El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, domingo, 20 de julio de 2025. Otras celebraciones del día: SAN APOLINAR, OBISPO Y MÁRTIR .
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Pueblo del Señor, rebaño que él guía, venid, adorémosle. Aleluya.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Que doblen las campanas jubilosas,
y proclamen el triunfo del amor,
y llenen nuestras almas de aleluyas,
de gozo y esperanza en el Señor.
Los sellos de la muerte han sido rotos,
la vida para siempre es libertad,
ni la muerte ni el mal son para el hombre
su destino, su última verdad.
Derrotados la muerte y el pecado,
es de Dios toda historia y su final;
esperad con confianza su venida:
no temáis, con vosotros él está.
Volverán encrespadas tempestades
para hundir vuestra fe y vuestra verdad,
es más fuerte que el mal y que su embate
el poder del Señor, que os salvará.
Aleluyas cantemos a Dios Padre,
aleluyas al Hijo salvador,
su Espíritu corone la alegría
que su amor derramó en el corazón. Amén.
Antífona 1: ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro?
Salmo 23
ENTRADA SOLEMNE DE DIOS EN SU TEMPLO
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que como hombre sube al cielo (S. Ireneo).
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
— ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
— El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
— Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
Antífona 2: Bendecid, pueblos, a nuestro Dios, porque él nos ha devuelto la vida. Aleluya.
Salmo 65
HIMNO PARA UN SACRIFICIO DE ACCIÓN DE GRACIAS
Este salmo habla de la resurrección de Cristo y de la conversión de los gentiles (Hesiquio).
I
Aclamad al Señor, tierra entera;
tocad en honor de su nombre,
cantad himnos a su gloria.
Decid a Dios: "¡Qué temibles son tus obras,
por tu inmenso poder tus enemigos te adulan!"
Que se postre ante ti la tierra entera,
que toquen en tu honor,
que toquen para tu nombre.
Venid a ver las obras de Dios,
sus temibles proezas en favor de los hombres:
transformó el mar en tierra firme,
a pie atravesaron el río.
Alegrémonos con Dios,
que con su poder gobierna eternamente;
sus ojos vigilan a las naciones,
para que no se subleven los rebeldes.
Bendecid, pueblos, a nuestro Dios,
haced resonar sus alabanzas,
porque él nos ha devuelto la vida
y no dejó que tropezaran nuestros pies.
Oh Dios, nos pusiste a prueba,
nos refinaste como refinan la plata;
nos empujaste a la trampa,
nos echaste a cuestas un fardo:
sobre nuestro cuello cabalgaban,
pasamos por fuego y por agua,
pero nos has dado respiro.
Antífona 3: Fieles de Dios, venid a escuchar lo que ha hecho conmigo. Aleluya.
II
Entraré en tu casa con víctimas,
para cumplirte mis votos:
los que pronunciaron mis labios
y prometió mi boca en el peligro.
Te ofreceré víctimas cebadas,
te quemaré carneros,
inmolaré bueyes y cabras.
Fieles de Dios, venid a escuchar,
os contaré lo que ha hecho conmigo:
a él gritó mi boca
y lo ensalzó mi lengua.
Si hubiera tenido yo mala intención,
el Señor no me habría escuchado;
pero Dios me escuchó,
y atendió a mi voz suplicante.
Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica
ni me retiró su favor.
Del segundo libro de Samuel 15, 7-14. 24-30; 16, 5-13
REBELIÓN DE ABSALÓN Y HUÍDA DE DAVID
En aquellos días, dijo Absalón al rey David: «Permíteme que vaya a Hebrón a cumplir el
voto que hice al Señor. Porque tu siervo hizo voto cuando estaba en Guesur de Aram,
diciendo: "Si el Señor me permite volver a Jerusalén, le daré culto en Hebrón."»
El rey le dijo:
«Vete en paz.»
