Oficio de Lectura - MIÉRCOLES III SEMANA DE CUARESMA 2025

El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de hoy, miércoles, 26 de marzo de 2025.

Invitatorio

Notas

  • Si el Oficio ha de ser rezado a solas, puede decirse la siguiente oración:

    Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
  • El Invitatorio se dice como introducción a todo el conjunto de la oración cotidiana; por ello se antepone o bien al Oficio de lectura o bien a las Laudes, según se comience el día por una u otra acción litúrgica.
  • Cuando se reza individualmente, basta con decir la antífona una sola vez al inicio del salmo. Por lo tanto, no es necesario repetirla al final de cada estrofa.

V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Antifona: Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.

  • Salmo 94
  • Salmo 99
  • Salmo 66
  • Salmo 23

Invitación a la alabanza divina

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

(Se repite la antífona)

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

(Se repite la antífona)

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

(Se repite la antífona)

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

(Se repite la antífona)

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Alegría de los que entran en el templo

El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

(Se repite la antífona)

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

(Se repite la antífona)

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

(Se repite la antífona)

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Que todos los pueblos alaben al Señor

Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Entrada solemne de Dios en su templo

Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

(Se repite la antífona)

—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

(Se repite la antífona)

—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

(Se repite la antífona)

—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Oficio de Lectura

Notas

  • Si el Oficio de lectura se reza antes de Laudes, se empieza con el Invitatorio, como se indica al comienzo. Pero si antes se ha rezado ya alguna otra Hora del Oficio, se comienza con la invocación mostrada en este formulario.
  • Cuando el Oficio de lectura forma parte de la celebración de una vigilia dominical o festiva prolongada (Principios y normas generales de la Liturgia de las Horas, núm. 73), antes del himno Te Deum se dicen los cánticos correspondientes y se proclama el evangelio propio de la vigilia dominical o festiva, tal como se indica en Vigilias.
  • Además de los himnos que aparecen aquí, pueden usarse, sobre todo en las celebraciones con el pueblo, otros cantos oportunos y debidamente aprobados.
  • Si el Oficio de lectura se dice inmediatamente antes de otra Hora del Oficio, puede decirse como himno del Oficio de lectura el himno propio de esa otra Hora; luego, al final del Oficio de lectura, se omite la oración y la conclusión y se pasa directamente a la salmodia de la otra Hora, omitiendo su versículo introductorio y el Gloria al Padre, etc.
  • Cada día hay dos lecturas, la primera bíblica y la segunda hagiográfica, patrística o de escritores eclesiásticos.

Invocación

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

  • Himno 1
  • Himno 2

Mirad las estrellas fulgentes brillar,
sus luces anuncian que Dios ahí está,
la noche en silencio, la noche en su paz,
murmura esperanzas cumpliéndose ya.

Los ángeles santos, que vienen y van,
preparan caminos por donde vendrá
el Hijo del Padre, el Verbo eternal,
al mundo del hombre en carne mortal.

Abrid vuestras puertas, ciudades de paz,
que el Rey de la gloria ya pronto vendrá;
abrid corazones, hermanos, cantad
que vuestra esperanza cumplida será.

Los justos sabían que el hambre de Dios
vendría a colmarla el Dios del Amor,
su Vida es su vida, su Amor es su amor
serían un día su gracia y su don.

Ven pronto, Mesías, ven pronto, Señor,
los hombres hermanos esperan tu voz,
tu luz, tu mirada, tu vida, tu amor.
Ven pronto, Mesías, sé Dios Salvador. Amén.

Para los sábados

Dame tu mano, María,
la de las tocas moradas;
clávame tus siete espadas
en esta carne baldía.
Quiero ir contigo en la impía
tarde negra y amarilla.
Aquí, en mi torpe mejilla,
quiero ver si se retrata
esa lividez de plata,
esa lágrima que brilla.
Déjame que te restañe
ese llanto cristalino
y a la vera del camino
permite que te acompañe.
Deja que en lágrimas bañe
la orla negra de tu manto
a los pies del árbol santo,
donde tu fruto se mustia.
Capitana de la angustia:
no quiero que sufras tanto.
Qué lejos, Madre, la cuna
y tus gozos de Belén:
"No, mi Niño, no. No hay quien
de mis brazos te desuna".
Y rayos tibios de luna,
entre las pajas de miel,
le acariciaban la piel
sin despertarle. ¡Qué larga
es la distancia y qué amarga
de Jesús muerto a Emmanuel! Amén

Salmodia

Antífona 1: La misericordia y fidelidad te preceden, Señor. (T. P. Aleluya).

