Oficio de Lectura - LUNES V SEMANA DE CUARESMA 2024

El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de ayer, lunes, 18 de marzo de 2024. Otras celebraciones del día: SAN CIRILO DE JERUSALÉN, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA .

Invitatorio

Notas

  • Si el Oficio ha de ser rezado a solas, puede decirse la siguiente oración:

    Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
  • El Invitatorio se dice como introducción a todo el conjunto de la oración cotidiana; por ello se antepone o bien al Oficio de lectura o bien a las Laudes, según se comience el día por una u otra acción litúrgica.
  • Cuando se reza individualmente, basta con decir la antífona una sola vez al inicio del salmo. Por lo tanto, no es necesario repetirla al final de cada estrofa.

V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Antifona: Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.

  • Salmo 94
  • Salmo 99
  • Salmo 66
  • Salmo 23

Invitación a la alabanza divina

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

(Se repite la antífona)

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

(Se repite la antífona)

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

(Se repite la antífona)

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

(Se repite la antífona)

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Alegría de los que entran en el templo

El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

(Se repite la antífona)

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

(Se repite la antífona)

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

(Se repite la antífona)

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Que todos los pueblos alaben al Señor

Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Entrada solemne de Dios en su templo

Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

(Se repite la antífona)

—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

(Se repite la antífona)

—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

(Se repite la antífona)

—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Oficio de Lectura

Notas

  • Si el Oficio de lectura se reza antes de Laudes, se empieza con el Invitatorio, como se indica al comienzo. Pero si antes se ha rezado ya alguna otra Hora del Oficio, se comienza con la invocación mostrada en este formulario.
  • Cuando el Oficio de lectura forma parte de la celebración de una vigilia dominical o festiva prolongada (Principios y normas generales de la Liturgia de las Horas, núm. 73), antes del himno Te Deum se dicen los cánticos correspondientes y se proclama el evangelio propio de la vigilia dominical o festiva, tal como se indica en Vigilias.
  • Además de los himnos que aparecen aquí, pueden usarse, sobre todo en las celebraciones con el pueblo, otros cantos oportunos y debidamente aprobados.
  • Si el Oficio de lectura se dice inmediatamente antes de otra Hora del Oficio, puede decirse como himno del Oficio de lectura el himno propio de esa otra Hora; luego, al final del Oficio de lectura, se omite la oración y la conclusión y se pasa directamente a la salmodia de la otra Hora, omitiendo su versículo introductorio y el Gloria al Padre, etc.
  • Cada día hay dos lecturas, la primera bíblica y la segunda hagiográfica, patrística o de escritores eclesiásticos.

Invocación

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

  • Himno 1
  • Himno 2

Mirad las estrellas fulgentes brillar,
sus luces anuncian que Dios ahí está,
la noche en silencio, la noche en su paz,
murmura esperanzas cumpliéndose ya.

Los ángeles santos, que vienen y van,
preparan caminos por donde vendrá
el Hijo del Padre, el Verbo eternal,
al mundo del hombre en carne mortal.

Abrid vuestras puertas, ciudades de paz,
que el Rey de la gloria ya pronto vendrá;
abrid corazones, hermanos, cantad
que vuestra esperanza cumplida será.

Los justos sabían que el hambre de Dios
vendría a colmarla el Dios del Amor,
su Vida es su vida, su Amor es su amor
serían un día su gracia y su don.

Ven pronto, Mesías, ven pronto, Señor,
los hombres hermanos esperan tu voz,
tu luz, tu mirada, tu vida, tu amor.
Ven pronto, Mesías, sé Dios Salvador. Amén.

Para los sábados

Dame tu mano, María,
la de las tocas moradas;
clávame tus siete espadas
en esta carne baldía.
Quiero ir contigo en la impía
tarde negra y amarilla.
Aquí, en mi torpe mejilla,
quiero ver si se retrata
esa lividez de plata,
esa lágrima que brilla.
Déjame que te restañe
ese llanto cristalino
y a la vera del camino
permite que te acompañe.
Deja que en lágrimas bañe
la orla negra de tu manto
a los pies del árbol santo,
donde tu fruto se mustia.
Capitana de la angustia:
no quiero que sufras tanto.
Qué lejos, Madre, la cuna
y tus gozos de Belén:
"No, mi Niño, no. No hay quien
de mis brazos te desuna".
Y rayos tibios de luna,
entre las pajas de miel,
le acariciaban la piel
sin despertarle. ¡Qué larga
es la distancia y qué amarga
de Jesús muerto a Emmanuel! Amén

Salmodia

Antífona 1: Sálvame, Señor, por tu misericordia. (T. P. Aleluya).

Salmo 6

ORACIÓN DEL AFLIGIDO QUE ACUDE A DIOS

Ahora mi alma está agitada... Padre, líbrame de esta hora (Jn 12, 27).

