El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, jueves, 27 de marzo de 2025.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Mirad las estrellas fulgentes brillar,
sus luces anuncian que Dios ahí está,
la noche en silencio, la noche en su paz,
murmura esperanzas cumpliéndose ya.
Los ángeles santos, que vienen y van,
preparan caminos por donde vendrá
el Hijo del Padre, el Verbo eternal,
al mundo del hombre en carne mortal.
Abrid vuestras puertas, ciudades de paz,
que el Rey de la gloria ya pronto vendrá;
abrid corazones, hermanos, cantad
que vuestra esperanza cumplida será.
Los justos sabían que el hambre de Dios
vendría a colmarla el Dios del Amor,
su Vida es su vida, su Amor es su amor
serían un día su gracia y su don.
Ven pronto, Mesías, ven pronto, Señor,
los hombres hermanos esperan tu voz,
tu luz, tu mirada, tu vida, tu amor.
Ven pronto, Mesías, sé Dios Salvador. Amén.
Para los sábados
Dame tu mano, María,
la de las tocas moradas;
clávame tus siete espadas
en esta carne baldía.
Quiero ir contigo en la impía
tarde negra y amarilla.
Aquí, en mi torpe mejilla,
quiero ver si se retrata
esa lividez de plata,
esa lágrima que brilla.
Déjame que te restañe
ese llanto cristalino
y a la vera del camino
permite que te acompañe.
Deja que en lágrimas bañe
la orla negra de tu manto
a los pies del árbol santo,
donde tu fruto se mustia.
Capitana de la angustia:
no quiero que sufras tanto.
Qué lejos, Madre, la cuna
y tus gozos de Belén:
"No, mi Niño, no. No hay quien
de mis brazos te desuna".
Y rayos tibios de luna,
entre las pajas de miel,
le acariciaban la piel
sin despertarle. ¡Qué larga
es la distancia y qué amarga
de Jesús muerto a Emmanuel! Amén
Antífona 1: Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.
Salmo 88, 39-53
LAMENTACIÓN POR LA CAÍDA DE LA CASA DE DAVID
Ha suscitado una fuerza de salvación en la casa de David (Lc 1, 69).
IV
Tú, encolerizado con tu Ungido,
lo has rechazado y desechado;
has roto la alianza con tu siervo
y has profanado hasta el suelo su corona;
has derribado sus murallas
y derrocado sus fortalezas;
todo viandante lo saquea,
y es la burla de sus vecinos;
has sostenido la diestra de sus enemigos
y has dado el triunfo a sus adversarios;
pero a él le has embotado la espada
y no lo has confortado en la pelea;
has quebrado su cetro glorioso
y has derribado su trono;
has acortado los días de su juventud
y lo has cubierto de ignominia.
Antífona 2: Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana. (T. P. Aleluya).
V
¿Hasta cuándo, Señor, estarás escondido
y arderá como un fuego tu cólera?
Recuerda, Señor, lo corta que es mi vida
y lo caducos que has creado a los humanos.
¿Quién vivirá sin ver la muerte?
¿Quién sustraerá su vida a la garra del abismo?
¿Dónde está, Señor, tu antigua misericordia
que por tu fidelidad juraste a David?
Acuérdate, Señor, de la afrenta de tus siervos:
lo que tengo que aguantar de las naciones,
de cómo afrentan, Señor, tus enemigos,
de cómo afrentan las huellas de tu Ungido.
Bendito el Señor por siempre. Amén, amén.
Antífona 3: Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre. (T. P. Aleluya).
Salmo 89
BAJE A NOSOTROS LA BONDAD DEL SEÑOR
Para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día (2 Pe 3, 8).
Señor, tú has sido nuestro refugio
de generación en generación.
Antes que naciesen los montes
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre tú eres Dios.
Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: "retornad, hijos de Adán".
Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó;
una vela nocturna.
Los siembras año por año,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca.
¡Cómo nos ha consumido tu cólera
y nos ha trastornado tu indignación!
Pusiste nuestras culpas ante ti,
nuestros secretos ante la luz de tu mirada:
y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera,
y nuestros años se acabaron como un suspiro.
Aunque uno viva setenta años,
y el más robusto hasta ochenta,
la mayor parte son fatiga inútil,
porque pasan aprisa y vuelan.
¿Quién conoce la vehemencia de tu ira,
quién ha sentido el peso de tu cólera?
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos;
por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Danos alegría, por los días en que nos afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas.
Que tus siervos vean tu acción
y sus hijos tu gloria.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.
V. El que medita la ley del Señor.
R. Da fruto a su tiempo.
De la carta a los Hebreos 4, 14-5, 10
JESUCRISTO, SUMO SACERDOTE
Hermanos, teniendo un sumo sacerdote que penetró y está en los cielos, Jesús, el
Hijo de Dios, mantengamos firme la fe que profesamos. No tenemos un sacerdote incapaz
de compadecerse de nuestras debilidades, al contrario, él mismo pasó por todas las
pruebas a semejanza nuestra, fuera del pecado. Acerquémonos, pues, con seguridad y
confianza a este trono de la gracia. Aquí alcanzaremos misericordia y hallaremos gracia
para ser socorridos en el momento oportuno.
