Oficio de Lectura - MARTES XXXIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO 2025

El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, martes, 18 de noviembre de 2025.

Invitatorio

Notas

  • Si el Oficio ha de ser rezado a solas, puede decirse la siguiente oración:

    Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
  • El Invitatorio se dice como introducción a todo el conjunto de la oración cotidiana; por ello se antepone o bien al Oficio de lectura o bien a las Laudes, según se comience el día por una u otra acción litúrgica.
  • Cuando se reza individualmente, basta con decir la antífona una sola vez al inicio del salmo. Por lo tanto, no es necesario repetirla al final de cada estrofa.

V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Antifona: Venid, adoremos al Señor, Dios soberano.

  • Salmo 94
  • Salmo 99
  • Salmo 66
  • Salmo 23

Invitación a la alabanza divina

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

(Se repite la antífona)

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

(Se repite la antífona)

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

(Se repite la antífona)

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

(Se repite la antífona)

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Alegría de los que entran en el templo

El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

(Se repite la antífona)

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

(Se repite la antífona)

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

(Se repite la antífona)

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Que todos los pueblos alaben al Señor

Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Entrada solemne de Dios en su templo

Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

(Se repite la antífona)

—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

(Se repite la antífona)

—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

(Se repite la antífona)

—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Oficio de Lectura

Notas

  • Si el Oficio de lectura se reza antes de Laudes, se empieza con el Invitatorio, como se indica al comienzo. Pero si antes se ha rezado ya alguna otra Hora del Oficio, se comienza con la invocación mostrada en este formulario.
  • Cuando el Oficio de lectura forma parte de la celebración de una vigilia dominical o festiva prolongada (Principios y normas generales de la Liturgia de las Horas, núm. 73), antes del himno Te Deum se dicen los cánticos correspondientes y se proclama el evangelio propio de la vigilia dominical o festiva, tal como se indica en Vigilias.
  • Además de los himnos que aparecen aquí, pueden usarse, sobre todo en las celebraciones con el pueblo, otros cantos oportunos y debidamente aprobados.
  • Si el Oficio de lectura se dice inmediatamente antes de otra Hora del Oficio, puede decirse como himno del Oficio de lectura el himno propio de esa otra Hora; luego, al final del Oficio de lectura, se omite la oración y la conclusión y se pasa directamente a la salmodia de la otra Hora, omitiendo su versículo introductorio y el Gloria al Padre, etc.
  • Cada día hay dos lecturas, la primera bíblica y la segunda hagiográfica, patrística o de escritores eclesiásticos.

Invocación

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

  • Himno 1

Alabemos a Dios que, en su Palabra,
nos revela el designio salvador,
y digamos en súplica confiada:
«Renuévame por dentro, mi Señor.»
No cerremos el alma a su llamada
ni dejemos que arraigue el desamor;
aunque dura es la lucha, su palabra
será bálsamo suave en el dolor.
Caminemos los días de esta vida
como tiempo de Dios y de oración;
él es fiel a la alianza prometida:
«Si eres mi pueblo, yo seré tu Dios.»
Tú dijiste, Jesús, que eras camino
para llegar al Padre sin temor;
concédenos la gracia de tu Espíritu
que nos lleve al encuentro del Señor. Amén.

Salmodia

Antífona 1: El Señor hará justicia a los pobres. (T. P. Aleluya).

Salmo 9 B

CANTO DE ACCIÓN DE GRACIAS

Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios (Lc 6, 20).

I

¿Por qué te quedas lejos, Señor,
y te escondes en el momento del aprieto?
La soberbia del impío oprime al infeliz
y lo enreda en las intrigas que ha tramado.
El malvado se gloría de su ambición,
el codicioso blasfema y desprecia al Señor.
El malvado dice con insolencia:
«No hay Dios que me pida cuentas.»
La intriga vicia siempre su conducta,
aleja de su mente tus juicios
y desafía a sus rivales.
Piensa: «No vacilaré,
nunca jamás seré desgraciado.»
Su boca está llena de maldiciones,
de engaños y de fraudes;
su lengua encubre maldad y opresión;
en el zaguán se sienta al acecho
para matar a escondidas al inocente.
Sus ojos espían al pobre;
acecha en su escondrijo como león en su guarida,
acecha al desgraciado para robarle,
arrastrándolo a sus redes;
se agacha y se encoge
y con violencia cae sobre el indefenso.
Piensa: «Dios lo olvida,
se tapa la cara para no enterarse.»

Antífona 2: Tú, Señor, ves las penas y los trabajos. (T. P. Aleluya).

