El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, lunes, 17 de noviembre de 2025.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Entremos a la presencia del Señor, dándole gracias.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Dios de la tierra y del cielo,
que, por dejarlas más claras,
las grandes aguas separas,
pones un límite al cielo.
Tú que das cauce al riachuelo
y alzas la nube a la altura,
tú que, en cristal de frescura,
sueltas las aguas del río
sobre las tierras de estío,
sanando su quemadura,
danos tu gracia, piadoso,
para que el viejo pecado
no lleve al hombre engañado
a sucumbir a su acoso.
Hazlo en la fe luminoso,
alegre en la austeridad,
y hágalo tu claridad
salir de sus vanidades;
dale, Verdad de verdades,
el amor a tu verdad. Amén.
Antífona 1: Sálvame, Señor, por tu misericordia. (T. P. Aleluya).
Salmo 6
ORACIÓN DEL AFLIGIDO QUE ACUDE A DIOS
Ahora mi alma está agitada... Padre, líbrame de esta hora (Jn 12, 27).
Señor, no me corrijas con ira,
no me castigues con cólera.
Misericordia, Señor, que desfallezco;
cura, Señor, mis huesos dislocados.
Tengo el alma en delirio,
y tú, Señor, ¿hasta cuándo?
Vuélvete, Señor, liberta mi alma,
sálvame por tu misericordia.
Porque en el reino de la muerte nadie te invoca,
y en el abismo, ¿quién te alabará?
Estoy agotado de gemir:
de noche lloro sobre el lecho,
riego mi cama con lágrimas.
Mis ojos se consumen irritados,
envejecen por tantas contradicciones.
Apartaos de mí, los malvados,
porque el Señor ha escuchado mis sollozos;
el Señor ha escuchado mi súplica,
el Señor ha aceptado mi oración.
Que la vergüenza abrume a mis enemigos,
que avergonzados huyan al momento.
Antífona 2: El Señor es el refugio del oprimido en los momentos de peligro. (T. P. Aleluya).
Salmo 9 A
ACCIÓN DE GRACIAS POR LA VICTORIA
De nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos.
I
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
proclamando todas tus maravillas;
me alegro y exulto contigo,
y toco en honor de tu nombre, oh Altísimo.
Porque mis enemigos retrocedieron,
cayeron y perecieron ante tu rostro.
Defendiste mi causa y mi derecho,
sentado en tu trono como juez justo.
Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío
y borraste para siempre su apellido.
El enemigo acabó en ruina perpetua,
arrasaste sus ciudades y se perdió su nombre.
Dios está sentado por siempre
en el trono que ha colocado para juzgar.
Él juzgará el orbe con justicia
y regirá las naciones con rectitud.
Él será refugio del oprimido,
su refugio en los momentos de peligro.
Confiarán en ti los que conocen tu nombre,
porque no abandonas a los que te buscan.
Antífona 3: Narraré tus hazañas en las puertas de Sión. (T. P. Aleluya).
II
Tañed en honor del Señor, que reside en Sión;
narrad sus hazañas a los pueblos;
él venga la sangre, él recuerda
y no olvida los gritos de los humildes.
Piedad, Señor; mira cómo me afligen mis enemigos;
levántame del umbral de la muerte,
para que pueda proclamar tus alabanzas
y gozar de tu salvación en las puertas de Sión.
Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron,
su pie quedó prendido en la red que escondieron.
El Señor apareció para hacer justicia,
y se enredó el malvado en sus propias acciones.
Vuelvan al abismo los malvados,
los pueblos que olvidan a Dios.
Él no olvida jamás al pobre,
ni la esperanza del humilde perecerá.
Levántate, Señor, que el hombre no triunfe:
sean juzgados los gentiles en tu presencia.
Señor, infúndeles terror,
y aprendan los pueblos que no son más que hombres.
Del libro del profeta Ezequiel 17, 3-15.19-24
ORÁCULO SOBRE LA RUINA Y LA RESTAURACIÓN
Esto dice el Señor:
«El águila gigante, de gigantescas alas, de gran envergadura, de plumaje tupido, de
color abigarrado, voló al Líbano; cogió el cogollo del cedro, arrancó su pimpollo cimero y
se lo llevó a un país de mercaderes, plantándolo en una ciudad de traficantes. Después
cogió simiente de la tierra y la echó en terreno sembradío. La sembró ribereña, junto a
aguas abundantes, para que germinara y se hiciera vid aparrada, achaparrada, para que
orientara hacia ella los sarmientos, y le sometiera las raíces. Y se hizo vid, echó pámpanos
y se puso frondosa.
Vino después otra águila gigante, de gigantescas alas y de espeso plumaje, y entonces
nuestra vid, aunque estaba plantada en buen terreno, junto a aguas abundantes, sesgó
sus raíces hacia ella y orientó hacia ella sus sarmientos, para recibir más riego que en el
bancal donde estaba plantada, y así echar ramas y dar fruto y hacerse vid espléndida.
Di: Esto dice el Señor: "¿Le saldrá bien? ¿O la desceparán y se malogrará su fruto y se
marchitarán sus renuevos? No hará falta un brazo robusto ni mucha gente para
desceparla. Mirad, ya está plantada: ¿prosperará tal vez? ¿O se agostará cuando la azote
el viento solano, en el bancal donde germinó se agostará?"»