Señor, no me corrijas con ira,
no me castigues con cólera.
Misericordia, Señor, que desfallezco;
cura, Señor, mis huesos dislocados.
Tengo el alma en delirio,
y tú, Señor, ¿hasta cuándo?
Vuélvete, Señor, liberta mi alma,
sálvame por tu misericordia.
Porque en el reino de la muerte nadie te invoca,
y en el abismo, ¿quién te alabará?
Estoy agotado de gemir:
de noche lloro sobre el lecho,
riego mi cama con lágrimas.
Mis ojos se consumen irritados,
envejecen por tantas contradicciones.
Apartaos de mí, los malvados,
porque el Señor ha escuchado mis sollozos;
el Señor ha escuchado mi súplica,
el Señor ha aceptado mi oración.
Que la vergüenza abrume a mis enemigos,
que avergonzados huyan al momento.

Antífona 2: El Señor es el refugio del oprimido en los momentos de peligro. (T. P. Aleluya).

Salmo 9 A

ACCIÓN DE GRACIAS POR LA VICTORIA

De nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos.

I

Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
proclamando todas tus maravillas;
me alegro y exulto contigo,
y toco en honor de tu nombre, oh Altísimo.
Porque mis enemigos retrocedieron,
cayeron y perecieron ante tu rostro.
Defendiste mi causa y mi derecho,
sentado en tu trono como juez justo.
Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío
y borraste para siempre su apellido.
El enemigo acabó en ruina perpetua,
arrasaste sus ciudades y se perdió su nombre.
Dios está sentado por siempre
en el trono que ha colocado para juzgar.
Él juzgará el orbe con justicia
y regirá las naciones con rectitud.
Él será refugio del oprimido,
su refugio en los momentos de peligro.
Confiarán en ti los que conocen tu nombre,
porque no abandonas a los que te buscan.

Antífona 3: Narraré tus hazañas en las puertas de Sión. (T. P. Aleluya).

II

Tañed en honor del Señor, que reside en Sión;
narrad sus hazañas a los pueblos;
él venga la sangre, él recuerda
y no olvida los gritos de los humildes.
Piedad, Señor; mira cómo me afligen mis enemigos;
levántame del umbral de la muerte,
para que pueda proclamar tus alabanzas
y gozar de tu salvación en las puertas de Sión.
Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron,
su pie quedó prendido en la red que escondieron.
El Señor apareció para hacer justicia,
y se enredó el malvado en sus propias acciones.
Vuelvan al abismo los malvados,
los pueblos que olvidan a Dios.
Él no olvida jamás al pobre,
ni la esperanza del humilde perecerá.
Levántate, Señor, que el hombre no triunfe:
sean juzgados los gentiles en tu presencia.
Señor, infúndeles terror,
y aprendan los pueblos que no son más que hombres.

Versículo

V. Convertíos y creed la Buena Noticia.
R. Porque está cerca el reino de Dios.

Lecturas

Primera Lectura

Del libro de los Números 13, 14a. 18-34

EXPLORADORES ISRAELITAS SON ENVIADOS A LA TIERRA DE CANAÁN

En aquellos días, el pueblo de Israel partió de Haserot y acampó en el desierto de
Farán. Allí dijo el Señor a Moisés: «Envía algunos hombres a explorar el país de Canaán
que yo voy a entregar a los hijos de Israel. Envía uno de cada tribu, y que todos ellos sean
jefes.»
Moisés los envió desde el desierto de Farán, según la orden del Señor; todos eran jefes
israelíes. Moisés los envió a explorar el país de Canaán, diciéndoles: «Subid por el desierto
del Negueb hasta la montaña. Observad cómo es el país y sus habitantes, si son fuertes o
débiles, escasos o numerosos; y cómo es la región, buena o mala; cómo son las ciudades
que habitan, si son de tiendas o amuralladas; y cómo es la tierra, fértil o estéril, con
árboles o sin ellos. Sed valientes y traednos algunos frutos del país.»
Era la estación en que maduran las primeras uvas. Subieron ellos y exploraron el país
desde Sin hasta Rejob, junto a la entrada de Jamat. Subieron primero por el desierto y
llegaron hasta Hebrón, donde vivían Ajimán, Sesay y Tolmay, hijos de Anac. (Hebrón había

