Oficio de Lectura - LUNES XI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO 2025

El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de ayer, lunes, 16 de junio de 2025.

Invitatorio

Notas

  • Si el Oficio ha de ser rezado a solas, puede decirse la siguiente oración:

    Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
  • El Invitatorio se dice como introducción a todo el conjunto de la oración cotidiana; por ello se antepone o bien al Oficio de lectura o bien a las Laudes, según se comience el día por una u otra acción litúrgica.
  • Cuando se reza individualmente, basta con decir la antífona una sola vez al inicio del salmo. Por lo tanto, no es necesario repetirla al final de cada estrofa.

V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Antifona: Entremos a la presencia del Señor, dándole gracias.

  • Salmo 94
  • Salmo 99
  • Salmo 66
  • Salmo 23

Invitación a la alabanza divina

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

(Se repite la antífona)

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

(Se repite la antífona)

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

(Se repite la antífona)

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

(Se repite la antífona)

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Alegría de los que entran en el templo

El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

(Se repite la antífona)

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

(Se repite la antífona)

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

(Se repite la antífona)

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Que todos los pueblos alaben al Señor

Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Entrada solemne de Dios en su templo

Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

(Se repite la antífona)

—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

(Se repite la antífona)

—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

(Se repite la antífona)

—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Oficio de Lectura

Notas

  • Si el Oficio de lectura se reza antes de Laudes, se empieza con el Invitatorio, como se indica al comienzo. Pero si antes se ha rezado ya alguna otra Hora del Oficio, se comienza con la invocación mostrada en este formulario.
  • Cuando el Oficio de lectura forma parte de la celebración de una vigilia dominical o festiva prolongada (Principios y normas generales de la Liturgia de las Horas, núm. 73), antes del himno Te Deum se dicen los cánticos correspondientes y se proclama el evangelio propio de la vigilia dominical o festiva, tal como se indica en Vigilias.
  • Además de los himnos que aparecen aquí, pueden usarse, sobre todo en las celebraciones con el pueblo, otros cantos oportunos y debidamente aprobados.
  • Si el Oficio de lectura se dice inmediatamente antes de otra Hora del Oficio, puede decirse como himno del Oficio de lectura el himno propio de esa otra Hora; luego, al final del Oficio de lectura, se omite la oración y la conclusión y se pasa directamente a la salmodia de la otra Hora, omitiendo su versículo introductorio y el Gloria al Padre, etc.
  • Cada día hay dos lecturas, la primera bíblica y la segunda hagiográfica, patrística o de escritores eclesiásticos.

Invocación

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

  • Himno 1

Dios de la tierra y del cielo,
que, por dejarlas más claras,
las grandes aguas separas,
pones un límite al cielo.
Tú que das cauce al riachuelo
y alzas la nube a la altura,
tú que, en cristal de frescura,
sueltas las aguas del río
sobre las tierras de estío,
sanando su quemadura,
danos tu gracia, piadoso,
para que el viejo pecado
no lleve al hombre engañado
a sucumbir a su acoso.
Hazlo en la fe luminoso,
alegre en la austeridad,
y hágalo tu claridad
salir de sus vanidades;
dale, Verdad de verdades,
el amor a tu verdad. Amén.

Salmodia

Antífona 1: Vendrá el Señor y no callará. (T. P. Aleluya).

Salmo 49

EL VERDADERO CULTO A DIOS

No he venido a abolir la ley, sino a darle plenitud (Mt 5, 17).

I

El Dios de los dioses, el Señor, habla:
convoca la tierra de oriente a occidente.
Desde Sión, la hermosa, Dios resplandece:
viene nuestro Dios, y no callará.
Lo precede fuego voraz,
lo rodea tempestad violenta.
Desde lo alto convoca cielo y tierra
para juzgar a su pueblo.
"Congregadme a mis fieles,
que sellaron mi pacto con un sacrificio".
Proclame el cielo su justicia;
Dios en persona va a juzgar.

Antífona 2: Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza. (T. P. Aleluya).

II

"Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte;
Israel, voy a dar testimonio contra ti;
—yo Dios, tu Dios—.
No te reprocho tus sacrificios,
pues siempre están tus holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa,
ni un cabrito de tus rebaños;
pues las fieras de la selva son mías,
y hay miles de bestias en mis montes;
conozco todos los pájaros del cielo,
tengo a mano cuanto se agita en los campos.
Si tuviera hambre, no te lo diría;
pues el orbe y cuanto lo llena es mío.
¿Comeré yo carne de toros,
beberé sangre de cabritos?
Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza,
cumple tus votos al Altísimo
e invócame el día del peligro:
yo te libraré, y tú me darás gloria".