Todo sumo sacerdote, tomado de entre los hombres, es constituido en favor de los
hombres en lo tocante a las relaciones de éstos con Dios, a fin de que ofrezca dones ysacrificios por los pecados. Él puede sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados,
porque él mismo está rodeado de fragilidad. Y a causa de esta misma fragilidad debe
ofrecer sacrificios de expiación por los pecados, tanto por los del pueblo como por los
suyos propios. Nadie se arroga este honor. Sólo lo toma aquel que es llamado por Dios
como lo fue Aarón
De igual modo, tampoco Cristo se dio a sí mismo la gloria del sumo sacerdocio, sino
que la recibió de aquel que le dijo: «Hijo mío eres tú: yo te he engendrado hoy.» Y como
le dice también en otro pasaje: «Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec.»
Cristo, en los días de su vida mortal, habiendo elevado oraciones y súplicas con
poderoso clamor y lágrimas hacia aquel que tenía poder para salvarlo de la muerte, fue
escuchado en atención a su actitud reverente y filial; con todo, aunque era Hijo, aprendió
por experiencia, en sus padecimientos, la obediencia, y, habiendo así llegado hasta la
plena consumación, se convirtió en causa de salvación para todos los que lo obedecen,
proclamado por Dios sumo sacerdote «según el rito de Melquisedec».
R. Cristo, aunque era Hijo de Dios, aprendió por experiencia, en sus padecimientos, la
obediencia, * y se convirtió en causa de salvación para todos los que lo obedecen.
V. En los días de su vida mortal, habiendo elevado oraciones con poderoso clamor, fue
escuchado en atención a su actitud reverente y filial.
R. Y se convirtió en causa de salvación para todos los que lo obedecen.
Del tratado de Tertuliano, presbítero, sobre la oración
(Caps. 28-29: CCL 1, 273-274)
EL SACRIFICIO ESPIRITUAL
La oración es el sacrificio espiritual que abrogó los antiguos sacrificios. ¿Qué me
importa el número de vuestros sacrificios? —dice el Señor—. Estoy harto de holocaustos
de carneros, de grasa de cebones; la sangre de toros, corderos y machos cabríos no me
agrada. ¿Quién pide algo de vuestras manos? Lo que Dios desea, nos lo dice el evangelio:
Se acerca la hora —dice— en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre
en espíritu y verdad. Porque Dios es espíritu, y desea un culto espiritual.
Nosotros somos, pues, verdaderos adoradores y verdaderos sacerdotes cuando
oramos en espíritu y ofrecemos a Dios nuestra oración como una víctima espiritual, propia
de Dios y acepta a sus ojos.
Esta víctima, ofrecida del fondo de nuestro corazón, nacida de la fe, nutrida con la
verdad, intacta y sin defecto, íntegra y pura, coronada por el amor, hemos de presentarla
ante el altar de Dios, entre salmos e himnos, acompañada del cortejo de nuestras buenas
obras, seguros de que ella nos alcanzará de Dios todos los bienes.
¿Podrá Dios negar algo a la oración hecha en espíritu y verdad, cuando es él mismo
quien la exige? ¡Cuántos testimonios de su eficacia no hemos leído, oído y creído!
Ya la oración del antiguo Testamento liberaba del fuego, de las fieras y del hambre, y,
sin embargo, no había recibido aún de Cristo toda su eficacia.
¡Cuanto más eficazmente actuará, pues, la oración cristiana! No coloca un ángel para
apagar con agua el fuego, ni cierra las bocas de los leones, ni lleva al hambriento la
comida de los campesinos, ni aleja, con el don de su gracia, ningún sufrimiento; pero
enseña la paciencia y aumenta la fe de los que sufren, para que comprendan lo que Dios
prepara a los que padecen por su nombre.
En el pasado, la oración alejaba las plagas, desvanecía los ejércitos de los enemigos,
hacía cesar la lluvia. Ahora, la verdadera oración aleja la ira de Dios, implora a favor de los
enemigos, suplica por los perseguidores. ¿Y qué tiene de sorprendente que pueda hacer
bajar del cielo el agua del bautismo, si pudo también impetrar las lenguas de fuego?
Solamente la oración vence a Dios; pero Cristo la quiso incapaz del mal y todopoderosa
para el bien.
La oración sacó a las almas de los muertos del mismo seno de la muerte, fortaleció a
los débiles, curó a los enfermos, liberó a los endemoniados, abrió las mazmorras, soltó las
ataduras de los inocentes. La oración perdona los delitos, aparta las tentaciones, extingue
las persecuciones, consuela a los pusilánimes, recrea a los magnánimos, conduce a los
peregrinos, mitiga las tormentas, aturde a los ladrones, alimenta a los pobres, rige a los
ricos, levanta a los caídos, sostiene a los que van a caer, apoya a los que están en pie.
Los ángeles oran también, oran todas las criaturas, oran los ganados y las fieras, que
se arrodillan al salir de sus establos y cuevas y miran al cielo, pues no hacen vibrar en
vano el aire con sus voces. Incluso las aves, cuando levantan el vuelo y se elevan hasta el
cielo, extienden en forma de cruz sus alas, como si fueran manos, y hacen algo que
parece también oración.
¿Qué más decir en honor de la oración? Incluso oró el mismo Señor, a quien
corresponde el honor y la fortaleza por los siglos de los siglos.
R. Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; * pues tales son
los adoradores que el Padre quiere.
V. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad.
R. Pues tales son los adoradores que el Padre quiere.
Oremos:
Te pedimos humildemente, Señor, que, a medida que se acerca la fiesta de nuestra
salvación, vaya creciendo en intensidad nuestra entrega para celebrar dignamente el
misterio pascual. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.