El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, viernes, 17 de octubre de 2025.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: El Señor es bueno, bendecid su nombre.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
¡Qué hermosos son los pies
del que anuncia la paz a sus hermanos!
¡Y qué hermosas las manos
maduras en el surco y en la mies!
Grita lleno de gozo,
pregonero, que traes noticias buenas:
se rompen las cadenas,
y el sol de Cristo brilla esplendoroso.
Grita sin miedo, grita,
y denuncia a mi pueblo sus pecados;
vivimos engañados,
pues la belleza humana se marchita.
Toda yerba es fugaz,
la flor del campo pierde sus colores;
levanta sin temores,
pregonero, tu voz dulce y tenaz.
Si dejas los pedazos
de tu alma enamorada en el sendero,
¡qué dulces, mensajero,
qué hermosos, qué divinos son tus pasos! Amén.
Antífona 1: Nuestros padres nos contaron el poder del Señor y las maravillas que realizó. (T. P. Aleluya).
Salmo 77, 1-39
BONDAD DE DIOS E INFIDELIDAD DEL PUEBLO A TRAVÉS DE LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN
Estas cosas sucedieron en figura para nosotros (1 Cor 10, 6).
I
Escucha, pueblo mío, mi enseñanza,
inclina el oído a las palabras de mi boca:
que voy a abrir mi boca a las sentencias,
para que broten los enigmas del pasado.
Lo que oímos y aprendimos,
lo que nuestros padres nos contaron,
no lo ocultaremos a sus hijos,
lo contaremos a la futura generación:
las alabanzas del Señor, su poder,
las maravillas que realizó;
porque él estableció una norma para Jacob,
dio una ley a Israel.
Él mandó a nuestros padres
que lo enseñaran a sus hijos,
para que lo supiera la generación siguiente;
los hijos que nacieran después.
Que surjan y lo cuenten a sus hijos,
para que pongan en Dios su confianza
y no olviden las acciones de Dios,
sino que guarden sus mandamientos;
para que no imiten a sus padres,
generación rebelde y pertinaz;
generación de corazón inconstante,
de espíritu infiel a Dios.
Los arqueros de la tribu de Efraín
volvieron la espalda en la batalla;
no guardaron la alianza de Dios,
se negaron a seguir su ley,
echando en olvido sus acciones,
las maravillas que les había mostrado,
cuando hizo portentos a vista de sus padres,
en el país de Egipto, en el campo de Soán:
hendió el mar para darles paso,
sujetando las aguas como muros;
los guiaba de día con una nube,
de noche con el resplandor del fuego;
hendió la roca en el desierto,
y les dio a beber raudales de agua;
sacó arroyos de la peña,
hizo correr las aguas como ríos.
Antífona 2: Los hijos comieron el maná y bebieron de la roca espiritual que los seguía. (T. P. Aleluya).
II
Pero ellos volvieron a pecar contra él,
y en el desierto se rebelaron contra el Altísimo:
tentaron a Dios en sus corazones,
pidiendo una comida a su gusto;
hablaron contra Dios: "¿podrá Dios
preparar una mesa en el desierto?
Él hirió la roca, brotó agua
y desbordaron los torrentes;
pero ¿podrá también darnos pan,
proveer de carne a su pueblo?"
Lo oyó el Señor, y se indignó;
un fuego se encendió contra Jacob,
hervía su cólera contra Israel,
porque no tenían fe en Dios
ni confiaban en su auxilio.
Pero dio orden a las altas nubes,
abrió las compuertas del cielo:
hizo llover sobre ellos maná,
les dio un trigo celeste;
y el hombre comió pan de ángeles,
les mandó provisiones hasta la hartura.
Hizo soplar desde el cielo el levante,
y dirigió con su fuerza el viento sur;
hizo llover carne como una polvareda,
y volátiles como arena del mar;
los hizo caer en mitad del campamento,
alrededor de sus tiendas.
