El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, lunes, 10 de noviembre de 2025.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Aclamemos al Señor con cantos.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
En el principio, tu Palabra.
Antes que el sol ardiera,
antes del mar y las montañas,
antes de las constelaciones,
nos amó tu Palabra.
Desde tu seno, Padre,
era sonrisa su mirada,
era ternura su sonrisa,
era calor de brasa.
En el principio, tu Palabra.
Todo se hizo de nuevo,
todo salió sin mancha,
desde el arrullo del río
hasta el rocío y la escarcha;
nuevo el canto de los pájaros,
porque habló tu Palabra.
Y nos sigues hablando todo el día,
aunque matemos la mañana
y desperdiciemos la tarde,
y asesinemos la alborada.
Como una espada de fuego,
en el principio, tu Palabra.
Llénanos de tu presencia, Padre;
Espíritu, satúranos de tu fragancia;
danos palabras para responderte,
Hijo, eterna Palabra. Amén.
Antífona 1: ¡Qué bueno es el Dios de Israel para los justos! (T. P. Aleluya).
Salmo 72
POR QUÉ SUFRE EL JUSTO
¡Dichoso el que no se siente defraudado por mí! (Mt 11, 6).
I
¡Qué bueno es Dios para el justo,
el Señor para los limpios de corazón!
Pero yo por poco doy un mal paso,
casi resbalaron mis pisadas:
porque envidiaba a los perversos,
viendo prosperar a los malvados.
Para ellos no hay sinsabores,
están sanos y orondos;
no pasan las fatigas humanas,
ni sufren como los demás.
Por eso su collar es el orgullo,
y los cubre un vestido de violencia;
de las carnes les rezuma la maldad,
el corazón les rebosa de malas ideas.
Insultan y hablan mal,
y desde lo alto amenazan con la opresión.
Su boca se atreve con el cielo.
Y su lengua recorre la tierra.
Por eso mi pueblo se vuelve a ellos
y se bebe sus palabras.
Ellos dicen: "¿Es que Dios lo va a saber,
se va a enterar el Altísimo?"
Así son los malvados:
siempre seguros, acumulan riquezas.
Antífona 2: Su risa se convertirá en llanto, y su alegría en tristeza.
II
Entonces, ¿para qué he limpiado yo mi corazón
y he lavado en la inocencia mis manos?
¿Para qué aguanto yo todo el día
y me corrijo cada mañana?
Si yo dijera: "Voy a hablar con ellos",
renegaría de la estirpe de tus hijos.
Meditaba yo para entenderlo,
pero me resultaba muy difícil;
hasta que entré en el misterio de Dios,
y comprendí el destino de ellos.
Es verdad: los pones en el resbaladero,
los precipitas en la ruina;
en un momento causan horror,
y acaban consumidos de espanto.
Como un sueño al despertar, Señor,
al despertarte desprecias sus sombras.
Antífona 3: Para mí lo bueno es estar junto a Dios, pues los que se alejan de ti se pierden. (T. P. Aleluya).
III
Cuando mi corazón se agriaba
y me punzaba mi interior,
yo era un necio y un ignorante,
yo era un animal ante ti.
Pero yo siempre estaré contigo,
tú agarras mi mano derecha,
me guías según tus planes,
y me llevas a un destino glorioso.
¿No te tengo a ti en el cielo?
Y contigo, ¿qué me importa la tierra?
Se consumen mi corazón y mi carne
por Dios, mi lote perpetuo.
Sí: los que se alejan de ti se pierden;
tú destruyes a los que te son infieles.
Para mí lo bueno es estar junto a Dios,
hacer del Señor mi refugio,
y contar todas tus acciones
en las puertas de Sión.
Del libro del profeta Ezequiel 5, 1-17
CON UNA ACCIÓN SIMBÓLICA SE PREDICE LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN
En aquellos días, el Señor me dirigió la palabra y me dijo:
«Hijo de hombre, coge una cuchilla afilada, coge una navaja barbera y pásatela por la
cabeza y la barba. Después, coge una balanza y haz porciones. Un tercio lo quemarás en
la lumbre en medio de la ciudad, cuando se cumplan los días del asedio; un tercio lo
sacudirás con la espada en torno a la ciudad; un tercio lo esparcirás al viento, y los
perseguiré con la espada desnuda. Recogerás unos cuantos pelos y los meterás en el orillo
del manto; de éstos apartarás algunos y los echarás al fuego, y dejarás que se quemen.
Dirás a la casa de Israel: Esto dice el Señor: Se trata de Jerusalén: la puse en el centro
de los pueblos, rodeada de países y se rebeló contra mis leyes y mandatos pecando más
que otros pueblos, más que los países vecinos; rechazaron mis mandatos y no siguieron
mis leyes.
Por eso, así dice el Señor: Porque fuisteis más rebeldes que los pueblos vecinos, porque
no seguisteis mis leyes ni cumplisteis mis mandatos, ni obrasteis como es costumbre de
los pueblos vecinos, por eso, así dice el Señor: Aquí estoy contra ti para hacer justicia en ti
a la vista de los pueblos. Por tus abominaciones haré en ti cosas que jamás hice ni volveré
a hacer. Por eso, los padres se comerán a sus hijos en medio de ti, y los hijos se comerán
a sus padres; haré justicia en ti, y a tus supervivientes los esparciré a todos los vientos.