II

Levántate, Señor, extiende tu mano,
no te olvides de los humildes;
¿por qué ha de despreciar a Dios el malvado,
pensando que no le pedirá cuentas?
Pero tú ves las penas y los trabajos,
tú miras y los tomas en tus manos.
A ti se encomienda el pobre,
tú socorres al huérfano.
Rómpele el brazo al malvado,
pídele cuentas de su maldad, y que desaparezca.
El Señor reinará eternamente
y los gentiles desaparecerán de su tierra.
Señor, tú escuchas los deseos de los humildes,
les prestas oído y los animas;
tú defiendes al huérfano y al desvalido:
que el hombre hecho de tierra
no vuelva a sembrar su terror.

Antífona 3: Las palabras del Señor son palabras auténticas, como plata refinada siete veces. (T. P. Aleluya).

Salmo 11

INVOCACIÓN A LA FIDELIDAD DE DIOS CONTRA LOS ENEMIGOS MENTIROSOS

Porque éramos pobres, el Padre nos ha mandado a su Hijo (San Agustín).

Sálvanos, Señor, que se acaban los buenos,
que desaparece la lealtad entre los hombres:
no hacen más que mentir a su prójimo,
hablan con labios embusteros
y con doblez de corazón.
Extirpe el Señor los labios embusteros
y la lengua fanfarrona
de los que dicen: "la lengua es nuestra fuerza,
nuestros labios nos defienden,
¿quién será nuestro acusador?"
El Señor responde: "por la opresión del humilde,
por el gemido del pobre,
yo me levantaré,
y pondré a salvo al que lo ansía".
Las palabras del Señor son palabras auténticas,
como plata limpia de ganga,
refinada siete veces.
Tú nos guardarás, Señor,
nos librarás para siempre de esa gente:
de los malvados que merodean
para chupar como sanguijuelas sangre humana.

Lecturas

Primera Lectura

Del libro del profeta Ezequiel 18, 1-13. 20-32

CADA UNO RECIBIRÁ LA RETRIBUCIÓN DE SUS PROPIOS ACTOS

En aquellos días, el Señor me dirigió la palabra y me dijo:
«¿Por qué andáis repitiendo este refrán en la tierra de Israel: "Los padres comieron
agraces y los hijos sufrieron la dentera"? Por mi vida os juro -oráculo del Señor-que nadie
volverá a repetir ese refrán en Israel. Sabedlo: todas las vidas son mías; lo mismo que la
vida del padre, es mía la vida del hijo; el que peque es el que morirá.
El hombre justo, que observa el derecho y la justicia, que no come en los montes,
levantando los ojos a los ídolos de Israel, que no profana a la mujer de su prójimo, ni se
llega a la mujer en su regla, que no explota, sino que devuelve la prenda empeñada, que
no roba, sino que da su pan al hambriento y viste al desnudo, que no presta con usura ni
acumula intereses, que aparta la mano de la iniquidad y juzga imparcial ante los delitos,
que camina según mis preceptos y guarda mis mandamientos, cumpliéndolos fielmente:
ese hombre es justo, y ciertamente vivirá -oráculo del Señor-.

Si éste engendra un hijo criminal y homicida, que quebranta alguna de estas
prohibiciones o no cumple todos estos mandatos, sino que come en los montes y profana
a la mujer de su prójimo, que explota al desgraciado y al pobre, que roba y no devuelve la
prenda empeñada, que levanta los ojos a los ídolos y comete abominación, que presta con
usura y acumula intereses: este hijo ciertamente no vivirá; por haber cometido todas esas
abominaciones, morirá ciertamente y será responsable de sus crímenes.
El que peque es el que morirá; el hijo no cargará con la culpa del padre, ni el padre
cargará con la culpa del hijo; sobre el justo recaerá su justicia, y sobre el malvado recaerá
su maldad.
Si el malvado se convierte de los pecados cometidos y guarda mis preceptos y practica
el derecho y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá; no se le tendrán en cuenta los
delitos que cometió: por la justicia que hizo vivirá. ¿Acaso quiero yo la muerte del malvado
-oráculo del Señor-y no que se convierta de su conducta y que viva? Si el justo se aparta
de su justicia y comete maldad, imitando las abominaciones del malvado, no se tendrá en
cuenta la justicia que hizo: por la iniquidad que perpetró y por el pecado que cometió
morirá.
Objetáis: "No es justo el proceder del Señor." Escuchad, casa de Israel: ¿Es injusto mi
proceder? ¿No es vuestro proceder el que es injusto? Cuando el justo se aparta de su
justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el
malvado se convierte de la maldad que hizo, y practica el derecho y la justicia, él mismo
salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no
morirá.
Objeta la casa de Israel: "No es justo el proceder del Señor." ¿Es injusto mi proceder,
casa de Israel? ¿No es vuestro proceder el que es injusto? Pues bien, casa de Israel, os
juzgaré a cada uno según su proceder -oráculo del Señor-. Arrepentíos y convertíos de
vuestros delitos y no caeréis en pecado. Quitaos de encima los delitos que habéis
perpetrado y estrenad un corazón nuevo y un espíritu nuevo; y así no moriréis, casa de
Israel. Pues yo no me complazco en la muerte de nadie -oráculo del Señor-. ¡Arrepentíos y
viviréis!»

