Oficio de Lectura - VIERNES XXVII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO 2025

El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, viernes, 10 de octubre de 2025.

Invitatorio

Notas

  • Si el Oficio ha de ser rezado a solas, puede decirse la siguiente oración:

    Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
  • El Invitatorio se dice como introducción a todo el conjunto de la oración cotidiana; por ello se antepone o bien al Oficio de lectura o bien a las Laudes, según se comience el día por una u otra acción litúrgica.
  • Cuando se reza individualmente, basta con decir la antífona una sola vez al inicio del salmo. Por lo tanto, no es necesario repetirla al final de cada estrofa.

V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Antifona: Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

  • Salmo 94
  • Salmo 99
  • Salmo 66
  • Salmo 23

Invitación a la alabanza divina

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

(Se repite la antífona)

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

(Se repite la antífona)

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

(Se repite la antífona)

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

(Se repite la antífona)

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Alegría de los que entran en el templo

El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

(Se repite la antífona)

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

(Se repite la antífona)

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

(Se repite la antífona)

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Que todos los pueblos alaben al Señor

Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Entrada solemne de Dios en su templo

Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

(Se repite la antífona)

—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

(Se repite la antífona)

—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

(Se repite la antífona)

—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Oficio de Lectura

Notas

  • Si el Oficio de lectura se reza antes de Laudes, se empieza con el Invitatorio, como se indica al comienzo. Pero si antes se ha rezado ya alguna otra Hora del Oficio, se comienza con la invocación mostrada en este formulario.
  • Cuando el Oficio de lectura forma parte de la celebración de una vigilia dominical o festiva prolongada (Principios y normas generales de la Liturgia de las Horas, núm. 73), antes del himno Te Deum se dicen los cánticos correspondientes y se proclama el evangelio propio de la vigilia dominical o festiva, tal como se indica en Vigilias.
  • Además de los himnos que aparecen aquí, pueden usarse, sobre todo en las celebraciones con el pueblo, otros cantos oportunos y debidamente aprobados.
  • Si el Oficio de lectura se dice inmediatamente antes de otra Hora del Oficio, puede decirse como himno del Oficio de lectura el himno propio de esa otra Hora; luego, al final del Oficio de lectura, se omite la oración y la conclusión y se pasa directamente a la salmodia de la otra Hora, omitiendo su versículo introductorio y el Gloria al Padre, etc.
  • Cada día hay dos lecturas, la primera bíblica y la segunda hagiográfica, patrística o de escritores eclesiásticos.

Invocación

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

  • Himno 1

Este es el día del Señor.
Este es el tiempo de la misericordia.
Delante de tus ojos
ya no enrojeceremos
a causa del antiguo
pecado de tu pueblo.
Arrancarás de cuajo
el corazón soberbio
y harás un pueblo humilde
de corazón sincero.
En medio de las gentes
nos guardas como un resto
para cantar tus obras
y adelantar tu reino.
Seremos raza nueva
para los cielos nuevos;
sacerdotal estirpe,
según tu Primogénito.
Caerán los opresores
y exultarán los siervos;
los hijos del oprobio
serán tus herederos.
Señalarás entonces
el día del regreso
para los que comían
su pan en el destierro.
¡Exulten mis entrañas!
¡Alégrese mi pueblo!
Porque el Señor que es justo
revoca sus decretos.
La salvación se anuncia
donde acechó el infierno,
porque el Señor habita
en medio de su pueblo.

Salmodia

Antífona 1: Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios.

Salmo 68, 2-22. 30-37

ME DEVORA EL CELO DE TU TEMPLO

Le dieron a beber vino mezclado con hiel (Mt 27, 34).

Dios mío, sálvame,
que me llega el agua al cuello:
me estoy hundiendo en un cieno profundo
y no puedo hacer pie;
he entrado en la hondura del agua,
me arrastra la corriente.
Estoy agotado de gritar,
tengo ronca la garganta;
se me nublan los ojos
de tanto aguardar a mi Dios.
Más que los pelos de mi cabeza
son los que me odian sin razón;
más duros que mis huesos,
los que me atacan injustamente.
¿Es que voy a devolver
lo que no he robado?
Dios mío, tú conoces mi ignorancia,
no se te ocultan mis delitos.
Que por mi causa no queden defraudados
los que esperan en ti, Señor de los ejércitos.
Que por mi causa no se avergüencen
los que te buscan, Dios de Israel.
Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre;
porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí.
Cuando me aflijo con ayunos,
se burlan de mí;
cuando me visto de saco,
se ríen de mí;
sentados a la puerta cuchichean,
mientras beben vino me sacan coplas.

