El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, lunes, 8 de diciembre de 2025. Otras celebraciones del día: LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE SANTA MARÍA VIRGEN .
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: El Señor está cerca, venid, adorémosle.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Mirad las estrellas fulgentes brillar,
sus luces anuncian que Dios ahí está,
la noche en silencio, la noche en su paz,
murmura esperanzas cumpliéndose ya.
Los ángeles santos, que vienen y van,
preparan caminos por donde vendrá
el Hijo del Padre, el Verbo eternal,
al mundo del hombre en carne mortal.
Abrid vuestras puertas, ciudades de paz,
que el Rey de la gloria ya pronto vendrá;
abrid corazones, hermanos, cantad
que vuestra esperanza cumplida será.
Los justos sabían que el hambre de Dios
vendría a colmarla el Dios del Amor,
su Vida es su vida, su Amor es su amor
serían un día su gracia y su don.
Ven pronto, Mesías, ven pronto, Señor,
los hombres hermanos esperan tu voz,
tu luz, tu mirada, tu vida, tu amor.
Ven pronto, Mesías, sé Dios Salvador. Amén.
Antífona 1: Inclina tu oído hacia mí, Señor, y ven a salvarme.
Salmo 30, 2-17. 20-25
SÚPLICA CONFIADA DE UN AFLIGIDO
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23, 46).
I
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mí;
ven aprisa a librarme,
sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame:
sácame de la red que me han tendido,
porque tú eres mi amparo.
En tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás;
tú aborreces a los que veneran ídolos inertes,
pero yo confío en el Señor,
tu misericordia sea mi gozo y mi alegría.
Te has fijado en mi aflicción,
velas por mi vida en peligro;
no me has entregado en manos del enemigo,
has puesto mis pies en un camino ancho.
Antífona 2: Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo. (T. P. Aleluya).
II
Piedad, Señor, que estoy en peligro:
se consumen de dolor mis ojos,
mi garganta y mis entrañas.
Mi vida se gasta en el dolor;
mis años, en los gemidos;
mi vigor decae con las penas,
mis huesos se consumen.
Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos:
me ven por la calle y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil.
Oigo las burlas de la gente,
y todo me da miedo;
se conjuran contra mí
y traman quitarme la vida.
Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: «Tú eres mi Dios.»
En tu mano está mi destino:
líbrame de los enemigos que me persiguen;
haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Antífona 3: Bendito sea el Señor, que ha hecho por mí prodigios de misericordia. (T. P. Aleluya).
III
¡Qué bondad tan grande, Señor,
reservas para tus fieles,
y concedes a los que a ti se acogen
a la vista de todos!
En el asilo de tu presencia los escondes
de las conjuras humanas;
los ocultas en tu tabernáculo,
frente a las lenguas pendencieras.
Bendito el Señor, que ha hecho por mí
prodigios de misericordia
en la ciudad amurallada.
Yo decía en mi ansiedad:
«Me has arrojado de tu vista»;
pero tú escuchaste mi voz suplicante
cuando yo te gritaba.
Amad al Señor, fieles suyos;
el Señor guarda a sus leales,
y a los soberbios les paga con creces.
Sed fuertes y valientes de corazón
los que esperáis en el Señor.
V. Muéstranos, Señor tu misericordia.
R. Y danos tu salvación
Del libro del profeta Isaías 34, 1-17
JUICIO DEL SEÑOR SOBRE EDOM
Acercaos, naciones, a oír, atended, pueblos; oiga la tierra y cuanto hay en ella, el orbe
y cuanto en él brota, que ira tiene el Señor contra todas las naciones, y cólera contra
todas sus mesnadas. Las ha anatematizado, las ha entregado a la matanza. Sus heridos
yacen tirados, de sus cadáveres sube el hedor, y sus montes chorrean sangre; se esfuma
todo el ejército de los cielos. Se enrollan como un libro los cielos, y todo su ejército
palidece como palidece el sarmiento de la cepa, como una hoja mustia de higuera. Porque
se ha emborrachado en los cielos mi espada; ya desciende sobre Edom y sobre el pueblo
de mi anatema para hacer justicia.
La espada del Señor está llena de sangre, engrasada de sebo, de sangre de carneros
y machos cabríos, de sebo de riñones de carneros, porque tiene el Señor un sacrificio en
Bosrá, y gran matanza en Edom. En vez de búfalos caerán pueblos, y en vez de toros un
pueblo de valientes. Se emborrachará su tierra con sangre, y su polvo será engrasado de
sebo. Porque es día de venganza para el Señor, año de desquite del defensor de Sión.
Se convertirán sus torrentes en pez, su polvo en azufre, y se hará su tierra pez
ardiente. Ni de noche ni de día se apagará, por siempre subirá el humo de ella. De
generación en generación quedará arruinada, y nunca jamás habrá quien pase por ella.
