Oficio de Lectura - JUEVES XIV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO 2025

El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de hoy, jueves, 10 de julio de 2025. Otras celebraciones del día: BEATOS CARMELO BOLTA, PRESBÍTERO, Y FRANCISCO PINAZO, RELIGIOSO, MÁRTIRES .

Invitatorio

Notas

  • Si el Oficio ha de ser rezado a solas, puede decirse la siguiente oración:

    Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
  • El Invitatorio se dice como introducción a todo el conjunto de la oración cotidiana; por ello se antepone o bien al Oficio de lectura o bien a las Laudes, según se comience el día por una u otra acción litúrgica.
  • Cuando se reza individualmente, basta con decir la antífona una sola vez al inicio del salmo. Por lo tanto, no es necesario repetirla al final de cada estrofa.

V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Antifona: Entrad en la presencia del Señor con vítores.

  • Salmo 94
  • Salmo 99
  • Salmo 66
  • Salmo 23

Invitación a la alabanza divina

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

(Se repite la antífona)

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

(Se repite la antífona)

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

(Se repite la antífona)

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

(Se repite la antífona)

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Alegría de los que entran en el templo

El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

(Se repite la antífona)

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

(Se repite la antífona)

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

(Se repite la antífona)

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Que todos los pueblos alaben al Señor

Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Entrada solemne de Dios en su templo

Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

(Se repite la antífona)

—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

(Se repite la antífona)

—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

(Se repite la antífona)

—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Oficio de Lectura

Notas

  • Si el Oficio de lectura se reza antes de Laudes, se empieza con el Invitatorio, como se indica al comienzo. Pero si antes se ha rezado ya alguna otra Hora del Oficio, se comienza con la invocación mostrada en este formulario.
  • Cuando el Oficio de lectura forma parte de la celebración de una vigilia dominical o festiva prolongada (Principios y normas generales de la Liturgia de las Horas, núm. 73), antes del himno Te Deum se dicen los cánticos correspondientes y se proclama el evangelio propio de la vigilia dominical o festiva, tal como se indica en Vigilias.
  • Además de los himnos que aparecen aquí, pueden usarse, sobre todo en las celebraciones con el pueblo, otros cantos oportunos y debidamente aprobados.
  • Si el Oficio de lectura se dice inmediatamente antes de otra Hora del Oficio, puede decirse como himno del Oficio de lectura el himno propio de esa otra Hora; luego, al final del Oficio de lectura, se omite la oración y la conclusión y se pasa directamente a la salmodia de la otra Hora, omitiendo su versículo introductorio y el Gloria al Padre, etc.
  • Cada día hay dos lecturas, la primera bíblica y la segunda hagiográfica, patrística o de escritores eclesiásticos.

Invocación

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

  • Himno 1

Señor, ¿a quién iremos,
si tú eres la Palabra?
A la voz de tu aliento
se estremeció la nada;
la hermosura brilló
y amaneció la gracia.
Señor, ¿a quién iremos,
si tu voz nos habla?
Nos hablas en las voces
de tu voz semejanza:
en los goces pequeños
y en las angustias largas.
Señor, ¿a quién iremos,
si tú eres la Palabra?
En los silencios íntimos
donde se siente el alma,
tu clara voz creadora
despierta la nostalgia.
¿A quién iremos, Verbo,
entre tantas palabras?
Al golpe de la vida,
perdemos la esperanza;
hemos roto el camino
y el roce de tu planta.
¿A dónde iremos, dinos,
Señor, si no nos hablas?
¡Verbo del Padre, Verbo
de todas las mañanas,
de las tardes serenas,
de las noches cansadas!
¿A dónde iremos, Verbo,
si tú eres la Palabra? Amén.

Salmodia

Antífona 1: Nos diste, Señor, la victoria sobre el enemigo; por eso damos gracias a tu nombre. (T. P. Aleluya).

Salmo 43

ORACIÓN DEL PUEBLO EN LAS CALAMIDADES

En todo vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado (Rom 8, 37).

I

Oh Dios, nuestros oídos lo oyeron,
nuestros padres nos lo han contado:
la obra que realizaste en sus días,
en los años remotos.
Tú mismo con tu mano desposeíste a los gentiles,
y los plantaste a ellos;
trituraste a las naciones,
y los hiciste crecer a ellos.
Porque no fue su espada la que ocupó la tierra,
ni su brazo el que les dio la victoria,
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,
porque tú los amabas.
Mi rey y mi Dios eres tú,
que das la victoria a Jacob:
con tu auxilio embestimos al enemigo,
en tu nombre pisoteamos al agresor.
Pues yo no confío en mi arco,
ni mi espada me da la victoria;
tú nos das la victoria sobre el enemigo
y derrotas a nuestros adversarios.
Dios ha sido siempre nuestro orgullo,
y siempre damos gracias a tu nombre.

