El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de hoy, jueves, 25 de diciembre de 2025.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: A Cristo, que por nosotros ha nacido, venid, adorémosle.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Ver a Dios en la criatura,
ver a Dios hecho mortal
y ver en humano portal
la celestial hermosura.
¡Gran merced y gran ventura
a quien verlo mereció!
¡Quién lo viera y fuera yo!
Ver llorar a la alegría,
ver tan pobre a la riqueza,
ver tan baja a la grandeza
y ver que Dios lo quería.
¡Gran merced fue en aquel día
la que el hombre recibió!
¡Quién lo viera y fuera yo!
Poner paz en tanta guerra,
calor donde hay tanto frío,
ser de todos lo que es mío,
plantar un cielo en la tierra.
¡Qué misión de escalofrío
la que Dios nos confió!
¡Quién lo hiciera y fuera yo. Amén.
Aplica solamente cuando el Oficio de lectura se celebra durante la noche.
No la debemos dormir
la noche santa,
no la debemos dormir.
La Virgen a solas piensa
qué hará
cuando al Rey de luz inmensa
parirá,
si de su divina esencia
temblará,
o qué le podrá decir.
No la debemos dormir
la noche santa,
no la debemos dormir. Amén.
De un Dios que se encarnó muestra el misterio
la luz de Navidad.
Comienza hoy Jesús, tu nuevo imperio
de amor y de verdad.
El Padre eterno te engendró en su mente
desde la eternidad,
y antes que el mundo, ya eternamente,
fue tu natividad.
La plenitud del tiempo está cumplida;
rocío bienhechor
baja del cielo, trae nueva vida
al mundo pecador.
¡Oh santa noche! Hoy Cristo nacía
en mísero portal;
Hijo de Dios, recibe de María
la carne del mortal.
Señor Jesús, el hombre en este suelo
cantar quiere tu amor,
y, junto con los ángeles del cielo,
te ofrece su loor.
Este Jesús en brazos de María
es nuestra redención;
cielos y tierra con su abrazo unía
de paz y de perdón.
Tú eres el Rey de Paz, de ti recibe
su luz el porvenir;
Angel del gran Consejo, por ti vive
cuando llega a existir.
A ti, Señor, y al Padre la alabanza,
y de ambos al Amor.
Contigo al mundo llega la esperanza;
a ti gloria y honor. Amén.
Antífona 1: El Señor me ha dicho: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy.»
Salmo 2
¿POR QUÉ SE AMOTINAN LAS NACIONES?
¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?
Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
"rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo".
El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
"yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo".
Voy a proclamar el decreto del Señor;
Él me ha dicho:
"Tú eres mi hijo:
yo te he engendrado hoy.
Pídemelo:
te daré en herencia las naciones,
en posesión, los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza".
Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad, los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de pronto su ira.
¡Dichosos los que se refugian en él!
Antífona 2: El Señor sale como el esposo de su alcoba.
Salmo 18 A
EL CIELO PROCLAMA LA GLORIA DE DIOS
El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona
la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.
Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.
Allí le ha puesto su tienda al sol:
él sale como el esposo de su alcoba,
contento como un héroe,
a recorrer su camino.
Asoma por un extremo del cielo,
y su órbita llega al otro extremo:
nada se libra de su calor.
Antífona 3: En tus labios se derrama la gracia y el Señor te bendice eternamente.
Salmo 44
LAS NUPCIAS DEL REY
Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.
Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.
Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.
Tu trono, oh Dios, permanece para siempre,
cetro de rectitud es tu cetro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros.
A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir.
Escucha, hija, mira: inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.
Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
las traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.
"A cambio de tus padres tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra".
Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.
V. La Palabra se hizo carne. Aleluya.
R. Y puso su morada entre nosotros. Aleluya.
Del libro del profeta Isaías 11, 1-10
LA RAÍZ DE JESÉ
Esto dice el Señor:
«Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. Reposará
sobre él el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y
fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor. Y le inspirará en el temor del Señor.
No juzgará por las apariencias, ni sentenciará de oídas. Juzgará con justicia a los
débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra. Herirá al hombre cruel con la
vara de su boca, con el soplo de sus labios matará al malvado. Justicia será el ceñidor de
su cintura, verdad el cinturón de sus flancos.
Habitará el lobo con el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el
cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá. La vaca y la osa pacerán,
juntas acostarán sus crías, el león, como los bueyes, comerá paja. Hurgará el niño de
pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la
mano. Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo Monte, porque la tierra estará
llena de conocimiento del Señor, como cubren las aguas el mar.
Aquel día, la raíz de Jesé se erguirá como bandera de los pueblos: la buscarán los
gentiles, y será gloriosa su morada.»
R. Hoy se dignó nacer de una Virgen el Rey de los cielos, para llevar al reino celestial al
hombre que estaba perdido. * Se alegra el ejército de los ángeles, porque ha llegado la
salvación eterna al género humano.
V. Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.
R. Se alegra el ejército de los ángeles, porque ha llegado la salvación eterna al género
humano.
De los sermones de san León Magno, papa
(Sermón 1 en la Natividad del Señor, 1-3: PI. 54,190-193)
RECONOCE, CRISTIANO, TU DIGNIDAD
Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador; alegrémonos. No puede haber
lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de
la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida.
Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es
común la razón para el júbilo: porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte,
como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para liberarnos a todos. Alégrese
el santo, puesto que se acerca a la victoria; regocíjese el pecador, puesto que se le invita
al perdón; anímese el gentil, ya que se le llama a la vida.
Pues el Hijo de Dios, al cumplirse la plenitud de los tiempos, establecidos por los
inescrutables y supremos designios divinos, asumió la naturaleza del género humano para
reconciliarla con su Creador, de modo que el demonio, autor de la muerte, se viera
vencido por la misma naturaleza gracias a la cual había vencido.
Por eso, cuando nace el Señor, los ángeles cantan jubilosos: Gloria a Dios en el cielo, y
anuncian: y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Pues están viendo cómo la
Jerusalén celestial se construye con gentes de todo el mundo; ¿cómo, pues, no habrá de
alegrarse la humildad de los hombres con tan sublime acción de la piedad divina, cuando
tanto se entusiasma la sublimidad de los ángeles?
Demos, por tanto, queridos hermanos, gracias a Dios Padre por medio de su Hijo, en el
Espíritu Santo, puesto que se apiadó de nosotros a causa de la inmensa misericordia con
que nos amó; estando nosotros muertos por los pecados; nos ha hecho vivir con Cristo,
para que gracias a él fuésemos una nueva criatura, una nueva creación.
Despojémonos, por tanto, del hombre viejo con todas sus obras y, ya que hemos
recibido la participación de la generación de Cristo, renunciemos a las obras de la carne.
Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza
divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa
de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de
las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios.
Gracias al sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo; no
se te ocurra ahuyentar con tus malas acciones a tan noble huésped, ni volver a someterte
a la servidumbre del demonio: porque tu precio es la sangre de Cristo.
R. Hoy descendió del cielo sobre nosotros la paz verdadera: * hoy los cielos destilaron
miel por todo el mundo.
V. Hoy amaneció el día de redención de los tiempos nuevos, que fue preparado por los
tiempos antiguos, que nos trae para siempre la felicidad.
R. Hoy los cielos destilaron miel por todo el mundo.
Oremos:
Oh Dios, que de modo admirable has creado al hombre a tu imagen y semejanza, y de un
modo más admirable todavía restableciste su dignidad por Jesucristo, concédenos
compartir la vida divina de aquel que hoy se ha dignado compartir con el hombre la
condición humana. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.