Oficio de Lectura - MIÉRCOLES SANTO 2024

El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de ayer, miércoles, 27 de marzo de 2024.

Invitatorio

Notas

  • Si el Oficio ha de ser rezado a solas, puede decirse la siguiente oración:

    Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
  • El Invitatorio se dice como introducción a todo el conjunto de la oración cotidiana; por ello se antepone o bien al Oficio de lectura o bien a las Laudes, según se comience el día por una u otra acción litúrgica.
  • Cuando se reza individualmente, basta con decir la antífona una sola vez al inicio del salmo. Por lo tanto, no es necesario repetirla al final de cada estrofa.

V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Antifona: Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.

  • Salmo 94
  • Salmo 99
  • Salmo 66
  • Salmo 23

Invitación a la alabanza divina

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

(Se repite la antífona)

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

(Se repite la antífona)

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

(Se repite la antífona)

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

(Se repite la antífona)

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Alegría de los que entran en el templo

El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

(Se repite la antífona)

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

(Se repite la antífona)

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

(Se repite la antífona)

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Que todos los pueblos alaben al Señor

Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Entrada solemne de Dios en su templo

Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

(Se repite la antífona)

—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

(Se repite la antífona)

—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

(Se repite la antífona)

—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Oficio de Lectura

Notas

  • Si el Oficio de lectura se reza antes de Laudes, se empieza con el Invitatorio, como se indica al comienzo. Pero si antes se ha rezado ya alguna otra Hora del Oficio, se comienza con la invocación mostrada en este formulario.
  • Cuando el Oficio de lectura forma parte de la celebración de una vigilia dominical o festiva prolongada (Principios y normas generales de la Liturgia de las Horas, núm. 73), antes del himno Te Deum se dicen los cánticos correspondientes y se proclama el evangelio propio de la vigilia dominical o festiva, tal como se indica en Vigilias.
  • Además de los himnos que aparecen aquí, pueden usarse, sobre todo en las celebraciones con el pueblo, otros cantos oportunos y debidamente aprobados.
  • Si el Oficio de lectura se dice inmediatamente antes de otra Hora del Oficio, puede decirse como himno del Oficio de lectura el himno propio de esa otra Hora; luego, al final del Oficio de lectura, se omite la oración y la conclusión y se pasa directamente a la salmodia de la otra Hora, omitiendo su versículo introductorio y el Gloria al Padre, etc.
  • Cada día hay dos lecturas, la primera bíblica y la segunda hagiográfica, patrística o de escritores eclesiásticos.

Invocación

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

  • Himno 1

¡Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza!

Cantemos la nobleza de esta guerra,
el triunfo de la sangre y del madero;
y un Redentor, que en trance de Cordero,
sacrificado en cruz, salvó la tierra.

Dolido mi Señor por el fracaso
de Adán, que mordió muerte en la manzana,
otro árbol señaló, de flor humana,
que reparase el daño paso a paso.

Y así dijo el Señor: "¡Vuelva la Vida,
y que el Amor redima la condena!"
La gracia está en el fondo de la pena,
y la salud naciendo de la herida.

¡Oh plenitud del tiempo consumado!
Del seno de Dios Padre en que vivía,

ved la Palabra entrando por María
en el misterio mismo del pecado.

¿Quién vio en más estrechez gloria más plena,
y a Dios como el menor de los humanos?
Llorando en el pesebre, pies y manos
le faja una doncella nazarena.

En plenitud de vida y de sendero,
dio el paso hacia la muerte porque él quiso.
Mirad de par en par el paraíso
abierto por la fuerza de un Cordero.

Vinagre y sed la boca, apenas gime;
y, al golpe de los clavos y la lanza,
un mar de sangre fluye, inunda, avanza
por tierra, mar y cielo, y los redime.

Ablándate, madero, tronco abrupto
de duro corazón y fibra inerte;
doblégate a este peso y esta muerte
que cuelga de tus ramas como un fruto.

Tú, solo entre los árboles, crecido
para tender a Cristo en tu regazo;
tú, el arca que nos salva; tú, el abrazo
de Dios con los verdugos del Ungido.

Al Dios de los designios de la historia,
que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza;
al que en la cruz devuelve la esperanza
de toda salvación, honor y gloria. Amén.

Salmodia

Antífona 1: También nosotros gemimos en nuestro interior, aguardando la redención de nuestro cuerpo.

Salmo 38

SÚPLICA DE UN ENFERMO

La creación fue sometida a la frustración..., pero con la esperanza de verse liberada (Rm 8, 20).

I

Yo me dije: "vigilaré mi proceder,
para que no se me vaya la lengua;
pondré una mordaza a mi boca
mientras el impío esté presente".
Guardé silencio resignado,
no hablé con ligereza;
pero mi herida empeoró,
y el corazón me ardía por dentro;
pensándolo me requemaba,
hasta que solté la lengua.
"Señor, dame a conocer mi fin
y cuál es la medida de mis años,
para que comprenda lo caduco que soy".
Me concediste un palmo de vida,
mis días son nada ante ti;
el hombre no dura más que un soplo,
el hombre pasa como una sombra,
por un soplo se afana,
atesora sin saber para quién.