Antífona 2: Perdónanos, Señor, y no entregues tu heredad al oprobio.

II

Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas,
y ya no sales, Señor, con nuestras tropas:
nos haces retroceder ante el enemigo,
y nuestro adversario nos saquea.
Nos entregas como ovejas a la matanza
y nos has dispersado por las naciones;
vendes a tu pueblo por nada,
no lo tasas muy alto.
Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean;
nos has hecho el refrán de los gentiles,
nos hacen muecas las naciones.
Tengo siempre delante mi deshonra,
y la vergüenza me cubre la cara
al oír insultos e injurias,
al ver a mi rival y a mi enemigo.

Antífona 3: Levántate, Señor, y redímenos por tu misericordia. (T. P. Aleluya).

III

Todo esto nos viene encima,
sin haberte olvidado
ni haber violado tu alianza,
sin que se volviera atrás nuestro corazón
ni se desviaran de tu camino nuestros pasos;
y tú nos arrojaste a un lugar de chacales
y nos cubriste de tinieblas.
Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios
y extendido las manos a un dios extraño,
el Señor lo habría averiguado,
pues él penetra los secretos del corazón.
Por tu causa nos degüellan cada día,
nos tratan como a ovejas de matanza.
Despierta, Señor, ¿por qué duermes?
Levántate, no nos rechaces más.
¿Por qué nos escondes tu rostro
y olvidas nuestra desgracia y opresión?
Nuestro aliento se hunde en el polvo,
nuestro vientre está pegado al suelo.
Levántate a socorrernos,
redímenos por tu misericordia.

Lecturas

Primera Lectura

Del primer libro de Samuel 25, 14-24. 28-39a

DAVID Y ABIGAÍL

En aquellos días, uno de los servidores avisó a Abigaíl, mujer de Nabal:
«Mira que David ha enviado mensajeros desde el desierto para saludar a nuestro amo,
y él los ha despreciado. Sin embargo, esos hombres han sido muy buenos con nosotros, y
nada nos ha faltado mientras anduvimos con ellos, cuando estábamos en el campo.
Fueron nuestra defensa noche y día, todo el tiempo que estuvimos con ellos guardando el
ganado. Date cuenta y mira lo que debes hacer, porque ya está decretada la ruina de
nuestro amo y de toda su casa; y él es tan insensato, que no se le puede decir nada.»
Tomó Abigaíl, a toda prisa, doscientos panes y dos odres de vino, cinco carneros ya
preparados, cinco arrobas de trigo tostado, cien racimos de uvas pasas y doscientos panes
de higos secos, y lo cargó todo sobré unos asnos, diciendo a sus servidores:
«Pasad delante de mí, y yo os seguiré.»
Pero nada dijo a Nabal, su marido.
Cuando bajaba ella, montada en el asno, por lo espeso del monte, David y sus hombres
bajaban en dirección contraria y se topó con ellos. David había dicho:
«Muy en vano he guardado en el desierto todo lo de este hombre, para que nada de lo
suyo le faltase, pues ahora me devuelve mal por bien. Esto haga Dios a David y esto otro
añada, si para el alba dejo con vida ni un solo varón de los de Nabal.»
Apenas vio a David, se apresuró Abigaíl a bajar del asno y, cayendo ante David, se
postró en tierra y, arrojándose a sus pies, le dijo:
«Caiga sobre mí la falta, mi señor. Deja que tu sierva hable a tus oídos y escucha las
palabras de tu sierva. Perdona, por favor, la falta de tu sierva, ya que ciertamente hará el
Señor una casa permanente a mi señor, pues mi señor combate las batallas del Señor y no
vendrá mal sobre ti en toda tu vida. Y, aunque se alza un hombre para perseguirte y
buscar tu vida, la vida de mi señor está encerrada en la bolsa de la vida, junto al Señor tu
Dios, mientras que la vida de los enemigos de mi señor la volteará en el hueco de la
honda. Cuando haga el Señor a mi señor todo el bien que te ha prometido y te haya
restablecido como caudillo de Israel, que no haya turbación ni remordimiento en el
corazón de mi señor por haber derramado sangre inocente y haberse tomado mi señor la
justicia por su mano; y, cuando el Señor haya favorecido a mi señor, acuérdate de tu
sierva.»
David respondió a Abigaíl:
«Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que te ha enviado hoy a mi encuentro. Bendita
sea tu prudencia y bendita tú misma, que me has impedido derramar sangre y tomarme la

