El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, jueves, 11 de diciembre de 2025. Otras celebraciones del día: San Dámaso I, Papa .
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: El Señor está cerca, venid, adorémosle.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Mirad las estrellas fulgentes brillar,
sus luces anuncian que Dios ahí está,
la noche en silencio, la noche en su paz,
murmura esperanzas cumpliéndose ya.
Los ángeles santos, que vienen y van,
preparan caminos por donde vendrá
el Hijo del Padre, el Verbo eternal,
al mundo del hombre en carne mortal.
Abrid vuestras puertas, ciudades de paz,
que el Rey de la gloria ya pronto vendrá;
abrid corazones, hermanos, cantad
que vuestra esperanza cumplida será.
Los justos sabían que el hambre de Dios
vendría a colmarla el Dios del Amor,
su Vida es su vida, su Amor es su amor
serían un día su gracia y su don.
Ven pronto, Mesías, ven pronto, Señor,
los hombres hermanos esperan tu voz,
tu luz, tu mirada, tu vida, tu amor.
Ven pronto, Mesías, sé Dios Salvador. Amén.
Antífona 1: Nos diste, Señor, la victoria sobre el enemigo; por eso damos gracias a tu nombre. (T. P. Aleluya).
Salmo 43
ORACIÓN DEL PUEBLO EN LAS CALAMIDADES
En todo vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado (Rom 8, 37).
I
Oh Dios, nuestros oídos lo oyeron,
nuestros padres nos lo han contado:
la obra que realizaste en sus días,
en los años remotos.
Tú mismo con tu mano desposeíste a los gentiles,
y los plantaste a ellos;
trituraste a las naciones,
y los hiciste crecer a ellos.
Porque no fue su espada la que ocupó la tierra,
ni su brazo el que les dio la victoria,
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,
porque tú los amabas.
Mi rey y mi Dios eres tú,
que das la victoria a Jacob:
con tu auxilio embestimos al enemigo,
en tu nombre pisoteamos al agresor.
Pues yo no confío en mi arco,
ni mi espada me da la victoria;
tú nos das la victoria sobre el enemigo
y derrotas a nuestros adversarios.
Dios ha sido siempre nuestro orgullo,
y siempre damos gracias a tu nombre.
Antífona 2: Perdónanos, Señor, y no entregues tu heredad al oprobio.
II
Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas,
y ya no sales, Señor, con nuestras tropas:
nos haces retroceder ante el enemigo,
y nuestro adversario nos saquea.
Nos entregas como ovejas a la matanza
y nos has dispersado por las naciones;
vendes a tu pueblo por nada,
no lo tasas muy alto.
Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean;
nos has hecho el refrán de los gentiles,
nos hacen muecas las naciones.
Tengo siempre delante mi deshonra,
y la vergüenza me cubre la cara
al oír insultos e injurias,
al ver a mi rival y a mi enemigo.
Antífona 3: Levántate, Señor, y redímenos por tu misericordia. (T. P. Aleluya).
III
Todo esto nos viene encima,
sin haberte olvidado
ni haber violado tu alianza,
sin que se volviera atrás nuestro corazón
ni se desviaran de tu camino nuestros pasos;
y tú nos arrojaste a un lugar de chacales
y nos cubriste de tinieblas.
Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios
y extendido las manos a un dios extraño,
el Señor lo habría averiguado,
pues él penetra los secretos del corazón.
Por tu causa nos degüellan cada día,
nos tratan como a ovejas de matanza.
Despierta, Señor, ¿por qué duermes?
Levántate, no nos rechaces más.
¿Por qué nos escondes tu rostro
y olvidas nuestra desgracia y opresión?
Nuestro aliento se hunde en el polvo,
nuestro vientre está pegado al suelo.
Levántate a socorrernos,
redímenos por tu misericordia.
V. Escuchad, naciones, la palabra del Señor.
R. Y proclamadla en todos los confines de la tierra.
Del libro de Rut 2, 1-13
ENCUENTRO DE BOOZ CON RUT
Tenía Noemí un familiar por parte de su esposo, hombre potentado en riqueza, de la
familia de Elimélek, llamado Booz. Dijo Rut la moabita a Noemí:
— Déjame ir al campo a recoger espigas detrás del que encuentre que me mira con
buenos ojos.
Le contestó:
— Vete, hija mía.
Fue y entró a recoger espigas al campo detrás de los segadores; pero ocurrió que por
fortuna fue a uno de los campos de Booz, el de la familia de Elimélek. Entonces Booz llegó
de Belén y dijo a los segadores:
— El Señor esté con vosotros.
Y le contestaron:
— Que el Señor te bendiga.
Booz preguntó al capataz de los segadores:
— ¿A quién pertenece esa joven?
El capataz de los segadores le contestó diciendo:
— Se trata de una joven moabita que regresó con Noemí del campo de Moab, y ha
suplicado: Dejadme espigar en medio de las gavillas detrás de los segadores. Vino, pues,
y ahí permanece desde temprano a la noche, y todavía no ha vuelto a su casa.
