El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, miércoles, 24 de diciembre de 2025.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Hoy sabréis que vendrá el Señor, y mañana veréis su gloria.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
La pena que la tierra soportaba
a causa del pecado, se ha trocado
en canto que brota jubiloso,
en labios de María pronunciado.
El sí de las promesas ha llegado,
la alianza se cumple, poderosa,
el Verbo eterno de los cielos
con nuestra débil carne se desposa.
Misterio que sólo la fe alcanza,
María es nuevo templo de la gloria,
rocío matinal, nube que pasa,
luz nueva en presencia misteriosa.
A Dios sea la gloria eternamente,
y al Hijo suyo amado, Jesucristo,
el que quiso nacer para nosotros
y darnos su Espíritu divino. Amén.
Antífona 1: Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. (T. P. Aleluya).
Salmo 102
¡BENDICE, ALMA MÍA, AL SEÑOR!
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto (Lc 1, 78).
I
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura;
él sacia de bienes tus anhelos,
y como un águila
se renueva tu juventud.
El Señor hace justicia
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel.
Antífona 2: Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles. (T. P. Aleluya).
II
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen
nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre
siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles;
porque él conoce nuestra masa,
se acuerda de que somos barro.
Los días del hombre
duran lo que la hierba,
florecen como flor del campo,
que el viento la roza, y ya no existe,
su terreno no volverá a verla.
Antífona 3: Bendecid al Señor, todas sus obras. (T. P. Aleluya).
III
Pero la misericordia del Señor
dura siempre,
su justicia pasa de hijos a nietos:
para los que guardan la alianza
y recitan y cumplen sus mandatos.
El Señor puso en el cielo su trono,
su soberanía gobierna el universo.
Bendecid al Señor, ángeles suyos,
poderosos ejecutores de sus órdenes,
prontos a la voz de su palabra.
Bendecid al Señor, ejércitos suyos,
servidores que cumplís sus deseos.
Bendecid al Señor, todas sus obras,
en todo lugar de su imperio.
¡Bendice, alma mía, al Señor!
V. El Señor anuncia su palabra a Jacob.
R. Sus decretos y mandatos a Israel.
Del libro del profeta Isaías 44, 1-8. 21-23
PROMESAS DE REDENTOR DE ISRAEL
Escucha, Jacob, siervo mío, Israel, a quien yo elegí. Así dice el Señor que te creó, te
plasmó ya en el seno y te da ayuda:
«No temas, siervo mío, Jacob, mi amado, mi elegido. Derramaré agua sobre el sediento
suelo, raudales sobre la tierra seca. Derramaré mi espíritu sobre tu linaje, mi bendición
sobre cuanto de ti nazca. Crecerán como en medio de hierbas, como álamos junto a
corrientes de aguas. El uno dirá: "Yo soy del Señor", el otro llevará el nombre de Jacob.
Un tercero escribirá en su mano: "Del Señor" y se le llamará Israel.»
Así dice el Señor el rey de Israel, y su redentor, el Señor de los ejércitos:
«Yo soy el primero y el último, fuera de mí, no hay ningún dios. ¿Quién como yo? Que
se levante y hable. Que lo anuncie y argumente contra mí; desde que fundé un pueblo
eterno, cuanto sucede, que lo diga, y las cosas del futuro, que las revele. No tembléis ni
temáis; ¿no lo he dicho y anunciado desde hace tiempo? Vosotros sois testigos; ¿hay otro
dios fuera de mí? ¡No hay otra Roca, yo no la conozco!»
Recuerda esto, Jacob, y que eres mi siervo, Israel. ¡Yo te he formado, tú eres mi siervo,
Israel, yo no te olvido! He disipado como una nube tus rebeldías, como un nublado tus
pecados. ¡Vuélvete a mí, pues te he rescatado!
¡Gritad, cielos, de júbilo, porque el Señor lo ha hecho! ¡Clamad, profundidades de la
tierra! ¡Lanzad gritos de júbilo, montañas, y bosque con todo su arbolado, pues el Señor
ha rescatado a Jacob y manifiesta su gloria en Israel!
R. Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; * di a las ciudades de Judá: «Aquí está
vuestro Dios.»
V. Alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén.
R. Di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios.»
De los sermones de san Agustín, obispo
(Sermón 185: PL 38, 997-999)
LA FIDELIDAD BROTA DE LA TIERRA Y LA JUSTICIA MIRA DESDE EL CIELO
Despiértate: Dios se ha hecho hombre por ti. Despierta, tú que duermes, levántate de
entre los muertos, y Cristo será tu luz. Por ti precisamente, Dios se ha hecho hombre.
Hubieses muerto para siempre, si él no hubiera nacido en el tiempo. Nunca te hubieses
visto libre de la carne del pecado, si él no hubiera aceptado la semejanza de la carne de
pecado. Una inacabable miseria se hubiera apoderado de ti, si no se hubiera llevado a
cabo esta misericordia. Nunca hubieras vuelto a la vida, si él no hubiera venido al
encuentro de tu muerte. Te hubieras derrumbado, si él no te hubiera ayudado. Hubieras
perecido, si él no hubiera venido.
Celebremos con alegría el advenimiento de nuestra salvación y redención. Celebremos
el día afortunado en el que quien era el inmenso y eterno día, que procedía del inmenso yeterno día, descendió hasta este día nuestro tan breve y temporal. Éste se convirtió para
nosotros en justicia, santificación y redención: y así —como dice la Escritura—: El que se
gloríe, que se gloríe en el Señor.
Pues la verdad brota de la tierra: Cristo, que dijo: Yo soy la verdad, nació de una
virgen. Y la justicia mira desde el cielo: puesto que, al creer en el que ha nacido, el
hombre no se ha encontrado justificado por sí mismo, sino por Dios.
La verdad brota de la tierra: porque la Palabra se hizo carne. Y la justicia mira desde el
cielo: porque todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba. La verdad brota de la
tierra: la carne, de María. Y la justicia mira desde el cielo: porque el hombre no puede
recibir nada, si no se lo dan desde el cielo.
Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, porque la
justicia y la paz se besan. Por medio de nuestro Señor Jesucristo, porque la verdad brota
de la tierra. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos
gloriamos apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. No dice: «Nuestra
gloria», sino: La gloria de Dios; porque la justicia no procede de nosotros, sino que mira
desde el cielo. Por tanto, el que se gloríe, que se gloríe en el Señor, y no en sí mismo.
Por eso, después que la Virgen dio a luz al Señor, el pregón de las voces angélicas fue
así: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. ¿Por qué
la paz en la tierra, sino porque la verdad brota de la tierra, o sea, Cristo ha nacido de la
carne? Y él es nuestra paz; él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa: para que
fuésemos hombres que ama el Señor, unidos suavemente con vínculos de unidad.
Alegrémonos, por tanto, con esta gracia, para que el testimonio de nuestra conciencia
constituya nuestra gloria: y no nos gloriemos en nosotros mismos, sino en Dios. Por eso se
ha dicho: Tú eres mi gloria, tú mantienes alta mi cabeza. ¿Pues qué gracia de Dios pudo
brillar más intensamente para nosotros que ésta: teniendo un Hijo unigénito, hacerlo hijo
del hombre, para, a su vez, hacer al hijo del hombre hijo de Dios? Busca méritos, busca
justicia, busca motivos; y a ver si encuentras algo que no sea gracia.
R. Saldrá un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz brotará un vástago. * La justicia será
el ceñidor de su cintura, y la lealtad el cinturón de sus caderas.
V. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu
de consejo y de fortaleza.
R. La justicia será el ceñidor de su cintura, y la lealtad el cinturón de sus caderas.
Se dice el Te Deum
Oremos:
Apresúrate, Señor Jesús, y no tardes, para que tu venida consuele y fortalezca a los que
esperan todo de tu amor. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.