El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, martes, 14 de octubre de 2025.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Venid, adoremos al Señor, Dios grande.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
¡Espada de dos filos
es, Señor, tu palabra!
Penetra como fuego
y divide la entraña.
¡Nada como tu voz,
es terrible tu espada!
¡Nada como tu aliento,
es dulce tu palabra!
Tenemos que vivir
encendida la lámpara,
que para virgen necia
no es posible la entrada.
No basta con gritar
sólo palabras vanas,
ni tocar a la puerta
cuando ya está cerrada.
Espada de dos filos
que me cercena el alma,
que hiere a sangre y fuego
esta carne mimada,
que mata los ardores
para encender la gracia.
Vivir de tus incendios,
luchar por tus batallas,
dejar por los caminos
rumor de tus sandalias.
¡Espada de dos filos
es, Señor, tu palabra! Amén.
Antífona 1: Mi grito, Señor, llegue hasta ti; no me escondas tu rostro.
Salmo 101
DESEOS Y SÚPLICAS DE UN DESTERRADO
Dios nos consuela en todas nuestras luchas (2 Cor 1, 4).
I
Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti;
no me escondas tu rostro
el día de la desgracia.
Inclina tu oído hacia mi;
cuando te invoco, escúchame en seguida.
Que mis días se desvanecen como humo,
mis huesos queman como brasas;
mi corazón está agostado como hierba,
me olvido de comer mi pan;
con la violencia de mis quejidos,
se me pega la piel a los huesos.
Estoy como lechuza en la estepa,
como búho entre ruinas;
estoy desvelado, gimiendo,
como pájaro sin pareja en el tejado.
Mis enemigos me insultan sin descanso;
furiosos contra mí, me maldicen.
En vez de pan, como ceniza,
mezclo mi bebida con llanto,
por tu cólera y tu indignación,
porque me alzaste en vilo y me tiraste;
mis días son una sombra que se alarga,
me voy secando como la hierba.
Antífona 2: Escucha, Señor, las súplicas de los indefensos.
II
Tú, en cambio, permaneces para siempre,
y tu nombre de generación en generación.
Levántate y ten misericordia de Sión,
que ya es hora y tiempo de misericordia.
Tus siervos aman sus piedras,
se compadecen de sus ruinas,
los gentiles temerán tu nombre,
los reyes del mundo, tu gloria.
Cuando el Señor reconstruya Sión,
y aparezca en su gloria,
y se vuelva a las súplicas de los indefensos,
y no desprecie sus peticiones,
quede esto escrito para la generación futura,
y el pueblo que será creado alabará al Señor.
Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario,
desde el cielo se ha fijado en la tierra,
para escuchar los gemidos de los cautivos
y librar a los condenados a muerte.
Para anunciar en Sión el nombre del Señor,
y su alabanza en Jerusalén,
cuando se reúnan unánimes los pueblos
y los reyes para dar culto al Señor.
Antífona 3: Tú, Señor, cimentaste la tierra, y el cielo es obra de tus manos. (T. P. Aleluya).
III
Él agotó mis fuerzas en el camino,
acortó mis días;
y yo dije: "Dios mío, no me arrebates
en la mitad de mis días".
Tus años duran por todas las generaciones:
al principio cimentaste la tierra,
y el cielo es obra de tus manos.
Ellos perecerán, tú permaneces,
se gastarán como la ropa,
serán como un vestido que se muda.
Tú, en cambio, eres siempre el mismo,
tus años no se acabarán.
Los hijos de tus siervos vivirán seguros,
su linaje durará en tu presencia.
Del libro del profeta Jeremías 2, 1-13. 20-25
INFIDELIDAD DEL PUEBLO DE DIOS
En aquellos días, recibí esta palabra del Señor: «Ve y grita a los oídos de Jerusalén:
"Así dice el Señor: Recuerdo el cariño de tu juventud, tu amor de novia, cuando me
seguías por el desierto, por tierra yerma. Israel era sagrada para el Señor, primicia de su
cosecha: quien se atrevía a comer de ella lo pagaba, la desgracia caía sobre él —oráculo
del Señor—. Escucha la palabra del Señor, casa de Jacob, tribus todas de Israel. Así dice el
Señor: ¿Qué falta encontraron en mí vuestros padres, para alejarse de mí? Siguieron
vaciedades y se quedaron vacíos, en vez de preguntar: «¿Dónde está el Señor que nos
sacó de Egipto, que nos guió por el desierto, por estepas y barrancos por tierra sedienta y
oscura, tierra que nadie atraviesa: que el hombre no habita?» Yo os conduje a un país de
huertos, para que comieseis sus buenos frutos; pero entrasteis y profanasteis mi tierra,
hicisteis abominable mi heredad. Los sacerdotes no preguntaban: «¿Dónde está el
Señor?», los doctores de la ley no me reconocían, los pastores se rebelaron contra mí, los
profetas profetizaban por Baal, siguiendo dioses que de nada sirven.
Por eso vuelvo a pleitear con vosotros, y con vuestros nietos pleitearé —oráculo del
Señor—. Navegad hasta las costas de Chipre, y mirad, despachad gente a Cadar, y
considerad a ver si ha sucedido cosa semejante: ¿Cambia de dioses un pueblo?, y eso que
no son dioses. Pero mi pueblo cambió su Gloria por los que no sirven.
