Oficio de Lectura - VIERNES III SEMANA DE PASCUA 2024

El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de hoy, viernes, 19 de abril de 2024.

Invitatorio

Notas

  • Si el Oficio ha de ser rezado a solas, puede decirse la siguiente oración:

    Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
  • El Invitatorio se dice como introducción a todo el conjunto de la oración cotidiana; por ello se antepone o bien al Oficio de lectura o bien a las Laudes, según se comience el día por una u otra acción litúrgica.
  • Cuando se reza individualmente, basta con decir la antífona una sola vez al inicio del salmo. Por lo tanto, no es necesario repetirla al final de cada estrofa.

V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Antifona: Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

  • Salmo 94
  • Salmo 99
  • Salmo 66
  • Salmo 23

Invitación a la alabanza divina

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

(Se repite la antífona)

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

(Se repite la antífona)

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

(Se repite la antífona)

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

(Se repite la antífona)

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Alegría de los que entran en el templo

El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

(Se repite la antífona)

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

(Se repite la antífona)

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

(Se repite la antífona)

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Que todos los pueblos alaben al Señor

Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Entrada solemne de Dios en su templo

Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

(Se repite la antífona)

—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

(Se repite la antífona)

—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

(Se repite la antífona)

—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Oficio de Lectura

Notas

  • Si el Oficio de lectura se reza antes de Laudes, se empieza con el Invitatorio, como se indica al comienzo. Pero si antes se ha rezado ya alguna otra Hora del Oficio, se comienza con la invocación mostrada en este formulario.
  • Cuando el Oficio de lectura forma parte de la celebración de una vigilia dominical o festiva prolongada (Principios y normas generales de la Liturgia de las Horas, núm. 73), antes del himno Te Deum se dicen los cánticos correspondientes y se proclama el evangelio propio de la vigilia dominical o festiva, tal como se indica en Vigilias.
  • Además de los himnos que aparecen aquí, pueden usarse, sobre todo en las celebraciones con el pueblo, otros cantos oportunos y debidamente aprobados.
  • Si el Oficio de lectura se dice inmediatamente antes de otra Hora del Oficio, puede decirse como himno del Oficio de lectura el himno propio de esa otra Hora; luego, al final del Oficio de lectura, se omite la oración y la conclusión y se pasa directamente a la salmodia de la otra Hora, omitiendo su versículo introductorio y el Gloria al Padre, etc.
  • Cada día hay dos lecturas, la primera bíblica y la segunda hagiográfica, patrística o de escritores eclesiásticos.

Invocación

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

  • Himno 1
  • Himno 2

¡Cristo ha resucitado!
¡Resucitemos con él!
¡Aleluya, aleluya!
Muerte y Vida lucharon,
y la muerte fue vencida.
¡Aleluya, aleluya!
Es el grano que muere
para el triunfo de la espiga.
¡Aleluya, aleluya!
Cristo es nuestra esperanza
nuestra paz y nuestra vida.
¡Aleluya, aleluya!
Vivamos vida nueva,
el bautismo es nuestra Pascua.
¡Aleluya, aleluya!
¡Cristo ha resucitado!
¡Resucitemos con él!
¡Aleluya, aleluya! Amén.

La bella flor que en el suelo
plantada se vio marchita
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
De tierra estuvo cubierto,
pero no fructificó
del todo, hasta que quedó
en un árbol seco injerto.
Y, aunque a los ojos del suelo
se puso después marchita,
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
Toda es de flores la fiesta,
flores de finos olores,
más no se irá todo en flores,
porque flor de fruto es ésta.
Y, mientras su Iglesia grita
mendigando algún consuelo,
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
Que nadie se sienta muerto
cuando resucita Dios,
que, si el barco llega al puerto,
llegamos junto con vos.
Hoy la cristiandad se quita
sus vestiduras de duelo.
Ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.

Salmodia

Antífona 1: Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios.

Salmo 68, 2-22. 30-37

ME DEVORA EL CELO DE TU TEMPLO

Le dieron a beber vino mezclado con hiel (Mt 27, 34).

