El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, jueves, 1 de mayo de 2025.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
¡Cristo ha resucitado!
¡Resucitemos con él!
¡Aleluya, aleluya!
Muerte y Vida lucharon,
y la muerte fue vencida.
¡Aleluya, aleluya!
Es el grano que muere
para el triunfo de la espiga.
¡Aleluya, aleluya!
Cristo es nuestra esperanza
nuestra paz y nuestra vida.
¡Aleluya, aleluya!
Vivamos vida nueva,
el bautismo es nuestra Pascua.
¡Aleluya, aleluya!
¡Cristo ha resucitado!
¡Resucitemos con él!
¡Aleluya, aleluya! Amén.
La bella flor que en el suelo
plantada se vio marchita
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
De tierra estuvo cubierto,
pero no fructificó
del todo, hasta que quedó
en un árbol seco injerto.
Y, aunque a los ojos del suelo
se puso después marchita,
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
Toda es de flores la fiesta,
flores de finos olores,
más no se irá todo en flores,
porque flor de fruto es ésta.
Y, mientras su Iglesia grita
mendigando algún consuelo,
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
Que nadie se sienta muerto
cuando resucita Dios,
que, si el barco llega al puerto,
llegamos junto con vos.
Hoy la cristiandad se quita
sus vestiduras de duelo.
Ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
Antífona 1: Nos diste, Señor, la victoria sobre el enemigo; por eso damos gracias a tu nombre. (T. P. Aleluya).
Salmo 43
ORACIÓN DEL PUEBLO EN LAS CALAMIDADES
En todo vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado (Rom 8, 37).
I
Oh Dios, nuestros oídos lo oyeron,
nuestros padres nos lo han contado:
la obra que realizaste en sus días,
en los años remotos.
Tú mismo con tu mano desposeíste a los gentiles,
y los plantaste a ellos;
trituraste a las naciones,
y los hiciste crecer a ellos.
Porque no fue su espada la que ocupó la tierra,
ni su brazo el que les dio la victoria,
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,
porque tú los amabas.
Mi rey y mi Dios eres tú,
que das la victoria a Jacob:
con tu auxilio embestimos al enemigo,
en tu nombre pisoteamos al agresor.
Pues yo no confío en mi arco,
ni mi espada me da la victoria;
tú nos das la victoria sobre el enemigo
y derrotas a nuestros adversarios.
Dios ha sido siempre nuestro orgullo,
y siempre damos gracias a tu nombre.
Antífona 2: Perdónanos, Señor, y no entregues tu heredad al oprobio.
II
Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas,
y ya no sales, Señor, con nuestras tropas:
nos haces retroceder ante el enemigo,
y nuestro adversario nos saquea.
Nos entregas como ovejas a la matanza
y nos has dispersado por las naciones;
vendes a tu pueblo por nada,
no lo tasas muy alto.
Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean;
nos has hecho el refrán de los gentiles,
nos hacen muecas las naciones.
Tengo siempre delante mi deshonra,
y la vergüenza me cubre la cara
al oír insultos e injurias,
al ver a mi rival y a mi enemigo.
Antífona 3: Levántate, Señor, y redímenos por tu misericordia. (T. P. Aleluya).
III
Todo esto nos viene encima,
sin haberte olvidado
ni haber violado tu alianza,
sin que se volviera atrás nuestro corazón
ni se desviaran de tu camino nuestros pasos;
y tú nos arrojaste a un lugar de chacales
y nos cubriste de tinieblas.
Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios
y extendido las manos a un dios extraño,
el Señor lo habría averiguado,
pues él penetra los secretos del corazón.
Por tu causa nos degüellan cada día,
nos tratan como a ovejas de matanza.
Despierta, Señor, ¿por qué duermes?
Levántate, no nos rechaces más.
¿Por qué nos escondes tu rostro
y olvidas nuestra desgracia y opresión?
Nuestro aliento se hunde en el polvo,
nuestro vientre está pegado al suelo.
Levántate a socorrernos,
redímenos por tu misericordia.
V. Dios resucitó al Señor. Aleluya.
R. Y nos resucitará también a nosotros por su poder. Aleluya.
Del libro del Apocalipsis 3, 1-22
EXHORTACIÓN A LAS IGLESIAS DE SARDES, FILADELFIA Y LAODICEA
Yo, Juan, oí que el Señor me decía: «Escribe al ángel de la Iglesia de Sardes: "Esto
dice el que tiene los siete espíritus de Dios y las siete estrellas: Conozco tus obras. Tienes
nombre como alguien que vive, pero estás muerto. Ponte alerta y reanima lo que queda y
que está a punto de morir, pues no he hallado perfectas tus obras en la presencia de mi
Dios. Así que, recuerda cómo has recibido y escuchado mi palabra, y guárdala y
conviértete. Porque, si no estás alerta, vendré como el ladrón, sin que sepas la hora en
que voy a llegar. Tienes, sin embargo, en Sardes algunas pocas personas que no han
manchado sus vestidos; ellos andarán conmigo vestidos de blanco, porque son dignos de
ello.
El vencedor será así revestido con vestiduras blancas. No borraré jamás su nombre del
libro de la vida, sino que lo proclamaré en presencia de mi Padre y de sus ángeles. El que
tenga oídos oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias."
