El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, domingo, 9 de noviembre de 2025.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Pueblo del Señor, rebaño que él guía, venid, adorémosle. Aleluya.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Que doblen las campanas jubilosas,
y proclamen el triunfo del amor,
y llenen nuestras almas de aleluyas,
de gozo y esperanza en el Señor.
Los sellos de la muerte han sido rotos,
la vida para siempre es libertad,
ni la muerte ni el mal son para el hombre
su destino, su última verdad.
Derrotados la muerte y el pecado,
es de Dios toda historia y su final;
esperad con confianza su venida:
no temáis, con vosotros él está.
Volverán encrespadas tempestades
para hundir vuestra fe y vuestra verdad,
es más fuerte que el mal y que su embate
el poder del Señor, que os salvará.
Aleluyas cantemos a Dios Padre,
aleluyas al Hijo salvador,
su Espíritu corone la alegría
que su amor derramó en el corazón. Amén.
Antífona 1: ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro?
Salmo 23
ENTRADA SOLEMNE DE DIOS EN SU TEMPLO
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que como hombre sube al cielo (S. Ireneo).
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
— ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
— El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
— Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
Antífona 2: Bendecid, pueblos, a nuestro Dios, porque él nos ha devuelto la vida. Aleluya.
Salmo 65
HIMNO PARA UN SACRIFICIO DE ACCIÓN DE GRACIAS
Este salmo habla de la resurrección de Cristo y de la conversión de los gentiles (Hesiquio).
I
Aclamad al Señor, tierra entera;
tocad en honor de su nombre,
cantad himnos a su gloria.
Decid a Dios: "¡Qué temibles son tus obras,
por tu inmenso poder tus enemigos te adulan!"
Que se postre ante ti la tierra entera,
que toquen en tu honor,
que toquen para tu nombre.
Venid a ver las obras de Dios,
sus temibles proezas en favor de los hombres:
transformó el mar en tierra firme,
a pie atravesaron el río.
Alegrémonos con Dios,
que con su poder gobierna eternamente;
sus ojos vigilan a las naciones,
para que no se subleven los rebeldes.
Bendecid, pueblos, a nuestro Dios,
haced resonar sus alabanzas,
porque él nos ha devuelto la vida
y no dejó que tropezaran nuestros pies.
Oh Dios, nos pusiste a prueba,
nos refinaste como refinan la plata;
nos empujaste a la trampa,
nos echaste a cuestas un fardo:
sobre nuestro cuello cabalgaban,
pasamos por fuego y por agua,
pero nos has dado respiro.
Antífona 3: Fieles de Dios, venid a escuchar lo que ha hecho conmigo. Aleluya.
II
Entraré en tu casa con víctimas,
para cumplirte mis votos:
los que pronunciaron mis labios
y prometió mi boca en el peligro.
Te ofreceré víctimas cebadas,
te quemaré carneros,
inmolaré bueyes y cabras.
Fieles de Dios, venid a escuchar,
os contaré lo que ha hecho conmigo:
a él gritó mi boca
y lo ensalzó mi lengua.
Si hubiera tenido yo mala intención,
el Señor no me habría escuchado;
pero Dios me escuchó,
y atendió a mi voz suplicante.
Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica
ni me retiró su favor.
Del libro del profeta Ezequiel 21, 8-3, 11. 15-21
VOCACIÓN DE EZEQUIEL
En aquellos días, entró en mí el espíritu y oí que alguien me decía:
«Hijo de hombre, escucha lo que te digo: ¡No seas rebelde, como la Casa Rebelde!
Abre la boca y come lo que te doy.»
Vi entonces una mano extendida hacia mí, con un documento enrollado. Lo desenrolló
ante mí: estaba escrito en el anverso y reverso; tenía escritas elegías, lamentos y ayes. Y
me dijo:
«Hijo de hombre, come lo que tienes ahí, cómete este volumen y vete a hablar a la
casa de Israel.»
Abrí la boca y me dio a comer el volumen, diciéndome:
«Hijo de hombre, alimenta tu vientre y sacia tus entrañas con este volumen que te
doy.»
Lo comí y me supo en la boca dulce como la miel. Y me dijo:
«Hijo de hombre, anda, vete a la casa de Israel y diles mis palabras, pues no se te
envía a un pueblo de idioma extraño y de lengua extranjera, ni a muchos pueblos de
idiomas extraños y lenguas extranjeras, que no comprendas. Por cierto, que si a éstos te
enviara, te harían caso en cambio, la casa de Israel no querrá hacerte caso, porque no
quieren hacerme caso a mí. Pues toda la casa de Israel son tercos de cabeza y duros de
corazón. Mira, hago tu rostro tan duro como el de ellos, y tu cabeza tan terca como la de
ellos; como el diamante, más dura que el pedernal hago tu cabeza: No les tengas miedo
ni te asustes de ellos, aunque sean Casa Rebelde.»
Y me dijo:
«Hijo de hombre, todas las palabras que yo te diga escúchalas atentamente y
apréndelas de memoria. Anda, vete a los deportados, a tus compatriotas, y diles: "Esto
dice el Señor", te escuchen o no te escuchen.»
