Oficio de Lectura - JUEVES XXXI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO 2024

El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de hoy, jueves, 7 de noviembre de 2024.

Invitatorio

Notas

  • Si el Oficio ha de ser rezado a solas, puede decirse la siguiente oración:

    Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
  • El Invitatorio se dice como introducción a todo el conjunto de la oración cotidiana; por ello se antepone o bien al Oficio de lectura o bien a las Laudes, según se comience el día por una u otra acción litúrgica.
  • Cuando se reza individualmente, basta con decir la antífona una sola vez al inicio del salmo. Por lo tanto, no es necesario repetirla al final de cada estrofa.

V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Antifona: Venid, adoremos al Señor, porque él es nuestro Dios.

  • Salmo 94
  • Salmo 99
  • Salmo 66
  • Salmo 23

Invitación a la alabanza divina

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

(Se repite la antífona)

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

(Se repite la antífona)

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

(Se repite la antífona)

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

(Se repite la antífona)

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Alegría de los que entran en el templo

El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

(Se repite la antífona)

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

(Se repite la antífona)

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

(Se repite la antífona)

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Que todos los pueblos alaben al Señor

Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Entrada solemne de Dios en su templo

Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

(Se repite la antífona)

—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

(Se repite la antífona)

—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

(Se repite la antífona)

—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Oficio de Lectura

Notas

  • Si el Oficio de lectura se reza antes de Laudes, se empieza con el Invitatorio, como se indica al comienzo. Pero si antes se ha rezado ya alguna otra Hora del Oficio, se comienza con la invocación mostrada en este formulario.
  • Cuando el Oficio de lectura forma parte de la celebración de una vigilia dominical o festiva prolongada (Principios y normas generales de la Liturgia de las Horas, núm. 73), antes del himno Te Deum se dicen los cánticos correspondientes y se proclama el evangelio propio de la vigilia dominical o festiva, tal como se indica en Vigilias.
  • Además de los himnos que aparecen aquí, pueden usarse, sobre todo en las celebraciones con el pueblo, otros cantos oportunos y debidamente aprobados.
  • Si el Oficio de lectura se dice inmediatamente antes de otra Hora del Oficio, puede decirse como himno del Oficio de lectura el himno propio de esa otra Hora; luego, al final del Oficio de lectura, se omite la oración y la conclusión y se pasa directamente a la salmodia de la otra Hora, omitiendo su versículo introductorio y el Gloria al Padre, etc.
  • Cada día hay dos lecturas, la primera bíblica y la segunda hagiográfica, patrística o de escritores eclesiásticos.

Invocación

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

  • Himno 1

Con gozo el corazón cante la vida,
presencia y maravilla del Señor,
de luz y de color bella armonía,
sinfónica cadencia de su amor.
Palabra esplendorosa de su Verbo,
cascada luminosa de verdad,
que fluye en todo ser que en él fue hecho
imagen de su ser y de su amor.
La fe cante al Señor, y su alabanza,
palabra mensajera del amor,
responda con ternura a su llamada
en himno agradecido a su gran don.
Dejemos que su amor nos llene el alma
en íntimo diálogo con Dios,
en puras claridades cara a cara,
bañadas por los rayos de su sol.
Al Padre subirá nuestra alabanza
por Cristo, nuestro vivo intercesor,
en alas de su Espíritu que inflama
en todo corazón su gran amor. Amén.

Salmodia

Antífona 1: Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.

Salmo 88, 39-53

LAMENTACIÓN POR LA CAÍDA DE LA CASA DE DAVID

Ha suscitado una fuerza de salvación en la casa de David (Lc 1, 69).

IV

Tú, encolerizado con tu Ungido,
lo has rechazado y desechado;
has roto la alianza con tu siervo
y has profanado hasta el suelo su corona;
has derribado sus murallas
y derrocado sus fortalezas;
todo viandante lo saquea,
y es la burla de sus vecinos;
has sostenido la diestra de sus enemigos
y has dado el triunfo a sus adversarios;
pero a él le has embotado la espada
y no lo has confortado en la pelea;
has quebrado su cetro glorioso
y has derribado su trono;
has acortado los días de su juventud
y lo has cubierto de ignominia.

Antífona 2: Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana. (T. P. Aleluya).