Antífona 3: Quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos. (T. P. Aleluya).

III

Dios dice al pecador:
"¿por qué recitas mis preceptos
y tienes siempre en la boca mi alianza,
tú que detestas mi enseñanza
y te echas a la espalda mis mandatos?
Cuando ves un ladrón, corres con él;
te mezclas con los adúlteros;
sueltas tu lengua para el mal,
tu boca urde el engaño;
te sientas a hablar contra tu hermano,
deshonras al hijo de tu madre;
esto haces, ¿y me voy a callar?
¿Crees que soy como tú?
Te acusaré, te lo echaré en cara.
Atención los que olvidáis a Dios,
no sea que os destroce sin remedio.
El que me ofrece acción de gracias,
ése me honra;
al que sigue buen camino
le haré ver la salvación de Dios".

Lecturas

Primera Lectura

Del libro de los Jueces 2, 6-3, 4

PANORAMA GENERAL DEL TIEMPO DE LOS JUECES

En aquellos días, Josué despidió al pueblo, y los hijos de Israel se volvieron cada uno a
su heredad para ocupar la tierra. El pueblo sirvió al Señor en vida de Josué y de los
ancianos que le sobrevivieron y que habían sido testigos de todas las grandes hazañas
que el Señor había hecho a favor de Israel. Josué, hijo de Nun, siervo del Señor, murió a
la edad de ciento diez años. Lo enterraron en el territorio que había recibido en heredad
en Timnat Jeres, en la montaña de Efraím, al norte del monte Gaash. También aquella
generación fue a reunirse con sus padres y les sucedió otra generación que no conocía al
Señor ni lo que había hecho por Israel.
Entonces los hijos de Israel hicieron lo que desagradaba al Señor y sirvieron a los
Baales. Abandonaron al Señor, el Dios de sus padres, que los había sacado de la tierra de
Egipto, y siguieron a otros dioses de los pueblos de alrededor; se postraron ante ellos,
irritaron al Señor, lo abandonaron y sirvieron a Baal y a Astarté. Entonces se encendió la
ira del Señor contra Israel. Los puso en manos de salteadores que los despojaron, los dejó
vendidos en manos de los enemigos de alrededor y no pudieron ya hacerles frente. En
todas sus campañas la mano del Señor pesaba sobre ellos para hacerles daño, como el
mismo Señor se lo había dicho y jurado. Y, así, los puso en gran aprieto.
Pero luego el Señor suscitó jueces que salvaron a los hijos de Israel de la mano de sus
opresores. Mas tampoco escucharon ellos a sus jueces. Se prostituyeron siguiendo a otros
dioses y se postraron ante ellos. Se desviaron muy pronto del camino que habían seguido

sus padres, los cuales atendían a los mandamientos del Señor, y no los imitaron. Cuando
el Señor les suscitaba jueces, el Señor estaba con el juez y los salvaba de la mano de sus
enemigos, mientras vivía el juez, porque el Señor se conmovía ante los gemidos que
proferían bajo el yugo de sus opresores. Pero, cuando moría el juez, volvían a caer y
obraban todavía peor que sus padres, yéndose tras de otros dioses, sirviéndolos y
postrándose ante ellos, sin renunciar en nada a las prácticas y a la conducta obstinada de
sus padres.
Por ese tiempo se encendió la ira del Señor contra Israel y dijo:
«Ya que este pueblo ha quebrantado la alianza que prescribí a sus padres y no ha
escuchado mi voz, tampoco yo arrojaré en adelante de su presencia a ninguno de los
pueblos que dejó subsistir Josué cuando murió.»
Habían sido dejados para probar con ellos a Israel, para ver si seguían o no los caminos
del Señor, como los habían seguido sus padres. Por eso dejó el Señor en paz a estos
pueblos, en vez de expulsarlos en seguida, y no los puso en manos de Josué.
Éstos son los pueblos que el Señor dejó subsistir para probar con ellos a los hijos de
Israel que no habían conocido ninguna de las guerras de Canaán (era sólo para que las
generaciones de los hijos de Israel aprendieran el arte de la guerra; por lo menos los que
no habían conocido las guerras anteriores): los cinco príncipes de los filisteos y todos los
cananeos, los sidonios y los hititas del monte Líbano, desde la montaña de Baal-Hermón
hasta la entrada de Jamat. Sirvieron, pues, para probar a Israel, para ver si guardaban los
mandamientos que el Señor había prescrito a sus padres por medio de Moisés.