Al ángel de la Iglesia de Filadelfia escribe: "Esto dice el Santo, el Veraz, el que tiene la
llave de David, el que abre sin que nadie pueda cerrar, el que cierra sin que nadie pueda
abrir: Conozco tus obras. He abierto ante ti una puerta que nadie puede cerrar. Porque, no
obstante tus pocas fuerzas, has guardado mi palabra y no has renegado de mi nombre,
voy a entregarte algunos adeptos de la sinagoga de Satanás, de los que, mintiendo, se
proclaman a sí mismos judíos, sin serlo en realidad. Yo los haré venir y se postrarán a tus
pies y sabrán que yo te he amado. Y, porque has guardado la palabra de mi constancia, yo
también te guardaré en la hora de la prueba que va a venir sobre el mundo entero, para
probar a los habitantes de la tierra. Llegaré pronto: sostén lo que tengas, para que nadie
te quite tu corona.
Al que venza lo haré columna en el templo de mi Dios, y ya nunca saldrá fuera, y sobre
él escribiré el nombre de mi Dios y el nombre de la ciudad de mi Dios, los, de la nueva
Jerusalén, que baja del cielo desde mi Dios y mi nombre nuevo. El que tenga oídos oiga lo
que el Espíritu dice a las Iglesias."
Al ángel de la Iglesia de Laodicea escribe: "Esto dice 'el Amén', el testigo fiel y veraz, el
principio de la creación de Dios: Conozco tus obras, no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá
fueras frío o caliente! Pero, porque eres tibio y no eres frío ni caliente, estoy por vomitarte
de mi boca. Dices: 'Soy rico, he acumulado riquezas y de nada tengo necesidad'; y no
sabes que eres tú el desventurado, el miserable, el indigente, el ciego y el desnudo. Por
eso yo te aconsejo que compres de mi oro acrisolado por el fuego para enriquecerte,
vestiduras blancas para vestirte y, así, no descubrir la vergüenza de tu desnudez, y colirio
para untar tus ojos y poder ver.
Yo reprendo y corrijo a cuantos amo. ¡Ánimo, pues, y arrepiéntete! Mira que estoy a la
puerta y llamo; si alguno escucha mi voz y me abre la puerta entraré en su casa, cenaré
con él y él conmigo.
Al vencedor lo sentaré en mi trono, junto a mí; lo mismo que yo, cuando vencí, me
senté en el trono de mi Padre, junto a él. El que tenga oídos oiga lo que el Espíritu dice a
las Iglesias.
R. Si alguno escucha mi voz y me abre la puerta * entraré en su casa, cenaré con él y él
conmigo. Aleluya.
V. Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios.
R. Entraré en su casa, cenaré con él y él conmigo. Aleluya.
De los tratados de san Gaudencio de Brescia, obispo
(Tratado 2: CSEL 68, 30-32)
LA RICA HERENCIA DEL NUEVO TESTAMENTO
El sacrificio celeste instituido por Cristo constituye efectivamente la rica herencia del
nuevo Testamento que el Señor nos dejó, como prenda de su presencia, la noche en que
iba a ser entregado para morir en la cruz.
Éste es el viático de nuestro viaje, con el que nos alimentamos y nutrimos durante el
camino de esta vida, hasta que saliendo de este mundo lleguemos a él; por eso decía el
mismo Señor: Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tenéis vida en vosotros.
Quiso, en efecto, que sus beneficios quedaran entre nosotros, quiso que las almas,
redimidas por su preciosa sangre; fueran santificadas por este sacramento, imagen de su
pasión; y encomendó por ello a sus fieles discípulos, a los que constituyó primeros
sacerdotes de su Iglesia, que siguieran celebrando ininterrumpidamente estos misterios de
vida eterna; misterios que han de celebrar todos los sacerdotes de cada una de las iglesias
de todo el orbe, hasta el glorioso retorno de Cristo. De este modo los sacerdotes, junto
con toda la comunidad de creyentes, contemplando todos los días el sacramento de la
pasión de Cristo, llevándolo en sus manos, tomándolo en la boca y recibiéndolo en el
pecho, mantendrán imborrable el recuerdo de la redención.
El pan, formado de muchos granos de trigo convertidos en flor de harina, se hace con
agua y llega a su entero ser por medio del fuego; por ello resulta fácil ver en él una
imagen del cuerpo de Cristo, el cual, como sabemos, es un solo cuerpo formado por una
multitud de hombres de toda raza, y llega a su total perfección por el fuego del Espíritu
Santo.
Cristo, en efecto, nació del Espíritu Santo y, como convenía que cumpliera todo lo que
Dios quiere, entró en el Jordán para consagrar las aguas del bautismo, y después salió del
agua lleno del Espíritu Santo, que había descendido sobre él en forma de paloma, como lo
atestigua el evangelista: Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán.
De modo semejante, el vino de su sangre, cosechado de los múltiples racimos de la
viña por él plantada, se exprimió en el lagar de la cruz y bulle por su propia fuerza en los
vasos generosos de quienes lo beben con fe.
Los que acabáis de libraros del poder de Egipto y del Faraón, que es el diablo,
compartid en nuestra compañía, con toda la avidez de vuestro corazón creyente, este
sacrificio de la Pascua salvadora; para que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, al que
reconocemos presente en sus sacramentos, nos santifique en lo más íntimo de nuestro
ser: cuyo poder inestimable permanece por los siglos.
R. Jesús tomó pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: * «Esto es mi
cuerpo que va a ser entregado por vosotros; haced esto en memoria mía.» Aleluya.
V. Éste es el pan que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.
R. Esto es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros; haced esto en memoria mía.
Aleluya.
Oremos:
Te pedimos, Señor, que los dones recibidos en esta Pascua den fruto abundante en toda
nuestra vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.