El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, miércoles, 15 de octubre de 2025.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Pues busco, debo encontrar;
pues llamo, débenme abrir;
pues pido, me deben dar;
pues amo, débeme amar
aquel que me hizo vivir.
¿Calla? Un día me hablará.
¿Pasa? No lejos irá.
¿Me pone a prueba? Soy fiel.
¿Pasa? No lejos irá:
pues tiene alas mi alma, y va
volando detrás de él.
Es poderoso, mas no
podrá mi amor esquivar;
invisible se volvió,
mas ojos de lince yo
tengo y le habré de mirar.
Alma, sigue hasta el final
en pos del Bien de los bienes,
y consuélate en tu mal
pensando con fe total:
¿Le buscas? ¡Es que lo tienes! Amén.
Antífona 1: Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. (T. P. Aleluya).
Salmo 102
¡BENDICE, ALMA MÍA, AL SEÑOR!
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto (Lc 1, 78).
I
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura;
él sacia de bienes tus anhelos,
y como un águila
se renueva tu juventud.
El Señor hace justicia
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel.
Antífona 2: Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles. (T. P. Aleluya).
II
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen
nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre
siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles;
porque él conoce nuestra masa,
se acuerda de que somos barro.
Los días del hombre
duran lo que la hierba,
florecen como flor del campo,
que el viento la roza, y ya no existe,
su terreno no volverá a verla.
Antífona 3: Bendecid al Señor, todas sus obras. (T. P. Aleluya).
III
Pero la misericordia del Señor
dura siempre,
su justicia pasa de hijos a nietos:
para los que guardan la alianza
y recitan y cumplen sus mandatos.
El Señor puso en el cielo su trono,
su soberanía gobierna el universo.
Bendecid al Señor, ángeles suyos,
poderosos ejecutores de sus órdenes,
prontos a la voz de su palabra.
Bendecid al Señor, ejércitos suyos,
servidores que cumplís sus deseos.
Bendecid al Señor, todas sus obras,
en todo lugar de su imperio.
¡Bendice, alma mía, al Señor!
Del libro del profeta Jeremías 3, l-5.19-4, 4
INVITACIÓN A LA CONVERSIÓN
En aquellos días, el Señor dijo estas palabras:
«Cuando un hombre repudia a su mujer, y ella se separa de él y se casa con otro,
¿podrá volver al primero? ¿No ha quedado profanada esa mujer? Tú has fornicado con
muchos amantes, ¿podrás volver a mí? -Oráculo del Señor-. Levanta los ojos a las colinas
y mira: ¿Dónde no has hecho el amor? Salías a los caminos a ofrecerte, como un nómada
por el desierto. Profanaste la tierra con tus fornicaciones y maldades. Las lluvias
tempranas se rehusaban, no llegaban las tardías; entonces mostrabas frente de ramera, te
negabas a avergonzarte.
Pero ¿no me gritas ahora mismo: "Padre mío, tú eres el amigo de mi juventud? ¿Se
irritará para siempre, eternizará su rencor?" Así decías obrando maldades, y te sentías
fuerte para seguirlas continuando.
Yo había pensado: "Te contaré entre mis hijos, te daré una tierra envidiable, en heredad
la perla de las naciones"; diciéndome: "Me llamará 'padre mío', no se apartará de mí."
Pero igual que una mujer que traiciona a su marido, así me traicionó Israel.»
Se escucha un clamor en las colinas, llanto afligido de los hijos de Israel, que han
extraviado el camino, olvidados de su Dios.
«Volved, hijos apóstatas, y os curaré de la apostasía. «Aquí estamos, hemos venido a ti,
porque tú ,Señor, eres nuestro Dios. Cierto, son mentira los collados y el estrépito de los
montes; sólo en el Señor, nuestro Dios, está la salvación de Israel. La ignominia devoró los
ahorros de nuestros padres, desde nuestra juventud: ovejas y vacas, sus hijos e hijas. Nos
acostamos sobre nuestra vergüenza, nos tapamos con nuestro sonrojo; porque pecamos
contra el Señor, nuestro Dios, nosotros y nuestros padres, desde la juventud hasta el día
de hoy, y no escuchamos la voz del Señor, nuestro Dios.»
Esto dice el Señor:
«Si quieres volver, Israel, vuélvete a mí; si apartas de mis ojos las ignominias, no irás
errante. Si juras con verdad por el Señor, con justicia y derecho, las naciones se
bendecirán por ti.»
