El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, viernes, 7 de noviembre de 2025.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Este es el día del Señor.
Este es el tiempo de la misericordia.
Delante de tus ojos
ya no enrojeceremos
a causa del antiguo
pecado de tu pueblo.
Arrancarás de cuajo
el corazón soberbio
y harás un pueblo humilde
de corazón sincero.
En medio de las gentes
nos guardas como un resto
para cantar tus obras
y adelantar tu reino.
Seremos raza nueva
para los cielos nuevos;
sacerdotal estirpe,
según tu Primogénito.
Caerán los opresores
y exultarán los siervos;
los hijos del oprobio
serán tus herederos.
Señalarás entonces
el día del regreso
para los que comían
su pan en el destierro.
¡Exulten mis entrañas!
¡Alégrese mi pueblo!
Porque el Señor que es justo
revoca sus decretos.
La salvación se anuncia
donde acechó el infierno,
porque el Señor habita
en medio de su pueblo.
Antífona 1: Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios.
Salmo 68, 2-22. 30-37
ME DEVORA EL CELO DE TU TEMPLO
Le dieron a beber vino mezclado con hiel (Mt 27, 34).
Dios mío, sálvame,
que me llega el agua al cuello:
me estoy hundiendo en un cieno profundo
y no puedo hacer pie;
he entrado en la hondura del agua,
me arrastra la corriente.
Estoy agotado de gritar,
tengo ronca la garganta;
se me nublan los ojos
de tanto aguardar a mi Dios.
Más que los pelos de mi cabeza
son los que me odian sin razón;
más duros que mis huesos,
los que me atacan injustamente.
¿Es que voy a devolver
lo que no he robado?
Dios mío, tú conoces mi ignorancia,
no se te ocultan mis delitos.
Que por mi causa no queden defraudados
los que esperan en ti, Señor de los ejércitos.
Que por mi causa no se avergüencen
los que te buscan, Dios de Israel.
Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre;
porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí.
Cuando me aflijo con ayunos,
se burlan de mí;
cuando me visto de saco,
se ríen de mí;
sentados a la puerta cuchichean,
mientras beben vino me sacan coplas.
Antífona 2: En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre.
II
Pero mi oración se dirige a ti,
Dios mío, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude:
arráncame del cieno, que no me hunda;
líbrame de los que me aborrecen,
y de las aguas sin fondo.
Que no me arrastre la corriente,
que no me trague el torbellino,
que no se cierre la poza sobre mí.
Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia;
por tu gran compasión, vuélvete hacia mí;
no escondas tu rostro a tu siervo:
estoy en peligro, respóndeme enseguida.
Acércate a mí, rescátame,
líbrame de mis enemigos:
estás viendo mi afrenta,
mi vergüenza y mi deshonra;
a tu vista están los que me acosan.
La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre.
Antífona 3: Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón. (T. P. Aleluya).
III
Yo soy un pobre malherido;
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias;
le agradará a Dios más que un toro,
más que un novillo con cuernos y pezuñas.
Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo el cielo y la tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas.
El Señor salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá,
y las habitarán en posesión.
La estirpe de sus siervos la heredará,
los que aman su nombre vivirán en ella.
Del libro del profeta Jeremías 42. 1-16; 43, 4-7
SUERTE DE JEREMÍAS Y DEL PUEBLO DESPUÉS DE LA TOMA DE JERUSALÉN
En aquellos días, los capitanes, con Juan, hijo de Qarej, y Yezanías, hijo de Hosaías, y
todo el pueblo, desde el menor hasta el mayor, acudieron al profeta Jeremías y le dijeron:
«Acepta nuestra súplica, y ruega al Señor, tu Dios, por nosotros y por todo este resto;
porque quedamos bien pocos de la multitud, como lo pueden ver tus ojos. Que el Señor,
tu Dios, nos indique el camino que debemos seguir y lo que debemos hacer.»
El profeta Jeremías les respondió:
«De acuerdo, yo rezaré al Señor, vuestro Dios, según me pedís, y todo lo que el Señor,
vuestro Dios, me responda os lo comunicaré, sin ocultaros nada.»
Ellos dijeron a Jeremías:
«El Señor sea testigo veraz y fiel contra nosotros, si no cumplimos todo lo que el Señor,
tu Dios, te mande decirnos: sea favorable o desfavorable, escucharemos la voz del Señor,
nuestro Dios, a quien nosotros te enviamos, para que nos vaya bien, escuchando la voz
del Señor, nuestro Dios.»
Pasados diez días vino la palabra del Señor a Jeremías. Éste llamó a Juan, hijo de
Qarej, a todos sus capitanes y a todo el pueblo, del menor al mayor, y les dijo:
«Así dice el Señor, Dios de Israel, a quien me enviasteis para presentarle vuestras
súplicas: "Si os quedáis a vivir en esta tierra, os construiré y no os destruiré, os plantaré y
no os arrancaré; porque me pesa del mal que os he hecho. No temáis al rey de Babilonia,
a quien ahora teméis; no lo temáis -oráculo del Señor-, porque yo estoy con vosotros para
salvaros y libraros de su mano. Le infundiré compasión para que os compadezca y os deje
vivir en vuestras tierras. Pero si decís: No habitaremos en esta tierra -desoyendo la voz del
Señor, vuestro Dios-, sino que iremos a Egipto, donde no conoceremos la guerra ni
oiremos el son de la trompeta ni pasaremos hambre de pan; y allí viviremos, entonces,
resto de Judá, escuchad la palabra del Señor."
Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: "Si os empeñáis en ir a Egipto, para
residir allí, la espada que vosotros teméis os alcanzará en Egipto, y el hambre que os
asusta os irá pisando los talones en Egipto, y allí moriréis."»
Pero ni Juan, hijo de Qarej, ni sus capitanes ni el pueblo escucharon la voz del Señor,
que les mandaba quedarse a vivir en tierra de Judá; sino que Juan, hijo de Qarej, y sus
capitanes reunieron al resto de Judá, que había vuelto de todos los países de la dispersión
para habitar en Judá: hombres, mujeres, niños, las hijas del rey y cuantos Nabusardán,
jefe de la guardia, había encomendado a Godolías, hijo de Ajicán, hijo de Safán; y también
al profeta Jeremías y a Baruc, hijo de Nerías. Y entraron en Egipto, sin obedecer la voz del
Señor, y llegaron a Tafne.
R. Ruega al Señor, tu Dios, por nosotros y por todos los que han sobrevivido, * porque
hemos quedado pocos de los muchos que éramos.
V. Hemos quedado como huérfanos sin padre, y nuestras madres son como viudas.
R. Porque hemos quedado pocos de los muchos que éramos.
De los sermones de san Gregorio Nacianceno, obispo
(Sermón 7, en honor de su hermano Cesáreo, 23-24: PG 35, 786-787)
SANTA Y PIADOSA ES LA IDEA DE REZAR POR LOS MUERTOS
¿Qué es el hombre para que te ocupes de él? Un gran misterio me envuelve y me
penetra. Pequeño soy y, al mismo tiempo, grande, exiguo y sublime, mortal e inmortal,
terreno y celeste. Con Cristo soy sepultado, y con Cristo debo resucitar; estoy llamado a
ser coheredero de Cristo e hijo de Dios; llegaré incluso a ser Dios mismo.
Esto es lo que significa nuestro gran misterio; esto lo que Dios nos ha concedido, y,
para que nosotros lo alcancemos, quiso hacerse hombre; quiso ser pobre, para levantar
así la carne postrada y dar la incolumidad al hombre que él mismo había creado a su
imagen; así todos nosotros llegamos a ser uno en Cristo, pues él ha querido que todos
nosotros lleguemos a ser aquello mismo que él es con toda perfección; así entre nosotros
ya no hay distinción entre hombres y mujeres, bárbaros y escitas, esclavos y libres, es
decir, no queda ya ningún residuo ni discriminación de la carne, sino que brilla sólo en
nosotros la imagen de Dios, por quien y para quien hemos sido creados y a cuya
semejanza estamos plasmados y hechos, para que nos reconozcamos siempre como
hechura suya.
¡Ojalá alcancemos un día aquello que esperamos de la gran munificencia y benignidadde nuestro Dios! Él pide cosas insignificantes y promete, en cambio, grandes dones, tanto
en este mundo como en el futuro, a quienes lo aman sinceramente. Sufrámoslo, pues,
todo por él y aguantémoslo todo esperando en él; démosle gracias por todo (él sabe
ciertamente que, con frecuencia, nuestros sufrimientos son un instrumento de salvación);
encomendémosle nuestras vidas y las de aquellos que, habiendo vivido en otro tiempo con
nosotros, nos han precedido ya en la morada eterna.
¡Señor y hacedor de todo, y especialmente del ser humano! ¡Dios, Padre y guía de loshombres que creaste! ¡Árbitro de la vida y de la muerte! ¡Guardián y bienhechor de
nuestras almas! ¡Tú que lo realizas todo en su momento oportuno y, por tu Verbo, vas
llevando a su fin todas las cosas según la sublimidad de aquella sabiduría tuya que todo lo
sabe y todo lo penetra! Te pedimos que recibas ahora en tu reino a Cesáreo, que como
primicia de nuestra comunidad ha ido ya hacia ti.
Dígnate también, Señor, velar por nuestra vida, mientras moramos en este mundo, y,
cuando nos llegue el momento de dejarlo, haz que lleguemos a ti preparados por el temor
que tuvimos de ofenderte, aunque no ciertamente poseídos de terror. No permitas, Señor,
que en la hora de nuestra muerte, desesperados y sin acordarnos de ti, nos sintamos
como arrancados y expulsados de este mundo, como suele acontecer con los hombres que
viven entregados a los placeres de esta vida, sino que, por el contrario, alegres y bien
dispuestos, lleguemos a la vida eterna y feliz, en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien sea
la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
R. Te rogamos, Señor Dios nuestro, que acojas benignamente a nuestros hermanos
difuntos, por quienes derramaste tu sangre; * recuerda que somos polvo, y que el hombre
es como el heno y como la flor del campo.
V. ¡Señor misericordioso, clemente y benigno!
R. Recuerda que somos polvo, y que el hombre es como el heno y como la flor del campo.
Oremos:
Señor de poder y de misericordia, que has querido hacer digno y agradable por favor
tuyo el servicio de tus fieles, concédenos caminar sin tropiezos hacia los bienes que nos
prometes. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.