Naturales de Real de Gandía y de Alpuente respectivamente, los beatos Carmelo Bolta y Francisco Pinazo padecieron el martirio, siendo asesinados en Damasco por la plebe musulmana en odio a la fe, junto a otros seis franciscanos y tres seglares (10 de julio de 1860). Los dos son considerados hijos ilustres de su comarca, donde se mantienen vivos su recuerdo y devoción. La oración colecta transforma en súplica el sentido misionero universal, que estos siervos de Dios imprimieron a sus vidas. El Papa Pío XI los beatificó junto con los compañeros de martirio.
El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para BEATOS CARMELO BOLTA, PRESBÍTERO, Y FRANCISCO PINAZO, RELIGIOSO, MÁRTIRES el día de mañana, jueves, 10 de julio de 2025. Otras celebraciones del día: JUEVES XIV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO .
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Señor, ¿a quién iremos,
si tú eres la Palabra?
A la voz de tu aliento
se estremeció la nada;
la hermosura brilló
y amaneció la gracia.
Señor, ¿a quién iremos,
si tu voz nos habla?
Nos hablas en las voces
de tu voz semejanza:
en los goces pequeños
y en las angustias largas.
Señor, ¿a quién iremos,
si tú eres la Palabra?
En los silencios íntimos
donde se siente el alma,
tu clara voz creadora
despierta la nostalgia.
¿A quién iremos, Verbo,
entre tantas palabras?
Al golpe de la vida,
perdemos la esperanza;
hemos roto el camino
y el roce de tu planta.
¿A dónde iremos, dinos,
Señor, si no nos hablas?
¡Verbo del Padre, Verbo
de todas las mañanas,
de las tardes serenas,
de las noches cansadas!
¿A dónde iremos, Verbo,
si tú eres la Palabra? Amén.
Antífona 1: Los santos mártires derramaron su sangre por Cristo; por ello han conseguido el premio eterno.
Salmo 2
¿POR QUÉ SE AMOTINAN LAS NACIONES?
¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?
Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
"rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo".
El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
"yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo".
Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho:
"Tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy.
Pídemelo:
te daré en herencia las naciones,
en posesión, los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza".
Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad, los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de pronto su ira.
¡Dichosos los que se refugian en él!
Antífona 2: Los justos viven eternamente, reciben de Dios su recompensa.
Salmo 32
HIMNO AL PODER Y A LA PROVIDENCIA DE DIOS
I
Aclamad, justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos.
Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas;
cantadle un cántico nuevo,
acompañando los vítores con bordones:
Que la palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.
La palabra del Señor hizo el cielo;
el aliento de su boca, sus ejércitos;
encierra en un odre las aguas marinas,
mete en un depósito el océano.
Tema al Señor la tierra entera,
tiemblen ante él los habitantes del orbe:
porque él lo dijo, y existió,
él lo mandó y surgió.
El Señor deshace los planes de las naciones,
frustra los proyectos de los pueblos;
pero el plan del Señor subsiste por siempre,
los proyectos de su corazón, de edad en edad.
Antífona 3: A vosotros, mis santos, que habéis luchado en este mundo, yo os daré la recompensa de vuestro esfuerzo.
II
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que Él se escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres;
desde su morada observa
a todos los habitantes de la tierra:
él modeló cada corazón,
y comprende todas sus acciones.
No vence el rey por su gran ejército,
no escapa el soldado por su mucha fuerza,
nada valen sus caballos para la victoria,
ni por su gran ejército se salvan.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
con él se alegra nuestro corazón,
en su santo nombre confiamos.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
V. Nosotros esperamos en el Señor.
R. Él es nuestro auxilio y escudo.
Del libro de la Sabiduría 3, 1-15
LA VIDA DE LOS JUSTOS ESTÁ EN MANOS DE DIOS
La vida de los justos está en manos de Dios y no los tocará el tormento. La gente
insensata pensaba que morían, consideraba su tránsito como una desgracia, y su partida
de entre nosotros como una destrucción; pero ellos están en paz.
La gente pensaba que cumplían una pena, pero ellos esperaban de lleno la
inmortalidad; sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes favores, porque Dios los puso
a prueba y los halló dignos de sí; los probó como oro en crisol, los recibió como sacrificio
de holocausto; a la hora de la cuenta resplandecerán como chispas que prenden por un
cañaveral; gobernarán naciones, someterán pueblos, y el Señor reinará sobre ellos
eternamente.
Los que confían en él comprenderán la verdad, los fieles a su amor seguirán a su lado;
porque quiere a sus devotos, se apiada de ellos y mira por sus elegidos.
