El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de ayer, miércoles, 6 de noviembre de 2024.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Adoremos al Señor, creador nuestro.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Con entrega, Señor, a ti venimos,
escuchar tu palabra deseamos;
que el Espíritu ponga en nuestros labios
la alabanza al Padre de los cielos.
Se convierta en nosotros la palabra
en la luz que a los hombres ilumina,
en la fuente que salta hasta la vida,
en el pan que repara nuestras fuerzas;
en el himno de amor y de alabanza
que se canta en el cielo eternamente,
y en la carne de Cristo se hizo canto
de la tierra y del cielo juntamente.
Gloria a ti, Padre nuestro, y a tu Hijo,
el Señor Jesucristo, nuestro hermano,
y al Espíritu Santo, que, en nosotros,
glorifica tu nombre por los siglos. Amén.
Antífona 1: La misericordia y fidelidad te preceden, Señor. (T. P. Aleluya).
Salmo 88, 2-38
LAS MISERICORDIAS DEL SEÑOR SOBRE LA CASA DE DAVID
Según lo prometido, Dios sacó de la descendencia de David un Salvador, Jesús (Hech 13, 22-23).
Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: "Tu misericordia es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad".
Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David, mi siervo:
"te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades".
El cielo proclama tus maravillas, Señor,
y tu fidelidad, en la asamblea de los ángeles.
¿Quién sobre las nubes se compara a Dios?
¿Quién como el Señor entre los seres divinos?
Dios es temible en el consejo de los ángeles,
es grande y terrible para toda su corte.
Señor de los ejércitos, ¿quién como tú?
El poder y la fidelidad te rodean.
Tú domeñas la soberbia del mar
y amansas la hinchazón del oleaje;
tú traspasaste y destrozaste a Rahab,
tu brazo potente desbarató al enemigo.
Tuyo es el cielo, tuya es la tierra;
tú cimentaste el orbe y cuanto contiene;
tú has creado el norte y el sur,
el Tabor y el Hermón aclaman tu nombre.
Tienes un brazo poderoso:
fuerte es tu izquierda y alta tu derecha.
Justicia y derecho sostienen tu trono,
misericordia y fidelidad te preceden.
Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:
caminará, oh Señor, a la luz de tu rostro;
tu nombre es su gozo cada día,
tu justicia es su orgullo.
Porque tú eres su honor y su fuerza,
y con tu favor realzas nuestro poder.
Porque el Señor es nuestro escudo,
y el Santo de Israel nuestro rey.
Antífona 2: El Hijo de Dios nació según la carne de la estirpe de David. (T. P. Aleluya).
II
Un día hablaste en visión a tus amigos:
"He ceñido la corona a un héroe,
he levantado a un soldado sobre el pueblo.
Encontré a David, mi siervo,
y lo he ungido con óleo sagrado;
para que mi mano esté siempre con él
y mi brazo lo haga valeroso;
no lo engañará el enemigo
ni los malvados lo humillarán;
ante él desharé a sus adversarios
y heriré a los que lo odian.
Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán
por mi nombre crecerá su poder:
extenderé su izquierda hasta el mar,
y su derecha hasta el Gran Río.
Él me invocará: "Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora";
y lo nombraré mi primogénito,
excelso entre los reyes de la tierra.
Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable;
le daré una posteridad perpetua
y un trono duradero como el cielo".
Antífona 3: Juré una vez a David, mi siervo: «Tu linaje será perpetuo». (T. P. Aleluya).
III
"Si sus hijos abandonan mi ley
y no siguen mis mandamientos,
si profanan mis preceptos
y no guardan mis mandatos,
castigaré con la vara sus pecados
y a latigazos sus culpas;
pero no les retiraré mi favor
ni desmentiré mi fidelidad,
no violaré mi alianza
ni cambiaré mis promesas.
Una vez juré por mi santidad
no faltar a mi palabra con David:
"Su linaje será perpetuo,
y su trono como el sol en mi presencia,
como la luna, que siempre permanece:
su solio será más firme que el cielo".
Del libro de la Sabiduría 11, 20b-12, 2. 11b-19
MISERICORDIA DE DIOS CON LOS PECADORES
Señor, tú todo lo dispusiste con número, peso y medida, pues el actuar con inmenso
poder siempre está en tu mano. ¿Quién podrá resistir la fuerza de tu brazo? Pues el
mundo entero es ante ti como un granito de polvo que ni siquiera hace inclinarse la
balanza, como la gota de rocío que a la mañana cae sobre la tierra.
Te compadeces de todos porque todo lo puedes y disimulas los pecados de los hombres
para que se arrepientan. Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces, pues
si algo odiases, no lo hubieras creado. Y ¿cómo podría subsistir cosa alguna que no
hubieses querido? ¿Cómo se conservaría si no la hubieses llamado? Mas tú todo lo
perdonas porque todo es tuyo, Señor que amas la vida.
