El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de ayer, domingo, 21 de diciembre de 2025. Otras celebraciones del día: San Pedro Canisio, presbítero y doctor de la Iglesia .
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: El Señor está cerca, venid, adorémosle.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
La pena que la tierra soportaba
a causa del pecado, se ha trocado
en canto que brota jubiloso,
en labios de María pronunciado.
El sí de las promesas ha llegado,
la alianza se cumple, poderosa,
el Verbo eterno de los cielos
con nuestra débil carne se desposa.
Misterio que sólo la fe alcanza,
María es nuevo templo de la gloria,
rocío matinal, nube que pasa,
luz nueva en presencia misteriosa.
A Dios sea la gloria eternamente,
y al Hijo suyo amado, Jesucristo,
el que quiso nacer para nosotros
y darnos su Espíritu divino. Amén.
Antífona 1: Mirad, viene ya el Rey excelso, con gran poder, para salvar a todos los pueblos. Aleluya.
Salmo 23
ENTRADA SOLEMNE DE DIOS EN SU TEMPLO
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que como hombre sube al cielo (S. Ireneo).
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
— ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
— El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
— Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
Antífona 2: Alégrate y goza, hija de Jerusalén: mira a tu Rey que viene. No temas, Sión, tu salvación está cerca.
Salmo 65
HIMNO PARA UN SACRIFICIO DE ACCIÓN DE GRACIAS
Este salmo habla de la resurrección de Cristo y de la conversión de los gentiles (Hesiquio).
I
Aclamad al Señor, tierra entera;
tocad en honor de su nombre,
cantad himnos a su gloria.
Decid a Dios: "¡Qué temibles son tus obras,
por tu inmenso poder tus enemigos te adulan!"
Que se postre ante ti la tierra entera,
que toquen en tu honor,
que toquen para tu nombre.
Venid a ver las obras de Dios,
sus temibles proezas en favor de los hombres:
transformó el mar en tierra firme,
a pie atravesaron el río.
Alegrémonos con Dios,
que con su poder gobierna eternamente;
sus ojos vigilan a las naciones,
para que no se subleven los rebeldes.
Bendecid, pueblos, a nuestro Dios,
haced resonar sus alabanzas,
porque él nos ha devuelto la vida
y no dejó que tropezaran nuestros pies.
Oh Dios, nos pusiste a prueba,
nos refinaste como refinan la plata;
nos empujaste a la trampa,
nos echaste a cuestas un fardo:
sobre nuestro cuello cabalgaban,
pasamos por fuego y por agua,
pero nos has dado respiro.
Antífona 3: Salgamos con corazón limpio a recibir al Rey supremo, porque está para venir y no tardará.
II
Entraré en tu casa con víctimas,
para cumplirte mis votos:
los que pronunciaron mis labios
y prometió mi boca en el peligro.
Te ofreceré víctimas cebadas,
te quemaré carneros,
inmolaré bueyes y cabras.
Fieles de Dios, venid a escuchar,
os contaré lo que ha hecho conmigo:
a él gritó mi boca
y lo ensalzó mi lengua.
Si hubiera tenido yo mala intención,
el Señor no me habría escuchado;
pero Dios me escuchó,
y atendió a mi voz suplicante.
Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica
ni me retiró su favor.
V. Señor, Dios nuestro, restáuranos.
R. Haz brillar tu rostro sobre nosotros y sálvanos.
Del libro del profeta Isaías 42, 10-25
HIMNO AL DIOS SALVADOR. CEGUERA DE ISRAEL
Cantad al Señor un cántico nuevo, su loor desde los confines de la tierra. Que le cante
el mar y cuanto contiene, las islas y sus habitantes. Alcen la voz el desierto y sus
ciudades, las explanadas en que habita Quedar. Aclamen los habitantes de Petra, desde la
cima de los montes vociferen. Den gloria al Señor, su loor en las islas publiquen.
El Señor como un bravo sale, su furor despierta como el de un guerrero; grita y
vocifera, contra sus enemigos se muestra valeroso. «Estaba mudo desde mucho ha, había
ensordecido, me había reprimido. Como parturienta grito, resoplo y jadeo
entrecortadamente. Derribaré montes y cedros, y todo su césped secaré; convertiré los
ríos en tierra firme y las lagunas secaré. Haré andar a los ciegos por un camino que no
conocían, por senderos que no conocían les encaminaré. Trocaré delante de ellos la
tiniebla en luz, y lo tortuoso en llano. Estas cosas haré, y no las omitiré.»
Retroceded, confusos de vergüenza, los que confiáis en ídolos, los que decís a la
estatua fundida: «Vosotros sois nuestros dioses.» ¡Sordos, oíd! ¡Ciegos, mirad y ved!
¿Quién está ciego, sino mi siervo? ¿Y quién tan sordo como el mensajero a quien envío?
(¿Quién es tan ciego como el enviado y tan sordo como el siervo del Señor?) Por más que
has visto, no has hecho caso; mucho abrir las orejas, pero no has oído.