Por eso, ¡por mi vida! -oráculo del Señor-, por haber profanado mi santuario con tus
ídolos y abominaciones juro que te rechazaré, no me apiadaré de ti ni te perdonaré. Un
tercio de los tuyos morirán de peste, y el hambre los consumirá dentro de ti; un tercio
caerán a espada alrededor de ti; y al otro tercio los esparciré a todos los vientos y los
perseguiré con la espada desnuda. Agotaré mi ira contra ellos y desfogaré mi cólera hasta
quedarme a gusto; y sabrán que yo, el Señor, hablé con pasión cuando agoté mi cólera
contra ellos.
Te haré escombro y escarnio para los pueblos vecinos a la vista de los que pasen. Serás
escarnio y afrenta, escarmiento y espanto para los pueblos vecinos, cuando haga en ti
justicia con ira y cólera, con castigos terribles. Yo, el Señor, lo he dicho: Dispararé contra
vosotros las flechas fatídicas del hambre, que acabarán con vosotros pues para acabar con
vosotros las dispararé. Os daré hambre con creces y os cortaré el sustento del pan. Mas
daré contra vosotros hambre y fieras salvajes, que os dejarán sin hijos; pasarán por ti
peste y matanza y mandaré contra ti la espada. Yo, el Señor, lo he dicho.»
R. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas! * ¡Cuántas veces he querido agrupar a
tus hijos! Pero no lo habéis querido.
V. Te haré escombro y escarnio para los pueblos vecinos.
R. ¡Cuántas veces he querido agrupar a tus hijos! Pero no lo habéis querido.
De la homilía de un autor del siglo segundo
(Caps. 3,1-4, 5; 7,1-6: Funk 1,149-152)
CONFESEMOS A DIOS CON NUESTRAS OBRAS
Mirad cuán grande ha sido la misericordia del Señor para con nosotros: En primer lugar,
no ha permitido que quienes teníamos la vida sacrificáramos ni adoráramos a dioses
muertos, sino que quiso que, por Cristo, llegáramos al conocimiento del Padre de la
verdad. ¿Qué significa conocerlo a él sino el no apostatar de aquel por quien lo hemos
conocido? El mismo Cristo afirma: Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo
también me pondré de su parte ante mi Padre. Ésta será nuestra recompensa si nos
ponemos de parte de aquel que nos salvó. ¿Y cómo nos pondremos de su parte? Haciendo
lo que nos dice y no desobedeciendo nunca sus mandamientos; honrándolo no solamente
con nuestros labios, sino también con todo nuestro corazón y con toda nuestra mente.
Dice, en efecto, Isaías: Este pueblo me glorifica con los labios, mientras su corazón está
lejos de mí.
No nos contentemos, pues, con llamarlo: "Señor", pues esto solo no nos salvará. Está
escrito, en efecto: No todo el que me dice: "Señor, Señor", se salvará, sino el que practica
la justicia. Por tanto, hermanos, confesémoslo con nuestras obras, amándonos los unos a
los otros. No seamos adúlteros, no nos calumniemos ni nos envidiemos mutuamente,
antes al contrario, seamos castos, compasivos, buenos; debemos también compadecernos
de las desgracias de nuestros hermanos y no buscar desmesuradamente el dinero.
Mediante el ejercicio de estas obras, confesaremos al Señor, en cambio, no lo
confesaremos si practicamos lo contrario a ellas. No es a los hombres a quienes debemos
temer, sino a Dios. Por eso, a los que se comportan mal les dijo el Señor: Aunque vosotros
estuviereis reunidos conmigo, si no cumpliereis mis mandamientos, os rechazaré y os diré:
"No sé quiénes sois. Alejaos de mi, malvados".
Por esto, hermanos míos, luchemos, pues sabemos que el combate ya ha comenzado y
que muchos son llamados a los combates corruptibles, pero no todos son coronados, sino
que el premio se reserva a quienes se han esforzado en combatir debidamente.
Combatamos nosotros de tal forma que merezcamos todos ser coronados. Corramos por
el camino recto, el combate incorruptible, y naveguemos y combatamos en él para que
podamos ser coronados; y, si no pudiéramos todos ser coronados, procuremos acercarnos
lo más posible a la corona. Recordemos, sin embargo, que, si uno lucha en los combates
corruptibles y es sorprendido infringiendo las leyes de la lucha, recibe azotes y es
expulsado fuera del estadio.
¿Qué os parece? ¿Cuál será el castigo de quien infringe las leyes del combate
incorruptible? De los que no guardan el sello, es decir, el compromiso de su bautismo, dice
la Escritura: Su gusano no muere, su fuego no se apaga y serán el horror de todos los
vivientes.
R. Os convertisteis para consagraros al Dios vivo y verdadero, y esperar a su Hijo que ha
de venir de los cielos, al cual resucitó de entre los muertos; * él nos ha salvado de la ira
venidera.
V. Y ahora permaneced en él, para que, cuando se manifieste, cobremos plena confianza y
no nos apartemos de él, confundidos, en su advenimiento.
R. Él nos ha salvado de la ira venidera.
Oremos:
Dios omnipotente y misericordioso, aparta de nosotros todos los males, para que, bien
dispuesto nuestro cuerpo y nuestro espíritu, podamos libremente cumplir tu voluntad. Por
nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.