El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de hoy, martes, 14 de enero de 2025.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Venid, adoremos al Señor, Dios soberano.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Alabemos a Dios que, en su Palabra,
nos revela el designio salvador,
y digamos en súplica confiada:
«Renuévame por dentro, mi Señor.»
No cerremos el alma a su llamada
ni dejemos que arraigue el desamor;
aunque dura es la lucha, su palabra
será bálsamo suave en el dolor.
Caminemos los días de esta vida
como tiempo de Dios y de oración;
él es fiel a la alianza prometida:
«Si eres mi pueblo, yo seré tu Dios.»
Tú dijiste, Jesús, que eras camino
para llegar al Padre sin temor;
concédenos la gracia de tu Espíritu
que nos lleve al encuentro del Señor. Amén.
Antífona 1: El Señor hará justicia a los pobres. (T. P. Aleluya).
Salmo 9 B
CANTO DE ACCIÓN DE GRACIAS
Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios (Lc 6, 20).
I
¿Por qué te quedas lejos, Señor,
y te escondes en el momento del aprieto?
La soberbia del impío oprime al infeliz
y lo enreda en las intrigas que ha tramado.
El malvado se gloría de su ambición,
el codicioso blasfema y desprecia al Señor.
El malvado dice con insolencia:
«No hay Dios que me pida cuentas.»
La intriga vicia siempre su conducta,
aleja de su mente tus juicios
y desafía a sus rivales.
Piensa: «No vacilaré,
nunca jamás seré desgraciado.»
Su boca está llena de maldiciones,
de engaños y de fraudes;
su lengua encubre maldad y opresión;
en el zaguán se sienta al acecho
para matar a escondidas al inocente.
Sus ojos espían al pobre;
acecha en su escondrijo como león en su guarida,
acecha al desgraciado para robarle,
arrastrándolo a sus redes;
se agacha y se encoge
y con violencia cae sobre el indefenso.
Piensa: «Dios lo olvida,
se tapa la cara para no enterarse.»
Antífona 2: Tú, Señor, ves las penas y los trabajos. (T. P. Aleluya).
II
Levántate, Señor, extiende tu mano,
no te olvides de los humildes;
¿por qué ha de despreciar a Dios el malvado,
pensando que no le pedirá cuentas?
Pero tú ves las penas y los trabajos,
tú miras y los tomas en tus manos.
A ti se encomienda el pobre,
tú socorres al huérfano.
Rómpele el brazo al malvado,
pídele cuentas de su maldad, y que desaparezca.
El Señor reinará eternamente
y los gentiles desaparecerán de su tierra.
Señor, tú escuchas los deseos de los humildes,
les prestas oído y los animas;
tú defiendes al huérfano y al desvalido:
que el hombre hecho de tierra
no vuelva a sembrar su terror.
Antífona 3: Las palabras del Señor son palabras auténticas, como plata refinada siete veces. (T. P. Aleluya).
Salmo 11
INVOCACIÓN A LA FIDELIDAD DE DIOS CONTRA LOS ENEMIGOS MENTIROSOS
Porque éramos pobres, el Padre nos ha mandado a su Hijo (San Agustín).
Sálvanos, Señor, que se acaban los buenos,
que desaparece la lealtad entre los hombres:
no hacen más que mentir a su prójimo,
hablan con labios embusteros
y con doblez de corazón.
Extirpe el Señor los labios embusteros
y la lengua fanfarrona
de los que dicen: "la lengua es nuestra fuerza,
nuestros labios nos defienden,
¿quién será nuestro acusador?"
El Señor responde: "por la opresión del humilde,
por el gemido del pobre,
yo me levantaré,
y pondré a salvo al que lo ansía".
Las palabras del Señor son palabras auténticas,
como plata limpia de ganga,
refinada siete veces.
Tú nos guardarás, Señor,
nos librarás para siempre de esa gente:
de los malvados que merodean
para chupar como sanguijuelas sangre humana.
De la carta a los Romanos 1, 18-32
LA CÓLERA DE DIOS CONTRA LA IMPIEDAD
Hermanos: Desde el cielo viene revelándose la cólera de Dios sobre todo género de
impiedad e injusticia de los hombres, que en su maldad tienen cautiva la verdad; ya que
son manifiestas a ellos las verdades que se pueden conocer acerca de Dios. Bien claro se
las manifestó él.
Así, después de la creación del mundo, conocemos sus atributos invisibles,
aprehendidos mediante las criaturas, tales como su eterna omnipotencia y su divinidad.
De manera que no tienen excusa. Y en verdad, no obstante el conocimiento que tenían de
Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que acabaron en necios y
fútiles razonamientos, viniendo a entenebrecerse su insensato corazón. Alardeando de
sabios, se hicieron necios; y trocaron la gloria del Dios incorruptible por ídolos o
representaciones del hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.
Por eso, los entregó Dios a la impureza, conforme a los depravados instintos de sus
corazones; tanto que ellos mismos se afrentaron en sus propios cuerpos, por haber
sustituido la verdad de Dios por la mentira de los ídolos, y por haber adorado y servido a
la criatura en lugar del Creador. Sea él bendito por siempre. Amén.
