Oficio de Lectura - JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO - DOMINGO XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO 2025

El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, domingo, 23 de noviembre de 2025.

Invitatorio

Notas

  • Si el Oficio ha de ser rezado a solas, puede decirse la siguiente oración:

    Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
  • El Invitatorio se dice como introducción a todo el conjunto de la oración cotidiana; por ello se antepone o bien al Oficio de lectura o bien a las Laudes, según se comience el día por una u otra acción litúrgica.
  • Cuando se reza individualmente, basta con decir la antífona una sola vez al inicio del salmo. Por lo tanto, no es necesario repetirla al final de cada estrofa.

V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Antifona: Venid, adoremos a Jesucristo, Rey de reyes.

  • Salmo 94
  • Salmo 99
  • Salmo 66
  • Salmo 23

Invitación a la alabanza divina

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

(Se repite la antífona)

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

(Se repite la antífona)

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

(Se repite la antífona)

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

(Se repite la antífona)

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Alegría de los que entran en el templo

El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

(Se repite la antífona)

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

(Se repite la antífona)

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

(Se repite la antífona)

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Que todos los pueblos alaben al Señor

Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Entrada solemne de Dios en su templo

Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

(Se repite la antífona)

—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

(Se repite la antífona)

—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

(Se repite la antífona)

—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Oficio de Lectura

Notas

  • Si el Oficio de lectura se reza antes de Laudes, se empieza con el Invitatorio, como se indica al comienzo. Pero si antes se ha rezado ya alguna otra Hora del Oficio, se comienza con la invocación mostrada en este formulario.
  • Cuando el Oficio de lectura forma parte de la celebración de una vigilia dominical o festiva prolongada (Principios y normas generales de la Liturgia de las Horas, núm. 73), antes del himno Te Deum se dicen los cánticos correspondientes y se proclama el evangelio propio de la vigilia dominical o festiva, tal como se indica en Vigilias.
  • Además de los himnos que aparecen aquí, pueden usarse, sobre todo en las celebraciones con el pueblo, otros cantos oportunos y debidamente aprobados.
  • Si el Oficio de lectura se dice inmediatamente antes de otra Hora del Oficio, puede decirse como himno del Oficio de lectura el himno propio de esa otra Hora; luego, al final del Oficio de lectura, se omite la oración y la conclusión y se pasa directamente a la salmodia de la otra Hora, omitiendo su versículo introductorio y el Gloria al Padre, etc.
  • Cada día hay dos lecturas, la primera bíblica y la segunda hagiográfica, patrística o de escritores eclesiásticos.

Invocación

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

    Salmodia

    Antífona 1: Él me ha establecido rey en Sión, su monte santo, para proclamar sus decretos.

    Salmo 2

    ¿Por qué se amotinan las naciones,
    y los pueblos planean un fracaso?
    Se alían los reyes de la tierra,
    los príncipes conspiran
    contra el Señor y contra su Mesías:
    "rompamos sus coyundas,
    sacudamos su yugo".
    El que habita en el cielo sonríe,
    el Señor se burla de ellos.
    Luego les habla con ira,
    los espanta con su cólera:
    "yo mismo he establecido a mi Rey
    en Sión, mi monte santo".
    Voy a proclamar el decreto del Señor;
    Él me ha dicho: "Tú eres mi hijo:
    yo te he engendrado hoy.
    Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
    en posesión, los confines de la tierra:
    los gobernarás con cetro de hierro,
    los quebrarás como jarro de loza".
    Y ahora, reyes, sed sensatos;
    escarmentad, los que regís la tierra:
    servid al Señor con temor,
    rendidle homenaje temblando;
    no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
    porque se inflama de pronto su ira.
    ¡Dichosos los que se refugian en él!

    Antífona 2: Que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan.

    Salmo 71

    I

    Dios mío, confía tu juicio al rey,
    tu justicia al hijo de reyes,
    para que rija a tu pueblo con justicia,
    a tus humildes con rectitud.
    Que los montes traigan paz,
    y los collados justicia;
    que él defienda a los humildes del pueblo,
    socorra a los hijos del pobre
    y quebrante al explotador.
    Que dure tanto como el sol,
    como la luna, de edad en edad;
    que baje como lluvia sobre el césped,
    como llovizna que empapa la tierra.
    Que en sus días florezca la justicia
    y la paz hasta que falte la luna;
    que domine de mar a mar,
    del Gran Río al confín de la tierra.
    Que en su presencia se inclinen sus rivales;
    que sus enemigos muerdan el polvo;
    que los reyes de Tarsis y de las islas
    le paguen tributo.
    Que los reyes de Saba y de Arabia
    le ofrezcan sus dones;
    que se postren ante él todos los reyes,
    y que todos los pueblos le sirvan.