V

¿Hasta cuándo, Señor, estarás escondido
y arderá como un fuego tu cólera?
Recuerda, Señor, lo corta que es mi vida
y lo caducos que has creado a los humanos.
¿Quién vivirá sin ver la muerte?
¿Quién sustraerá su vida a la garra del abismo?
¿Dónde está, Señor, tu antigua misericordia
que por tu fidelidad juraste a David?
Acuérdate, Señor, de la afrenta de tus siervos:
lo que tengo que aguantar de las naciones,
de cómo afrentan, Señor, tus enemigos,
de cómo afrentan las huellas de tu Ungido.
Bendito el Señor por siempre. Amén, amén.

Antífona 3: Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre. (T. P. Aleluya).

Salmo 89

BAJE A NOSOTROS LA BONDAD DEL SEÑOR

Para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día (2 Pe 3, 8).

Señor, tú has sido nuestro refugio
de generación en generación.
Antes que naciesen los montes
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre tú eres Dios.
Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: "retornad, hijos de Adán".
Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó;
una vela nocturna.
Los siembras año por año,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca.
¡Cómo nos ha consumido tu cólera
y nos ha trastornado tu indignación!
Pusiste nuestras culpas ante ti,
nuestros secretos ante la luz de tu mirada:
y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera,
y nuestros años se acabaron como un suspiro.
Aunque uno viva setenta años,
y el más robusto hasta ochenta,
la mayor parte son fatiga inútil,
porque pasan aprisa y vuelan.
¿Quién conoce la vehemencia de tu ira,
quién ha sentido el peso de tu cólera?
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos;
por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Danos alegría, por los días en que nos afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas.
Que tus siervos vean tu acción
y sus hijos tu gloria.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.

Lecturas

Primera Lectura

Del libro de la Sabiduría 13, 1 -10; 14, 15-21: 15, 1-6

EL HOMBRE SABIO RECHAZA A LOS ÍDOLOS

Eran naturalmente vanos todos los hombres que ignoraban a Dios, y fueron incapaces
de conocer al que es partiendo de las cosas buenas que están a la vista, y no
reconocieron al artífice fijándose en sus obras, sino que tuvieron por dioses al fuego, al
viento, al aire leve, a las órbitas astrales, al agua impetuosa, a las lumbreras celestes,
regidoras del mundo. Si, fascinados por su hermosura, los creyeron dioses, sepan cuánto
los aventaja su Dueño, pues los creó el autor de la belleza; y si los asombró su poder y
actividad, calculen cuánto más poderoso es quien los hizo; pues, por la magnitud y belleza
de las criaturas, se descubre por analogía al que les dio el ser.
Con todo, a éstos poco se les puede echar en cara, pues tal vez andan extraviados
buscando a Dios y queriéndolo encontrar; en efecto, dan vueltas a sus obras, las exploran,
y su apariencia los subyuga, porque es bello lo que ven. Pero ni siquiera éstos son
perdonables, porque si lograron saber tanto que fueron capaces de averiguar el principio
del cosmos, ¿cómo no encontraron antes a su Dueño? Son unos desgraciados, ponen su
esperanza en seres inertes, los que llamaron dioses a las obras de sus manos humanas, al
oro y la plata labrados con arte y a figuras de animales, o a una piedra inservible, obra de
mano antigua.
Un padre, desconsolado por un luto prematuro, hace una imagen del hijo malogrado, y,
al que antes era un hombre muerto, ahora lo venera como un dios e instituye misterios e
iniciaciones para sus subordinados; luego arraiga con el tiempo esta impía costumbre y se
observa como ley. También por decreto de los soberanos se daba culto a las estatuas;
como los hombres, viviendo lejos, no podían venerarlos en persona, representaron a la
persona remota haciendo una imagen visible del rey venerado, para así, mediante esta
diligencia, adular presente al ausente.
La ambición del artista, atrayendo aun a los que no lo conocían, promovió este culto;
en efecto, queriendo tal vez halagar al potentado, lo favorecía, forzando hábilmente el
parecido, y la gente, atraída por el encanto de la obra, juzga ahora digno de adoración al
que poco antes veneraba como hombre. Este hecho resultó una trampa para el mundo:
que los hombres, bajo el yugo de la desgracia y del poder, impusieron el nombre
incomunicable a la piedra y al leño.
Pero tú, Dios nuestro, eres bueno, leal y paciente, y con misericordia gobiernas todas
las cosas. Aunque pequemos, somos tuyos, acatamos tu poder; pero no pecaremos,
sabiendo que te pertenecemos. La perfecta justicia consiste en conocerte a ti, y reconocer
tu poder es la raíz de la inmortalidad. No nos extraviaron las malas artes inventadas por
los hombres, ni el trabajo estéril de los pintores -figuras realizadas con manchas
policromas-; su contemplación apasiona a los necios, que se entusiasman con la imagen
sin aliento de un ídolo muerto. Están enamorados del mal y son dignos de tales
esperanzas tanto los autores como los entusiastas y los adoradores.