Antífona 2: Escucha, Señor, mi oración: no seas sordo a mi llanto.

II

Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda?
Tú eres mi confianza.
Líbrame de mis iniquidades,
no me hagas la burla de los necios.
Enmudezco, no abro la boca,
porque eres tú quien lo ha hecho.
Aparta de mí tus golpes,
que el ímpetu de tu mano me acaba.
Escarmientas al hombre
castigando su culpa;
como una polilla roes sus tesoros;
el hombre no es más que un soplo.
Escucha, Señor, mi oración,
haz caso de mis gritos,
no seas sordo a mi llanto;
porque yo soy huésped tuyo,
forastero como todos mis padres.
Aplácate, dame respiro,
antes de que pase y no exista.

Antífona 3: Yo confío en la misericordia del Señor por siempre jamás. (T. P. Aleluya).

Salmo 51

CONTRA LA VIOLENCIA DE LOS CALUMNIADORES

El que se gloría, que se gloríe en el Señor (1 Cor 1, 31).

¿Por qué te glorías de la maldad
y te envalentonas contra el piadoso?
Estás todo el día maquinando injusticias,
tu lengua es navaja afilada,
autor de fraudes;
prefieres el mal al bien,
la mentira a la honradez;
prefieres las palabras corrosivas,
lengua embustera.
Pues Dios te destruirá para siempre,
te abatirá y te barrerá de tu tienda;
arrancará tus raíces
del suelo vital.
Lo verán los justos, y temerán,
y se reirán de él:
"mirad al valiente
que no puso en Dios su apoyo,
confió en sus muchas riquezas,
se insolentó en sus crímenes".
Pero yo, como verde olivo,
en la casa de Dios,
confío en la misericordia de Dios
por siempre jamás.
Te daré siempre gracias
porque has actuado;
proclamaré delante de tus fieles:
"Tu nombre es bueno".

Versículo

V. Cuando yo sea elevado sobre la tierra.
R. Atraeré a todos hacia mí.

Lecturas

Primera Lectura

Del libro del profeta Jeremías 11, 18-12, 13

DESAHOGO DEL ALMA DEL PROFETA EN LA TRIBULACIÓN

En aquellos días, dijo Jeremías:
«El Señor me instruyó y comprendí, me explicó lo que hacían mis perseguidores:
"También tus hermanos, la casa de tu padre, también ellos te son desleales, también ellos
te critican por la espalda con descaro. No te fíes de ellos, aunque te digan buenas
palabras."
Yo como cordero manso, llevado al matadero, no sabía los planes homicidas que contra
mí planeaban: "Talemos el árbol en su lozanía, arranquémoslo de la tierra de los vivos,
que su nombre no se pronuncie más."
Pero tú, Señor de los ejércitos, juzgas rectamente, escudriñas las entrañas y el
corazón; veré tu venganza contra ellos, porque a ti he encomendado mi causa.
Por eso, así sentencia el Señor contra los hombres de Anatot: "A los que intentan
matarte diciéndote: No profetices en nombre del Señor, si no, morirás a nuestras manos,
yo les tomaré cuentas: sus jóvenes morirán a espada, sus hijos e hijas morirán de
hambre; y no quedará ni un resto de ellos, cuando yo les envíe la desgracia a los hombres
de Anatot, el día de la cuenta."
Tú llevas la razón, Señor, cuando pleiteo contigo, pero quiero proponerte un caso de
justicia: ¿Por qué prospera el camino de los impíos, por qué tienen paz los hombres
pérfidos? Los plantas y echan raíces, crecen y dan fruto; tú estás cerca de sus labios, pero
lejos de su corazón. Mas tú, Señor, me conoces, me examinas, y has probado mi actitud
frente a ti. Apártalos como a ovejas para el matadero, resérvalos para el día de la
matanza. ¿Hasta cuándo gemirá la tierra y se secará la hierba del campo? Por la maldad
de sus habitantes, desaparecen el ganado y los pájaros, porque dicen: "No ve Dios
nuestros caminos."»

