS MISERICORDIAS DEL SEÑOR SOBRE LA CASA DE DAVID
Según lo prometido, Dios sacó de la descendencia de David un Salvador, Jesús (Hech 13, 22-23).
Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: "Tu misericordia es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad".
Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David, mi siervo:
"te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades".
El cielo proclama tus maravillas, Señor,
y tu fidelidad, en la asamblea de los ángeles.
¿Quién sobre las nubes se compara a Dios?
¿Quién como el Señor entre los seres divinos?
Dios es temible en el consejo de los ángeles,
es grande y terrible para toda su corte.
Señor de los ejércitos, ¿quién como tú?
El poder y la fidelidad te rodean.
Tú domeñas la soberbia del mar
y amansas la hinchazón del oleaje;
tú traspasaste y destrozaste a Rahab,
tu brazo potente desbarató al enemigo.
Tuyo es el cielo, tuya es la tierra;
tú cimentaste el orbe y cuanto contiene;
tú has creado el norte y el sur,
el Tabor y el Hermón aclaman tu nombre.
Tienes un brazo poderoso:
fuerte es tu izquierda y alta tu derecha.
Justicia y derecho sostienen tu trono,
misericordia y fidelidad te preceden.
Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:
caminará, oh Señor, a la luz de tu rostro;
tu nombre es su gozo cada día,
tu justicia es su orgullo.
Porque tú eres su honor y su fuerza,
y con tu favor realzas nuestro poder.
Porque el Señor es nuestro escudo,
y el Santo de Israel nuestro rey.
Antífona 2: El Hijo de Dios nació según la carne de la estirpe de David. (T. P. Aleluya).
II
Un día hablaste en visión a tus amigos:
"He ceñido la corona a un héroe,
he levantado a un soldado sobre el pueblo.
Encontré a David, mi siervo,
y lo he ungido con óleo sagrado;
para que mi mano esté siempre con él
y mi brazo lo haga valeroso;
no lo engañará el enemigo
ni los malvados lo humillarán;
ante él desharé a sus adversarios
y heriré a los que lo odian.
Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán
por mi nombre crecerá su poder:
extenderé su izquierda hasta el mar,
y su derecha hasta el Gran Río.
Él me invocará: "Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora";
y lo nombraré mi primogénito,
excelso entre los reyes de la tierra.
Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable;
le daré una posteridad perpetua
y un trono duradero como el cielo".
Antífona 3: Juré una vez a David, mi siervo: «Tu linaje será perpetuo». (T. P. Aleluya).
III
"Si sus hijos abandonan mi ley
y no siguen mis mandamientos,
si profanan mis preceptos
y no guardan mis mandatos,
castigaré con la vara sus pecados
y a latigazos sus culpas;
pero no les retiraré mi favor
ni desmentiré mi fidelidad,
no violaré mi alianza
ni cambiaré mis promesas.
Una vez juré por mi santidad
no faltar a mi palabra con David:
"Su linaje será perpetuo,
y su trono como el sol en mi presencia,
como la luna, que siempre permanece:
su solio será más firme que el cielo".
V. El Señor anuncia su palabra a Jacob.
R. Sus decretos y mandatos a Israel.
Del libro del profeta Isaías 40, 1-11
CONSUELO PARA EL CORAZÓN DE JERUSALÉN
Consolad, consolad a mi pueblo —dice vuestro Dios—. Hablad al corazón de Jerusalén y
decidle bien alto que ya ha cumplido su milicia, ya ha satisfecho por su culpa, pues ha
recibido de mano del Señor castigo doble por todos sus pecados.
Una voz clama:
«En el desierto abrid camino al Señor, trazad en la estepa una calzada recta a nuestro
Dios. Que todo valle sea elevado, y todo monte y cerro rebajado; vuélvase lo escabroso
llano, y las breñas planicie. Se revelará la gloria del Señor, y toda criatura a una la verá.
Pues la boca del Señor ha hablado.»
Una voz dice:
«¡Grita!»
Y digo:
«¿Qué he de gritar?»
— «Toda carne es hierba y todo su esplendor como flor del campo. La flor se marchita,
se seca la hierba, en cuanto le dé el viento del Señor (pues, cierto, hierba es el pueblo).