justicia por mi mano. De otro modo, ¡vive el Señor, Dios de Israel, que me ha impedido
hacerte mal!, que, de no haberte apresurado a venir a mi encuentro, no le hubiera
quedado a Nabal, al romper el alba, ni un solo varón.»
Tomó David de mano de ella lo que le traía y le dijo:
«Sube en paz a tu casa. Mira, he escuchado tu voz y he accedido a tu petición.»
Cuando Abigaíl volvió a donde se encontraba Nabal, estaba éste celebrando en su casa
un banquete como de rey; tenía el corazón alegre y estaba completamente borracho. Ella
no le dijo una palabra, ni grande ni pequeña, hasta el lucir del día. Por la mañana, cuando
se le pasó el vino a Nabal, le contó su mujer lo sucedido; entonces el corazón se le murió
en el pecho y él se quedó como una piedra. Al cabo de unos diez días, hirió el Señor a
Nabal y murió.
Oyó David que Nabal había muerto y dijo: «Bendito sea el Señor que ha defendido mi
causa contra la injuria de Nabal y ha preservado a su siervo de hacer el mal. El Señor ha
hecho caer la maldad de Nabal sobre su cabeza.»

Responsorio 1 S 25, 33. 32; Mt 5, 7

R. Tú me has impedido derramar sangre y tomarme la justicia por mi mano. * Bendito sea
el Señor, Dios de Israel, que te ha enviado hoy a mi encuentro.
V. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán, misericordia.
R. Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que te ha enviado hoy a mi encuentro.

Segunda Lectura

Del comentario de san Ambrosio, obispo, sobre el salmo ciento dieciocho
(Núms. 12. 13-14: CSEL. 62, 258-259)

EL TEMPLO DE DIOS ES SANTO: ESE TEMPLO SOIS VOSOTROS

Yo y el Padre vendremos y haremos morada en él. Que cuando venga encuentre
morada en él, pues, tu puerta abierta, ábrele tu alma, extiende el interior de tu mente
para que pueda contemplar en ella riquezas de rectitud, tesoros de paz, suavidad de
gracia. Dilata tu corazón, sal al encuentro del sol de la luz eterna que alumbra a todo
hombre. Esta luz verdadera brilla para todos, pero el que cierra sus ventanas se priva a sí
mismo de la luz eterna. También tú, si cierras la puerta de tu alma, dejas afuera a Cristo.
Aunque tiene poder para entrar, no quiere, sin embargo, ser inoportuno, no quiere obligar
a la fuerza.
Él salió del seno de la Virgen como el sol naciente, para iluminar con su luz todo el orbe
de la tierra. Reciben esta luz los que desean la claridad del resplandor sin fin, aquella
claridad que no interrumpe noche alguna. En efecto, a este sol que vemos cada día
suceden las tinieblas de la noche; en cambio, el Sol de justicia nunca se pone, porque a la
sabiduría no sucede la malicia.
Dichoso, pues, aquel a cuya puerta llama Cristo. Nuestra puerta es la fe, la cual, si es
resistente, defiende toda la casa. Por esta puerta entra Cristo. Por esto, dice la Iglesia en
el Cantar de los cantares: Oigo a mi amado que llama a la puerta. Escúchalo cómo llama,
cómo desea entrar: ¡Ábreme, mi paloma sin mancha, que tengo la cabeza cuajada de
rocío, mis rizos, del relente de la noche!
Considera cuándo es principalmente que llama a tu puerta el Verbo de Dios, siendo así
que su cabeza está cuajada del rocío de la noche. Él se digna visitar a los que están
tentados o atribulados, para que nadie sucumba bajo el peso de la tribulación. Su cabeza,
por tanto, se cubre de rocío o de relente cuando su cuerpo está en dificultades. Entonces,
pues, es cuando hay que estar en vela, no sea que cuando venga el Esposo se vea
obligado a retirarse. Porque, si estás dormido y tu corazón no está en vela, se marcha sin
haber llamado; pero, si tu corazón está en vela, llama y pide que se le abra la puerta.
Hay, pues, una puerta en nuestra alma, hay en nosotros aquellas puertas de las que
dice el salmo: ¡Portones! alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a
entrar el Rey de la gloria. Si quieres alzar los dinteles de tu fe, entrará a ti el Rey de la
gloria, llevando consigo el triunfo de su pasión. También el triunfo tiene sus puertas, pues
leemos en el salmo lo que dice el Señor Jesús por boca del salmista: Abridme las puertas
del triunfo.
Vemos, por tanto, que el alma tiene su puerta, a la que viene Cristo y llama. Ábrele,
pues; quiere entrar, quiere hallar en vela a su Esposa.

Responsorio Ap 3, 20; Mt 24, 46

R. Mirad que estoy a la puerta y llamo; si alguno escucha mi voz y me abre la puerta, *
entraré en su casa, cenaré con él y él conmigo.
V. Dichoso el siervo a quien su amo, al volver, lo encuentre cumpliendo lo que le ha
encomendado.
R. Entraré en su casa, cenaré con él y él conmigo.

Oración

Oremos:

Oh Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída,
concede a tus fieles la verdadera alegría, para que quienes han sido liberados de la
esclavitud del pecado alcancen también la felicidad eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.

Conclusión

Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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