El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, lunes, 29 de diciembre de 2025. Otras celebraciones del día: Santo Tomás Becket, obispo y mártir .
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: A Cristo, que por nosotros ha nacido, venid, adorémosle.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Ver a Dios en la criatura,
ver a Dios hecho mortal
y ver en humano portal
la celestial hermosura.
¡Gran merced y gran ventura
a quien verlo mereció!
¡Quién lo viera y fuera yo!
Ver llorar a la alegría,
ver tan pobre a la riqueza,
ver tan baja a la grandeza
y ver que Dios lo quería.
¡Gran merced fue en aquel día
la que el hombre recibió!
¡Quién lo viera y fuera yo!
Poner paz en tanta guerra,
calor donde hay tanto frío,
ser de todos lo que es mío,
plantar un cielo en la tierra.
¡Qué misión de escalofrío
la que Dios nos confió!
¡Quién lo hiciera y fuera yo. Amén.
Pues, siendo tan gran señor,
tenéis corte en una aldea,
¿quién hay que claro no vea
que estáis herido de amor?
No es menos de que en el suelo
hay prendas que mucho amáis,
pues el temblor que le dais
jamás le distes al cielo.
Y pues por darle favor
tenéis corte en una aldea,
¿quién hay que claro no vea
que estáis herido de amor?
Esas lágrimas tan puras
y ese grito enternecido,
¿qué son sino de un subido
amor regalo y dulzura?
Y pues ya, de amantes flor,
tenéis corte en una aldea,
¿quién hay que claro no vea
que estáis herido de amor?
Qué grande misterio encierra
Belén; cantadle, criaturas:
«Gloria a Dios en las alturas
y paz al hombre en la tierra.» Amén.
Antífona 1: El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Salmo 45
DIOS, REFUGIO Y FORTALEZA DE SU PUEBLO
Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.
Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar.
Que hiervan y bramen sus olas,
que sacudan a los montes con su furia:
el Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.
Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios lo socorre al despuntar la aurora.
Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan;
pero él lanza su trueno, y se tambalea la tierra.
El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra:
Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,
rompe los arcos, quiebra las lanzas,
prende fuego a los escudos.
"Rendíos, reconoced que yo soy Dios:
más alto que los pueblos,
más alto que la tierra".
El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Antífona 2: En los días del Señor florecerá la paz y él dominará.
Salmo 71
PODER REAL DEL MESÍAS
I
Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.
Que los montes traigan paz,
y los collados justicia;
que él defienda a los humildes del pueblo,
socorra a los hijos del pobre
y quebrante al explotador.
Que dure tanto como el sol,
como la luna, de edad en edad;
que baje como lluvia sobre el césped,
como llovizna que empapa la tierra.
Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
que domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra.
Que en su presencia se inclinen sus rivales;
que sus enemigos muerdan el polvo;
que los reyes de Tarsis y de las islas
le paguen tributo.
Que los reyes de Saba y de Arabia
le ofrezcan sus dones;
que se postren ante él todos los reyes,
y que todos los pueblos le sirvan.
Antífona 3: El Señor salvará la vida de sus pobres.
II
Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres;
él rescatará sus vidas de la violencia,
su sangre será preciosa a sus ojos.
Que viva y que le traigan el oro de Saba,
que recen por él continuamente
y lo bendigan todo el día.
Que haya trigo abundante en los campos,
y susurre en lo alto de los montes;
que den fruto como el Líbano,
y broten las espigas como hierba del campo.
Que su nombre sea eterno,
y su fama dure como el sol;
que él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
el único que hace maravillas;
bendito por siempre su nombre glorioso;
que su gloria llene la tierra.
¡Amén, amén!
V. Cuando los pastores vieron al Niño.
R. Dieron a conocer cuanto se les había dicho acerca de él.
Comienza la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 1, 1-14
ACCIÓN DE GRACIAS Y PETICIÓN
Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, y el hermano Timoteo, a los
consagrados a Dios y fieles hermanos en Cristo que están en Colosas: Gracia a vosotros y
paz de parte de Dios, nuestro Padre.
Damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, en todo momento, rezando
por vosotros, al oír hablar de vuestra fe en Jesucristo y del amor que tenéis a todos los
santos, por la esperanza que os está reservada en los cielos, sobre la cual oísteis hablar
por la palabra verdadera de la Buena Noticia, que se os hizo presente, y está dando fruto
y prosperando en todo el mundo igual que entre vosotros, desde el día en que la
escuchasteis y conocisteis la gracia de Dios en toda su verdad, lo cual os fue enseñado por
Epafras, nuestro querido compañero de servidumbre, que hace nuestras veces como fiel
ministro de Cristo, y que fue quien nos informó acerca de vuestra caridad infundida por el
Espíritu.