La heredarán el pelícano y el erizo, el ibis y el cuervo residirán en ella. Tenderá el
Señor sobre ella la plomada del caos y el nivel del vacío. Los sátiros habitarán en ella, ya
no habrá en ella nobles que proclamen la realeza, y todos sus príncipes serán aniquilados.
En sus alcázares crecerán espinos, ortigas y cardos en sus fortalezas; será morada de
chacales y dominio de avestruces. Los gatos salvajes se juntarán con hienas y un sátiro
llamará al otro; también allí reposará Lilit y en él encontrará descanso. Allí anidará la
víbora, pondrá, incubará y hará salir del huevo. También allí se juntarán los buitres.
Buscad el libro del Señor y leed; no faltará ninguno de ellos, ninguno de ellos echará
en falta a otro. Pues su misma boca lo ha ordenado y su mismo espíritu los junta. Es él
mismo el que los echa a suertes, con su mano les reparte el país a cordel; lo poseerán por
siempre y morarán en él de generación en generación.
R. Ha llegado el tiempo en que comienza el juicio por la casa de Dios; y, si empieza así por
nosotros, ¿qué fin tendrán los que rechazan el mensaje de Dios? * Y, si el justo a duras
penas se salva, ¿qué será del impío y del pecador?
V. Dios no encuentra fieles ni a sus criados.
R. Y, si el justo a duras penas se salva, ¿qué será del impío y del pecador?
Del tratado de san Juan de la Cruz, presbítero, Subida al monte Carmelo
(Libro 2, cap. 22, Núms. 3-4)
DIOS NOS HA HABLADO EN CRISTO
La principal causa por la cual en la ley antigua eran lícitas las preguntas que se hacían
a Dios, y convenía que los profetas y sacerdotes quisiesen visiones y revelaciones de Dios,
era porque entonces no estaba aún fundada la fe ni establecida la ley evangélica; y así,
era menester que preguntasen a Dios y que él hablase, ahora por palabras, ahora por
visiones y revelaciones, ahora en figuras y semejanzas, ahora en otras muchas maneras
de significaciones. Porque todo lo que respondía y hablaba y obraba y revelaba eran
misterios de nuestra fe y cosas tocantes a ella o enderezadas a ella. Pero ya que está
fundada la fe en Cristo y manifiesta la ley evangélica en esta era de gracia, no hay para
qué preguntarle de aquella manera, ni para qué él hable ya ni responda como entonces.
Porque en darnos, como nos dio, a su Hijo —que es una Palabra suya, que no tiene
otra—, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que
hablar.
Y éste es el sentido de aquella autoridad, con que san Pablo quiere inducir a los
hebreos a que se aparten de aquellos modos primeros y tratos con Dios de la ley de
Moisés, y pongan los ojos en Cristo solamente, diciendo: Lo que antiguamente habló Dios
en los profetas a nuestros padres de muchos modos y maneras, ahora a la postre, en
estos días, nos lo ha hablado en el Hijo todo de una vez.
En lo cual da a entender el Apóstol, que Dios ha quedado ya como mudo, y no tiene
más que hablar, porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en
él todo, dándonos el todo, que es su Hijo.
Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios o querer alguna visión o
revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos
totalmente en Cristo, sin querer otra cosa o novedad. Porque le podría responder Dios de
esta manera: «Si te tengo ya hablado todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no
tengo otra cosa que te pueda revelar o responder que sea más que eso, pon los ojos sólo
en él; porque en él te lo tengo puesto todo y dicho y revelado, y hallarás en él aún más de
lo que pides y deseas.
Porque desde el día que bajé con mi espíritu sobre él en el monte Tabor, diciendo:
Éste es mi amado Hijo en que me he complacido; a él oíd, ya alcé yo la mano de todas
esas maneras de enseñanzas y respuestas, y se la di a él; oídle a él, porque yo no tengo
más fe que revelar, más cosas que manifestar. Que si antes hablaba, era prometiéndoos a
Cristo; y si me preguntaban, eran las preguntas encaminadas a la petición y esperanza de
Cristo, en que habían de hallar todo bien, como ahora lo da a entender toda la doctrina de
los evangelistas y apóstoles.»
R. Irán pueblos numerosos diciendo: «Vamos a subir al monte del Señor. * Él nos
enseñará sus caminos y caminaremos por sus sendas.»
V. Viene el Mesías, el Cristo, cuando venga, nos hará saber todas las cosas.
R. Él nos enseñará sus caminos y caminaremos por sus sendas.
Oremos:
Señor, suban a tu presencia nuestras súplicas y colma en tus siervos los deseos de llegar
a conocer en plenitud el misterio de la Encarnación de tu Hijo. Él que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.