Oficio de Lectura - SÁBADO X SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO 2025

El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de hoy, sábado, 14 de junio de 2025.

Invitatorio

Notas

  • Si el Oficio ha de ser rezado a solas, puede decirse la siguiente oración:

    Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
  • El Invitatorio se dice como introducción a todo el conjunto de la oración cotidiana; por ello se antepone o bien al Oficio de lectura o bien a las Laudes, según se comience el día por una u otra acción litúrgica.
  • Cuando se reza individualmente, basta con decir la antífona una sola vez al inicio del salmo. Por lo tanto, no es necesario repetirla al final de cada estrofa.

V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Antifona: Escuchemos la voz del Señor, para que entremos en su descanso.

  • Salmo 94
  • Salmo 99
  • Salmo 66
  • Salmo 23

Invitación a la alabanza divina

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

(Se repite la antífona)

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

(Se repite la antífona)

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

(Se repite la antífona)

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

(Se repite la antífona)

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Alegría de los que entran en el templo

El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

(Se repite la antífona)

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

(Se repite la antífona)

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

(Se repite la antífona)

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Que todos los pueblos alaben al Señor

Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Entrada solemne de Dios en su templo

Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

(Se repite la antífona)

—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

(Se repite la antífona)

—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

(Se repite la antífona)

—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Oficio de Lectura

Notas

  • Si el Oficio de lectura se reza antes de Laudes, se empieza con el Invitatorio, como se indica al comienzo. Pero si antes se ha rezado ya alguna otra Hora del Oficio, se comienza con la invocación mostrada en este formulario.
  • Cuando el Oficio de lectura forma parte de la celebración de una vigilia dominical o festiva prolongada (Principios y normas generales de la Liturgia de las Horas, núm. 73), antes del himno Te Deum se dicen los cánticos correspondientes y se proclama el evangelio propio de la vigilia dominical o festiva, tal como se indica en Vigilias.
  • Además de los himnos que aparecen aquí, pueden usarse, sobre todo en las celebraciones con el pueblo, otros cantos oportunos y debidamente aprobados.
  • Si el Oficio de lectura se dice inmediatamente antes de otra Hora del Oficio, puede decirse como himno del Oficio de lectura el himno propio de esa otra Hora; luego, al final del Oficio de lectura, se omite la oración y la conclusión y se pasa directamente a la salmodia de la otra Hora, omitiendo su versículo introductorio y el Gloria al Padre, etc.
  • Cada día hay dos lecturas, la primera bíblica y la segunda hagiográfica, patrística o de escritores eclesiásticos.

Invocación

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

  • Himno 1

A caminar sin ti, Señor, no atino;
tu palabra de fuego es mi sendero
me encontraste cansado y prisionero
del desierto, del cardo y del espino.
Descansa aquí conmigo del camino,
que en Emaús hay trigo en el granero,
hay un poco de vino y un alero
que cobije tu sueño, Peregrino.
Yo contigo, Señor, herido y ciego;
tú conmigo, Señor, enfebrecido,
el aire quieto, el corazón en fuego.
Y en diálogo sediento y torturado
se encontrarán en un solo latido,
cara a cara, tu amor y mi pecado. Amén.

Salmodia

Antífona 1: Acuérdate de nosotros, Señor, visítanos con tu salvación. (T. P. Aleluya).

Salmo 105

BONDAD DE DIOS E INFIDELIDAD DEL PUEBLO A TRAVÉS DE LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN

Todo esto fue escrito para escarmiento nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades (1 Cor 10, 11).

I

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
¿Quién podrá contar las hazañas de Dios,
pregonar toda su alabanza?
Dichosos los que respetan el derecho
y practican siempre la justicia.
Acuérdate de mí por amor a tu pueblo,
visítame con tu salvación:
para que vea la dicha de tus escogidos,
y me alegre con la alegría de tu pueblo,
y me gloríe con tu heredad.
Hemos pecado con nuestros padres,
hemos cometido maldades e iniquidades.
Nuestros padres en Egipto
no comprendieron tus maravillas;
no se acordaron de tu abundante misericordia,
se rebelaron contra el Altísimo en el mar Rojo,
pero Dios los salvó por amor de su nombre,
para manifestar su poder.
Increpó al mar Rojo, y se secó,
los condujo por el abismo como por tierra firme;
los salvó de la mano del adversario,
los rescató del puño del enemigo;
las aguas cubrieron a los atacantes,
y ni uno solo se salvó:
entonces creyeron sus palabras,
cantaron su alabanza.
Bien pronto olvidaron sus obras,
y no se fiaron de sus planes:
ardían de avidez en el desierto
y tentaron a Dios en la estepa.
Él les concedió lo que pedían,
pero les mandó un cólico por su gula.
Envidiaron a Moisés en el campamento,
y a Aarón, el consagrado al Señor:
se abrió la tierra y se tragó a Datán,
se cerró sobre Abirón y sus secuaces;
un fuego abrasó a su banda,
una llama consumió a los malvados.