Dios mío, sálvame,
que me llega el agua al cuello:
me estoy hundiendo en un cieno profundo
y no puedo hacer pie;
he entrado en la hondura del agua,
me arrastra la corriente.
Estoy agotado de gritar,
tengo ronca la garganta;
se me nublan los ojos
de tanto aguardar a mi Dios.
Más que los pelos de mi cabeza
son los que me odian sin razón;
más duros que mis huesos,
los que me atacan injustamente.
¿Es que voy a devolver
lo que no he robado?
Dios mío, tú conoces mi ignorancia,
no se te ocultan mis delitos.
Que por mi causa no queden defraudados
los que esperan en ti, Señor de los ejércitos.
Que por mi causa no se avergüencen
los que te buscan, Dios de Israel.
Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre;
porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí.
Cuando me aflijo con ayunos,
se burlan de mí;
cuando me visto de saco,
se ríen de mí;
sentados a la puerta cuchichean,
mientras beben vino me sacan coplas.

Antífona 2: En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre.

II

Pero mi oración se dirige a ti,
Dios mío, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude:
arráncame del cieno, que no me hunda;
líbrame de los que me aborrecen,
y de las aguas sin fondo.
Que no me arrastre la corriente,
que no me trague el torbellino,
que no se cierre la poza sobre mí.
Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia;
por tu gran compasión, vuélvete hacia mí;
no escondas tu rostro a tu siervo:
estoy en peligro, respóndeme enseguida.
Acércate a mí, rescátame,
líbrame de mis enemigos:
estás viendo mi afrenta,
mi vergüenza y mi deshonra;
a tu vista están los que me acosan.
La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre.

Antífona 3: Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón. (T. P. Aleluya).

III

Yo soy un pobre malherido;
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias;
le agradará a Dios más que un toro,
más que un novillo con cuernos y pezuñas.
Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo el cielo y la tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas.
El Señor salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá,
y las habitarán en posesión.
La estirpe de sus siervos la heredará,
los que aman su nombre vivirán en ella.

Versículo

V. En tu resurrección, oh Cristo. Aleluya.
R. El cielo y la tierra se alegran. Aleluya.

Lecturas

Primera Lectura

De los Hechos de los apóstoles 10, 34-11, 4. 18

VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO SOBRE CORNELIO

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
«Ahora veo con toda claridad que Dios no hace distinciones, sino que acepta al que le
es fiel y obra rectamente, sea de la nación que sea. Dios envió su palabra a los israelitas,
anunciando la paz que traería Jesucristo: Jesús es el Señor de todos. Vosotros sabéis lo
acaecido en toda Judea: cómo Jesús de Nazaret empezó su actividad por Galilea después
del bautismo predicado por Juan; cómo Dios lo ungió con poder del Espíritu Santo; cómo

pasó haciendo el bien y devolviendo la salud a todos los que estaban esclavizados por el
demonio, porque Dios estaba con él.
Y nosotros somos testigos de cuanto llevó a cabo en la tierra de los judíos y en
Jerusalén, y de cómo le dieron muerte colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al
tercer día e hizo que se apareciese no a todo el pueblo, sino a nosotros, que somos los
testigos elegidos de antemano por Dios. Nosotros hemos comido y bebido con él, después
que Dios lo resucitó de entre los muertos. Y él nos mandó predicar al pueblo y atestiguar
que ha sido constituido por Dios juez de vivos y muertos. De él hablan todos los profetas y
aseguran que cuantos tengan fe en él recibirán por su nombre el perdón de sus pecados.»
Todavía estaba Pedro hablando estas cosas, cuando descendió el Espíritu Santo sobre
todos cuantos estaban escuchando su discurso. Los discípulos de origen judío que habían
venido con Pedro no salían de su asombro, al ver que el don del Espíritu Santo se
derramaba también sobre los paganos, pues les oían hablar en varias lenguas, glorificando
a Dios. Tomó entonces Pedro la palabra y dijo: «¿Se puede negar el agua del bautismo a
estos hombres, una vez que han recibido el Espíritu Santo lo mismo que nosotros?»
Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo. Luego le rogaron que se quedase allí
por algunos días.
Los apóstoles y los hermanos que había en Judea se enteraron de que también los
paganos habían recibido la palabra de Dios. Y, cuando Pedro subió a Jerusalén, los
convertidos del judaísmo discutían con él y le reprochaban el que hubiese entrado en casa
de hombres incircuncisos y hubiese comido con ellos. Pedro, entonces, comenzó a
exponerles punto por punto lo sucedido. Ante estas palabras se tranquilizaron y
glorificaron a Dios, diciendo: «Así, pues, Dios ha concedido también a los demás pueblos
la conversión que conduce a la vida.»