    Antífona 3: Que él sea la bendición de todos los pueblos, y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.

    II

    Él librará al pobre que clamaba,
    al afligido que no tenía protector;
    él se apiadará del pobre y del indigente,
    y salvará la vida de los pobres;
    él rescatará sus vidas de la violencia,
    su sangre será preciosa a sus ojos.
    Que viva y que le traigan el oro de Saba,
    que recen por él continuamente
    y lo bendigan todo el día.
    Que haya trigo abundante en los campos,
    y susurre en lo alto de los montes;

    que den fruto como el Líbano,
    y broten las espigas como hierba del campo.
    Que su nombre sea eterno,
    y su fama dure como el sol;
    que él sea la bendición de todos los pueblos,
    y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.
    Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
    el único que hace maravillas;
    bendito por siempre su nombre glorioso;
    que su gloria llene la tierra.
    ¡Amén, amén!

    Versículo

    V. Te hago luz de las naciones.
    R. Para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.

    Lecturas

    Primera Lectura

    Del libro del Apocalipsis 1, 4-6, 10.12-18; 2, 26. 28; 3, 5b. 12. 20-21

    VISIÓN DEL HIJO DEL HOMBRE, EN SU MAJESTAD

    Gracia y paz a vosotros de parte de aquel que es, que era y que será; de parte de los
    siete espíritus que están ante su trono; y de parte de Jesucristo, el testigo veraz, el
    primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra.
    Y a aquel que nos ama, que nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre, que ha
    hecho de nosotros un reino y sacerdotes para Dios, su Padre: A él la gloria y el poder por
    los siglos de los siglos. Amén.
    Un domingo fui arrebatado en espíritu y oí tras de mí una gran voz como de trompeta.
    Me volví para ver qué voz era la que me hablaba y, al volverme, vi siete candelabros de
    oro y, en medio de ellos, una figura como de Hijo de hombre, vestido de una túnica talar y
    ceñido el pecho con un ceñidor de oro. Sus cabellos y su barba eran blancos como la
    blanca lana o como la nieve, sus ojos eran como llamas de fuego, sus pies parecían de
    metal precioso acrisolado en el horno y su voz era como el estruendo de muchas aguas.
    Tenía en su diestra siete estrellas y de su boca salía una aguda espada de dos filos; su
    semblante era como el sol cuando brilla con toda su fuerza. Así que lo vi, caí como muerto
    a sus pies. Él puso su diestra sobre mí y me dijo:
    «Yo soy el primero y el último, el que vive. Estaba muerto, pero ahora vivo por los
    siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del hades.
    Al que salga vencedor y me sea fiel hasta el fin le daré potestad sobre las naciones,
    como la he recibido yo de mi Padre, y le daré, además, el lucero del alba. No borraré
    jamás su nombre del libro de la vida, sino que lo proclamaré en presencia de mi Padre y
    de sus ángeles. Lo haré columna en el templo de mi Dios, y ya nunca saldrá fuera, y sobre
    él escribiré el nombre de mi Dios y el nombre de la ciudad de mi Dios, de la nueva
    Jerusalén, que baja del cielo desde mi Dios, y mi nombre nuevo.
    Estoy a la puerta llamando: si alguno escucha mi voz y me abre la puerta entraré en su
    casa, cenaré con él y él conmigo. Al vencedor lo sentaré en mi trono, junto a mí; lo mismo
    que yo, cuando vencí, me senté en el trono de mi Padre, junto a él.»

    Responsorio Mc 13, 26-27; Sal 97, 9

    R. Verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a
    los ángeles * para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.
    V. Regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud.
    R. Para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.