Antífona 2: En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre.

II

Pero mi oración se dirige a ti,
Dios mío, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude:
arráncame del cieno, que no me hunda;
líbrame de los que me aborrecen,
y de las aguas sin fondo.
Que no me arrastre la corriente,
que no me trague el torbellino,
que no se cierre la poza sobre mí.
Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia;
por tu gran compasión, vuélvete hacia mí;
no escondas tu rostro a tu siervo:
estoy en peligro, respóndeme enseguida.
Acércate a mí, rescátame,
líbrame de mis enemigos:
estás viendo mi afrenta,
mi vergüenza y mi deshonra;
a tu vista están los que me acosan.
La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre.

Antífona 3: Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón. (T. P. Aleluya).

III

Yo soy un pobre malherido;
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias;
le agradará a Dios más que un toro,
más que un novillo con cuernos y pezuñas.
Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo el cielo y la tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas.
El Señor salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá,
y las habitarán en posesión.
La estirpe de sus siervos la heredará,
los que aman su nombre vivirán en ella.

Lecturas

Primera Lectura

Del segundo libro de los Reyes 21, 1-18. 23-22, 1

REINADOS DE MANASÉS Y AMÓN. COMIENZO DEL REINADO DE JOSÍAS

Cuando Manasés subió al trono tenía doce años y reinó en Jerusalén cincuenta y cinco
años. Su madre se llamaba Jefzibá. Hizo lo que el Señor reprueba, imitando las
costumbres abominables de las naciones que el Señor había expulsado ante los israelitas.
Reconstruyó las ermitas de los altozanos derruidas por su padre Ezequías, levantó altares
a Baal y erigió una estela, igual que hizo Ajaz de Israel; adoró y dio culto a todo el ejército
del cielo; puso altares en el templo del Señor, del que había dicho el Señor: «Pondré mi
nombre en Jerusalén»; edificó altares a todo el ejército del cielo en los dos atrios del
templo; quemó a su hijo; practicó la adivinación y la magia; instituyó nigromantes y
adivinos. Hacía continuamente lo que el Señor reprueba, irritándolo.
La imagen de Astarté que había fabricado, la colocó en el templo del que el Señor había
dicho a David y a su hijo Salomón: «En este templo y en Jerusalén, a la que elegí entre
todas las tribus de Israel, pondré mi nombre para siempre; ya no dejaré que Israel ande
errante, lejos de la tierra que di a sus padres, a condición de que pongan por obra cuanto

les mandé, siguiendo la ley que les promulgó mi siervo Moisés.» Pero ellos no hicieron
caso. Y Manasés los extravió, para que se portasen peor que las naciones a las que el
Señor había exterminado ante los israelitas. El Señor dijo entonces por sus siervos los
profetas:
«Puesto que Manasés de Judá ha hecho esas cosas abominables, se ha portado peor
que los amorreos que le precedieron y ha hecho pecar a Judá con sus ídolos, así dice el
Señor, Dios de Israel: "Yo voy a traer sobre Jerusalén y Judá tal catástrofe, que al que lo
oiga, le retumbarán los oídos. Extenderé sobre Jerusalén el cordel como hice en Samaria,
el mismo nivel con que medí a la dinastía de Ajab, y fregaré a Jerusalén como a un plato,
que se friega por delante y por detrás. Desecharé al resto de mi heredad, lo entregaré en
poder de sus enemigos, será presa y botín de sus enemigos, porque han hecho lo que yo
repruebo, me han irritado desde el día en que sus padres salieron de Egipto hasta hoy."»
Además, Manasés derramó ríos de sangre inocente, de forma que inundó Jerusalén de
punta a punta, aparte del pecado que hizo cometer a Judá haciendo lo que el Señor
reprueba. Para más datos sobre Manasés y los crímenes que cometió, véanse los Anales
del reino de Judá. Manasés murió, y lo enterraron en el jardín de su palacio, el jardín de
Uzá.
Su hijo Amón le sucedió en el trono. Sus cortesanos conspiraron contra él y lo
asesinaron en el palacio; pero la población mató a los conspiradores, y nombraron rey
sucesor a Josías, hijo de Amón. Para más datos sobre Amón y sus empresas, véanse los
Anales del reino de Judá. Lo enterraron en su sepultura del jardín de Uzá.
Su hijo Josías le sucedió en el trono. Cuando Josías subió al trono tenía dieciocho años,
y reinó treinta y un años en Jerusalén. Su madre se llamaba Yedidá, hija de Adaya, natural
de Boscat.