Por eso también nosotros, desde el día en que fuimos informados de ello, no hemos
dejado de rogar incesantemente por vosotros, pidiendo a Dios que os haga llegar a la
plenitud en el conocimiento de su voluntad, con toda sabiduría e inteligencia espiritual. Así
caminaréis según el Señor se merece y le agradaréis enteramente, dando fruto en toda
clase de obras buenas y creciendo en el conocimiento de Dios. Fortalecidos en toda
fortaleza, según el poder de su gloria, podréis resistir y perseverar en todo con alegría y
constancia, y daréis con gozo gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de
compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las
tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido
la redención, el perdón de los pecados.
R. Damos gracias a Dios Padre, * que nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha
trasladado al reino de su Hijo querido.
V. Toda dádiva preciosa y todo don excelente provienen de lo alto, del Creador de los
astros.
R. Que nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo
querido.
De los sermones de san Bernardo, abad
(Sermón I en la Epifanía del Señor, 1-2: PL 133,141-143)
EN LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS VINO LA PLENITUD DE LA DIVINIDAD
Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Gracias sean
dadas a Dios, que ha hecho abundar en nosotros el consuelo en medio de esta
peregrinación, de este destierro, de esta miseria.
Antes de que apareciese la humanidad de nuestro Salvador, su bondad se hallaba
también oculta, aunque ésta ya existía, pues la misericordia del Señor es eterna. ¿Pero
cómo, a pesar de ser tan inmensa, iba a poder ser reconocida? Estaba prometida, pero no
se la alcanzaba a ver; por lo que muchos no creían en ella. Efectivamente, en distintas
ocasiones y de muchas maneras habló Dios por los profetas. Y decía: Yo tengo designios
de paz y no de aflicción. Pero ¿qué podía responder el hombre que sólo experimentaba la
aflicción e ignoraba la paz? ¿Hasta cuándo vais a estar diciendo: «Paz, paz,» y no hay
paz? A causa de lo cual los mensajeros de paz lloraban amargamente, diciendo: Señor,
¿quién creyó nuestro anuncio? Pero ahora los hombres tendrán que creer a sus propios
ojos, ya que los testimonios de Dios se han vuelto absolutamente creíbles. Pues para que
ni una vista perturbada pueda dejar de verlo, puso su tienda al sol.
Pero de lo que se trata ahora no es de la promesa de la paz, sino de su envío; no de la
dilatación de su entrega, sino de su realidad; no de su anuncio profético, sino de su
presencia. Es como si Dios hubiera vaciado sobre la tierra un saco lleno de su
misericordia; un saco que habría de desfondarse en la pasión, para que se derramara
nuestro precio, oculto en él; un saco pequeño, pero lleno. Ya que un niño se nos ha dado,
pero en quien habita toda la plenitud de la divinidad. Ya que, cuando llegó la plenitud del
tiempo, hizo también su aparición la plenitud de la divinidad. Vino en carne mortal para
que, al presentarse así ante quienes eran carnales, en la aparición de su humanidad se
reconociese su bondad. Porque, cuando se pone de manifiesto la humanidad de Dios, ya
no puede mantenerse oculta su bondad. ¿De qué manera podía manifestar mejor su
bondad que asumiendo mi carne? La mía, no la de Adán, es decir, no la que Adán tuvo
antes del pecado.
¿Hay algo que pueda declarar más inequívocamente la misericordia de Dios que el hecho
de haber aceptado nuestra miseria? ¿Qué hay más rebosante de piedad que la Palabra de
Dios convertida en tan poca cosa por nosotros? Señor, ¿qué es el hombre, para que te
acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Que deduzcan de aquí los hombres lo
grande que es el cuidado que Dios tiene de ellos; que se enteren de lo que Dios piensa y
siente sobre ellos. No te preguntes, tú, que eres hombre, por lo que has sufrido, sino por
lo que sufrió él. Deduce de todo lo que sufrió por ti, en cuánto te tasó, y así su bondad se
te hará evidente por su humanidad. Cuanto más pequeño se hizo en su humanidad, tanto
más grande se reveló en su bondad; y cuanto más se dejó envilecer por mí, tanto más
querido me es ahora. Ha aparecido —dice el Apóstol— la bondad de Dios, nuestro
Salvador, y su amor al hombre. Grandes y manifiestos son, sin duda, la bondad y el amor
de Dios, y gran indicio de bondad reveló quien se preocupó de añadir a la humanidad el
nombre de Dios.
R. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos, * por pura iniciativa suya,
para que la gloria de su gracia redunde en su alabanza.
V. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo.
R. Por pura iniciativa suya, para que la gloria de su gracia redunde en su alabanza.
Se dice el Te Deum
Oremos:
Dios todopoderoso, a quien nadie ha visto nunca, tú que has disipado las tinieblas del
mundo con la venida de Cristo, la luz verdadera, míranos complacido, para que podamoscantar dignamente la gloria del nacimiento de tu Hijo. Él que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.