El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de hoy, martes, 30 de diciembre de 2025.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: A Cristo, que por nosotros ha nacido, venid, adorémosle.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Ver a Dios en la criatura,
ver a Dios hecho mortal
y ver en humano portal
la celestial hermosura.
¡Gran merced y gran ventura
a quien verlo mereció!
¡Quién lo viera y fuera yo!
Ver llorar a la alegría,
ver tan pobre a la riqueza,
ver tan baja a la grandeza
y ver que Dios lo quería.
¡Gran merced fue en aquel día
la que el hombre recibió!
¡Quién lo viera y fuera yo!
Poner paz en tanta guerra,
calor donde hay tanto frío,
ser de todos lo que es mío,
plantar un cielo en la tierra.
¡Qué misión de escalofrío
la que Dios nos confió!
¡Quién lo hiciera y fuera yo. Amén.
La noche estaba del silencio en medio,
y las cosas suspensas, aguardando
de la dichosa hora el punto, cuando
reciba el mundo sin igual remedio.
Puso entre el hombre y Dios la Virgen medio,
su consentir humilde al ángel dando,
y el resplandor del Padre, así encarnando,
ya vecino al nacer confirma el medio.
María, de extremado gozo llena
y en vehemente ardor toda encendida,
pide que salga el Sol que la enamora.
Vistióse de blancura y luz serena,
y, sobre humanas fuerzas conmovida,
virgen y madre se mostró a la hora.
Gloria y loores por la eternidad
tribútense a la Santa Trinidad. Amén.
Antífona 1: La fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.
Salmo 84
NUESTRA SALVACIÓN ESTÁ CERCA
Señor, has sido bueno con tu tierra,
has restaurado la suerte de Jacob,
has perdonado la culpa de tu pueblo,
has sepultado todos sus pecados,
has reprimido tu cólera,
has frenado el incendio de tu ira.
Restáuranos, Dios Salvador nuestro;
cesa en tu rencor contra nosotros.
¿Vas a estar siempre enojado,
o a prolongar tu ira de edad en edad?
¿No vas a devolvernos la vida,
para que tu pueblo se alegre contigo?
Muéstranos, Señor, tu misericordia,
y danos tu salvación.
Voy a escuchar lo que dice el Señor:
"Dios anuncia la paz
a su pueblo y a sus amigos
y a los que se convierten de corazón".
La salvación está ya cerca de sus fieles,
y la gloria habitará en nuestra tierra;
la misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo;
el Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
la salvación seguirá sus pasos.
Antífona 2: La misericordia y la fidelidad te preceden, Señor.
Salmo 88, 2-30
LAS MISERICORDIAS DEL SEÑOR SOBRE LA CASA DE DAVID
I
Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: "Tu misericordia es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad".
Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David, mi siervo:
"te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades".
El cielo proclama tus maravillas, Señor,
y tu fidelidad, en la asamblea de los ángeles.
¿Quién sobre las nubes se compara a Dios?
¿Quién como el Señor entre los seres divinos?
Dios es temible en el consejo de los ángeles,
es grande y terrible para toda su corte.
Señor de los ejércitos, ¿quién como tú?
El poder y la fidelidad te rodean.
Tú domeñas la soberbia del mar
y amansas la hinchazón del oleaje;
tú traspasaste y destrozaste a Rahab,
tu brazo potente desbarató al enemigo.
Tuyo es el cielo, tuya es la tierra;
tú cimentaste el orbe y cuanto contiene;
tú has creado el norte y el sur,
el Tabor y el Hermón aclaman tu nombre.
Tienes un brazo poderoso:
fuerte es tu izquierda y alta tu derecha.
Justicia y derecho sostienen tu trono,
misericordia y fidelidad te preceden.
Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:
caminará, oh Señor, a la luz de tu rostro;
tu nombre es su gozo cada día,
tu justicia es su orgullo.
Porque tú eres su honor y su fuerza,
y con tu favor realzas nuestro poder.
Porque el Señor es nuestro escudo,
y el Santo de Israel nuestro rey.
Antífona 3: Él me invocará: «Tú eres mi padre.» Aleluya.
II
Un día hablaste en visión a tus amigos:
"He ceñido la corona a un héroe,
he levantado a un soldado sobre el pueblo.
Encontré a David, mi siervo,
y lo he ungido con óleo sagrado;
para que mi mano esté siempre con él
y mi brazo lo haga valeroso;
no lo engañará el enemigo
ni los malvados lo humillarán;
ante él desharé a sus adversarios
y heriré a los que lo odian.
Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán
por mi nombre crecerá su poder:
extenderé su izquierda hasta el mar,
y su derecha hasta el Gran Río.
Él me invocará: "Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora";
y lo nombraré mi primogénito,
excelso entre los reyes de la tierra.
Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable;
le daré una posteridad perpetua
y un trono duradero como el cielo".
V. El Señor ha revelado. Aleluya.
R. Su salvación. Aleluya.
De la carta a los Colosenses 1, 15-2, 3
CRISTO CABEZA DE LA IGLESIA
Hermanos: Jesucristo es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura, pues
por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles,
Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él. Él es
anterior a todo, y todo se mantiene en él.
Él es también la cabeza del cuerpo de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de
entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda
plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo todas las cosas: haciendo la paz por la sangre
de su cruz con todos los seres, así del cielo como de la tierra.