Me vino esta palabra del Señor:
«Dile a la Casa Rebelde: "¿No entendéis, lo que esto significa?" Di: Mirad, el rey de
Babilonia fue a Jerusalén y, cogiendo a su rey y a sus príncipes, se los llevó a Babilonia.
Tomando a uno de linaje real, hizo con él un pacto y le comprometió con juramento,
llevándose a los nobles del país, para que fuera un reino humilde que no se
ensoberbeciera y observara fielmente el pacto. Pero se rebeló contra él y envió
mensajeros a Egipto pidiendo caballos y tropas numerosas. ¿Tendrá éxito? ¿Escapará con
vida el que hizo esto? El que violó el pacto, ¿escapará con vida?
Por tanto, así dice el Señor: "Juro por mi vida que lo castigaré por haber menospreciado
mi juramento y por haber violado mi pacto. Tenderé mi red sobre él, y lo cazaré en mi
trampa; lo llevaré a Babilonia para juzgarlo allí, por haberme traicionado. Todas sus
huestes caerán a espada y los supervivientes se dispersarán a todos los vientos, y sabréis
que yo, el Señor, he hablado."
Esto dice el Señor: Cogeré una guía del cogollo del cedro alto y encumbrado; del
vástago cimero arrancaré un esqueje y yo lo plantaré en un monte elevado y señero, lo
plantaré en el monte encumbrado de Israel. Echará ramas, se pondrá frondoso y llegará a
ser un cedro magnífico; anidarán en él todos los pájaros, a la sombra de su ramaje
anidarán todas las aves. Y sabrán todos los árboles del campo que yo, el Señor, humillo al
árbol elevado y elevo al árbol humilde, seco el árbol verde y reverdezco el árbol seco.»
R. Lo plantaré en el monte encumbrado de Israel. Echará ramas, se pondrá frondoso y
llegará a ser un cedro magnífico. * Yo, el Señor, humillo al árbol elevado y elevo al árbol
humilde.
V. Porque todo aquel que se exalta será humillado, y el que se humilla será exaltado.
R. Yo, el Señor, humillo al árbol elevado y elevo al árbol humilde.
Del tratado de san Fulgencio de Ruspe, obispo, sobre el perdón de los pecados
(Libro 2,11, 2--12,1. 3-4: CCL 91 A, 693-695)
EL QUE SALGA VENCEDOR NO SERÁ VÍCTIMA DE LA MUERTE SEGUNDA
En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al toque de la última trompeta, porque
resonará, y los muertos despertarán incorruptibles, y nosotros nos veremos
transformados. Al decir "nosotros", enseña Pablo que han de gozar junto con él del don de
la transformación futura todos aquellos que, en el tiempo presente, se asemejan a él y a
sus compañeros por la comunión con la Iglesia y por una conducta recta. Nos insinúa
también el modo de esta transformación cuando dice: Esto corruptible tiene que vestirse
de incorrupción, y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad. Pero a esta
transformación, objeto de una justa retribución, debe preceder antes otra transformación,
que es puro don gratuito.
La retribución de la transformación futura se promete a los que en la vida presente
realicen la transformación del mal al bien.
La primera transformación gratuita consiste en la justificación, que es una resurrección
espiritual, don divino que es una incoación de la transformación perfecta que tendrá lugar
en la resurrección de los cuerpos de los justificados, cuya gloria será entonces perfecta,
inmutable y para siempre. Esta gloria inmutable y eterna es, en efecto, el objetivo al que
tienden, primero, la gracia de la justificación y, después, la transformación gloriosa.
En esta vida somos transformados por la primera resurrección, que es la iluminación
destinada a la conversión; por ella, pasamos de la muerte a la vida, del pecado a la
justicia, de la incredulidad a la fe, de las malas acciones a una conducta santa. Sobre los
que así obran no tiene poder alguno la segunda muerte. De ellos, dice el Apocalipsis:
Dichoso aquel a quien le toca en suerte la primera resurrección, sobre ellos la segunda
muerte no tiene poder. Y leemos en el mismo libro: El que salga vencedor no será víctima
de la muerte segunda. Así como hay una primera resurrección, que consiste en la
conversión del corazón, así hay también una segunda muerte, que consiste en el castigo
eterno.
Que se apresure, pues, a tomar parte ahora en la primera resurrección el que no quiera
ser condenado con el castigo eterno de la segunda muerte. Los que en la vida presente,
transformados por el temor de Dios, pasan de mala a buena conducta pasan de la muerte
a la vida, y más tarde serán transformados de su humilde condición a una condición
gloriosa.
R. Habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios; * cuando se manifieste
Cristo, que es vuestra vida, os manifestaréis también vosotros con él, revestidos de gloria.
V. Considerad que estáis muertos al pecado, pero que vivís para Dios en unión con Cristo
Jesús.
R. Cuando se manifieste Cristo, que es vuestra vida, os manifestaréis también vosotros
con él, revestidos de gloria.
Oremos:
Señor, Dios nuestro, concédenos vivir siempre alegres en tu servicio, porque en servirte
a ti, creador de todo bien, consiste el gozo pleno y verdadero. Por nuestro Señor Jesucristo
, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.