Oficio de Lectura - SÁBADO XXXI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO 2025

El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, sábado, 8 de noviembre de 2025.

Invitatorio

Notas

  • Si el Oficio ha de ser rezado a solas, puede decirse la siguiente oración:

    Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
  • El Invitatorio se dice como introducción a todo el conjunto de la oración cotidiana; por ello se antepone o bien al Oficio de lectura o bien a las Laudes, según se comience el día por una u otra acción litúrgica.
  • Cuando se reza individualmente, basta con decir la antífona una sola vez al inicio del salmo. Por lo tanto, no es necesario repetirla al final de cada estrofa.

V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Antifona: Del Señor es la tierra y cuanto la llena; venid, adorémosle.

  • Salmo 94
  • Salmo 99
  • Salmo 66
  • Salmo 23

Invitación a la alabanza divina

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

(Se repite la antífona)

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

(Se repite la antífona)

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

(Se repite la antífona)

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

(Se repite la antífona)

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Alegría de los que entran en el templo

El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

(Se repite la antífona)

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

(Se repite la antífona)

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

(Se repite la antífona)

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Que todos los pueblos alaben al Señor

Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Entrada solemne de Dios en su templo

Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

(Se repite la antífona)

—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

(Se repite la antífona)

—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

(Se repite la antífona)

—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Oficio de Lectura

Notas

  • Si el Oficio de lectura se reza antes de Laudes, se empieza con el Invitatorio, como se indica al comienzo. Pero si antes se ha rezado ya alguna otra Hora del Oficio, se comienza con la invocación mostrada en este formulario.
  • Cuando el Oficio de lectura forma parte de la celebración de una vigilia dominical o festiva prolongada (Principios y normas generales de la Liturgia de las Horas, núm. 73), antes del himno Te Deum se dicen los cánticos correspondientes y se proclama el evangelio propio de la vigilia dominical o festiva, tal como se indica en Vigilias.
  • Además de los himnos que aparecen aquí, pueden usarse, sobre todo en las celebraciones con el pueblo, otros cantos oportunos y debidamente aprobados.
  • Si el Oficio de lectura se dice inmediatamente antes de otra Hora del Oficio, puede decirse como himno del Oficio de lectura el himno propio de esa otra Hora; luego, al final del Oficio de lectura, se omite la oración y la conclusión y se pasa directamente a la salmodia de la otra Hora, omitiendo su versículo introductorio y el Gloria al Padre, etc.
  • Cada día hay dos lecturas, la primera bíblica y la segunda hagiográfica, patrística o de escritores eclesiásticos.

Invocación

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

  • Himno 1

Señor, tú que llamaste
del fondo del no ser todos los seres,
prodigios del cincel de tu palabra,
imágenes de ti resplandecientes.
Señor, tú que creaste
la bella nave azul en que navegan
los hijos de los hombres, entre espacios
repletos de misterio y luz de estrellas.
Señor, tú que nos diste
la inmensa dignidad de ser tus hijos,
no dejes que el pecado y que la muerte
destruyan en el hombre el ser divino.
Señor, tú que salvaste
al hombre de caer en el vacío,
recréanos de nuevo en tu Palabra
y llámanos de nuevo al paraíso.
Oh Padre, tú que enviaste
al mundo de los hombres a tu Hijo,
no dejes que se apague en nuestras almas
la luz esplendorosa de tu Espíritu. Amén.

Salmodia

Antífona 1: Dad gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres. (T. P. Aleluya).

Salmo 106

ACCIÓN DE GRACIAS POR LA LIBERACIÓN

Envió su palabra a los israelitas, anunciando la paz que traería Jesucristo (Hech 10, 36).

I

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Que lo confiesen los redimidos por el Señor,
los que él rescató de la mano del enemigo,
los que reunió de todos los países:
norte y sur, oriente y occidente.
Erraban por un desierto solitario,
no encontraban el camino de ciudad habitada;
pasaban hambre y sed,
se les iba agotando la vida;
pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Los guió por un camino derecho,
para que llegaran a ciudad habitada.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Calmó el ansia de los sedientos,
y a los hambrientos los colmó de bienes.
Yacían en oscuridad y tinieblas,
cautivos de hierros y miserias;
por haberse rebelado contra los mandamientos,
despreciando el plan del Altísimo.
Él humilló su corazón con trabajos,
sucumbían y nadie los socorría.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Los sacó de las sombrías tinieblas,
arrancó sus cadenas.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Destrozó las puertas de bronce,
quebró los cerrojos de hierro.
Estaban enfermos por sus maldades,
por sus culpas eran afligidos;
aborrecían todos los manjares,
y ya tocaban las puertas de la muerte.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Envió su palabra para curarlos,
para salvarlos de la perdición.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Ofrézcanle sacrificios de alabanza,
y cuenten con entusiasmo sus acciones.

