Oficio de Lectura - MARTES III SEMANA DE CUARESMA 2025

El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de ayer, martes, 25 de marzo de 2025.

Invitatorio

Notas

  • Si el Oficio ha de ser rezado a solas, puede decirse la siguiente oración:

    Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
  • El Invitatorio se dice como introducción a todo el conjunto de la oración cotidiana; por ello se antepone o bien al Oficio de lectura o bien a las Laudes, según se comience el día por una u otra acción litúrgica.
  • Cuando se reza individualmente, basta con decir la antífona una sola vez al inicio del salmo. Por lo tanto, no es necesario repetirla al final de cada estrofa.

V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Antifona: Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.

  • Salmo 94
  • Salmo 99
  • Salmo 66
  • Salmo 23

Invitación a la alabanza divina

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

(Se repite la antífona)

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

(Se repite la antífona)

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

(Se repite la antífona)

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

(Se repite la antífona)

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Alegría de los que entran en el templo

El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

(Se repite la antífona)

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

(Se repite la antífona)

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

(Se repite la antífona)

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Que todos los pueblos alaben al Señor

Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Entrada solemne de Dios en su templo

Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

(Se repite la antífona)

—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

(Se repite la antífona)

—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

(Se repite la antífona)

—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Oficio de Lectura

Notas

  • Si el Oficio de lectura se reza antes de Laudes, se empieza con el Invitatorio, como se indica al comienzo. Pero si antes se ha rezado ya alguna otra Hora del Oficio, se comienza con la invocación mostrada en este formulario.
  • Cuando el Oficio de lectura forma parte de la celebración de una vigilia dominical o festiva prolongada (Principios y normas generales de la Liturgia de las Horas, núm. 73), antes del himno Te Deum se dicen los cánticos correspondientes y se proclama el evangelio propio de la vigilia dominical o festiva, tal como se indica en Vigilias.
  • Además de los himnos que aparecen aquí, pueden usarse, sobre todo en las celebraciones con el pueblo, otros cantos oportunos y debidamente aprobados.
  • Si el Oficio de lectura se dice inmediatamente antes de otra Hora del Oficio, puede decirse como himno del Oficio de lectura el himno propio de esa otra Hora; luego, al final del Oficio de lectura, se omite la oración y la conclusión y se pasa directamente a la salmodia de la otra Hora, omitiendo su versículo introductorio y el Gloria al Padre, etc.
  • Cada día hay dos lecturas, la primera bíblica y la segunda hagiográfica, patrística o de escritores eclesiásticos.

Invocación

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

  • Himno 1
  • Himno 2

Mirad las estrellas fulgentes brillar,
sus luces anuncian que Dios ahí está,
la noche en silencio, la noche en su paz,
murmura esperanzas cumpliéndose ya.

Los ángeles santos, que vienen y van,
preparan caminos por donde vendrá
el Hijo del Padre, el Verbo eternal,
al mundo del hombre en carne mortal.

Abrid vuestras puertas, ciudades de paz,
que el Rey de la gloria ya pronto vendrá;
abrid corazones, hermanos, cantad
que vuestra esperanza cumplida será.

Los justos sabían que el hambre de Dios
vendría a colmarla el Dios del Amor,
su Vida es su vida, su Amor es su amor
serían un día su gracia y su don.

Ven pronto, Mesías, ven pronto, Señor,
los hombres hermanos esperan tu voz,
tu luz, tu mirada, tu vida, tu amor.
Ven pronto, Mesías, sé Dios Salvador. Amén.

Para los sábados

Dame tu mano, María,
la de las tocas moradas;
clávame tus siete espadas
en esta carne baldía.
Quiero ir contigo en la impía
tarde negra y amarilla.
Aquí, en mi torpe mejilla,
quiero ver si se retrata
esa lividez de plata,
esa lágrima que brilla.
Déjame que te restañe
ese llanto cristalino
y a la vera del camino
permite que te acompañe.
Deja que en lágrimas bañe
la orla negra de tu manto
a los pies del árbol santo,
donde tu fruto se mustia.
Capitana de la angustia:
no quiero que sufras tanto.
Qué lejos, Madre, la cuna
y tus gozos de Belén:
"No, mi Niño, no. No hay quien
de mis brazos te desuna".
Y rayos tibios de luna,
entre las pajas de miel,
le acariciaban la piel
sin despertarle. ¡Qué larga
es la distancia y qué amarga
de Jesús muerto a Emmanuel! Amén

Salmodia

Antífona 1: Se levanta Dios, y huyen de su presencia los que lo odian. (T. P. Aleluya).

Salmo 67

ENTRADA TRIUNFAL DEL SEÑOR

Subiendo a la altura, llevó cautivos y dio dones a los hombres (Ef 4, 8).

Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos,
huyen de su presencia los que lo odian;
como el humo se disipa, se disipan ellos;
como se derrite la cera ante el fuego,
así perecen los impíos ante Dios.
En cambio, los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.
Cantad a Dios, tocad en su honor,
alfombrad el camino del que avanza por el desierto;
su nombre es el Señor:
alegraos en su presencia.
Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.
Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece;
sólo los rebeldes
se quedan en la tierra abrasada.
Oh Dios, cuando salías al frente de tu pueblo
y avanzabas por el desierto,
la tierra tembló, el cielo destiló
ante Dios, el Dios del Sinaí;
ante Dios, el Dios de Israel.
Derramaste en tu heredad, oh Dios, una lluvia copiosa,
aliviaste la tierra extenuada;
y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres.

Antífona 2: Nuestro Dios es un Dios que salva, el Señor Dios nos hace escapar de la muerte. (T. P. Aleluya).

II

El Señor pronuncia un oráculo,
millares pregonan la alegre noticia:
"los reyes, los ejércitos van huyendo, van huyendo;
las mujeres reparten el botín.
Mientras reposabais en los apriscos,
las palomas batieron sus alas de plata,
el oro destellaba en sus plumas.
Mientras el Todopoderoso dispersaba a los reyes,
la nieve bajaba sobre el Monte Umbrío".
Las montañas de Basán son altísimas,
las montañas de Basán son escarpadas;
¿por qué tenéis envidia, montañas escarpadas,
del monte escogido por Dios para habitar,
morada perpetua del Señor?
Los carros de Dios son miles y miles:
Dios marcha del Sinaí al santuario.
Subiste a la cumbre llevando cautivos,
te dieron tributo de hombres:
incluso los que se resistían
a que el Señor Dios tuviera una morada.
Bendito el Señor cada día,
Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación.
Nuestro Dios es un Dios que salva,
el Señor Dios nos hace escapar de la muerte.
Dios aplasta las cabezas de sus enemigos,
los cráneos de los malvados contumaces.
Dice el Señor: "Los traeré desde Basán,
los traeré desde el fondo del mar;
teñirás tus pies en la sangre del enemigo
y los perros la lamerán con sus lenguas".

Antífona 3: Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor. (T. P. Aleluya).

III

Aparece tu cortejo, oh Dios,
el cortejo de mi Dios, de mi Rey,
hacia el santuario.
Al frente, marchan los cantores;
los últimos, los tocadores de arpa;
en medio, las muchachas van tocando panderos.
"En el bullicio de la fiesta, bendecid a Dios,
al Señor, estirpe de Israel".
Va delante Benjamín, el más pequeño;
los príncipes de Judá con sus tropeles;
los príncipes de Zabulón,
los príncipes de Neftalí.
Oh Dios, despliega tu poder,
tu poder, oh Dios, que actúa en favor nuestro.
A tu templo de Jerusalén
traigan los reyes su tributo.
Reprime a la fiera del cañaveral,
al tropel de los toros,
a los novillos de los pueblos.
Que se te rindan con lingotes de plata:
dispersa las naciones belicosas.
Lleguen los magnates de Egipto,
Etiopía extienda sus manos a Dios.
Reyes de la tierra, cantad a Dios,
tocad para el Señor,
que avanza por los cielos,
los cielos antiquísimos,
que lanza su voz, su voz poderosa:
"reconoced el poder de Dios".
Sobre Israel resplandece su majestad,
y su poder sobre las nubes.
Desde el santuario, Dios impone reverencia:
es el Dios de Israel
quien da fuerza y poder a su pueblo.
¡Dios sea bendito!

Versículo

V. Ahora es el tiempo propicio.
R. Ahora es el día de la salvación.

Lecturas

Primera Lectura

De la carta a los Hebreos 3, 1-19

JESÚS, APÓSTOL DE NUESTRA FE

Hermanos, vosotros que habéis sido consagrados a Dios y sois participantes de una
vocación celeste, poned vuestra consideración en el apóstol y sumo sacerdote de la fe queprofesamos, en Jesús. Él es fiel hacia aquel que lo constituyó para esa misión, como lo fue
también Moisés en todo para con la casa de Dios. Pero él ha sido juzgado digno de tanta
mayor gloria que Moisés, cuanto supera en dignidad a la casa misma aquel que la
construyó. Todas las casas tienen su constructor, pero el hacedor de todas las cosas es
Dios. Moisés fue fiel a toda la casa de Dios, en su calidad de servidor, cuya tarea fue la de
dar testimonio sobre la verdad de cuanto había de revelarse. En cambio, Cristo es fiel en
su calidad de Hijo al frente de su propia casa. Y su casa somos nosotros, si mantenemos
hasta el fin la firmeza y la alegría confiada de nuestra esperanza.
Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: «Hoy, si escucháis su voz, no endurezcáis el
corazón como en aquella rebelión en el desierto, cuando vuestros padres me pusieron a
prueba y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras durante cuarenta años. Por eso
me irrité contra aquella generación, y dije: "Es un pueblo de corazón extraviado, que no
reconoce mi camino; por eso he jurado en mi cólera que no entrarán en mi descanso.”»
Mirad, hermanos, que no tenga nadie un corazón malo e incrédulo, que lo lleve a
apartarse del Dios vivo. Animaos unos a otros, día tras día, mientras perdura el «hoy»,
para que ninguno de vosotros «se endurezca» en la seducción del pecado. Porque hemos
llegado a ser partícipes de Cristo, a condición de que mantengamos firme hasta el fin
nuestra confianza primera.
Cuando se dice: «Hoy, si escucháis su voz, no endurezcáis el corazón como en aquella
rebelión», ¿quiénes son los que se rebelaron después de «haber escuchado la voz» de
Dios? ¿No fueron acaso todos los que salieron de Egipto a las órdenes de Moisés? ¿Contra