Espantaos, cielos, de ello, horrorizaos y pasmaos —oráculo del Señor—. Porque dos
maldades ha cometido mi pueblo: Me han abandonado a mí, la fuente de aguas vivas,
para excavarse cisternas agrietadas, incapaces de retener el agua.
Desde antiguo has roto el yugo, has hecho saltar las correas, diciendo: «No quiero
servir». En todo alto collado, bajo todo árbol frondoso, te echabas y te prostituías.
Yo te había plantado, viña elegida, de cepas legítimas, ¿cómo te has convertido en
espino y en viña bastarda. Aunque te laves con sosa y con lejía abundante, queda aún
ante mí la mancha de tu pecado —oráculo del Señor—. ¿Cómo te atreves a decir: «No me
he profanado, no he ido detrás de ídolos? Observa tu camino por el valle, reconoce lo que
has hecho, camella liviana de extraviados caminos, asna salvaje criada en la estepa,
cuando está en celo otea el viento, ¿quién domará sus deseos? Los que la buscan no
necesitan cansarse, en su tiempo de celo la encuentran. Ahórrales calzado a tus pies, sed
a tu garganta». Pero tú respondías: «No quiero; yo amo a los extranjeros e iré detrás de
ellos.»
R. Yo te había plantado, viña elegida, de cepas legítimas; ¿cómo te has convertido en
espino y en viña bastarda? * Por eso se os quitará el reino de Dios y se entregará a un
pueblo que le haga dar sus frutos.
V. Esperaba de ellos justicia, y ahí tenéis: asesinatos; esperé honradez, y sólo hay
lamentos.
R. Por eso se os quitará el reino de Dios y se entregará a un pueblo que le haga dar sus
frutos.
De las instrucciones de san Columbano, abad
(Instrucción 12, Sobre la compunción, 2-3: Opera, Dublín 1957, pp. 112-114)
LUZ PERENNE EN EL TEMPLO DEL PONTÍFICE ETERNO
¡Cuán dichosos son los criados a quienes el Señor, al llegar, los encuentra en vela! Feliz
aquella vigilia en la cual se espera al mismo Dios y Creador del universo, que todo lo llena
y todo lo supera.
¡Ojalá se dignara el Señor despertarme del sueño de mi desidia, a mí, que, aun siendo
vil, soy su siervo. Ojalá me inflamara en el deseo de su amor inconmensurable y me
encendiera con el fuego de su divina caridad!; resplandeciente con ella, brillaría más que
los astros, y todo mi interior ardería continuamente con este divino fuego.
¡Ojalá mis méritos fueran tan abundantes que mi lámpara ardiera sin cesar, durante la
noche, en el templo de mi Señor e iluminara a cuantos penetran en la casa de mi Dios!
Concédeme, Señor, te lo suplico en nombre de Jesucristo, tu Hijo y mi Dios, un amor que
nunca mengüe, para que con él brille siempre mi lámpara y no se apague nunca, y sus
llamas sean para mí fuego ardiente y para los demás luz brillante.
Señor Jesucristo, dulcísimo Salvador nuestro, dígnate encender tú mismo nuestras
lámparas, para que brillen sin cesar en tu templo y de ti, que eres la luz perenne, reciban
ellas la luz indeficiente con la cual se ilumine nuestra oscuridad, y se alejen de nosotros
las tinieblas del mundo.
Te ruego, Jesús mío, que enciendas tan intensamente mi lámpara con tu resplandor
que, a la luz de una claridad tan intensa, pueda contemplar el santo de los santos que
está en el interior de aquel gran templo, en el cual tú, Pontífice eterno de los bienes
eternos, has penetrado; que allí, Señor, te contemple continuamente y pueda así desearte,
amarte y quererte solamente a ti, para que mi lámpara, en tu presencia, esté siempre
luciente y ardiente.
Te pido, Salvador amantísimo, que te manifiestes a nosotros, que llamamos a tu puerta,
para que, conociéndote te amemos sólo a ti y únicamente a ti; que seas tú nuestro único
deseo, que día y noche meditemos sólo en ti, y en ti únicamente pensemos. Alumbra en
nosotros un amor inmenso hacia ti, cual corresponde a la caridad con la que Dios debe ser
amado y querido; que esta nuestra dilección hacia ti invada todo nuestro interior y nos
penetre totalmente, y, hasta tal punto inunde todos nuestros sentimientos, que nada
podamos ya amar fuera de ti, el único eterno. Así, por muchas que sean las aguas de la
tierra y del firmamento, nunca llegarán a extinguir en nosotros la caridad, según aquello
que dice la Escritura: Las aguas torrenciales no podrán apagar el amor.
Que esto llegue a realizarse, al menos parcialmente, por don tuyo, Señor Jesucristo, a
quien pertenece la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
R. Que el Señor escuche vuestras súplicas y se reconcilie con vosotros, * y que no os
abandone en tiempo de tribulación.
V. Que os dé a todos corazón para adorarlo y hacer su voluntad.
R. Y que no os abandone en tiempo de tribulación.
Oremos:
Te pedimos, Señor, que tu gracia continuamente nos preceda y acompañe, de manera
que estemos dispuestos a obrar siempre el bien. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.