Responsorio Rm 1, 20; Sb 13, 5. 1

R. Después de la creación del mundo, conocemos los atributos invisibles de Dios,
aprehendidos mediante las criaturas. * Pues, por la magnitud y belleza de las criaturas, se
descubre por analogía al que les dio el ser.
V. Eran naturalmente vanos todos los hombres que ignoraban a Dios.

R. Pues, por la magnitud y belleza de las criaturas, se descubre por analogía al que les dio
el ser.

Segunda Lectura

De las catequesis de san Cirilo de Jerusalén, obispo
(Catequesis 5, Sobre la fe y el símbolo, 12-13: PG 33, 513-523)

SOBRE EL SÍMBOLO DE LA FE

Al aprender y profesar la fe, adhiérete y conserva solamente la que ahora te entrega la
Iglesia, la única que las santas Escrituras acreditan y defienden. Como sea que no todos
pueden conocer las santas Escrituras, unos porque no saben leer, otros porque sus
ocupaciones se lo impiden, para que ninguna alma perezca por ignorancia, hemos
resumido, en los pocos versículos del símbolo, el conjunto de los dogmas de la fe.
Procura, pues, que esta fe sea para ti como un viático que te sirva toda la vida y, de
ahora en adelante, no admitas ninguna otra, aunque fuera yo mismo quien, cambiando de
opinión, te dijera lo contrario, o aunque un ángel caído se presentara ante ti disfrazado de
ángel de luz y te enseñara otras cosas para inducirte al error. Pues, si alguien os predica
un Evangelio distinto del que os hemos predicado -seamos nosotros mismos o un ángel
del cielo-, ¡sea maldito!
Esta fe que estáis oyendo con palabras sencillas retenedla ahora en la memoria y, en el
momento oportuno, comprenderéis, por medio de las santas Escrituras, lo que significa
exactamente cada una de sus afirmaciones. Porque tenéis que saber que el símbolo de la
fe no lo han compuesto los hombres según su capricho, sino que las afirmaciones que en
él se contienen han sido entresacadas del conjunto de las santas Escrituras y resumen
toda la doctrina de la fe. Y, a la manera de la semilla de mostaza, que, a pesar de ser un
grano tan pequeño, contiene ya en sí la magnitud de sus diversas ramas, así también las
pocas palabras del símbolo de la fe resumen y contienen, como en una síntesis, todo lo
que nos da a conocer el antiguo y el nuevo Testamento.
Velad, pues, hermanos, y conservad cuidadosamente la tradición que ahora recibís y
grabadla en el interior de vuestro corazón.
Poned todo cuidado, no sea que el enemigo, encontrando a alguno de vosotros
desprevenido y remiso, le robe este tesoro, o bien se presente algún hereje que, con sus
errores, contamine la verdad que os hemos entregado. Recibir la fe es como poner en el
banco el dinero que os hemos entregado; Dios os pedirá cuenta de este depósito. Os
recomiendo -como dice el Apóstol-, en presencia de Dios, que da la vida al universo, y de
Cristo Jesús, que dio testimonio ante Poncio Pilato con tan noble profesión, que guardéis
sin mancha la fe que habéis recibido, hasta el día de la manifestación de Cristo Jesús.
Ahora se te hace entrega del tesoro de la vida, pero el Señor, el día de su
manifestación, te pedirá cuenta de él, cuando aparezca como el bienaventurado y único
Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único poseedor de la inmortalidad,
que habita en una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A él la
gloria, el honor y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio Hb 10, 38-39; Ha 2, 4

R. Mi justo vivirá por la fe, pero si vuelve atrás no pondré más en él mi complacencia.
Nosotros no somos de los que se vuelven atrás para su perdición, sino hombres de fe que
vamos hacia la salvación de nuestras almas.
V. El que es incrédulo no tiene en sí un alma recta.
R. Nosotros no somos de los que se vuelven atrás para su perdición, sino hombres de fe
que vamos hacia la salvación de nuestras almas.

Oración

Oremos:

Señor de poder y de misericordia, que has querido hacer digno y agradable por favor
tuyo el servicio de tus fieles, concédenos caminar sin tropiezos hacia los bienes que nos
prometes. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.

Conclusión

Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

Apps - Android - iPhone - iPad