El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de hoy, martes, 25 de noviembre de 2025.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Venid, adoremos al Señor, Dios grande.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
¡Espada de dos filos
es, Señor, tu palabra!
Penetra como fuego
y divide la entraña.
¡Nada como tu voz,
es terrible tu espada!
¡Nada como tu aliento,
es dulce tu palabra!
Tenemos que vivir
encendida la lámpara,
que para virgen necia
no es posible la entrada.
No basta con gritar
sólo palabras vanas,
ni tocar a la puerta
cuando ya está cerrada.
Espada de dos filos
que me cercena el alma,
que hiere a sangre y fuego
esta carne mimada,
que mata los ardores
para encender la gracia.
Vivir de tus incendios,
luchar por tus batallas,
dejar por los caminos
rumor de tus sandalias.
¡Espada de dos filos
es, Señor, tu palabra! Amén.
Antífona 1: Encomienda tu camino al Señor, y él actuará. (T. P. Aleluya).
Salmo 36
LA VERDADERA Y LA FALSA FELICIDAD
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra (Mt 5, 4).
I
No te exasperes por los malvados,
no envidies a los que obran el mal:
se secarán pronto, como la hierba,
como el césped verde se agostarán.
Confía en el Señor y haz el bien,
habita tu tierra y practica la lealtad;
sea el Señor tu delicia,
y él te dará lo que pide tu corazón.
Encomienda tu camino al Señor,
confía en él, y él actuará:
hará tu justicia como el amanecer,
tu derecho como el mediodía.
Descansa en el Señor y espera en él,
no te exasperes por el hombre que triunfa
empleando la intriga:
cohibe la ira, reprime el coraje,
no te exasperes, no sea que obres mal;
porque los que obran mal son excluidos,
pero los que esperan en el Señor poseerán la tierra.
Aguarda un momento: desapareció el malvado,
fíjate en su sitio: ya no está;
en cambio, los sufridos poseen la tierra
y disfrutan de paz abundante.
Antífona 2: Apártate del mal y haz el bien, porque el Señor ama la justicia. (T. P. Aleluya).
II
El malvado intriga contra el justo,
rechina sus dientes contra él;
pero el Señor se ríe de él,
porque ve que le llega su hora.
Los malvados desenvainan la espada,
asestan el arco,
para abatir a pobres y humildes,
para asesinar a los honrados;
pero su espada les atravesará el corazón,
sus arcos se romperán.
Mejor es ser honrado con poco
que ser malvado en la opulencia;
pues al malvado se le romperán los brazos,
pero al honrado lo sostiene el Señor.
El Señor vela por los días de los buenos,
y su herencia durará siempre;
no se agostarán en tiempo de sequía,
en tiempo de hambre se saciarán;
pero los malvados perecerán,
los enemigos del Señor
se marchitarán como la belleza de un prado,
en humo se disiparán.
El malvado pide prestado y no devuelve,
el justo se compadece y perdona.
Los que el Señor bendice poseen la tierra,
los que él maldice son excluidos.
El Señor asegura los pasos del hombre,
se complace en sus caminos;
si tropieza, no caerá,
porque el Señor lo tiene de la mano.
Fui joven, ya soy viejo:
nunca he visto a un justo abandonado,
ni a su linaje mendigando el pan.
A diario se compadece y da prestado;
bendita será su descendencia.
Apártate del mal y haz el bien,
y siempre tendrás una casa;
porque el Señor ama la justicia
y no abandona a sus fieles.
Los inicuos son exterminados,
la estirpe de los malvados se extinguirá;
pero los justos poseen la tierra,
la habitarán por siempre jamás.
Antífona 3: Confía en el Señor y sigue su camino. (T. P. Aleluya).
III
La boca del justo expone la sabiduría,
su lengua explica el derecho;
porque lleva en el corazón la ley de su Dios,
y sus pasos no vacilan.
El malvado espía al justo
e intenta darle muerte;
pero el Señor no lo entrega en sus manos,
no deja que lo condenen en el juicio.
Confía en el Señor, sigue su camino;
él te levantará a poseer la tierra,
y verás la expulsión de los malvados.
Vi a un malvado que se jactaba,
que prosperaba como un cedro frondoso;
volví a pasar, y ya no estaba;
lo busqué, y no lo encontré.
Observa al honrado, fíjate en el bueno:
su porvenir es la paz;
los impíos serán totalmente aniquilados,
el porvenir de los malvados quedará truncado.
El Señor es quien salva a los justos,
él es su alcázar en el peligro;
el Señor los protege y los libra,
los libra de los malvados y los salva
porque se acogen a él.
Del libro del profeta Ezequiel 37, 1-14
VISIÓN SOBRE LA RESURRECCIÓN DEL PUEBLO DE DIOS
En aquellos días, la mano del Señor se posó sobre mí y su espíritu me trasladó y me
dejó en un valle que estaba lleno de huesos. Me hizo pasar entre ellos en todas
direcciones; eran muchísimos los que había en la cuenca del valle y estaban
completamente secos. Entonces me dijo.
«Hijo de hombre, ¿podrán revivir esos huesos?»
Contesté:
«Tú lo sabes, Señor.»
Me ordenó:
«Conjura así a esos huesos: "Huesos calcinados, escuchad la palabra del Señor: Esto
dice el Señor a esos huesos: Yo os voy a infundir espíritu para que reviváis. Os injertaré
tendones, haré crecer carne sobre vosotros, os cubriré de piel y os infundiré espíritu para
que reviváis. Así sabréis que yo soy el Señor."»