La hierba se seca, la flor se marchita, mas la palabra de nuestro Dios permanece por
siempre.
Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión; clama con voz poderosa, alegre
mensajero para Jerusalén, clama sin miedo. Di a las ciudades de Judá:
«Ahí está vuestro Dios.»
Ahí viene el Señor con poder, y su brazo lo sojuzga todo. Ved que su salario le
acompaña, y su paga le precede. Como pastor pastorea su rebaño: recoge en brazos los
corderitos, en el seno los lleva, y trata con cuidado a las paridas.
R. Hablad al corazón de Jerusalén, y gritadle que * se ha cumplido su servicio, y está
pagado su crimen.
V. Me vuelvo con misericordia a Jerusalén; el Señor consolará otra vez a Sión y elegirá de
nuevo a Jerusalén.
R. Se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen.
De las cartas de san León Magno, papa
(Carta 31, 2-3: PL 54, 791-793)
EL MISTERIO DE NUESTRA RECONCILIACIÓN
De nada sirve reconocer a nuestro Señor como hijo de la bienaventurada Virgen María y
como hombre verdadero y perfecto, si no se le cree descendiente de aquella estirpe que
en el Evangelio se le atribuye.
Pues dice Mateo: Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán; y a
continuación viene el orden de su origen humano hasta llegar a José, con quien se hallaba
desposada la madre del Señor.
Lucas, por su parte, retrocede por los grados de ascendencia y se remonta hasta el
mismo origen del linaje humano, con el fin de poner de relieve que el primer Adán y el
último Adán son de la misma naturaleza.
Para enseñar y justificar a los hombres, la omnipotencia del Hijo de Dios podía haber
aparecido, por supuesto, del mismo modo que había aparecido ante los patriarcas y los
profetas, es decir, bajo apariencia humana: por ejemplo, cuando trabó con ellos un
combate o mantuvo una conversación, cuando no rehuyó la hospitalidad que se le ofrecía
y comió los alimentos que le presentaban.
Pero aquellas imágenes eran indicios de este hombre; y las significaciones místicas de
estos indicios anunciaban que él había de pertenecer en realidad a la estirpe de los padres
que le antecedieron.
Y, en consecuencia, ninguna de aquellas figuras era el cumplimiento del misterio de
nuestra reconciliación, dispuesto desde la eternidad, porque el Espíritu Santo aún no había
descendido a la Virgen ni la virtud del Altísimo la había cubierto con su sombra, para que
la Palabra hubiera podido ya hacerse carne dentro de las virginales entrañas, de modo que
la Sabiduría se construyera su propia casa; el Creador de los tiempos no había nacido aún
en el tiempo, haciendo que la forma de Dios y la de siervo se encontraran en una sola
persona; y aquel que había creado todas las cosas no había sido engendrado todavía en
medio de ellas.
Pues de no haber sido porque el hombre nuevo, encarnado en una carne pecadora
como la nuestra, aceptó nuestra antigua condición y, consustancial como era con el Padre,
se dignó a su vez hacerse consustancial con su madre, y, siendo como era el único que se
hallaba libre de pecado, unió consigo nuestra naturaleza, la humanidad hubiera seguido
para siempre bajo la cautividad del demonio. Y no hubiésemos podido beneficiarnos de la
victoria del triunfador, si su victoria se hubiera logrado al margen de nuestra naturaleza.
Por esta admirable participación ha brillado para nosotros el misterio de la
regeneración, de tal manera que, gracias al mismo Espíritu por cuya virtud Cristo fue
concebido y nació, hemos nacido de nuevo de un origen espiritual.
Por lo cual, el evangelista dice de los creyentes: Éstos no han nacido de sangre, ni de
amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
R. Mirad: la raíz de Jesé descenderá como salvación de los pueblos y la buscarán los
gentiles; * y su nombre será glorioso.
V. El Señor le dará el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob para
siempre.
R. Y su nombre será glorioso.
Oremos:
Dios, creador y restaurador del hombre, que has querido que tu Hijo, Palabra eterna, se
encarnara en el seno de María, siempre Virgen; escucha nuestras súplicas, y que Cristo, tu
Unigénito, hecho hombre por nosotros, se digne hacernos partícipes de su condición
divina. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.