    Segunda Lectura

    Del Opúsculo de Orígenes, presbítero, sobre la oración
    (Cap. 25: PG 11, 495-499)

    VENGA TU REINO

    Si, como dice nuestro Señor y Salvador, el reino de Dios no ha de venir
    espectacularmente, ni dirán: «Vedlo aquí o vedlo allí», sino que el reino de Dios está
    dentro de nosotros, pues cerca está la palabra, en nuestra boca y en nuestro corazón, sin
    duda cuando pedimos que venga el reino de Dios lo que pedimos es que este reino de
    Dios, que está dentro de nosotros, salga afuera, produzca fruto y se vaya perfeccionando.
    Efectivamente, Dios reina ya en cada uno de los santos, ya que éstos se someten a su ley
    espiritual, y así Dios habita en ellos como en una ciudad bien gobernada. En el alma
    perfecta está presente el Padre, y Cristo reina en ella junto con el Padre, de acuerdo con
    aquellas palabras del Evangelio: Vendremos a fijar en él nuestra morada.
    Este reino de Dios que está dentro de nosotros llegará, con nuestra cooperación, a su
    plena perfección cuando se realice lo que dice el Apóstol, esto es, cuando Cristo, una vez
    sometidos a él todos sus enemigos, entregue el reino a Dios Padre, para que Dios sea
    todo en todo. Por esto, rogando incesantemente con aquella actitud interior que se hace
    divina por la acción del Verbo, digamos a nuestro Padre que está en los cielos: Santificado
    sea tu nombre, venga tu reino.
    Con respecto al reino de Dios, hay que tener también esto en cuenta: del mismo modo
    que no tiene que ver la justificación con la impiedad, ni hay nada de común entre la luz y
    las tinieblas, ni puede haber armonía entre Cristo y Belial, así tampoco pueden coexistir el
    reino de Dios y el reino del pecado.
    Por consiguiente, si queremos que Dios reine en nosotros, procuremos que de ningún
    modo continúe el pecado reinando en nuestro cuerpo mortal, antes bien, mortifiquemos
    las pasiones de nuestro hombre terrenal y fructifiquemos por el Espíritu; de este modo
    Dios se paseará por nuestro interior como por un paraíso espiritual y reinará en nosotros
    él solo con su Cristo, el cual se sentará en nosotros a la derecha de aquella virtud
    espiritual que deseamos alcanzar: se sentará hasta que todos sus enemigos que hay en
    nosotros sean puestos por estrado de sus pies, y sean reducidos a la nada en nosotros
    todos los principados, todos los poderes y todas las fuerzas.

    Todo esto puede realizarse en cada uno de nosotros, y el último enemigo, la muerte,
    puede ser reducido a la nada, de modo que Cristo diga también en nosotros: ¿Dónde está,
    muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? Ya desde ahora este nuestro ser,
    corruptible, debe revestirse de santidad y de incorrupción, y este nuestro ser, mortal, debe
    revestirse de la inmortalidad del Padre, después de haber reducido a la nada el poder de
    la muerte, para que así, reinando Dios en nosotros, comencemos ya a disfrutar de los
    bienes de la regeneración y de la resurrección.

    Responsorio Ap 11, 15; Sal 21, 28-29

    R. El reinado sobre el mundo ha pasado a nuestro Señor y a su Mesías, * y reinará por los
    siglos de los siglos.
    V. En su presencia se postrarán las familias de los pueblos, porque del Señor es el reino.
    R. Y reinará por los siglos de los siglos.

    Se dice el Te Deum

    Himno Te Deum

    • Himno 1
    • Himno 2
    • Himno 3

    Te Deum

    Versión española

    A ti, oh Dios, te alabamos,
    a ti, Señor, te reconocemos.
    A ti, eterno Padre,
    te venera toda la creación.
    Los ángeles todos, los cielos
    y todas las potestades te honran.
    Los querubines y serafines
    te cantan sin cesar:
    Santo, Santo, Santo es el Señor,
    Dios del universo.
    Los cielos y la tierra
    están llenos de la majestad de tu gloria.
    A ti te ensalza
    el glorioso coro de los apóstoles,
    la multitud admirable de los profetas,
    el blanco ejército de los mártires.
    A ti la Iglesia santa,
    extendida por toda la tierra,
    te aclama:
    Padre de inmensa majestad,
    Hijo único y verdadero, digno de adoración,
    Espíritu Santo, Defensor.
    Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
    Tú eres el Hijo único del Padre.
    Tú, para liberar al hombre,
    aceptaste la condición humana
    sin desdeñar el seno de la Virgen.
    Tú, rotas las cadenas de la muerte,
    abriste a los creyentes el reino del cielo.
    Tú te sientas a la derecha de Dios
    en la gloria del Padre.
    Creemos que un día
    has de venir como juez.
    Te rogamos, pues,
    que vengas en ayuda de tus siervos,
    a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
    Haz que en la gloria eterna
    nos asociemos a tus santos.