Entonces Booz le dijo a Rut:
— ¡Hola! Escucha, hija mía; no se te ocurra ir a recoger espigas a otro campo ni pases
de aquí; además, únete a mis empleadas. Mira el campo en el que van a segar, y vete tras
ellas. ¿De acuerdo? Ya he dispuesto que mis empleados no te molesten, y cuando tengas
sed ve a las vasijas y bebe del agua que sacan los empleados.
Ella, cayendo sobre su rostro, se postró en tierra, y le dijo:
— ¿Por qué he encontrado gracia ante tus ojos para ocuparte de mí, si soy una
extranjera?
Booz respondió de la siguiente manera:
— Esto es lo que me han dicho; me han contado todo lo que has hecho por tu suegra
tras la muerte de tu esposo, que has dejado la casa de tu padre y de tu madre, y tu
pueblo de origen, y que te has venido a un pueblo que no conocías hasta ahora. Que el
Señor te pague tu buena obra y el Señor, Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a
refugiarte, sea tu recompensa.
Ella dijo:
— Encuentre yo gracia ante tu mirada, mi señor. En verdad que me has consolado y has
hablado acertadamente al corazón de tu sierva; a mí que no soy ni como una de tus
sirvientas.
R. Me compadeceré de la «No—compadecida», * y diré a «No—es—mi—pueblo»: «Tú
eres mi pueblo», y él responderá: «Tú eres mi Dios.»
V. Vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur.
R. Y diré a «No—es—mi—pueblo»: «Tú eres mi pueblo», y él responderá: «Tú eres mi
Dios.»
De los sermones de san Pedro Crisólogo, obispo
(Sermón 147: PL 52, 594-595)
EL AMOR DESEA VER A DIOS
Al ver Dios que el temor arruinaba el mundo, trató inmediatamente de volverlo a llamar
con amor, de invitarlo con su gracia, de sostenerlo con su caridad, de vinculárselo con su
afecto.
Por eso purificó la tierra, afincada en el mal, con un diluvio vengador, y llamó a Noé
padre de la nueva generación, persuadiéndolo con suaves palabras, ofreciéndole una
confianza familiar, al mismo tiempo que lo instruía piadosamente sobre el presente y lo
consolaba con su gracia, respecto al futuro. Y no le dio ya órdenes, sino que con el
esfuerzo de su colaboración encerró en el arca las criaturas de todo el mundo, de manera
que el amor que surgía de esta colaboración acabase con el temor de la servidumbre, y se
conservara con el amor común lo que se había salvado con el común esfuerzo.
Por eso también llamó a Abrahán de entre los gentiles, engrandeció su nombre, lo hizo
padre de la fe, lo acompañó en el camino, lo protegió entre los extraños, le otorgó
riquezas, lo honró con triunfos, se le obligó con promesas, lo libró de injurias, se hizo su
huésped bondadoso, lo glorificó con una descendencia de la que ya desesperaba; todo ello
para que, rebosante de tantos bienes, seducido por tamaña dulzura de la caridad divina,
aprendiera a amar a Dios y no a temerlo, a venerarlo con amor y no con temor.
Por eso también consoló en sueños a Jacob en su huida, y a su regreso lo incitó a
combatir y lo retuvo con el abrazo del luchador; para que amase al padre de aquel
combate, y no lo temiese.
Y así mismo interpeló a Moisés en su lengua vernácula, le habló con paterna caridad y
le invitó a ser el liberador de su pueblo.
Pero así que la llama del amor divino prendió en los corazones humanos y toda la
ebriedad del amor de Dios se derramó sobre los humanos sentidos, satisfecho el espíritu
por todo lo que hemos recordado, los hombres comenzaron a querer contemplar a Dios
con sus ojos carnales.
Pero la angosta mirada humana ¿cómo iba a poder abarcar a Dios, al que no abarca
todo el mundo creado? La exigencia del amor no atiende a lo que va a ser, o a lo que debe
o puede ser. El amor ignora el juicio, carece de razón, no conoce la medida. EL amor no se
aquieta ante lo imposible, no se remedia con la dificultad.
El amor es capaz de matar al amante si no puede alcanzar lo deseado; va a donde se
siente arrastrado, no a donde debe ir. El amor engendra el deseo, se crece con el ardor y,
por el ardor, tiende a lo inalcanzable. ¿Y qué más diré?
El amor no puede quedarse sin ver lo que ama: por eso los santos tuvieron en poco
todos sus merecimientos, si no iban a poder ver a Dios.
Moisés se atreve por ello a decir: Si he obtenido tu favor, enséñame tu gloria.
Y otro dice también: Déjame ver tu figura. Incluso los mismos gentiles modelaron sus
ídolos para poder contemplar con sus propios ojos lo que veneraban en medio de sus
errores.
R. Como una madre consuela a su hijo, así yo os consolaré —dice el Señor—: y de
Jerusalén, la ciudad que yo he elegido, os llegará el auxilio: * Al verlo se alegrará vuestro
corazón.
V. Daré la salvación en Sión y mi honor será para Israel.
R. Al verlo se alegrará vuestro corazón.
Oremos:
Despierta, Señor, nuestros corazones y muévelos a preparar los caminos de tu Hijo, para
que por el misterio de su venida podamos servirte con pureza de espíritu. Por nuestro
Señor Jesucristo.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.