Ellos comieron y se hartaron,
así satisfizo su avidez;
pero, con la avidez recién saciada,
con la comida aún en la boca,
la ira de Dios hirvió contra ellos:
mató a los más robustos,
doblegó a la flor de Israel.
Antífona 3: Se acordaron de que Dios era su roca y su redentor. (T. P. Aleluya).
III
Y, con todo, volvieron a pecar,
y no dieron fe a sus milagros:
entonces consumió sus días en un soplo,
sus años en un momento;
y, cuando los hacía morir, lo buscaban,
y madrugaban para volverse hacia Dios;
se acordaban de que Dios era su roca,
el Dios Altísimo su redentor.
Lo adulaban con sus bocas,
pero sus lenguas mentían:
su corazón no era sincero con él,
ni eran fieles a su alianza.
Él, en cambio, sentía lástima,
perdonaba la culpa y no los destruía:
una y otra vez reprimió su cólera,
y no despertaba todo su furor;
acordándose de que eran de carne,
un aliento fugaz que no torna.
Del libro del profeta Jeremías 7, 1-20
LA CONFIANZA EN EL TEMPLO ES VANA, SI NO HAY FIDELIDAD A DIOS Y JUSTICIA CON EL PRÓJIMO
Palabra del Señor que recibió Jeremías:
«Ponte a la puerta del templo, y grita allí esta palabra: "¡Escucha, Judá, la palabra del
Señor, los que entráis por estas puertas para adorar al Señor! Así dice el Señor de los
ejércitos, Dios de Israel: Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones, y habitaré con
vosotros en este lugar. No os creáis seguros con palabras engañosas repitiendo: Es el
templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor. Si enmendáis vuestra conducta
y vuestras acciones, si juzgáis rectamente entre un hombre y su prójimo, si no explotáis al
forastero, al huérfano y a la viuda, si no derramáis sangre inocente en este lugar, si no
seguís a dioses extranjeros, para vuestro mal, entonces habitaré con vosotros en este
lugar, en la tierra que di a vuestros padres, desde hace tanto tiempo y para siempre.
Mirad: Vosotros os fiáis de palabras engañosas que no sirven de nada. Vosotros robáis,
matáis, adulteráis, juráis en falso, quemáis incienso a Baal, seguís a dioses extranjeros y
desconocidos, ¡y después entráis a presentaros ante mí en este templo, que lleva mi
nombre, y os decís: 'Estamos salvos', para seguir cometiendo esas abominaciones! ¿Creéis
acaso que es una cueva de bandidos este templo que lleva mi nombre? Atención, que yo
lo he visto, -oráculo del Señor-.
Id a mi templo de Silo, donde hice habitar mi nombre en otro tiempo, y mirad lo que
hice con él, por la maldad de Israel mi pueblo. Pues ahora, ya que habéis cometido tales
acciones -dice el Señor-, que os hablé sin cesar y no me escuchasteis, que os llamé y no
me respondisteis; por eso, con el templo que lleva mi nombre, en el que confiáis, con el
lugar que di a vuestros padres y a vosotros, haré lo mismo que hice con Silo: os arrojaré
de mi presencia, como arrojé a vuestros hermanos, la estirpe de Efraín."
Y tú no intercedas por este pueblo, no alces por ellos súplicas ni clamores, porque no te
escucharé. ¿No ves lo que están haciendo en las ciudades de Judá, en las calles de
Jerusalén? Los hijos recogen leña, los padres encienden fuego, las mujeres preparan la
masa para hacer tortas en honor de la Reina del cielo; y hacen libaciones a dioses
extranjeros, para irritarme. ¿Es a mí a quien hieren, o más bien a sí mismos, para su
confusión? Por eso así dice el Señor: Mirad, mi ira y mi cólera se derraman sobre este
lugar, sobre el hombre y el ganado, sobre el árbol del campo, sobre el fruto del suelo,
ardiendo sin cesar.»