A vosotros, que antes estabais enajenados y enemigos en vuestra mente por las obras
malas, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne mediante la muerte, presentándoos
ante él como santos sin mancha y sin falta. Mas para ello perseverad firmemente fundados
e inconmovibles en la fe y no os apartéis de la esperanza del Evangelio que habéis oído,
que ha sido predicado a toda criatura bajo los cielos, y del cual yo, Pablo, he sido
constituido ministro.
Ahora me alegro de los padecimientos que he sufrido por vosotros, y voy completando
en favor del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, las tribulaciones que aún me quedan por
sufrir con Cristo en mi carne mortal. Pues he sido constituido ministro de la Iglesia
conforme a la misión que él me ha confiado respecto de vosotros: dar cumplimiento a la
palabra de Dios, al misterio que había estado oculto por siglos y generaciones y que ahora
ha sido manifestado a los consagrados a él. A éstos ha querido Dios dar a conocer las
riquezas de gloria con que brilla este misterio entre los gentiles: el misterio de que Cristo
está entre vosotros y, con él, la esperanza de la gloria.
Ese Cristo es el que os anunciamos, amonestando a todos los hombres e instruyéndolos
en toda sabiduría, para hacerlos a todos perfectos en Cristo. Con este fin me esfuerzo y
lucho, contando con la eficacia de Cristo, que actúa poderosamente en mí.
Y, en verdad, no quiero que desconozcáis la dura lucha que estoy librando por vosotros
y por los de Laodicea, y por cuantos no me han visto personalmente. Yo deseo infundir
aliento en vuestros corazones, para que, estrechamente unidos en la caridad, alcancéis
una plenitud de inteligencia que os haga llegar al perfecto conocimiento del misterio de
Dios, que es Cristo, en el cual están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la
ciencia.
R. Cristo es la cabeza del cuerpo de la Iglesia; él es el primogénito de entre los muertos, *
y así es el primero en todo.
V. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él.
R. Y así es el primero en todo.
Del tratado de san Hipólito, presbítero, Refutación de todas las herejías
(Cap. 10, 33-34: PG 16, 3452-3453)
LA PALABRA HECHA CARNE NOS DIVINIZA
No prestamos nuestra adhesión a discursos vacíos ni nos dejamos seducir por pasajeros
impulsos del corazón, como tampoco por el encanto de discursos elocuentes, sino que
nuestra fe se apoya en las palabras pronunciadas por el poder divino. Dios se las ha
ordenado a su Palabra, y la Palabra las ha pronunciado, tratando con ellas de apartar al
hombre de la desobediencia, no dominándolo como a un esclavo por la violencia que
coacciona, sino apelando a su libertad y plena decisión.
Fue el Padre quien envió la Palabra, al fin de los tiempos. Quiso que no siguiera
hablando por medio de un profeta, ni que se hiciera adivinar mediante anuncios velados;
sino que le dijo que se manifestara a rostro descubierto, a fin de que el mundo, al verla,
pudiera salvarse.
Sabemos que esta Palabra tomó un cuerpo de la Virgen, y que asumió al hombre viejo,
transformándolo. Sabemos que se hizo hombre de nuestra misma condición, porque, si no
hubiera sido así, sería inútil que luego nos prescribiera imitarle como maestro. Porque, si
este hombre hubiera sido de otra naturaleza, ¿cómo habría de ordenarme las mismas
cosas que él hace, a mí, débil por nacimiento, y cómo sería entonces bueno y justo?
Para que nadie pensara que era distinto de nosotros, se sometió a la fatiga, quiso tener
hambre y no se negó a pasar sed, tuvo necesidad de descanso y no rechazó el
sufrimiento, obedeció hasta la muerte y manifestó su resurrección, ofreciendo en todo
esto su humanidad como primicia, para que tú no te descorazones en medio de tus
sufrimientos, sino que, aun reconociéndote hombre, aguardes a tu vez lo mismo que Dios
dispuso para él.
Cuando contemples ya al verdadero Dios, poseerás un cuerpo inmortal e incorruptible,
junto con el alma, y obtendrás el reino de los cielos, porque, sobre la tierra, habrás
reconocido al Rey celestial; serás íntimo de Dios, coheredero de Cristo, y ya no serás más
esclavo de los deseos, de los sufrimientos y de las enfermedades, porque habrás llegado a
ser dios.
Porque todos los sufrimientos que has soportado, por ser hombre, te los ha dado Dios
precisamente porque lo eras; pero Dios ha prometido también otorgarte todos sus
atributos, una vez que hayas sido divinizado y te hayas vuelto inmortal. Es decir, conócete
a ti mismo mediante el conocimiento de Dios, que te ha creado, porque conocerlo y ser
conocido por él es la suerte de su elegido.
No seáis vuestros propios enemigos, ni os volváis hacia atrás, porque Cristo es el Dios
que está por encima de todo: él ha ordenado purificar a los hombres del pecado, y él es
quien renueva al hombre viejo, al que ha llamado desde el comienzo imagen suya,
mostrando, por su impronta en ti, el amor que te tiene. Y, si tú obedeces sus órdenes y te
haces buen imitador de este buen maestro, llegarás a ser semejante a él y recompensado
por él; porque Dios no es pobre, y te divinizará para su gloria.
R. La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros; * y hemos visto su gloria,
gloria que recibe del Padre, como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
V. Apareció en la tierra y convivió entre los hombres.
R. Y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre, como Hijo único, lleno de gracia y
de verdad.
Se dice el Te Deum
Oremos:
Dios todopoderoso, por este nuevo nacimiento de tu Hijo en nuestra carne líbranos del
yugo con que nos domina la antigua servidumbre del pecado. Por nuestro Señor
Jesucristo.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.