Salmo 88, 2-38

LAS MISERICORDIAS DEL SEÑOR SOBRE LA CASA DE DAVID

Según lo prometido, Dios sacó de la descendencia de David un Salvador, Jesús (Hech 13, 22-23).

Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: "Tu misericordia es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad".
Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David, mi siervo:
"te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades".
El cielo proclama tus maravillas, Señor,
y tu fidelidad, en la asamblea de los ángeles.
¿Quién sobre las nubes se compara a Dios?
¿Quién como el Señor entre los seres divinos?
Dios es temible en el consejo de los ángeles,
es grande y terrible para toda su corte.
Señor de los ejércitos, ¿quién como tú?
El poder y la fidelidad te rodean.
Tú domeñas la soberbia del mar
y amansas la hinchazón del oleaje;
tú traspasaste y destrozaste a Rahab,
tu brazo potente desbarató al enemigo.
Tuyo es el cielo, tuya es la tierra;
tú cimentaste el orbe y cuanto contiene;
tú has creado el norte y el sur,
el Tabor y el Hermón aclaman tu nombre.
Tienes un brazo poderoso:
fuerte es tu izquierda y alta tu derecha.
Justicia y derecho sostienen tu trono,
misericordia y fidelidad te preceden.
Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:
caminará, oh Señor, a la luz de tu rostro;
tu nombre es su gozo cada día,
tu justicia es su orgullo.
Porque tú eres su honor y su fuerza,
y con tu favor realzas nuestro poder.
Porque el Señor es nuestro escudo,
y el Santo de Israel nuestro rey.

Antífona 2: El Hijo de Dios nació según la carne de la estirpe de David. (T. P. Aleluya).

II

Un día hablaste en visión a tus amigos:
"He ceñido la corona a un héroe,
he levantado a un soldado sobre el pueblo.
Encontré a David, mi siervo,
y lo he ungido con óleo sagrado;
para que mi mano esté siempre con él
y mi brazo lo haga valeroso;
no lo engañará el enemigo
ni los malvados lo humillarán;
ante él desharé a sus adversarios
y heriré a los que lo odian.
Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán
por mi nombre crecerá su poder:
extenderé su izquierda hasta el mar,
y su derecha hasta el Gran Río.
Él me invocará: "Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora";
y lo nombraré mi primogénito,
excelso entre los reyes de la tierra.
Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable;
le daré una posteridad perpetua
y un trono duradero como el cielo".

Antífona 3: Juré una vez a David, mi siervo: «Tu linaje será perpetuo». (T. P. Aleluya).

III

"Si sus hijos abandonan mi ley
y no siguen mis mandamientos,
si profanan mis preceptos
y no guardan mis mandatos,
castigaré con la vara sus pecados
y a latigazos sus culpas;
pero no les retiraré mi favor
ni desmentiré mi fidelidad,
no violaré mi alianza
ni cambiaré mis promesas.
Una vez juré por mi santidad
no faltar a mi palabra con David:
"Su linaje será perpetuo,
y su trono como el sol en mi presencia,
como la luna, que siempre permanece:
su solio será más firme que el cielo".

Versículo

V. Convertíos y haced penitencia.
R. Haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo.

Lecturas

Primera Lectura

De la carta a los Hebreos 4, 1-13

APRESURÉMONOS A ENTRAR EN EL DESCANSO DEL SEÑOR

Hermanos: Temamos, no sea que, permaneciendo aún en vigor la promesa de entrar
en su descanso, alguno de vosotros se encuentre con que ha llegado tarde. Pues, lo
mismo que nuestros padres, también nosotros hemos recibido esta buena nueva; pero a
ellos no les aprovechó la palabra oída, porque no se unieron por la fe a quienes la
siguieron. De hecho, los que hemos creído entramos en el descanso, según lo que él dijo:
«He jurado en mi cólera que no entrarán en mi descanso.»
Ciertamente que las obras de Dios estaban ya terminadas desde la creación del
mundo, pues él ha dicho en cierto pasaje, refiriéndose al séptimo día: «Y descansó Dios
de todas sus obras el día séptimo.» Y ahora dice de nuevo en el pasaje citado: «No
entrarán en mi descanso.» Así, pues, como consta, por una parte, que algunos han de
entrar en él y, por otra, que los primeros en recibir la buena nueva no entraron a causa de
su desobediencia, vuelve Dios a señalar un día, un «hoy», declarando después de tanto
tiempo, por medio de David, lo que arriba queda dicho: «Hoy, si escucháis su voz, no
endurezcáis el corazón.»
Si Josué hubiera introducido a los israelitas en el descanso, Dios, después de esto, no
habría hablado de otro día. Por lo tanto, concluimos que queda reservado un descanso, el
del séptimo día, para el pueblo de Dios. Y el que entra en el reposo de Dios descansa
también de sus tareas, como Dios descansó de las suyas.
Apresurémonos, pues, a entrar en ese descanso, no sea que alguno caiga, imitando
aquel ejemplo de desobediencia. Que la palabra de Dios es viva, eficaz y tajante más que
espada de dos filos; penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones
y las médulas, y discierne los pensamientos y sentimientos del corazón. No hay cosa
creada que se sustraiga a su presencia, y todo está desnudo y al descubierto a los ojos de
aquel a quien hemos de rendir cuentas.