Tu espíritu imperecedero está en todas las cosas. Por eso mismo corriges poco a poco a
los que caen; los amonestas despertando la conciencia de sus pecados, para que se
aparten del mal y crean en ti, Señor; pero no dejas sin castigo, por respeto a nadie, sus
pecados.
¿Quién podría decirte: «Qué has hecho»? ¿Quién se opondría a tu sentencia? ¿Quién te
citaría a juicio por destruir naciones por ti creadas? ¿Quién se alzaría contra ti como
vengador de hombres culpables? No, fuera de ti no hay un Dios que cuide de todas las
cosas, a quien tengas que dar cuenta de la justicia de tus juicios; ni hay rey ni soberano
que se te enfrente en favor de los que castigas. Sino que, como eres justo, con justicia
todo lo gobiernas y miras como extraño a tu poder el condenar a quien no merece ser
castigado. Tu fuerza es el principio de tu justicia y tu señorío sobre todos los seres te hace
indulgente con todos ellos. Ostentas tu fuerza con los que no creen en tu soberano poder
y confundes la audacia de los que lo conocen. Dueño de tu fuerza, juzgas con moderación
y nos gobiernas con extremada indulgencia porque, con sólo quererlo, lo puedes todo.
Obrando así enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano y diste a tus hijos la
dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento.
R. Señor, te compadeces de todos y nada de lo que hiciste aborreces; disimulas los
pecados de los hombres para que se arrepientan y los perdonas; * porque tú eres, Señor,
nuestro Dios.
V. Sálvanos, Dios del universo, míranos y muéstranos la luz de tu misericordia.
R. Porque tú eres, Señor, nuestro Dios.
De las catequesis de san Cirilo de Jerusalén, obispo
(Catequesis 5, Sobre la fe y el símbolo, 10-11: PG 33, 518-519)
LA FE REALIZA OBRAS QUE SUPERAN LAS FUERZAS HUMANAS
La fe, aunque por su nombre es una, tiene dos realidades distintas. Hay, en efecto, una
fe por la que se cree en los dogmas y que exige que el espíritu atienda y la voluntad se
adhiera a determinadas verdades; esta fe es útil al alma, como lo dice el mismo Señor:
Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no se le llamará a
juicio; y añade: El que cree en el Hijo no está condenado, sino que ha pasado ya de la
muerte a la vida.
¡Oh gran bondad de Dios para con los hombres! Los antiguos justos, ciertamente,
pudieron agradar a Dios empleando para este fin los largos años de su vida; mas lo que
ellos consiguieron con su esforzado y generoso servicio de muchos años, eso mismo te
concede a ti Jesús realizarlo en un solo momento. Si, en efecto, crees que Jesucristo es el
Señor y que Dios lo resucitó de entre los muertos, conseguirás la salvación y serás llevado
al paraíso por aquel mismo que recibió en su reino al buen ladrón. No desconfíes ni dudes
de si ello va a ser posible o no: el que salvó en el Gólgota al ladrón a causa de una sola
hora de fe, él mismo te salvará también a ti si creyeres.
La otra clase de fe es aquella que Cristo concede a algunos como don gratuito: Uno
recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo
Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo
Espíritu, don de curar.
Esta gracia de fe que da el Espíritu no consiste solamente en una fe dogmática, sino
también en aquella otra fe capaz de realizar obras que superan toda posibilidad humana;
quien tiene esta fe podría decir a una montaña que viniera aquí, y vendría. Cuando uno,
guiado por esta fe, dice esto y cree sin dudar en su corazón que lo que dice se realizará,
entonces este tal ha recibido el don de esta fe.
Es de esta fe de la que se afirma: Si fuera vuestra fe como un grano de mostaza.
Porque así como el grano de mostaza, aunque pequeño en tamaño, está dotado de una
fuerza parecida a la del fuego y, plantado aunque sea en un lugar exiguo, produce
grandes ramas hasta tal punto que pueden cobijarse en él las aves del cielo, así también
la fe, cuando arraiga en el alma, en pocos momentos realiza grandes maravillas. El alma,
en efecto, iluminada por esta fe, alcanza a concebir en su mente una imagen de Dios, y
llega incluso hasta contemplar al mismo Dios en la medida en que ello es posible; le es
dado recorrer los límites del universo y ver, antes del fin del mundo, el juicio futuro y la
realización de los bienes prometidos.
Procura, pues, llegar a aquella fe que de ti depende y que conduce al Señor a quien la
posee, y así el Señor te dará también aquella otra que actúa por encima de las fuerzas
humanas.
R. Sabiendo que el hombre no se justifica por cumplir la ley, sino por creer en Cristo
Jesús, * también nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en
él.
V. Dios ha propuesto a Cristo como instrumento de propiciación, por su propia sangre y
mediante la fe.
R. También nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en él.
Oremos:
Señor de poder y de misericordia, que has querido hacer digno y agradable por favor
tuyo el servicio de tus fieles, concédenos caminar sin tropiezos hacia los bienes que nos
prometes. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.