quiénes «se irritó Dios por espacio de cuarenta años»? ¿No acaso contra los que pecaron
y cuyos «cadáveres quedaron en el desierto»? ¿Y a quiénes «juró que no entrarían en su
descanso» sino a los rebeldes? Y así, efectivamente, vemos que no pudieron entrar debido
a su incredulidad.

Responsorio Hb 3, 6; Ef 2, 21

R. Cristo es fiel en su calidad de Hijo al frente de su propia casa; * y su casa somos
nosotros.
V. Por Cristo todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un
templo consagrado al Señor.
R. Y su casa somos nosotros.

Segunda Lectura

De los sermones de san Pedro Crisólogo, obispo
(Sermón 43: PL 52, 320. 322)

LA ORACIÓN LLAMA, EL AYUNO INTERCEDE, LA MISERICORDIA RECIBE

Tres son, hermanos, los resortes que hacen que la fe se mantenga firme, la devoción
sea constante, y la virtud permanente. Estos tres resortes son: la oración, el ayuno y la
misericordia. Porque la oración llama, el ayuno intercede, la misericordia recibe. Oración,
misericordia y ayuno constituyen una sola y única cosa, y se vitalizan recíprocamente.
El ayuno, en efecto, es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno.
Que nadie trate de dividirlos, pues no pueden separarse. Quien posee uno solo de los tres,
si al mismo tiempo no posee los otros, no posee ninguno. Por tanto, quien ora, que ayune;
quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al
suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le
suplica.
Que el que ayuna entienda bien lo que es el ayuno; que preste atención al
hambriento quien quiere que Dios preste atención a su hambre; que se compadezca quien
espera misericordia; que tenga piedad quien la busca; que responda quien desea que Dios
le responda a él. Es un indigno suplicante quien pide para sí lo que niega a otro.
Díctate a ti mismo la norma de la misericordia, de acuerdo con la manera, la cantidad
y la rapidez con que quieres que tengan misericordia contigo. Compadécete tan pronto
como quisieras que los otros se compadezcan de ti.
En consecuencia, la oración, la misericordia y el ayuno deben ser como un único
intercesor en favor nuestro ante Dios, una única llamada, una única y triple petición.
Recobremos con ayunos lo que perdimos por el desprecio; inmolemos nuestras almas
con ayunos, porque no hay nada mejor que podamos ofrecer a Dios, de acuerdo con lo
que el profeta dice: Mi sacrificio es un espíritu quebrantado: un corazón quebrantado y
humillado tú no lo desprecias. Hombre, ofrece a Dios tu alma, y ofrece la oblación del
ayuno, para que sea una hostia pura, un sacrificio santo, una víctima viviente, provechosa
para ti y acepta a Dios. Quien no dé esto a Dios no tendrá excusa, porque no hay nadie
que no se posea a sí mismo para darse.
Mas, para que estas ofrendas sean aceptadas, tiene que venir después la
misericordia; el ayuno no germina si la misericordia no lo riega, el ayuno se torna
infructuoso si la misericordia no lo fecundiza: lo que es la lluvia para la tierra, eso mismo
es la misericordia para el ayuno. Por más que perfeccione su corazón, purifique su carne,
desarraigue los vicios y siembre las virtudes, como no produzca caudales de misericordia,
el que ayuna no cosechará fruto alguno.
Tú que ayunas, piensa que tu campo queda en ayunas si ayuna tu misericordia; lo
que siembras en misericordia, eso mismo rebosará en tu granero. Para que no pierdas a

fuerza de guardar, recoge a fuerza de repartir; al dar al pobre, te haces limosna a ti
mismo: porque lo que dejes de dar a otro no lo tendrás tampoco para ti.

Responsorio Tb 12, 8. 9

R. Buena es la oración con el ayuno y la limosna; * pues purifica de todo pecado.
V. Ella hace alcanzar misericordia y obtiene la vida eterna.
R. Pues purifica de todo pecado.

Oración

Oremos:

Señor, que tu gracia no nos abandone, para que, entregados plenamente a tu servicio,
sintamos sobre nosotros tu protección continua. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.

Conclusión

Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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