Porque así dice el Señor a los habitantes de Judá y Jerusalén:
«Roturad los campos, y no sembréis entre espinos; circuncidaos para el Señor y quitad
el prepucio de vuestros corazones, habitantes de Judá y Jerusalén; no sea que brote como
fuego mi cólera, y arda inextinguible, por culpa de vuestras perversidades.»
R. Si nuestros pecados hablan contra nosotros, tú, Señor, obra por el honor de tu nombre;
* pues nuestras rebeldías han sido numerosas, hemos pecado contra ti.
V. Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?
R. Pues nuestras rebeldías han sido numerosas, hemos pecado contra ti.
De las Cuestiones de san Máximo Confesor, abad, a Talasio
(Cuestión 63: PG 90, 667-670)
LA LUZ QUE ALUMBRA A TODO HOMBRE
La lámpara colocada sobre el candelero, de la que habla la Escritura, es nuestro Señor
Jesucristo, luz verdadera del Padre, que, viniendo a este mundo, alumbra a todo hombre;
al tomar nuestra carne, el Señor se ha convertido en lámpara y por esto es llamado "luz",
es decir, Sabiduría y Palabra del Padre y de su misma naturaleza. Como tal es proclamado
en la Iglesia por la fe y por la piedad de los fieles. Glorificado y manifestado ante las
naciones por su vida santa y por la observancia de los mandamientos, alumbra a todos los
que están en la casa (es decir, en este mundo), tal como lo afirma en cierto lugar esta
misma Palabra de Dios: No se enciende una lámpara para meterla debajo el celemín, sino
para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Se llama a sí mismo
claramente lámpara, como quiera que, siendo Dios por naturaleza, quiso hacerse hombre
por una dignación de su amor.
Según mi parecer, también el gran David se refiere a esto cuando, hablando del Señor,
dice: Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Con razón, pues, la
Escritura llama lámpara a nuestro Dios y Salvador, ya que él nos libra de las tinieblas de la
ignorancia y del mal.
Él, en efecto, al disipar, a semejanza de una lámpara, la oscuridad de nuestra
ignorancia y las tinieblas de nuestro pecado, ha venido a ser como un camino de salvación
para todos los hombres: con la fuerza que comunica y con el conocimiento que otorga, el
Señor conduce hacia el Padre a quienes con él quieren avanzar por el camino de la justicia
y seguir la senda de los mandatos divinos. En cuanto al candelero, hay que decir que
significa la santa Iglesia, la cual, con su predicación, hace que la palabra luminosa de Dios
brille e ilumine a los hombres del mundo entero, como si fueran los moradores de la casa,
y sean llevados de este modo al conocimiento de Dios con los fulgores de la verdad.
La palabra de Dios no puede, en modo alguno, quedar oculta bajo el celemín; al
contrario, debe ser colocada en lo más alto de la Iglesia, como el mejor de sus adornos. Si
la palabra quedara disimulada bajo la letra de la ley, como bajo un celemín, dejaría de
iluminar con su luz eterna a los hombres. Escondida bajo el celemín, la palabra ya no sería
fuente de contemplación espiritual para los que desean librarse de la seducción de los
sentidos, que, con su engaño, nos inclinan a captar solamente las cosas pasajeras y
materiales; puesta, en cambio, sobre el candelero de la Iglesia, es decir, interpretada por
el culto en espíritu y verdad, la palabra de Dios ilumina a todos los hombres.
La letra, en efecto, si no se interpreta según su sentido espiritual, no tiene más valor
que el sensible y está limitada a lo que significan materialmente sus palabras, sin que el
alma llegue a comprender el sentido de lo que está escrito.
No coloquemos, pues, bajo el celemín, con nuestros pensamientos racionales, la
lámpara encendida (es decir, la palabra que ilumina la inteligencia), a fin de que no se nos
pueda culpar de haber colocado bajo la materialidad de la letra la fuerza incomprensible
de la sabiduría; coloquémosla, más bien, sobre el candelero (es decir, sobre la
interpretación que le da la Iglesia), en lo más elevado de la genuina contemplación; así
iluminará a todos los hombres con los fulgores de la revelación divina.
R. Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti; * porque tú, Dios mío, no
desprecias las peticiones de los desamparados.
V. Estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica.
R. Porque tú, Dios mío, no desprecias las peticiones de los desamparados.
Oremos:
Te pedimos, Señor, que tu gracia continuamente nos preceda y acompañe, de manera
que estemos dispuestos a obrar siempre el bien. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.