Llegué a los deportados de Tel-Abib (que vivían a orillas del río Kebar), que es donde
ellos vivían, y me quedé allí siete días abatido en medio de ellos. Al cabo de siete días me
vino esta palabra del Señor:
«Hijo de hombre, te he puesto como atalaya en la casa de Israel: Cuando escuches una
palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte.
Si yo digo al malvado que es reo de muerte, y tú no le das la alarma -es decir, no
hablas poniendo en guardia al malvado, para que cambie su mala conducta, y conserve la
vida-, entonces el malvado morirá por su culpa, y a ti te pediré cuenta de su sangre. Pero
si tú pones en guardia al malvado, y no se convierte de su maldad y de su mala conducta,
entonces él morirá por su culpa, pero tú habrás salvado la vida.
Y si el justo se aparta de su justicia y comete maldades, pondré un tropiezo delante de
él, y morirá por no haberle puesto tú en guardia; él morirá por su pecado y no se tendrán
en cuenta las obras justas que hizo, pero a ti te pediré cuenta de su sangre. Si tú, por el
contrario, pones en guardia al justo para que no peque, y en efecto no peca, ciertamente
conservará la vida por haber estado alerta, y tú habrás salvado la vida.»
R. Te he puesto como atalaya en la casa de Israel: Cuando escuches una palabra de mi
boca, les darás la alarma de mi parte. * Y tú no les tengas miedo, ni me seas rebelde.
V. Hago tu rostro tan duro como el de ellos, y tu cabeza tan terca como la de ellos.
R. Y tú no les tengas miedo, ni me seas rebelde.
Comienza la homilía de un autor del siglo segundo
(Caps. 1,1-2, 7: Funk 1,145-149)
CRISTO QUISO SALVAR A LOS QUE ESTABAN A PUNTO DE PERECER
Hermanos: Debemos mirar a Jesucristo como miramos a Dios, pensando que él es el
juez de vivos y muertos; y no debemos estimar en poco nuestra salvación. Porque, si
estimamos en poco a Cristo, poco será también lo que esperamos recibir. Aquellos que, al
escuchar sus promesas, creen que se trata de dones mediocres pecan, y nosotros
pecamos también si desconocemos de dónde fuimos llamados, quién nos llamó y a qué fin
nos ha destinado y menospreciamos los sufrimientos que Cristo padeció por nosotros.
¿Con qué pagaremos al Señor o qué fruto le ofreceremos que sea digno de lo que élnos dio? ¿Cuántos son los dones y beneficios que le debemos? Él nos otorgó la luz, nos
llama, como un padre, con el nombre de hijos, y, cuando estábamos en trance de perecer,
nos salvó. ¿Cómo, pues, podremos alabarlo dignamente o cómo le pagaremos todos sus
beneficios? Nuestro espíritu estaba tan ciego que adorábamos las piedras y los leños, el
oro y la plata, el bronce y todas las obras salidas de las manos de los hombres; nuestra
vida entera no era otra cosa que una muerte. Envueltos, pues, y rodeados de oscuridad,
nuestra vida estaba recubierta de tinieblas, y Cristo quiso que nuestros ojos se abrieran de
nuevo, y así la nube que nos rodeaba se disipó.
Él se compadeció, en efecto, de nosotros y, con entrañas de misericordia, nos salvó,
pues había visto nuestro extravío y nuestra perdición y cómo no podíamos esperar nada
fuera de él que nos aportara la salvación. Nos llamó cuando nosotros no existíamos aún y
quiso que pasáramos de la nada al ser.
Alégrate, la estéril, que no dabas a luz; rompe a cantar de júbilo, la que no tenías
dolores: porque la abandonada tendrá más hijos que la casada. Al decir: Alégrate, la
estéril, se refería a nosotros, pues, estéril era nuestra Iglesia, antes de que le fueran
dados sus hijos. Al decir: Rompe a cantar, la que no tenías dolores, se significan las
plegarias que debemos elevar a Dios, sin desfallecer, como desfallecen las que están de
parto. Lo que finalmente se añade: Porque la abandonada tendrá más hijos que la casada,
se dijo para significar que nuestro pueblo parecía al principio estar abandonado del Señor
pero ahora, por nuestra fe, somos más numerosos que aquel pueblo que se creía posesor
de Dios.
Otro pasaje de la Escritura dice también: No he venido a llamar a los justos, sino a los
pecadores. Esto quiere decir que hay que salvar a los que se pierden. Porque lo grande y
admirable no es el afianzar los edificios sólidos, sino los que amenazan ruina. De este
modo, Cristo quiso ayudar a los que perecían y fue la salvación de muchos, pues vino a
llamarnos cuando nosotros estábamos ya a punto de perecer.
R. Dios no nos ha destinado a ser objeto de su ira, sino que nos ha puesto para obtener la
salvación por nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros; * para que vivamos junto
con él.
V. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo
querido.
R. Para que vivamos junto con él.
Se dice el Te Deum
Oremos:
Dios omnipotente y misericordioso, aparta de nosotros todos los males, para que, bien
dispuesto nuestro cuerpo y nuestro espíritu, podamos libremente cumplir tu voluntad. Por
nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.