sido fundada siete años antes que Tanis de Egipto.) Cuando pasaron por el Valle de
Eshkol, cortaron un ramo con un solo racimo de uvas, lo colgaron en una vara y lo llevaron
entre dos. También cortaron granadas e higos. Ese lugar se llamó Valle de Eshkol, o del
Racimo, por el racimo que cortaron allí los israelíes. Al cabo de cuarenta días volvieron de
explorar el país; y se presentaron a Moisés, a Aarón y a toda la comunidad israelita, en el
desierto de Farán, en Cadés. Presentaron su informe a toda la comunidad y les enseñaron
los frutos del país. Les contaron lo siguiente: «Hemos entrado en el país adonde nos
enviaste; es una tierra que mana leche y miel; aquí tenéis sus frutos. Pero el pueblo que
habita el país es poderoso, tienen grandes ciudades fortificadas, y hasta hemos visto allí
descendientes de Anac. Amalec vive en la región del desierto, los hititas, yebuseos y
amorreos viven en la montaña, los cananeos junto al mar y junto al Jordán.»
Caleb hizo callar al pueblo, que se comenzaba a inquietar contra Moisés, y dijo:
«Tenemos que subir y apoderarnos del país, pues sin duda que somos capaces de ello.»
Pero los que habían subido con él replicaron: «No podemos atacar a ese pueblo,
porque es más fuerte que nosotros.»
Y desacreditaban ante los hijos de Israel a la tierra que habían explorado: «La tierra
que hemos recorrido y explorado es una tierra que devora a sus habitantes; el pueblo que
hemos visto en ella es de gran estatura. Hemos visto allí hasta gigantes, hijos de Anac. A
su lado nosotros parecíamos grillos, y así nos veían también ellos a nosotros.»

Responsorio Dt 1, 31. 32. 26. 27

R. El Señor, tu Dios, te llevó en el desierto, como un hombre lleva a su hijo, pero vosotros
* no tuvisteis confianza en el Señor, vuestro Dios.
V. Vosotros no quisisteis subir a tomar posesión de vuestra tierra, fuisteis rebeldes a la
orden del Señor, vuestro Dios, y os pusisteis a murmurar.
R. No tuvisteis confianza en el Señor, vuestro Dios.

Segunda Lectura

Del comentario de san Juan Fisher, obispo y mártir, sobre los salmos
(Salmo 129: Opera omnia, edición 1579, p. 16 10)

SI ALGUNO PECA, TENEMOS A UNO QUE ABOGUE ANTE EL PADRE

Cristo Jesús es nuestro sumo sacerdote, y su precioso cuerpo, que inmoló en el ara de
la cruz por la salvación de todos los hombres, es nuestro sacrificio. La sangre que se
derramó para nuestra redención no fue la de los becerros y los machos cabríos (como en
la ley antigua), sino la del inocentísimo Cordero, Cristo Jesús, nuestro salvador.
El templo en el que nuestro sumo sacerdote ofrecía el sacrificio no era hecho por
manos de hombres, sino que había sido levantado por el solo poder de Dios, pues Cristo
derramó su sangre a la vista del mundo: un templo ciertamente edificado por la sola mano
de Dios.
Y este templo tiene dos partes: una es la tierra, que ahora nosotros habitamos; la otra
nos es aún desconocida a nosotros, mortales.
Así, primero, ofreció su sacrificio aquí en la tierra, cuando sufrió la más acerba muerte.
Luego, cuando revestido de la nueva vestidura de la inmortalidad entró por su propia
sangre en el santuario, o sea, en el cielo, presentó ante el trono del Padre celestial aquella
sangre de inmenso valor, que había derramado una vez para siempre en favor de todos los
hombres, pecadores.

Este sacrificio resultó tan grato y aceptable a Dios, que así que lo hubo visto,
compadecido inmediatamente de nosotros, no pudo menos que otorgar su perdón a todos
los verdaderos penitentes.
Es además un sacrificio perenne, de forma que no sólo cada año (como entre los
judíos se hacía), sino también cada día, y hasta cada hora y cada instante, sigue
ofreciéndose para nuestro consuelo, para que no dejemos de tener la ayuda más
imprescindible.
Por lo que el Apóstol añade: Consiguiendo la liberación eterna.
De este santo y definitivo sacrificio se hacen partícipes todos aquellos que llegaron a
tener verdadera contrición y aceptaron la penitencia por sus crímenes, aquellos que con
firmeza decidieron no repetir en adelante sus maldades, sino que perseveran con
constancia en el inicial propósito de las virtudes. Sobre lo cual, san Juan se expresa en
estos términos: Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca,
tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de
propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del
mundo entero.

Responsorio Rm 5, 10. 8. 9

R. Si, siendo aún enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, * con
mayor razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida.
V. Siendo todavía pecadores, murió Cristo por nosotros.
R. Con mayor razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida.

Oración

Oremos:

Señor Dios nuestro, cuyo amor sin medida nos enriquece con toda bendición, haz que,
abandonando la corrupción del hombre viejo, nos preparemos, como hombres nuevos, a
tomar parte en la gloria de tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.

Conclusión

Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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