Responsorio Sal 105, 40. 41. 44; Jc 2, 16

R. La ira del Señor se encendió contra su pueblo y los entregó en manos de gentiles, pero
* miró su angustia, y escuchó sus gritos.
V. El Señor suscitó jueces que salvaron a los hijos de Israel de la mano de sus opresores.
R. Miró su angustia, y escuchó sus gritos.

Segunda Lectura

Del tratado de san Cipriano, obispo y mártir, sobre el Padrenuestro
(Caps. 8-9: CSEL. 3, 271-272)

NUESTRA ORACIÓN ES PÚBLICA Y COMÚN

Ante todo, el Doctor de la paz y Maestro de la unidad no quiso que hiciéramos una
oración individual y privada, de modo que cada cual rogara sólo por sí mismo. No
decimos: "Padre mío, que estás en los cielos", ni: "El pan mío dámelo hoy", ni pedimos el
perdón de las ofensas sólo para cada uno de nosotros, ni pedimos para cada uno en
particular que no caigamos en la tentación y que nos libre del mal. Nuestra oración es
pública y común, y cuando oramos lo hacemos no por uno solo, sino por todo el pueblo,
ya que todo el pueblo somos como uno solo.
El Dios de la paz y el Maestro de la concordia, que nos enseñó la unidad, quiso que
orásemos cada uno por todos, del mismo modo que él incluyó a todos los hombres en su
persona. Aquellos tres jóvenes encerrados en el horno de fuego observaron esta norma en

su oración, pues oraron al unísono y en unidad de espíritu y de corazón; así lo atestigua la
sagrada Escritura que, al enseñarnos cómo oraron ellos, nos los pone como ejemplo que
debemos imitar en nuestra oración: Entonces -dice-los tres, al unísono, cantaban himnos
y bendecían a Dios. Oraban los tres al unísono, y eso que Cristo aún no les había
enseñado a orar.
Por eso, fue eficaz su oración, porque agradó al Señor aquella plegaria hecha en paz y
sencillez de espíritu. Del mismo modo vemos que oraron también los apóstoles, junto con
los discípulos, después de la ascensión del Señor. Todos ellos -dice la Escritura-se
dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, entre ellas María, la madre
de Jesús, y con sus hermanos. Se dedicaban a la oración en común, manifestando con
esta asiduidad y concordia de su oración que Dios, que hace habitar unánimes en la casa,
sólo admite en la casa divina y eterna a los que oran unidos en un mismo espíritu.
¡Cuán importantes, cuántos y cuán grandes son, hermanos muy amados, los misterios
que encierra la oración del Señor, tan breve en palabras y tan rica en eficacia espiritual!
Ella, a manera de compendio, nos ofrece una enseñanza completa de todo lo que hemos
de pedir en nuestras oraciones. Vosotros -dice el Señor-rezad así: "Padre nuestro, que
estás en los cielos."
El hombre nuevo, nacido de nuevo y restituido a Dios por su gracia, dice en primer
lugar: Padre, porque ya ha empezado a ser hijo. La Palabra vino a su casa -dice el
Evangelio-y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser
hijos de Dios, si creen en su nombre. Por esto, el que ha creído en su nombre y ha llegado
a ser hijo de Dios debe comenzar por hacer profesión, lleno de gratitud, de su condición
de hijo de Dios, llamando Padre suyo al Dios que está en los cielos.

Responsorio Sal, 23; 56, 10

R. Contaré tu fama a mis hermanos, * en medio de la asamblea te alabaré.
V. Te daré gracias ante los pueblos, Señor; tocaré para ti ante las naciones.
R. En medio de la asamblea te alabaré.

Oración

Oremos:

Oh Dios, fuerza de los que en ti esperan, escucha nuestras súplicas y, puesto que el
hombre es frágil y sin ti nada puede, concédenos la ayuda de tu gracia, para observar tus
mandamientos y agradarte con nuestros deseos y acciones. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.

Conclusión

Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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