El Señor se interesa, por causa de su justicia, en engrandecer y dar lustre a la Ley. Pero
es un pueblo saqueado y despojado, han sido atrapados en agujeros todos ellos, y en
cárceles han sido encerrados. Se les despojaba y no había quien salvase; se les depredaba
y nadie decía: «¡Devuelve!»
¿Quién de vosotros escuchará esto, atenderá y hará caso para el futuro? ¿Quién
entregó al pillaje a Jacob, y a Israel a los saqueadores? ¿No ha sido el Señor, contra quien
pecamos, rehusamos andar por sus caminos, y no escuchamos sus instrucciones? Vertió
sobre él el ardor de su ira, y la violencia de la guerra le abrasó, por todos lados sin que se
apercibiese, le consumió, sin que él
reflexionase.
R. Conduciré a los ciegos por el camino que no conocen, los guiaré por senderos que
ignoran; * ante ellos convertiré la tiniebla en luz, lo escabroso en llano.
V. El que me sigue no camina en tinieblas.
R. Ante ellos convertiré la tiniebla en luz, lo escabroso en llano.
De la Exposición de san Ambrosio, obispo, sobre el evangelio de san Lucas
(Libro 2,19. 22-23. 26-27: CCL 14, 39-42)
LA VISITACIÓN DE SANTA MARÍA VIRGEN
El ángel que anunciaba los misterios, para llevar a la fe mediante algún ejemplo,
anunció a la Virgen María la maternidad de una mujer estéril y ya entrada en años,
manifestando así que Dios puede hacer todo cuanto le place.
Desde que lo supo, María, no por falta de fe en la profecía, no por incertidumbre
respecto al anuncio, no por duda acerca del ejemplo indicado por el ángel, sino con el
regocijo de su deseo, como quien cumple un piadoso deber, presurosa por el gozo, se
dirigió a las montañas.
Llena de Dios de ahora en adelante, ¿cómo no iba a elevarse apresuradamente hacia
las alturas? La lentitud en el esfuerzo es extraña a la gracia del Espíritu. Bien pronto se
manifiestan los beneficios de la llegada de María y de la presencia del Señor; pues en el
momento mismo en que Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre, y
ella se llenó del Espíritu Santo.
Considera la precisión y exactitud de cada una de las palabras: Isabel fue la primera en
oír la voz, pero Juan fue el primero en experimentar la gracia, porque Isabel escuchó
según las facultades de la naturaleza, pero Juan, en cambio, se alegró a causa del
misterio. Isabel sintió la proximidad de María, Juan la del Señor; la mujer oyó la salutación
de la mujer, el hijo sintió la presencia del Hijo; ellas proclaman la gracia, ellos, viviéndola
interiormente, logran que sus madres se aprovechen de este don hasta tal punto que, con
un doble milagro, ambas empiezan a profetizar por inspiración de sus propios hijos.
El niño saltó de gozo y la madre fue llena del Espíritu Santo, pero no fue enriquecida la
madre antes que el hijo, sino que, después que fue repleto el hijo, quedó también
colmada la madre. Juan salta de gozo y María se alegra en su espíritu. En el momento que
Juan salta de gozo, Isabel se llena del Espíritu, pero, si observas bien, de María no se dice
que fuera llena del Espíritu, sino que se afirma únicamente que se alegró en su espíritu
(pues en ella actuaba ya el Espíritu de una manera incomprensible); en efecto: Isabel fue
llena del Espíritu después de concebir; María, en cambio, lo fue ya antes de concebir,
porque de ella se dice: ¡Dichosa tú que has creído!
Pero dichosos también vosotros, porque habéis oído y creído; pues toda alma creyente
concibe y engendra la Palabra de Dios y reconoce sus obras.
Que en todos resida el alma de María para glorificar al Señor; que en todos esté el
espíritu de María para alegrarse en Dios. Porque si corporalmente no hay más que una
madre de Cristo, en cambio, por la fe, Cristo es el fruto de todos; pues toda alma recibe la
Palabra de Dios, a condición de que, sin mancha y preservada de los vicios, guarde la
castidad con una pureza intachable.
Toda alma, pues, que llega a tal estado proclama la grandeza del Señor, igual que el
alma de María la ha proclamado, y su espíritu se ha alegrado en Dios Salvador.
El Señor, en efecto, es engrandecido, según puede leerse en otro lugar: Proclamad
conmigo la grandeza del Señor. No porque con la palabra humana pueda añadirse algo a
Dios, sino porque él queda engrandecido en nosotros. Pues Cristo es la imagen de Dios y,
por esto, el alma que obra justa y religiosamente engrandece esa imagen de Dios, a cuya
semejanza ha sido creada, y, al engrandecerla, también la misma alma queda
engrandecida por una mayor participación de la grandeza divina.
R. Dichosa tú que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. Y dijo María:
* «Proclama mi alma la grandeza del Señor.»
V. Venid a escuchar, os contaré lo que Dios ha hecho conmigo.
R. Proclama mi alma la grandeza del Señor.
Se dice el Te Deum
Oremos:
Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del ángel, hemos conocido
la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos por su pasión y su cruz a la gloria de la
resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.