Él se levantó y se fue a Hebrón. Envió Absalón mensajeros a todas las tribus de Israel,
diciendo:
«Cuando oigáis sonar el cuerno decid: "¡Absalón se ha proclamado rey en Hebrón!"»
Con Absalón habían partido de Jerusalén doscientos hombres invitados; eran inocentes
y no sabían absolutamente nada. Absalón mandó a buscar a su ciudad de Güilo a Ajitófel
el guilonita, consejero de David, y lo tuvo consigo cuando ofrecía los sacrificios. Así la
conjuración le fortalecía y los partidarios de Absalón iban aumentando. Llegó uno que
avisó a David:
«El corazón de los hombres de Israel va tras de Absalón.»
Entonces David dijo a todos los servidores que estaban con él en Jerusalén:
«Levantaos y huyamos, porque no tenemos escape ante Absalón. Apresuraos a partir,
no sea que venga a toda prisa y nos dé alcance, vierta sobre nosotros la ruina y pase la
ciudad a filo de espada.»
Iban también con él Sadoq y todos los levitas, llevando el arca de la alianza de Dios. Se
detuvieron con el arca de Dios junto a Abiatar hasta que todo el pueblo acabó de salir de
la ciudad. Dijo el rey a Sadoq:
«Haz volver el arca de Dios a la ciudad. Si he hallado gracia a los ojos del Señor, me
hará volver y me permitirá ver el arca y su morada. Y si él dice: "No me has agradado",
que me haga lo que mejor le parezca.»
Dijo también el rey al sacerdote Sadoq:
«Mirad, tú y Abiatar volveos en paz a la ciudad, con vuestros dos hijos, Ajimaas, tu hijo,
y Jonatán, hijo de Abiatar. Mirad, yo me detendré en las llanuras del desierto, hasta que
me llegue una palabra vuestra que me dé noticias.»
Sadoq y Abiatar volvieron el arca de Dios a Jerusalén y se quedaron allí. David subía la
cuesta de los Olivos, subía llorando con la cabeza cubierta y los pies desnudos; y toda la
gente que estaba con él había cubierto su cabeza y subía la cuesta llorando.
Cuando el rey David llegó a Bajurim salió de allí un hombre de la familia de la casa de
Saúl, llamado Semeí, hijo de Güera. Iba maldiciendo mientras avanzaba. Tiraba piedras a
David y a todos los servidores del rey, mientras toda la gente y todos los servidores se
colocaban a derecha e izquierda. Semeí decía maldiciendo:
«Vete, vete, hombre sanguinario y malvado. El Señor haga caer sobre ti toda la sangre
de la casa de Saúl, cuyo reino usurpaste. Así el Señor ha entregado tu reino en manos de
Absalón, tu hijo. Has caído en tu propia maldad, porque eres un hombre sanguinario.»
Abisay, hijo de Sarvia, dijo al rey:
«¿Por qué ha de maldecir este perro muerto a mi señor el rey? Voy ahora mismo y le
corto la cabeza.»
Respondió el rey:
«¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia? Deja que maldiga, pues, si el Señor le ha
dicho: "Maldice a David", ¿quién le puede decir: "Por qué haces esto"?»
Y añadió David a Abisay y a todos sus siervos:
«Mirad, mi hijo, salido de mis entrañas, busca mi muerte, pues ¿cuánto más ahora un
benjaminita? Dejadlo que maldiga, pues se lo ha mandado el Señor. Acaso el Señor mire
mi aflicción y me devuelva el Señor bien por las maldiciones de este día.»
Y David y sus hombres prosiguieron su camino, mientras Semeí marchaba por el flanco
de la montaña, paralelo a él; iba maldiciendo, tirando piedras y arrojando polvo.
R. Mi amigo, de quien yo me fiaba, * el que compartía mi pan es el primero en
traicionarme.
V. Uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo.
R. El que compartía mi pan es el primero en traicionarme.
Comienza la carta de san Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, a los Magnesios
(Caps. 1,1-5, 2: Funk 1,191-195)
ES NECESARIO NO SÓLO LLAMARSE CRISTIANOS, SINO SERLO EN REALIDAD
Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir, Portador de Dios, a la Iglesia de Magnesia
del Meandro, a la bendecida en la gracia de Dios Padre por Jesucristo, nuestro Salvador:
mi saludo en él y mis votos por su más grande alegría en Dios Padre y en Jesucristo.
Después de enterarme del orden perfecto de vuestra caridad según Dios, me he
determinado, con regocijo mío, a tener en la fe en Jesucristo esta conversación con
vosotros. Habiéndose dignado el Señor honrarme con un nombre en extremo glorioso, voy
entonando en estas cadenas que llevo por doquier un himno de alabanza a las Iglesias, a
las que deseo la unión con la carne y el espíritu de Jesucristo, que es nuestra vida para
siempre, una unión en la fe y en la caridad, a la que nada puede preferirse, y la unión con
Jesús y con el Padre; en él resistimos y logramos escapar de toda malignidad del príncipe
de este mundo, y así alcanzaremos a Dios.
Tuve la suerte de veros a todos vosotros en la persona de Damas, vuestro obispo, digno
de Dios, y en la persona de vuestros dignos presbíteros Baso y Apolonio, así como del
diácono Soción, consiervo mío, de cuya compañía ojalá me fuera dado gozar, pues se
somete a su obispo como a la gracia de Dios, y al colegio de los presbíteros como a la ley
de Jesucristo.
Es necesario que no tengáis en menos la poca edad de vuestro obispo, sino que,
mirando en él el poder de Dios Padre, le tributéis toda reverencia. Así he sabido que
vuestros santos presbíteros no menosprecian su juvenil condición; que salta a la vista,
sino que, como prudentes en Dios, le son obedientes, o por mejor decir, no a él, sino al
Padre de Jesucristo, que es el obispo o supervisor de todos. Así pues, para honor de aquel
que nos ha amado es conveniente obedecer sin ningún género de fingimiento; porque no
es a este o a aquel obispo que vemos a quien se trataría de engañar, sino que el engaño
iría dirigido contra el obispo invisible; es decir, en este caso, ya no es contra un hombre
mortal, sino contra Dios, a quien aun lo escondido está patente.
Es pues necesario no sólo llamarse cristianos, sino serlo en realidad; pues hay algunos
que reconocen ciertamente al obispo su título de vigilante o supervisor, pero luego lo
hacen todo a sus espaldas. Los tales no me parece a mí que tengan buena conciencia,
pues no están firmemente reunidos con la grey, conforme al mandamiento.
Ahora bien, las cosas están tocando a su término, y se nos proponen juntamente estas
dos cosas: la muerte y la vida, y cada uno irá a su propio lugar. Es como si se tratara de
dos monedas, una de Dios y otra del mundo, que llevan cada una grabado su propio cuño:
los incrédulos el de este mundo, y los que han permanecido fieles por la caridad, el cuño
de Dios Padre, grabado por Jesucristo. Y si no estamos dispuestos a morir por él, para
imitar su pasión, tampoco tendremos su vida en nosotros.
R. Sé modelo para los fieles en las palabras y en el trato, en la caridad, en la fe y en la
pureza de vida. * Obrando así, te salvarás a ti mismo y a los que te escuchan.
V. Pon interés en estas cosas, ocúpate de ellas, de modo que tus progresos sean
manifiestos a todos.
R. Obrando así, te salvarás a ti mismo y a los que te escuchan.
Se dice el Te Deum
Oremos:
Muéstrate propicio con tus hijos, Señor, y multiplica sobre ellos los dones de tu gracia,
para que, encendidos de fe, esperanza y caridad, perseveren fielmente en el cumplimiento
de tu ley. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.