Responsorio Jr 31, 29; Ez 18, 20. 30. 20

R. Ya no se dirá más: «Los padres comieron agraces y los hijos sufrieron la dentera»; *
cada uno morirá por su pecado.
V. Juzgaré a cada uno según su proceder: el hijo no cargará con la culpa del padre, ni el
padre con la culpa del hijo.
R. Cada uno morirá por su pecado.

Segunda Lectura

De los sermones de san Andrés de Creta, obispo
(Sermón 9, Sobre el Domingo de Ramos: PG 97,1002)

MIRA A TU REY QUE VIENE A TI JUSTO Y VICTORIOSO

Digamos, digamos también nosotros a Cristo: ¡Bendito el que viene en nombre del
Señor, el rey de Israel! Tendamos ante él, a guisa de palmas, nuestra alabanza por la
victoria suprema de la cruz. Aclamémoslo, pero no con ramos de olivos, sino
tributándonos mutuamente el honor de nuestra ayuda material. Alfombrémosle el camino,
pero no con mantos, sino con los deseos de nuestro corazón, a fin de que, caminando
sobre nosotros, penetre todo él en nuestro interior y haga que toda nuestra persona sea
para él, y él, a su vez, para nosotros. Digamos a Sión aquella aclamación del profeta:
Confía, hija de Sión, no temas: Mira a tu rey que viene a ti; modesto y cabalgando en un
asno, en un pollino de borrica.
El que viene es el mismo que está en todo lugar, llenándolo todo con su presencia, y
viene para realizar en ti la salvación de todos. El que viene es aquel que no ha venido a
llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan, para sacarlos del error de
sus pecados. No temas. Teniendo a Dios en medio, no vacilarás.
Recibe con las manos en alto al que con sus manos ha diseñado tus murallas. Recibe al
que, para asumirnos a nosotros en su persona, se ha hecho en todo semejante a
nosotros, menos en el pecado. Alégrate, Sión, la ciudad madre, no temas: Festeja tu
fiesta. Glorifica por su misericordia al que en ti viene a nosotros. Y tú también, hija de
Jerusalén, desborda de alegría, canta y brinca de gozo. ¡Levántate, brilla (así aclamamos
con el son de aquella sagrada trompeta que es Isaías), que llega tu luz; la gloria del Señor
amanece sobre ti!

¿De qué luz se trata? De aquella que, viniendo a este mundo, alumbra a todo hombre.
Aquella luz, quiero decir, eterna, aquella luz intemporal y manifestada en el tiempo,
aquella luz invisible por naturaleza y hecha visible en la carne, aquella luz que envolvió a
los pastores y que guió a los Magos en su camino. Aquella luz que estaba en el mundo
desde el principio, por la cual empezó a existir el mundo, y que el mundo no la reconoció.
Aquella luz que vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.
¿Y a qué gloria del Señor se refiere? Ciertamente a la cruz, en la que fue glorificado
Cristo, resplandor de la gloria del Padre, tal como afirma él mismo, en la inminencia de su
pasión: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él, y pronto lo
glorificará. Con estas palabras identifica su gloria con su elevación en la cruz. La cruz de
Cristo es, en efecto, su gloria y su exaltación, ya que dice: Cuando yo sea elevado, atraeré
a todos hacia mí.

Responsorio Jn 10, 15. 18; c f. Jr 12, 7

R. Yo doy mi vida por mis ovejas; * nadie me la quita, yo la doy voluntariamente.
V. He abandonado mi casa, he entregado mi vida en manos de sus enemigos.
R. Nadie me la quita, yo la doy voluntariamente.

Oración

Oremos:

Señor, Dios nuestro, concédenos vivir siempre alegres en tu servicio, porque en servirte
a ti, creador de todo bien, consiste el gozo pleno y verdadero. Por nuestro Señor Jesucristo
, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.

Conclusión

Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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