Antífona 2: Contemplaron las obras de Dios y sus maravillas. (T. P. Aleluya).

II

Entraron en naves por el mar,
comerciando por las aguas inmensas.
Contemplaron las obras de Dios,
sus maravillas en el océano.
Él habló y levantó un viento tormentoso,
que alzaba las olas a lo alto:
subían al cielo, bajaban al abismo,
el estómago revuelto por el mareo,
rodaban, se tambaleaban como borrachos,
y no les valía su pericia.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Apaciguó la tormenta en suave brisa,
y enmudecieron las olas del mar.
Se alegraron de aquella bonanza,
y él los condujo al ansiado puerto.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Aclámenlo en la asamblea del pueblo,
alábenlo en el consejo de los ancianos.

Antífona 3: Los rectos lo ven y se alegran, y comprenden la misericordia del Señor. (T. P. Aleluya).

III

Él transforma los ríos en desierto,
los manantiales de agua en aridez;
la tierra fértil en marismas,
por la depravación de sus habitantes.
Transforma el desierto en estanques,
el erial en manantiales de agua.
Coloca allí a los hambrientos,
y fundan una ciudad para habitar.
Siembran campos, plantan huertos,
recogen cosechas.
Los bendice, y se multiplican,
y no les escatima el ganado.
Si menguan, abatidos por el peso
de infortunios y desgracias,
el mismo que arroja desprecio sobre los príncipes
y los descarría por una soledad sin caminos
levanta a los pobres de la miseria
y multiplica sus familias como rebaños.
Los rectos lo ven y se alegran,
a la maldad se le tapa la boca.
El que sea sabio, que recoja estos hechos
y comprenda la misericordia del Señor.

Lecturas

Primera Lectura

Comienza el libro del profeta Ezequiel 1, 3-14. 22-2, 1b

VISIÓN DE LA GLORIA DEL SEÑOR TENIDA POR EZEQUIEL EN EL DESTIERRO

En aquellos días, fue dirigida la palabra del Señor a Ezequiel, sacerdote, hijo de Buzi, en
el país de los caldeos, a orillas del río Kebar, y fue allí arrebatado en éxtasis:
Vi que venía del norte un viento huracanado, una gran nube con resplandores en torno
y zigzagueo de relámpagos, y en su centro como el fulgor del electro. En medio aparecía
la figura de cuatro seres vivientes que tenían forma humana, pero cada uno tenía cuatro
caras y cuatro alas. Sus piernas eran rectas y sus pies como pezuñas de novillo, y relucían
como bronce bruñido. Bajo sus alas tenían brazos humanos. Las caras de los cuatro
estaban vueltas hacia las cuatro direcciones, y sus alas estaban unidas de dos en dos. No
se volvían al caminar, cada uno marchaba de frente.
En cuanto al aspecto de su semblante: una cara era de hombre, y por el lado derecho
los cuatro tenían cara de león, por el lado izquierdo la cara de los cuatro era de toro, y
tenían también los cuatro una cara de águila. Sus alas estaban extendidas hacia arriba.
Cada uno tenía un par de alas que se tocaban entre sí, y otro par que les cubría el cuerpo.
Los cuatro caminaban de frente, avanzaban hacia donde el espíritu los impulsaba y no se
volvían al caminar.
Entre esos seres vivientes había como ascuas encendidas, parecían como antorchas que
se agitaban entre ellos. El fuego brillaba con un vivo resplandor y de él saltaban rayos. Y
los cuatro seres iban y venían como relámpagos. Sobre la cabeza de los seres vivientes
había una especie de plataforma, refulgente como el cristal. Bajo la plataforma estaban
extendidas sus alas horizontalmente, mientras las otras dos alas de cada uno les cubrían
el cuerpo.
Y oí el rumor de sus alas cuando se movían, como el fragor de aguas caudalosas, como
el trueno del Todopoderoso, como gritería de multitudes o como el estruendo de un
ejército en batalla. Cuando se detenían plegaban sus alas. Entonces resonó una voz sobre
la plataforma que estaba sobre sus cabezas.
Encima de la plataforma había una como piedra de zafiro en forma de trono, y sobre
esta especie de trono sobresalía una figura de aspecto semejante al de un hombre. Y vi
luego un brillo, como el fulgor del electro, algo así como un fuego que lo envolvía, desde
lo que parecía ser su cintura para arriba; y, desde lo que parecía ser su cintura para abajo,
vi también algo así como un fuego, que producía un resplandor en torno. El resplandor
que lo nimbaba era como el arco iris que aparece en las nubes cuando llueve. Tal era la
apariencia visible de la gloria del Señor. Al contemplarla, caí rostro en tierra, y oí la voz de
uno que me hablaba.