Antífona 2: No olvidéis la alianza que el Señor, vuestro Dios, pactó con vosotros.

II

En Horeb se hicieron un becerro,
adoraron un ídolo de fundición;
cambiaron su gloria por la imagen
de un toro que come hierba.
Se olvidaron de Dios, su salvador,
que había hecho prodigios en Egipto,
maravillas en el país de Cam,
portentos junto al mar Rojo.
Dios hablaba ya de aniquilarlos;
pero Moisés, su elegido,
se puso en la brecha frente a él,
para apartar su cólera del exterminio.
Despreciaron una tierra envidiable,
no creyeron en su palabra;
murmuraban en las tiendas,
no escucharon la voz del Señor.
Él alzó la mano y juró
que los haría morir en el desierto,
que dispersaría su estirpe por las naciones
y los aventaría por los países.
Se acoplaron con Baal Fegor,
comieron de los sacrificios a dioses muertos;
provocaron a Dios con sus perversiones,
y los asaltó una plaga;
pero Finés se levantó e hizo justicia,
y la plaga cesó;
y se le apuntó a su favor
por generaciones sin término.
Lo irritaron junto a las aguas de Meribá,
Moisés tuvo que sufrir por culpa de ellos;
le habían amargado el alma,
y desvariaron sus labios.

Antífona 3: Sálvanos, Señor, Dios nuestro, y reúnenos de entre los gentiles. (T. P. Aleluya).

III

No exterminaron a los pueblos
que el Señor les había mandado;
emparentaron con los gentiles,
imitaron sus costumbres;
adoraron sus ídolos
y cayeron en sus lazos;
inmolaron a los demonios
sus hijos y sus hijas;
derramaron la sangre inocente
y profanaron la tierra ensangrentándola;
se mancharon con sus acciones
y se prostituyeron con sus maldades.
La ira del Señor se encendió contra su pueblo,
y aborreció su heredad;
los entregó en manos de gentiles,
y sus adversarios los sometieron;
sus enemigos los tiranizaban
y los doblegaron bajo su poder.
Cuántas veces los libró;
más ellos, obstinados en su actitud,
perecían por sus culpas;
pero él miró su angustia,
y escuchó sus gritos.
Recordando su pacto con ellos,
se arrepintió con inmensa misericordia;
hizo que movieran a compasión
a los que los habían deportado.
Sálvanos, Señor, Dios nuestro,
reúnenos de entre los gentiles:
daremos gracias a tu santo nombre,
y alabarte será nuestra gloria.
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
desde siempre y por siempre.
Y todo el pueblo diga: ¡Amén!

Lecturas

Primera Lectura

Del libro de Josué 10, 1-14; 11, 15-17

EL PUEBLO DE DIOS TOMA POSESIÓN DE SU TIERRA

Habiéndose enterado Adoni-Sédeq, rey de Jerusalén, de que Josué se había apoderado
de Ay y la había consagrado al anatema, haciendo con Ay y su rey como había hecho con
Jericó y su rey, y de que los habitantes de Gabaon habían hecho las paces con Israel y
habían quedado incorporados a él, se atemorizó mucho con ello, porque Gabaon era una
ciudad grande, como una ciudad
real, mayor que Ay, y todos sus hombres eran valientes. Entonces Adoni-Sédeq, rey de
Jerusalén, mandó a decir a Hohán, rey de Hebrón, a Piram, rey de Yarmut, a Yafia, rey de
Lakís, y a Debir, rey de Eglón:
«Venid en mi auxilio para que derrotemos a Gabaon, pues han hecho las paces con
Josué y con los israelitas.»
Se juntaron y se pusieron en marcha los cinco reyes amorreos: el rey de Jerusalén, el
rey de Hebrón, el rey de Yarmut, el rey de Lakís y el rey de Eglón, con todas sus tropas;
asediaron a Gabaon y la atacaron. Los gabaonitas mandaron decir a Josué al campamento
de Guilgal:
«No dejes solos a tus siervos; sube aprisa hacia nosotros, sálvanos y socórrenos,
porque se han aliado contra nosotros todos los reyes amorreos que habitan en la
montaña.»
Josué subió de Guilgal con toda la gente de guerra y todos los guerreros esforzados. Y
el Señor dijo a Josué:
«No los temas, porque los he puesto en tus manos; ninguno de ellos te podrá resistir.»
Josué cayó sobre ellos de improviso, tras haber caminado toda la noche desde Guilgal.
El Señor los puso en fuga delante de Israel y les causó una gran derrota en Gabaon; los
persiguió por el camino de la bajada de Bet-Jorón y los batió hasta Azecá y Maquedá.
Mientras huían ante Israel por la pendiente de Bet-Jorón, el Señor lanzó desde el cielo
grandes piedras sobre ellos hasta Azecá, que hicieron morir a muchos. Y fueron más los
que murieron por las piedras
que los que mataron los israelitas a filo de espada.
El día que el Señor entregó al amorreo en manos de los israelitas, Josué se dirigió al
Señor y exclamó:
«Detente, oh sol, en Gabaon, y tú, luna, en el valle de Ayalón.»