Responsorio Cf. Hch 10, 44. 45; 15, 8

R. Descendió el Espíritu Santo sobre todos cuantos estaban escuchando el discurso. * El
don del Espíritu Santo se derramó también sobre los paganos. Aleluya.
V. Dios, que conoce los corazones, se ha declarado en favor de ellos, al darles el Espíritu
Santo.
R. El don del Espíritu Santo se derramó también sobre los paganos. Aleluya.

Segunda Lectura

De los sermones de san Efrén, diácono
(Sermón sobre nuestro Señor, 3-4. 9: Opera, edición Lamy, 152-158.166-168)

LA CRUZ DE CRISTO, SALVACIÓN DEL GÉNERO HUMANO

Nuestro Señor fue conculcado por la muerte, pero él, a su vez, conculcó la muerte,
pasando por ella como si fuera un camino. Se sometió a la muerte y la soportó
deliberadamente para acabar con la obstinada muerte. En efecto, nuestro Señor salió
cargado con su cruz, como deseaba la muerte; pero desde la cruz gritó, llamando a los
muertos a la resurrección, en contra de lo que la muerte deseaba.
La muerte le mató gracias al cuerpo que tenía; pero él, con las mismas armas, triunfó
sobre la muerte. La divinidad se ocultó bajo los velos de la humanidad; sólo así pudo
acercarse a la muerte, y la muerte le mató, pero él, a su vez, acabó con la muerte. La
muerte destruyó la vida natural, pero luego fue destruida, a su vez, por la vida
sobrenatural.
La muerte, en efecto, no hubiera podido devorarle si él no hubiera tenido un cuerpo, ni
el abismo hubiera podido tragarle si él no hubiera estado revestido de carne; por ello
quiso el Señor descender al seno de una virgen para poder ser arrebatado en su ser carnal

hasta el reino de la muerte. Así, una vez que hubo asumido el cuerpo, penetró en el reino
de la muerte, destruyó sus riquezas y desbarató sus tesoros.
Porque la muerte llegó hasta Eva, la madre de todos los vivientes. Eva era la viña, pero
la muerte abrió una brecha en su cerco, valiéndose de las mismas manos de Eva y Eva
gustó el fruto de la muerte, por lo cual la que era madre de todos los vivientes se convirtió
en fuente de muerte para todos ellos.
Pero luego apareció María, la nueva vid que reemplaza a la antigua; en ella habitó
Cristo, la nueva Vida. La muerte, según su costumbre, fue en busca de su alimento y no
adivinó que, en el fruto mortal, estaba escondida la Vida, destructora de la muerte; por
ello mordió sin temor el fruto, pero entonces liberó a la vida, y a muchos juntamente con
ella.
El admirable hijo del carpintero llevó su cruz a las moradas de la muerte, que todo lo
devoraban, y condujo así a todo el género humano a la mansión de la vida. Y la
humanidad entera, que a causa de un árbol había sido precipitada en el abismo inferior,
por otro árbol, el de la cruz, alcanzó la mansión de la vida. En el árbol, pues, en que había
sido injertado un esqueje de muerte amarga, se injertó luego otro de vida feliz, para que
confesemos que Cristo es Señor de toda la creación.
¡A ti la gloria, a ti que con tu cruz elevaste como un puente sobre la misma muerte,
para que las almas pudieran pasar por él desde la región de la muerte a la región de la
vida!
¡A ti la gloria, a ti que asumiste un cuerpo mortal e hiciste de él fuente de vida para
todos los mortales!
Tú vives para siempre; los que te dieron muerte se comportaron como los agricultores:
enterraron la vida en el sepulcro, como el grano de trigo se entierra en el surco, que luego
brotara y resucitara llevando consigo a otros muchos.
Venid, hagamos de nuestro amor una ofrenda grande y universal; elevemos cánticos y
oraciones en honor de aquel que, en la cruz, se ofreció a Dios como holocausto para
enriquecernos a todos.

Responsorio 1 Co 15, 55-56. 57; 2 Co 4, 13. 14

R. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? El aguijón de la
muerte es el pecado. * ¡Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor
Jesucristo! Aleluya.
V. Impulsados por el poder de la fe, creemos que aquel que resucitó a Jesús nos
resucitará también a nosotros con Jesús.
R. ¡Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo! Aleluya.

Oración

Oremos:

Te pedimos, Señor, que ya que nos has dado la gracia de conocer la resurrección de tu
Hijo, nos concedas también que el Espíritu Santo, con su amor, nos haga resucitar a una
vida nueva. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.

Conclusión

Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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