Pronuncié el conjuro que me había mandado; y mientras lo pronunciaba, resonó un
trueno, luego hubo un terremoto, y los huesos se ensamblaron, hueso con hueso. Vi que
habían prendido en ellos los tendones, que crecía la carne y la piel se extendía por
encima; pero no había en ellos espíritu. Entonces me dijo:
«Conjura al espíritu, conjura, hijo de hombre, diciéndole al espíritu: “Esto dice el Señor:
Ven, espíritu, desde los cuatro vientos y sopla en estos cadáveres para que revivan!”»
Pronuncié el conjuro que se me había mandado. Penetró en ellos el espíritu, revivieron
y se pusieron en pie: era una muchedumbre inmensa. Entonces me dijo:
«Hijo de hombre, esos huesos son toda la casa de Israel. Ahí los tienes diciendo: "Se
han secado nuestros huesos, se ha desvanecido nuestra esperanza; estamos perdidos."
Por eso profetiza diciéndoles: "Esto dice el Señor: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y
os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y cuando
abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que yo soy
el Señor: os infundiré mi espíritu y viviréis, os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo,
el Señor, lo digo y lo hago. -Oráculo del Señor-."»
R. Yo mismo abriré vuestros sepulcros, pueblo mío, os haré salir de vuestros sepulcros,* y
sabréis que yo soy el Señor.
V. Yo soy la resurrección y la vida; quien a mí se una con viva fe, aunque muera, vivirá.
R. Y sabréis que yo soy el Señor.
De los Tratados de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de san Juan
(Tratado 35, 8-9: CCL 36, 321-323)
LLEGARÁS A LA FUENTE, VERÁS LA LUZ
Nosotros los cristianos, en comparación con los infieles, somos ya luz, como dice el
Apóstol: Un tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de
la luz. Y en otro lugar dice: La noche va pasando, el día está encima; desnudémonos,
pues, de las obras de las tinieblas y vistámonos la armadura de la luz. Andemos como en
pleno día, con dignidad.
No obstante, porque el día en que vivimos es todavía noche en comparación con
aquella luz a la que esperamos llegar, oigamos lo que dice el apóstol Pedro. Nos dice quevino sobre Cristo, el Señor, desde la sublime gloria, aquella voz que decía: “Éste es mi Hijo
muy amado, en quien tengo mis complacencias.” Y nosotros mismos -dice-oímos esta voz
venida del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo. Pero, como nosotros no
estábamos allí y no oímos esta voz del cielo, nos dice el mismo Pedro: Y así tenemos
confirmada la palabra profética, a la que hacéis bien en prestar atención, como a lámpara
que brilla en lugar oscuro, hasta que despunte el día y salga el lucero de la mañana en
vuestro corazón.
Por lo tanto, cuando vendrá nuestro Señor Jesucristo y -como dice también el apóstol
Pablo-sacará a la luz lo que está oculto en las tinieblas, y pondrá al descubierto las
intenciones del corazón, y vendrá a cada uno su alabanza de parte de Dios, entonces, con
la presencia de este día, ya no tendremos necesidad de lámparas: no será necesario que
se nos lean los libros proféticos ni los escritos del Apóstol, ya no tendremos que indagar el
testimonio de Juan, y el mismo Evangelio dejará de sernos necesario. Ya no tendrán razón
de ser todas las Escrituras que en la noche de este mundo se nos encendían a modo de
lámparas, para que no quedásemos en tinieblas.
Suprimido, pues, todo esto, que ya no nos será necesario, cuando los mismos hombres
de Dios por quienes fueron escritas estas cosas verán, junto con nosotros, aquella
verdadera y clara luz, sin la ayuda de sus escritos, ¿qué es lo que veremos? ¿Con qué se
alimentará nuestro espíritu? ¿De qué se alegrará nuestra mirada? ¿De dónde procederá
aquel gozo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre? ¿Qué es lo que
veremos?
Os lo ruego, amemos juntos, corramos juntos el camino de nuestra fe; deseemos la
patria celestial, suspiremos por ella, sintámonos peregrinos en este mundo. ¿Qué es lo
que veremos entonces? Que nos lo diga ahora el Evangelio: Ya al comienzo de las cosas
existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios. Entonces llegarás a la
fuente con cuya agua has sido rociado; entonces verás al descubierto la luz cuyos rayos,
por caminos oblicuos y sinuosos, fueron enviados a las tinieblas de tu corazón, y para ver
y soportar la cual eres entretanto purificado. Queridos hermanos -dice el mismo Juan-,
ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que,
cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Noto cómo vuestros sentimientos se elevan junto con los míos hacia las cosas
celestiales; pero un cuerpo corruptible hace pesada el alma y esta mansión de tierra
oprime el espíritu fecundo en pensamientos. Ha llegado ya el momento en que yo tengo
que dejar el libro santo y vosotros tenéis que regresar cada uno a sus ocupaciones.
Hemos pasado un buen rato disfrutando de una luz común, nos hemos llenado de gozo y
alegría; pero, aunque nos separemos ahora unos de otros, procuremos no separarnos de
él.
R. No habrá más noche, y no necesitarán luz de lámpara ni de sol, * porque el Señor Dios
alumbrará sobre ellos, y reinarán por los siglos de los siglos.
V. Verán el rostro del Señor, y tendrán su nombre en la frente.
R. El Señor Dios alumbrará sobre ellos, y reinarán por los siglos de los siglos.
Oremos:
Mueve, Señor, los corazones de tus hijos, para que, correspondiendo generosamente a
tu gracia, reciban con mayor abundancia la ayuda de tu bondad. Por nuestro Señor Jesucristo
, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.