«Si corres con los de a pie y te cansan, ¿cómo competirás con los de a caballo? Si en
la paz de la tierra te sientes inseguro, ¿qué harás en la espesura del Jordán? He
abandonado mi casa, he desechado mi heredad, he entregado el amor de mi alma en
manos de sus enemigos. Mi herencia se ha vuelto un león de la selva que ruge contra mí:
por eso la detesté. Mi herencia se ha vuelto un pájaro pinto, los buitres vuelan en torno a
él: Venid, reuníos, fieras del campo, venid a comer.
Muchos pastores destruyeron mi viña, han pisoteado mi parcela, hicieron de mi parcela
preciosa un desierto desolado; la hicieron un yermo siniestro y desolado ante mí: el país
está desolado y nadie se preocupa por ello. Por todas las dunas de la estepa, vinieron
saqueadores: porque la espada del Señor devora la tierra de un extremo a otro, y nadie
tiene paz. Sembraron trigo y cosecharon espinas, trabajaron en balde y se avergüenzan de
su cosecha: por la ira ardiente del Señor.»

Responsorio Jn 16, 20; cf. Mt 9, 15

R. Lloraréis y gemiréis vosotros mientras el mundo se alegrará; vosotros estaréis tristes, *
pero vuestra tristeza se convertirá en gozo.
V. Vendrán días en que se os quitará el esposo y entonces sí ayunaréis.
R. Pero vuestra tristeza se convertirá en gozo.

Segunda Lectura

De los tratados de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de san Juan
(Tratado 84, 1-2: CCL 36, 536-538)

LA PLENITUD DEL AMOR

El Señor, hermanos muy amados, quiso dejar bien claro en qué consiste aquella
plenitud del amor con que debemos amarnos mutuamente, cuando dijo: Nadie tiene amor
más grande que el que da la vida por sus amigos. Consecuencia de ello es lo que nos dice
el mismo evangelista Juan en su carta: Cristo dio su vida por nosotros; también nosotros
debemos dar nuestra vida por los hermanos, amándonos mutuamente como él nos amó,
que dio su vida por nosotros.
Es la misma idea que encontramos en el libro de los Proverbios: Sentado a la mesa de
un señor, mira bien qué te ponen delante, y pon la mano en ello pensando que luego
tendrás que preparar tú algo semejante. Esta mesa de tal señor no es otra que aquella de
la cual tomamos el cuerpo y la sangre de aquel que dio su vida por nosotros. Sentarse a
ella significa acercarse a la misma con humildad. Mirar bien lo que nos ponen delante
equivale a tomar conciencia de la grandeza de este don. Y poner la mano en ello,
pensando que luego tendremos que preparar algo semejante, significa lo que ya he dicho
antes: que así como Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar la
vida por los hermanos. Como dice el apóstol Pedro: Cristo padeció por nosotros,
dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Esto significa preparar algo
semejante. Esto es lo que hicieron los mártires, llevados por un amor ardiente; si no
queremos celebrar en vano su recuerdo, y si nos acercamos a la mesa del Señor para
participar del banquete en que ellos se saciaron, es necesario que, tal como ellos hicieron,
preparemos luego nosotros algo semejante.
Por esto, al reunirnos junto a la mesa del Señor, no los recordamos del mismo modo
que a los demás que descansan en paz, para rogar por ellos, sino más bien para que ellos
rueguen por nosotros, a fin de que sigamos su ejemplo, ya que ellos pusieron en práctica
aquel amor del que dice el Señor que no hay otro más grande. Ellos mostraron a sus
hermanos la manera como hay que preparar algo semejante a lo que también ellos habían
tomado de la mesa del Señor.

Lo que hemos dicho no hay que entenderlo como si nosotros pudiéramos igualarnos al
Señor, aun en el caso de que lleguemos por él hasta el testimonio de nuestra sangre. Él
era libre para dar su vida y libre para volverla a tomar, nosotros no vivimos todo el tiempo
que queremos y morimos aunque no queramos; él, en el momento de morir, mató en sí
mismo a la muerte, nosotros somos librados de la muerte por su muerte; su carne no
experimentó la corrupción, la nuestra ha de pasar por la corrupción, hasta que al final de
este mundo seamos revestidos por él de la incorruptibilidad; él no necesitó de nosotros
para salvarnos, nosotros sin él nada podemos hacer; él, a nosotros, sus sarmientos, se
nos dio como vid, nosotros, separados de él, no podemos tener vida.
Finalmente, aunque los hermanos mueran por sus hermanos, ningún mártir derrama
su sangre para el perdón de los pecados de sus hermanos, como hizo él por nosotros, ya
que en esto no nos dio un ejemplo que imitar, sino un motivo para congratularnos. Los
mártires, al derramar su sangre por sus hermanos, no hicieron sino mostrar lo que habían
tomado de la mesa del Señor. Amémonos, pues, los unos a los otros, como Cristo nos amó
y se entregó por nosotros.

Responsorio 1 Jn 4, 9. 11. 10b

R. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo
único para que vivamos por medio de él. * Si Dios nos amó de esta manera, también
nosotros debemos amarnos unos a otros.
V. Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados.
R. Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros.

Oración

Oremos:

Dios nuestro, que, para librarnos del poder del enemigo, quisiste que tu Hijo muriera
en la cruz, concédenos alcanzar la gracia de la resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.

Conclusión

Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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