R. ¿Creéis acaso que es una cueva de bandidos este templo que lleva mi nombre? * Mí
casa es casa de oración y así la llamarán todos los pueblos.
V. No hagáis de la casa de mi Padre un mercado.
R. Mi casa es casa de oración y así la llamarán todos los pueblos.
De los libros de San Agustín, obispo, sobre la Ciudad de Dios
(Libro 10, 6: CCL. 47, 278-279)
EN TODO LUGAR OFRECERÁN INCIENSO A MI NOMBRE Y UNA OFRENDA PURA
Verdadero sacrificio es toda obra que se hace con el fin de unirnos a Dios en santa
sociedad, es decir, toda obra relacionada con aquel supremo bien, mediante el cual
llegamos a la verdadera felicidad. Por ello, incluso la misma misericordia que nos mueve a
socorrer al hermano, si no se hace por Dios no puede llamarse sacrificio. Porque, aun
siendo el hombre quien hace o quien ofrece el sacrificio, éste sin embargo, es una acción
divina, como nos lo indica la misma palabra con la cual llamaban los antiguos latinos a
esta acción. Por ello, puede afirmarse que incluso el hombre es verdadero sacrificio
cuando está consagrado a Dios por el bautismo y está dedicado al Señor, ya que entonces
muere al mundo y vive para Dios. Esto, en efecto, forma parte de aquella misericordia que
cada cual debe tener para consigo mismo, según está escrito: Ten compasión de tu alma
agradando a Dios.
Si, pues, las obras de misericordia para con nosotros mismos o para con el prójimo,
cuando están referidas a Dios, son verdadero sacrificio, y, por otra parte solo son obras de
misericordia aquellas que se hacen con el fin de librarnos de nuestra miseria y hacernos
felices (cosa que no se obtiene sino por medio de aquel bien, del cual se ha dicho: Para mí
lo bueno es estar junto a Dios), resulta claro que toda la ciudad redimida, es decir, la
congregación o asamblea de los santos, debe ser ofrecida a Dios como un sacrificio
universal por mediación de aquel gran sacerdote que se entregó a sí mismo por nosotros,
tomando la condición de esclavo, para que nosotros llegáramos a ser cuerpo de tan
sublime cabeza. Ofreció esta forma de esclavo y bajo ella se entregó a sí mismo, porque
sólo según ella pudo ser mediador, sacerdote, sacrificio.
Por esto, nos exhorta el Apóstol a que ofrezcamos nuestros cuerpos como hostia viva,
santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable, y a que no nos conformemos con
este siglo, sino que nos reformemos en la novedad de nuestro espíritu. Y para probar cuál
es la voluntad de Dios y cuál el bien y el beneplácito y la perfección, ya que todo este
sacrificio somos nosotros, dice: Por la gracia de Dios que me ha sido dada os digo a todos
y a cada uno de vosotros: No os estiméis en más de lo que conviene, sino estimaos
moderadamente, según la medida de la fe que Dios otorgó a cada uno. Pues así como
nuestro cuerpo, en unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los
miembros la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo,
pero cada miembro está al servicio de los otros miembros. Los dones que poseemos son
diferentes, según la gracia que se nos ha dado.
Éste es el sacrificio de los cristianos: la reunión de muchos, que formamos un solo
cuerpo en Cristo. Este misterio es celebrado también por la Iglesia en el sacramento del
altar, del todo familiar a los fieles, donde se demuestra que la Iglesia, en la misma
oblación que hace, se ofrece a sí misma.
R. Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero * el Espíritu mismo intercede por
nosotros con gemidos inefables.
V. En aquel día -dice el Señor-derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de
Jerusalén un espíritu de gracia y de oración.
R. El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.
Oremos:
Te pedimos, Señor, que tu gracia continuamente nos preceda y acompañe, de manera
que estemos dispuestos a obrar siempre el bien. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.