El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, domingo, 15 de junio de 2025. Otras celebraciones del día: SANTA MARÍA MICAELA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO .
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Venid, adoremos al Dios verdadero, uno en la Trinidad y trino en la Unidad.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Antífona 1: Sé nuestra ayuda, Dios único y todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Salmo 8
Señor, dueño nuestro,
¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Ensalzaste tu majestad sobre los cielos.
De la boca de los niños de pecho
has sacado una alabanza contra tus enemigos,
para reprimir al adversario y al rebelde.
Cuando contemplo el cielo,
obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado,
¿qué es el hombre para que te acuerdes de él,
el ser humano, para darle poder?
Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos,
todo lo sometiste bajo sus pies:
rebaños de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por el mar.
Señor, dueño nuestro,
¡qué admirable es tu nombre
en toda la tierra!
Antífona 2: Tú, oh Trinidad, eres santa: el Padre es amor, el Hijo es gracia, el Espíritu Santo es comunión.
Salmo 32
I
Aclamad, justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos.
Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas;
cantadle un cántico nuevo,
acompañando los vítores con bordones:
Que la palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.
La palabra del Señor hizo el cielo;
el aliento de su boca, sus ejércitos;
encierra en un odre las aguas marinas,
mete en un depósito el océano.
Tema al Señor la tierra entera,
tiemblen ante él los habitantes del orbe:
porque él lo dijo, y existió,
él lo mandó y surgió.
El Señor deshace los planes de las naciones,
frustra los proyectos de los pueblos;
pero el plan del Señor subsiste por siempre,
los proyectos de su corazón, de edad en edad.
Antífona 3: Tú, oh Trinidad, eres santa: el Padre es fuente de verdad, el Hijo es la Verdad, el Espíritu Santo es también la Verdad.
II
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres;
Desde su morada observa
a todos los habitantes de la tierra:
Él modeló cada corazón,
y comprende todas sus acciones.
No vence el rey por su gran ejército,
no escapa el soldado por su mucha fuerza,
nada valen sus caballos para la victoria,
ni por su gran ejército se salvan.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.
Nosotros aguardamos al Señor:
Él es nuestro auxilio y escudo;
con él se alegra nuestro corazón,
en su santo nombre confiamos.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
V. La Palabra del Señor hizo el cielo.
R. Y el Aliento de su boca, sus ejércitos.
De la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 2, 1-16
EL GRAN MISTERIO DEL DESIGNIO DE DIOS
Cuando vine a vosotros, hermanos, a anunciaros el testimonio de Dios, no lo hice con
sublime elocuencia ni sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa
alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. Me presenté a vosotros débil y temeroso; mi
palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación
y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres,
sino en el poder de Dios.
Sin embargo, hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mundo,
ni de los príncipes de este siglo, que quedan desvanecidos, sino que enseñamos una
sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para
nuestra gloria, que no conoció ninguno de los príncipes de este siglo; pues si la hubieran
conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Pero, según está escrito: «Ni el
ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los
que le aman.»
Pero a nosotros nos lo ha revelado por su Espíritu: y el Espíritu todo lo penetra, hasta
la profundidad de Dios. En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre, sino el
espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino
el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu
que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado, de las cuales
también hablamos, no con palabras aprendidas de la sabiduría humana, sino aprendidas
del Espíritu, expresando realidades espirituales en términos espirituales.
El hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para él. Y
no las puede entender, pues sólo el Espíritu puede juzgarlas. En cambio, el hombre
espiritual lo juzga todo; y a él nadie puede juzgarlo. Porque ¿quién conoció el
pensamiento del Señor para instruirle? Pero nosotros poseemos el pensamiento de Cristo.
R. El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, quiera concedernos el don de
sabiduría y de revelación, para que lleguemos al pleno conocimiento de él e, iluminados
así los ojos de nuestra mente, * conozcamos cuál es la esperanza a que nos ha llamado y
cuáles las riquezas de gloria otorgadas por él como herencia a su pueblo santo.
V. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios.
R. Para que conozcamos cuál es la esperanza a que nos ha llamado y cuáles las riquezas
de gloria otorgadas por él como herencia a su pueblo santo.
De las Cartas de san Atanasio, obispo
(Carta 1 a Serapión, 28-30: PG 26, 594-595. 599)
LUZ, RESPLANDOR Y GRACIA EN LA TRINIDAD Y POR LA TRINIDAD
Siempre resultará provechoso esforzarse en profundizar el contenido de la antigua
tradición, de la doctrina y la fe de la Iglesia católica, tal como el Señor nos la entregó, tal
como la predicaron los apóstoles y la conservaron los santos Padres. En ella,
efectivamente, está fundamentada la Iglesia, de manera que todo aquel que se aparta de
esta fe deja de ser cristiano y ya no merece el nombre.
Existe, pues, una Trinidad, santa y perfecta, de la cual se afirma que es Dios en el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que no tiene mezclado ningún elemento extraño o
externo, que no se compone de uno que crea y de otro que es creado, sino que toda ella
es creadora, es consistente por naturaleza y su actividad es única. El Padre hace todas las
cosas a través del que es su Palabra, en el Espíritu Santo. De esta manera queda a salvo
la unidad de la santa Trinidad. Así, en la Iglesia se predica un solo Dios, que lo trasciende
todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. Lo trasciende todo, en cuanto Padre, principio y
fuente; lo penetra todo, por su Palabra; lo invade todo, en el Espíritu Santo.
San Pablo, hablando a los corintios acerca de los dones del Espíritu, lo reduce todo al
único Dios Padre, como al origen de todo, con estas palabras: Hay diversidad de dones,
pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay
diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos.
El Padre es quien da, por mediación de aquel que es su Palabra, lo que el Espíritu
distribuye a cada uno. Porque todo lo que es del Padre es también del Hijo; por esto, todo
lo que da el Hijo en el Espíritu es realmente don del Padre. De manera semejante, cuando
el Espíritu está en nosotros, lo está también la Palabra, de quien recibimos el Espíritu, y en
la Palabra está también el Padre, realizándose así aquellas palabras: El Padre y yo
vendremos a fijar en él nuestra morada. Porque donde está la luz, allí está también el
resplandor; y donde está el resplandor, allí está también su eficiencia y su gracia
esplendorosa.
Es lo que nos enseña el mismo Pablo en su segunda carta a los Corintios, cuando dice:
La gracia de Jesucristo el Señor, el amor de Dios y la participación del Espíritu Santo estén
con todos vosotros. Porque toda gracia o don que se nos da en la Trinidad se nos da por
el Padre, a través del Hijo, en el Espíritu Santo. Pues así como la gracia se nos da por el
Padre, a través del Hijo, así también no podemos recibir ningún don si no es en el Espíritu
Santo, ya que hechos partícipes del mismo poseemos el amor del Padre, la gracia del Hijo
y la participación de este Espíritu.
R. Bendigamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. * Ensalcémoslo con himnos por los
siglos.
V. Bendito sea el Señor en la bóveda del cielo, alabado y glorioso por los siglos.
R. Ensalcémoslo con himnos por los siglos.
Se dice el Te Deum
Oremos:
Dios, Padre todopoderoso, que has enviado al mundo la Palabra de verdad y el Espíritu de
santificación para revelar a los hombres tu admirable misterio, concédenos profesar la fe
verdadera, reconocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar su Unidad todopoderosa. Por
Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.