Responsorio 2 Cro 33, 9. 11. 10

R. Manasés extravió a la población de Jerusalén para que se portase mal. * Entonces, el
Señor hizo venir contra ellos a los generales del rey de Asiria.
V. El Señor dirigió su palabra a Manasés y a su pueblo, pero no le hicieron caso.
R. Entonces, el Señor hizo venir contra ellos a los generales del rey de Asiria.

Segunda Lectura

Del primer Conmonitorio de san Vicente de Lerins, presbítero
(Cap. 23: PL 50, 667-668)

EL PROGRESO DEL DOGMA CRISTIANO

¿Es posible que se dé en la Iglesia un progreso en los conocimientos religiosos?
Ciertamente que es posible, y la realidad es que este progreso se da.
En efecto, ¿quién envidiaría tanto a los hombres y sería tan enemigo de Dios como para
impedir este progreso? Pero este progreso sólo puede darse con la condición de que se
trate de un auténtico progreso en el conocimiento de la fe, no de un cambio en la misma
fe. Lo propio del progreso es que la misma cosa que progresa crezca y aumente, mientras
lo característico del cambio es que la cosa que se muda se convierta en algo totalmente
distinto.
Es conveniente, por tanto, que, a través de todos los tiempos y de todas las edades,
crezca y progrese la inteligencia, la ciencia y la sabiduría de cada una de las personas y
del conjunto de los hombres, tanto por parte de la Iglesia entera, como por parte de cada
uno de sus miembros. Pero este crecimiento debe seguir su propia naturaleza, es decir,
debe estar de acuerdo con las líneas del dogma y debe seguir el dinamismo de una única
e idéntica doctrina.
Que el conocimiento religioso imite, pues, el modo como crecen los cuerpos, los cuales,
si bien con el correr de los años se van desarrollando, conservan, no obstante, su propia
naturaleza. Gran diferencia hay entre la flor de la infancia y la madurez de la ancianidad,
pero, no obstante, los que van llegando ahora a la ancianidad son, en realidad, los mismos
que hace un tiempo eran adolescentes. La estatura y las costumbres del hombre pueden
cambiar, pero su naturaleza continúa idéntica y su persona es la misma.
Los miembros de un recién nacido son pequeños, los de un joven están ya
desarrollados; pero, con todo, uno y el otro tienen el mismo número de miembros. Los
niños tienen los mismos miembros que los adultos y si algún miembro del cuerpo no es
visible hasta la pubertad, este miembro, sin embargo, existe ya como un embrión en la

niñez, de tal forma que nada llega a ser realidad en el anciano que no se contenga como
en germen en el niño.
No hay, pues, duda alguna: la regla legítima de todo progreso y la norma recta de todo
crecimiento consiste en que, con el correr de los años, vayan manifestándose en los
adultos las diversas perfecciones de cada uno de aquellos miembros que la sabiduría del
Creador había ya preformado en el cuerpo del recién nacido.
Porque, si aconteciera que un ser humano tomara apariencias distintas a las de su
propia especie, sea porque adquiriera mayor número de miembros, sea porque perdiera
alguno de ellos, tendríamos que decir que todo el cuerpo perece o bien que se convierte
en un monstruo o, por lo menos, que ha sido gravemente deformado. Es también esto
mismo lo que acontece con los dogmas cristianos: las leyes de su progreso exigen que
éstos se consoliden a través de las edades, se desarrollen con el correr de los años y
crezcan con el paso del tiempo.
Nuestros mayores sembraron antiguamente, en el campo de la Iglesia, semillas de una
fe de trigo; sería ahora grandemente injusto e incongruente que nosotros, sus
descendientes, en lugar de la verdad del trigo, legáramos a nuestra posteridad el error de
la cizaña.
Al contrario, lo recto y, consecuente, para que no discrepen entre sí la raíz y sus frutos,
es que de las semillas de una doctrina de trigo recojamos el fruto de un dogma de trigo;
así, al contemplar cómo a través de los siglos aquellas primeras semillas han crecido y se
han desarrollado, podremos alegrarnos de cosechar el fruto de los primeros trabajos.

Responsorio Dt 4, 1. 2; Jn 6, 64

R. Escucha, Israel, los mandatos y decretos que yo te enseño: * No añadáis nada a lo que
os mando, ni suprimáis nada.
V. Las palabras que yo os he dicho son espíritu y vida.
R. No añadáis nada a lo que os mando, ni suprimáis nada.

Oración

Oremos:

Dios todopoderoso y eterno, que con la magnificencia de tu amor sobrepasas los
méritos y aun los deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia,
para que libres nuestra conciencia de toda inquietud y nos concedas aun aquello que no
nos atrevemos a pedir. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.

Conclusión

Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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