Responsorio Gn 2, 3; Hb 4, 10

R. Bendijo Dios el día séptimo y lo consagró; * descansó de todo el trabajo que había
hecho cuando creó.
V. El que entra en el reposo de Dios descansa también de sus tareas, como Dios descansó
de las suyas.
R. Descansó de todo el trabajo que había hecho cuando creó.

Segunda Lectura

Del libro de san Teófilo de Antioquía, obispo, a Autólico
(Libro 1, 2. 7: PG 6, 1026-1027. 1035)

DICHOSOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN, PORQUE ELLOS VERÁN A DIOS

Si tú me dices: «Muéstrame a tu Dios», yo te diré a mi vez: «Muéstrame tú al hombre
que hay en ti», y yo te mostraré a mi Dios. Muéstrame, por tanto, si los ojos de tu mente
ven, y si oyen los oídos de tu corazón.
Pues de la misma manera que los que ven con los ojos del cuerpo perciben con ellos
las realidades de esta vida terrena y advierten las diferencias que se dan entre ellas —por
ejemplo, entre la luz y las tinieblas, lo blanco y lo negro, lo deforme y lo bello, lo
proporcionado y lo desproporcionado, lo que está bien formado y lo que no lo está, lo que
es superfluo y lo que es deficiente en las cosas—, y lo mismo se diga de lo que cae bajo el
dominio del oído —sonidos agudos, graves o agradables—, eso mismo hay que decir de
los oídos del corazón y de los ojos de la mente, en cuanto a su poder para captar a Dios.
En efecto, ven a Dios los que son capaces de mirarlo, porque tienen abiertos los ojos
del espíritu. Porque todo el mundo tiene ojos, pero algunos los tienen oscurecidos y no
ven la luz del sol. Y no porque los ciegos no vean ha de decirse que el sol ha dejado de
lucir, sino que esto hay que atribuírselo a sí mismos y a sus propios ojos. De la misma
manera, tienes tú los ojos de tu alma oscurecidos a causa de tus pecados y malas
acciones.
El alma del hombre tiene que ser pura, como un espejo brillante. Cuando en el espejo
se produce el orín, no se puede ver el rostro de una persona; de la misma manera,
cuando el pecado está en el hombre, el hombre ya no puede contemplar a Dios.
Pero puedes sanar, si quieres. Ponte en manos del médico, y él punzará los ojos de tu
alma y de tu corazón. ¿Qué médico es éste? Dios, que sana y vivifica mediante su Palabra
y su sabiduría. Pues por medio de la Palabra y de la sabiduría se hizo todo. Efectivamente,
la Palabra del Señor hizo el cielo, el aliento de su boca, sus ejércitos. Su sabiduría está por
encima de todo: Dios, con su sabiduría, puso el fundamento de la tierra; con su
inteligencia, preparó los cielos; con su voluntad, rasgó los abismos, y las nubes
derramaron su rocío.
Si entiendes todo esto y vives pura, santa y justamente, podrás ver a Dios; pero la fe
y el temor de Dios han de tener la absoluta preferencia de tu corazón, y entonces
entenderás todo esto. Cuando te despojes de lo mortal y te revistas de la inmortalidad,
entonces verás a Dios de manera digna. Dios hará que tu carne sea inmortal junto con el
alma, y entonces, convertido en inmortal, verás al que es inmortal, con tal de que ahora
creas en él.

Responsorio Cf. 2 Co 6, 2. 4. S. 7

R. Ahora es el tiempo propicio, ahora es el día de salvación: acreditémonos ante Dios *
por nuestra constancia en las tribulaciones, por nuestros ayunos, por nuestra sed de ser
justos.
V. Acreditémonos siempre en todo como verdaderos servidores de Dios.
R. Por nuestra constancia en las tribulaciones, por nuestros ayunos, por nuestra sed de ser
justos.

Oración

Oremos:

Penetrados del sentido cristiano de la Cuaresma y alimentados con tu palabra, te pedimos,
Señor, que te sirvamos fielmente con nuestras penitencias y perseveremos unidos en la
plegaria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.

Conclusión

Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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