    [La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.]
    Salva a tu pueblo, Señor,
    y bendice tu heredad.
    Sé su pastor
    y ensálzalo eternamente.
    Día tras día te bendecimos
    y alabamos tu nombre para siempre,
    por eternidad de eternidades.
    Dígnate, Señor, en este día
    guardarnos del pecado.
    Ten piedad de nosotros, Señor,
    ten piedad de nosotros.
    Que tu misericordia, Señor,
    venga sobre nosotros,
    como lo esperamos de ti.
    En ti, Señor, confié,
    no me veré defraudado para siempre.

    Te Deum

    Versión latinoamericana

    Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
    a ti nuestra alabanza,
    a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.
    Postrados ante ti, los ángeles te adoran
    y cantan sin cesar:
    Santo, santo, santo es el Señor,
    Dios del universo;
    llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
    A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
    la multitud de los profetas te enaltece,
    y el ejército glorioso de los mártires te aclama.
    A ti la Iglesia santa,
    por todos los confines extendida
    con júbilo te adora y canta tu grandeza:
    Padre, infinitamente santo,
    Hijo eterno, unigénito de Dios,
    Santo Espíritu de amor y de consuelo.
    Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
    tú el Hijo y Palabra del Padre,
    tú el Rey de toda la creación.
    Tú, para salvar al hombre,
    tomaste la condición de esclavo
    en el seno de una virgen.
    Tú destruiste la muerte
    y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.
    Tú vives ahora,
    inmortal y glorioso, en el reino del Padre.
    Tú vendrás algún día,
    como juez universal.
    Muéstrate, pues, amigo y defensor
    de los hombres que salvaste.
    Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
    con tus santos y elegidos.

    [La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.]
    Salva a tu pueblo, Señor,
    y bendice a tu heredad.
    Sé su pastor,
    y guíalo por siempre.
    Día tras día te bendeciremos
    y alabaremos tu nombre por siempre jamás.
    Dígnate, Señor,
    guardarnos de pecado en este día.
    Ten piedad de nosotros, Señor,
    ten piedad de nosotros.
    Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
    como lo esperamos de ti.
    A ti, Señor, me acojo,
    no quede yo nunca defraudado.

    Te Deum Laudamus

    Versión en latín

    Te Deum laudámus: * te Dóminum confitémur.
    Te aetérnum Patrem, * omnis terra venerátur.
    Tibi omnes ángeli, * tibi caeli et univérsae potestátes:
    tibi chérubim et séraphim * incessábili voce proclámant:
    Sanctus, * Sanctus, * Sanctus * Dóminus Deus Sábaoth.
    Pleni sunt caeli et terra * maiestátis glóriae tuae.
    Te gloriósus * apostolórum chorus,
    te prophetárum * laudábilis númerus,
    te mártyrum candidátus * laudat exércitus.
    Te per orbem terrárum * sancta confitétur Ecclésia,
    Patrem * imménsae maiestátis;
    venerándum tuum verum * et únicum Fílium;
    Sanctum quoque * Paráclitum Spíritum.
    Tu rex glóriae, * Christe.
    Tu Patris * sempitérnus es Fílius.
    Tu, ad liberándum susceptúrus hóminem, *
    non horruísti Vírginis úterum.
    Tu, devícto mortis acúleo, *
    aperuísti credéntibus regna caelórum.
    Tu ad déxteram Dei sedes, * in glória Patris.
    Iudex créderis * esse ventúrus.
    Te ergo quaésumus, tuis fámulis súbveni, *
    quos pretióso sánguine redemísti.
    Aetérna fac cum Sanctis tuis * in glória numerári.

    [Lo que sigue puede omitirse]
    Salvum fac pópulum tuum Dómine, *
    et bénedic haereditáti tuae.
    Et rege eos, * et extólle illos usque in aetérnum.
    Per síngulos dies, * benedícimus te;
    et laudámus nomen tuum in saéculum, *
    et in saéculum saéculi.
    Dignáre, Dómine, die isto, * sine peccáto nos custodíre.
    Miserére nostri, Dómine, * miserére nostri.
    Fiat misericórdia tua, Dómine, super nos, *
    quemádmodum sperávimus in te.
    In te, Dómine, sperávi: * non confúndar in aetérnum.

    Oración

    Oremos:

    Dios todopoderoso y eterno, que quisiste fundar todas las cosas en tu Hijo muy amado,
    Rey del Universo, haz que toda la creación, liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu
    majestad y te glorifique sin fin. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

    Amén.

    Conclusión

    Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

    V. Bendigamos al Señor.
    R. Demos gracias a Dios.

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