Responsorio Cf. Ez 1, 26; 3, 12; Ap 5, 13


R. Vi sobre una especie de trono una figura de aspecto semejante al de un hombre, y
escuché una voz, como el estruendo de un terremoto, que decía: * «Bendita sea la gloria
del Señor en su morada.»
V. Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por
los siglos de los siglos.
R. Bendita sea la gloria del Señor en su morada.

Segunda Lectura

Del tratado de san Ambrosio, obispo, sobre el bien de la muerte
(Caps. 3, 9; 4,15: CSEL 32, 710. 716-717)

EN TODA OCASIÓN, LLEVEMOS EN EL CUERPO LA MUERTE DE JESÚS

Dice el Apóstol: El mundo está crucificado para mi, y yo para el mundo. Existe, pues, en
esta vida una muerte que es buena; por ello se nos exhorta a que en toda ocasión y por
todas partes, llevemos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús
se manifieste en nuestro cuerpo.
Que la muerte vaya, pues, actuando en nosotros, para que también se manifieste en
nosotros la vida, es decir, para que obtengamos aquella vida buena que sigue a la muerte,
vida dichosa después de la victoria, vida feliz, terminado el combate, vida en la que la ley
de la carne no se opone ya a la ley del espíritu, vida, finalmente, en la que ya no es
necesario luchar contra el cuerpo mortal, porque el mismo cuerpo mortal ha alcanzado ya
la victoria.
Yo mismo no sabría decir si la grandeza de esta muerte es mayor incluso que la misma
vida. Pues me hace dudar la autoridad del Apóstol que afirma: Así, la muerte está
actuando en nosotros, y la vida en vosotros. En efecto, ¡cuántos pueblos no fueron
engendrados a la vida por la muerte de uno solo! Por ello, enseña el Apóstol que los que
viven en esta vida deben apetecer que la muerte feliz de Cristo brille en sus propios
cuerpos y deshaga nuestra condición física para que nuestro hombre interior se renueve y,
si se destruye este nuestro tabernáculo terreno, tenga lugar la edificación de una casa
eterna en el cielo.
Imita, pues, la muerte del Señor quien se aparta de la vida según la carne y aleja de sí
aquellas injusticias de las que el Señor dice por Isaías: Abre las prisiones injustas, haz
saltar los cerrojos de los cepos, deja libres a los oprimidos, rompe todos los cepos.
El Señor, pues, quiso morir y penetrar en el reino de la muerte para destruir con ello
toda culpa; pero, a fin de que la naturaleza humana no acabara nuevamente en la muerte,
se nos dio la resurrección de los muertos: así por la muerte, fue destruida la culpa y, por
la resurrección, la naturaleza humana recobró la inmortalidad.
La muerte de Cristo es, pues, como la transformación del universo. Es necesario, por
tanto, que también tú te vayas transformando sin cesar: debes pasar de la corrupción a la
incorrupción, de la muerte a la vida, de la mortalidad a la inmortalidad, de la turbación a
la paz. No te perturbe, pues, el oír el nombre de muerte, antes bien, deléitate en los
dones que te aporta este tránsito feliz. ¿Qué significa en realidad para ti la muerte sino la
sepultura de los vicios y la resurrección de las virtudes? Por eso, dice la Escritura: Que mi
muerte sea la de los justos, es decir, sea yo sepultado como ellos, para que desaparezcan
mis culpas y sea revestido de la santidad de los justos, es decir, de aquellos que llevan en
su cuerpo y en su alma la muerte de Cristo.

Responsorio 2 Tm 2, 11-12; Sir 1, 29

R. Verdadera es la sentencia que dice: Si hemos muerto con él, viviremos también con él;
* si tenemos constancia en el sufrir, reinaremos también con él.

V. El hombre paciente resiste hasta el momento preciso, mas luego brotará para él
abundantemente la alegría.
R. Si tenemos constancia en el sufrir, reinaremos también con él.

Oración

Oremos:

Señor de poder y de misericordia, que has querido hacer digno y agradable por favor
tuyo el servicio de tus fieles, concédenos caminar sin tropiezos hacia los bienes que nos
prometes. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.

Conclusión

Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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