Y el sol se detuvo y la luna se esperó, hasta que el pueblo se vengó de sus enemigos.
¿No está esto escrito en el libro del Justo? El sol se detuvo en medio del cielo y dejó de
correr un día entero hacia su ocaso. No hubo día semejante ni antes ni después, en que
obedeciera el Señor a la voz de un hombre. Es que el Señor combatía por Israel.
Tal como el Señor había ordenado a su siervo Moisés, Moisés se lo había ordenado a
Josué, y Josué lo ejecutó: no dejó pasar una sola palabra de lo que el Señor había
ordenado a Moisés. Josué se apoderó de todo el país: de la montaña, de todo el Negueb y
de todo el país de Gosen, de la Tierra Baja, de la Araba, de la montaña de Israel y de sus
estribaciones.
Desde el monte Escueto que sube hacia Seír hasta Baal-Gad en el valle del Líbano, al
pie del monte Hermón, apresó a todos sus reyes y los hirió de muerte.

Responsorio Ez 34, 13. 15

R. Congregaré a mis ovejas de entre las naciones, las traeré a su tierra, * las apacentaré
en los montes de Israel, en las cañadas y en los poblados del país.
V. Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a reposar.
R. Las apacentaré en los montes de Israel, en las cañadas y en los poblados del país.

Segunda Lectura

De los comentarios de san Ambrosio, obispo, sobre los salmos
(Salmo 1, 9-12: CSEL 64, 7. 9-10)

CANTAR SALMOS CON EL ESPÍRITU, PERO CANTARLOS TAMBIÉN CON LA MENTE

¿Qué cosa hay más agradable que los salmos? Como dice bellamente el mismo
salmista: Alabad al Señor, que los salmos son buenos; nuestro Dios merece una alabanza
armoniosa. Y con razón: los salmos, en efecto, son la bendición del pueblo, la alabanza de
Dios, el elogio de los fieles, el aplauso de todos, el lenguaje universal, la voz de la Iglesia,
la profesión armoniosa de nuestra fe, la expresión de nuestra entrega total, el gozo de
nuestra libertad, el clamor de nuestra alegría desbordante. Ellos calman nuestra ira,
rechazan nuestras preocupaciones, nos consuelan en nuestras tristezas. De noche son un
arma, de día una enseñanza; en el peligro son nuestra defensa, en las festividades nuestra
alegría; ellos expresan la tranquilidad de nuestro espíritu, son prenda de paz y de
concordia, son como la cítara que aúna en un solo canto las voces más diversas y
dispares. Con los salmos celebramos el nacimiento del día, y con los salmos cantamos a su
ocaso.
En los salmos rivalizan la belleza y la doctrina; son a la vez un canto que deleita y un
texto que instruye. Cualquier sentimiento encuentra su eco en el libro de los salmos. Leo
en ellos: Cántico para el amado, y me inflamo en santos deseos de amor; en ellos voy
meditando el don de la revelación, el anuncio profético de la resurrección, los bienes
prometidos; en ellos aprendo a evitar el pecado y a sentir arrepentimiento y vergüenza de
los delitos cometidos.
hace resonar en la tierra la dulzura de las melodías celestiales, como quien pulsa la lira del
Espíritu Santo? Unido a este Espíritu, el salmista hace subir a lo alto, de diversas maneras,
el canto de la alabanza divina, con liras e instrumentos de cuerda, esto es, con los
despojos muertos de otras diversas voces; porque nos enseña que primero debemos morir
al pecado y luego, no antes, poner de manifiesto en este cuerpo las obras de las diversas
virtudes, con las cuales pueda llegar hasta el Señor el obsequio de nuestra devoción.
Nos enseña, pues, el salmista que nuestro canto, nuestra salmodia, debe ser interior,
como lo hacía Pablo, que dice: Quiero rezar llevado del Espíritu, pero rezar también con la
inteligencia; quiero cantar llevado del Espíritu, pero cantar también con la inteligencia; con
estas palabras nos advierte que debemos orientar nuestra vida y nuestros actos a las
cosas de arriba, para que así el deleite de lo agradable no excite las pasiones corporales,
las cuales no liberan nuestra alma, sino que la aprisionan más aún; el salmista nos
recuerda que en la salmodia encuentra el alma su redención: Tocaré para ti la citara,
Santo de Israel; te aclamarán mis labios, Señor, mi alma, que tú redimiste.

Responsorio Sal 91, 2. 4

R. Es bueno dar gracias al Señor * y tocar para tu nombre, oh Altísimo.
V. Con arpas de diez cuerdas y laúdes sobre arpegios de cítaras.
R. Y tocar para tu nombre, oh Altísimo.

Oración

Oremos:

Oh Dios, fuente de todo bien, escucha sin cesar nuestras súplicas, y concédenos,
inspirados por ti, pensar lo que es recto y cumplirlo con tu ayuda. Por nuestro Señor Jesucristo
, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.

Conclusión

Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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