Los impíos serán castigados por sus razonamientos: menospreciaron al justo y se
apartaron del Señor; desdichado el que desdeña la sabiduría y la instrucción: vana es su
esperanza, baldíos sus afanes e inútiles sus obras; necias son sus mujeres, depravados
sus hijos y maldita su posteridad.
Dichosa la estéril irreprochable que desconoce la unión pecaminosa: alcanzará su fruto
el día de la cuenta; y el eunuco que no cometió delitos con sus manos ni tuvo malos
deseos contra el Señor: por su fidelidad recibirá favores extraordinarios y un lote
codiciable en el templo del Señor. Pues quien se afana por el bien obtiene frutos
espléndidos; la sensatez es tronco inconmovible.
R. Muchos santos derramaron por el Señor su sangre gloriosa, amaron a Cristo durante su vida, lo imitaron en la muerte. * Por esto merecieron la corona del triunfo.
V. Tenían un solo espíritu y una sola fe.
R. Por esto merecieron la corona del triunfo.
De las letras apostólicas del Papa Pío XI, dadas el día 10 de octubre de1926, en las que eleva al honor de los altares a los mártires de Damasco.
(Cf. AOFM, an. XLV, pp. 269-271)
SOBRE EL MARTIRIO DE LOS SIERVOS DE DIOS
Acaece, como estaba en el ánimo de todos, que este año, precisamente
cuando todo el orbe conmemora el séptimo centenario de la muerte de san
Francisco de Asís con celebraciones especiales en su honor, que ocho ínclitos
hijos del mismo Santo, inmolados en nuestros tiempos para afirmar con su
sangre la fe en Cristo, sean promovidos con solemne rito al honor de los
bienaventurados mártires.
Estos invictos héroes, miembros del convento perteneciente a la Custodia de
Tierra Santa de Damasco, asesinados por las bárbaras hordas de los turcos en
odio de la fe, coronaron su vida con un martirio glorioso en la presencia del
Señor.
El primero de ellos, Manuel Ruiz, español, regía como superior el cenobio
damasceno.
El segundo, Carmelo Bolta, también español, ingresado en la Orden de
Frailes Menores en la provincia de Valencia el año 1825 y enviado después a
Palestina, como conocedor profundo de la lengua árabe había sido elegido
maestro de los misioneros en Damasco.
A los ínclitos sacerdotes (en número de seis) acompañábanles dos
hermanos: Francisco Pinazo de Alpuente y Juan ]acobo Fernández, ambos
españoles, preclaros por su piedad no menos que por su espíritu de humildad,
quienes destinados al servicio del convento de Damasco, cumplían
diligentísimamente y con singular espíritu de obediencia las tareas propias de
sus cargos;
A todos ellos, mientras se ocupaban en sus piadosas obras habituales,
sorprendióles aquella horribilísima persecución contra los cristianos que,
exci tada por los funestos enemigos de la fe cr ist iana, estal ló
improvisadamente en Damasco el diez de julio de mil ochocientos sesenta,
produciendo inhumanas ruinas, incendios, rapiñas y muertos.
En efecto, las enfurecidas multitudes de turcos irrumpen precipitadamente
en el convento y torturan en primer lugar a Manuel Ruiz. Luego también
Carmelo Bolta, invitado una y otra vez a abrazar la religión mahometana, es
golpeado con una clava hasta acabar con su vida. Los restantes sacerdotes
obtuvieron igual suerte que sus compañeros de martirio. Los hermanos
Francisco Pinazo y Juan Jacobo Fernández, que se hablan refugiado en lo alto
de la torre campanario, fueron golpeados con palos y barras de hierro mientras
ellos oraban con las manos elevadas al cielo, hasta que, arrojados desde lo alto
de la torre y aplastados al caer al suelo, obtuvieron la gloriosa palma del
martirio. Mas no sólo tocó a los ocho hijos de san Francisco la suerte de ir al
encuentro de la muerte por Cristo. El furor de los turcos se exacerbó también
con tres católicos maronitas, hermanos de sangre, llamados Francisco, Moocio
y Rafael Masabki.
R. Los santos de Dios no temen los suplicios y mueren por el nombre de Cristo.
Para ser coherederos con Él en la casa del Padre.
V. Entregaron sus cuerpos al suplicio por amor a Dios.
R. Para ser coherederos con Él en la casa del Padre.
Oremos:
Señor Dios, que concediste a los bienaventurados Carmelo y Francisco la gracia de confirmar la fe en tu nombre, al derramar la propia sangre; concédenos, por los méritos y ejemplos de estos mártires, que se robustezca la fe de los fieles y que todos los pueblos sean conducidos a la luz del Evangelio. Por nuestro Señor.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.