Por eso, los entregó Dios a las pasiones vergonzosas. Sus mujeres cambiaron el uso
natural por el uso contra naturaleza; e igualmente los varones, dejando el uso natural de
la mujer, se abrasaron en mutua concupiscencia; cometieron torpezas hombres con
hombres, y recibieron en sus propias personas el pago debido a su extravío.
Y, como no se dignaron poseer el verdadero conocimiento de Dios, Dios los entregó a
una mentalidad depravada, que los llevó a cometer torpezas; se llenaron de toda suerte
de maldad, de perversidad, de avaricia, de malicia, henchidos de envidia, homicidios,
contiendas, fraudes, malignidad; chismosos, malas lenguas, aborrecedores de Dios,
ultrajadores, soberbios, fanfarrones, forjadores de maldad, rebeldes a los padres,
insensatos, infieles, sin amor, sin piedad; y de tal índole, que, conociendo la sentencia
divina que declara reos de muerte a quienes tales cosas hacen, no sólo las hacen, sino
que hasta aplauden a quienes las ponen por obra.
V. Después de la creación del mundo, conocemos los atributos invisibles de Dios,
aprehendidos mediante las criaturas. * Pues, por la magnitud y belleza de las criaturas, se
descubre por analogía al que les dio el ser.
R. Eran naturalmente vanos todos los hombres que ignoraban a Dios.
V. Pues, por la magnitud y belleza de las criaturas, se descubre por analogía al que les dio
el ser.
De la Regla monástica mayor de san Basilio Magno; obispo
(Respuesta 2,1: PG 31, 908-910)
TENEMOS DEPOSITADA EN NOSOTROS UNA FUERZA QUE NOS CAPACITA PARA AMAR
El amor de Dios no es algo que pueda aprenderse con unas normas y preceptos. Así
como nadie nos ha enseñado a gozar de la luz, a amar la vida, a querer a nuestros padres
y educadores, así también, y con mayor razón, el amor de Dios no es algo que pueda
enseñarse, sino que desde que empieza a existir este ser vivo que llamamos hombre es
depositada en él una fuerza espiritual, a manera de semilla, que encierra en sí misma la
facultad y la tendencia al amor. Esta fuerza seminal es cultivada diligentemente y nutrida
sabiamente en la escuela de los divinos preceptos y así, con la ayuda de Dios, llega a su
perfección.
Por esto, nosotros, dándonos cuenta de vuestro deseo por llegar a esta perfección, con
la ayuda de Dios y de vuestras oraciones, nos esforzaremos, en la medida en que nos lo
permita la luz del Espíritu Santo, por avivar la chispa del amor divino escondida en vuestro
interior.
Digamos, en primer lugar, que Dios nos ha dado previamente la fuerza necesaria para
cumplir todos los mandamientos que él nos ha impuesto, de manera que no hemos de
apenarnos como si se nos exigiese algo extraordinario, ni hemos de enorgullecernos como
si devolviésemos a cambio más de lo que se nos ha dado. Si usamos recta y
adecuadamente de estas energías que se nos han otorgado, entonces llevaremos con
amor una vida llena de virtudes; en cambio, si no las usamos debidamente, habremos
viciado su finalidad.
En esto consiste precisamente el pecado, en el uso desviado y contrario a la voluntad
de Dios de las facultades que él nos ha dado para practicar el bien; por el contrario, la
virtud, que es lo que Dios pide de nosotros, consiste en usar de esas facultades con recta
conciencia, de acuerdo con los designios del Señor.
Siendo esto así, lo mismo podemos afirmar de la caridad. Habiendo recibido el mandato
de amar a Dios, tenemos depositada en nosotros, desde nuestro origen, una fuerza que
nos capacita para amar; y ello no necesita demostrarse con argumentos exteriores, ya que
cada cual puede comprobarlo por sí mismo y en sí mismo. En efecto, un impulso natural
nos inclina a lo bueno y a lo bello, aunque no todos coinciden siempre en lo que es bello y
bueno; y, aunque nadie nos lo ha enseñado, amamos a todos los que de algún modo
están vinculados muy de cerca a nosotros, y rodeamos de benevolencia, por inclinación
espontánea, a aquellos que nos complacen y nos hacen el bien.
Y ahora yo pregunto, ¿qué hay más admirable que la belleza de Dios? ¿Puede pensarse
en algo más dulce y agradable que la magnificencia divina? ¿Puede existir un deseo más
fuerte e impetuoso que el que Dios infunde en el alma limpia de todo pecado y que dice
con sincero afecto: Desfallezco de amor? El resplandor de la belleza divina es algo
absolutamente inefable e inenarrable.
R. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; * Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.
V. Dios mío, mi escudo y peña en que me amparo.
R. Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.
Oremos:
Muéstrate propicio, Señor, a los deseos y plegarias de tu pueblo; danos luz para conocer
tu voluntad y la fuerza necesaria para cumplirla. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.