El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, lunes, 24 de noviembre de 2025.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Aclamemos al Señor con cantos.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
En el principio, tu Palabra.
Antes que el sol ardiera,
antes del mar y las montañas,
antes de las constelaciones,
nos amó tu Palabra.
Desde tu seno, Padre,
era sonrisa su mirada,
era ternura su sonrisa,
era calor de brasa.
En el principio, tu Palabra.
Todo se hizo de nuevo,
todo salió sin mancha,
desde el arrullo del río
hasta el rocío y la escarcha;
nuevo el canto de los pájaros,
porque habló tu Palabra.
Y nos sigues hablando todo el día,
aunque matemos la mañana
y desperdiciemos la tarde,
y asesinemos la alborada.
Como una espada de fuego,
en el principio, tu Palabra.
Llénanos de tu presencia, Padre;
Espíritu, satúranos de tu fragancia;
danos palabras para responderte,
Hijo, eterna Palabra. Amén.
Antífona 1: Inclina tu oído hacia mí, Señor, y ven a salvarme.
Salmo 30, 2-17. 20-25
SÚPLICA CONFIADA DE UN AFLIGIDO
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23, 46).
I
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mí;
ven aprisa a librarme,
sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame:
sácame de la red que me han tendido,
porque tú eres mi amparo.
En tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás;
tú aborreces a los que veneran ídolos inertes,
pero yo confío en el Señor,
tu misericordia sea mi gozo y mi alegría.
Te has fijado en mi aflicción,
velas por mi vida en peligro;
no me has entregado en manos del enemigo,
has puesto mis pies en un camino ancho.
Antífona 2: Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo. (T. P. Aleluya).
II
Piedad, Señor, que estoy en peligro:
se consumen de dolor mis ojos,
mi garganta y mis entrañas.
Mi vida se gasta en el dolor;
mis años, en los gemidos;
mi vigor decae con las penas,
mis huesos se consumen.
Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos:
me ven por la calle y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil.
Oigo las burlas de la gente,
y todo me da miedo;
se conjuran contra mí
y traman quitarme la vida.
Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: «Tú eres mi Dios.»
En tu mano está mi destino:
líbrame de los enemigos que me persiguen;
haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Antífona 3: Bendito sea el Señor, que ha hecho por mí prodigios de misericordia. (T. P. Aleluya).
III
¡Qué bondad tan grande, Señor,
reservas para tus fieles,
y concedes a los que a ti se acogen
a la vista de todos!
En el asilo de tu presencia los escondes
de las conjuras humanas;
los ocultas en tu tabernáculo,
frente a las lenguas pendencieras.
Bendito el Señor, que ha hecho por mí
prodigios de misericordia
en la ciudad amurallada.
Yo decía en mi ansiedad:
«Me has arrojado de tu vista»;
pero tú escuchaste mi voz suplicante
cuando yo te gritaba.
Amad al Señor, fieles suyos;
el Señor guarda a sus leales,
y a los soberbios les paga con creces.
Sed fuertes y valientes de corazón
los que esperáis en el Señor.
Del libro del profeta Ezequiel 36, 16-36
FUTURO RESTABLECIMIENTO MATERIAL Y ESPIRITUAL DEL PUEBLO DE DIOS
En aquellos días, el Señor me dirigió la palabra y me dijo: «Cuando la casa de Israel
habitaba en su tierra, la contaminó con su conducta y con sus malas obras; como sangre
inmunda fue su proceder ante mí. Entonces derramé mi cólera sobre ellos por la sangre
que habían derramado en el país y por haberlo contaminado con sus ídolos. Los esparcí
por las naciones y anduvieron dispersos por los países; según su proceder y sus malas
obras los juzgué. Al llegar a las diversas naciones profanaron mi santo nombre, pues
decían de ellos: "estos son el pueblo del Señor, han tenido que salir de su tierra."
Entonces tuve consideración de mi nombre santo, profanado por la casa de Israel en las
naciones adonde fue.
Por eso, di a la casa de Israel: Esto dice el Señor: No lo hago por vosotros, casa de
Israel, sino por mi santo nombre, profanado por vosotros en las naciones adonde fuisteis.
Mostraré la santidad de mi nombre ilustre profanado entre los gentiles, que vosotros
profanasteis en medio de ellos; y sabrán los gentiles que yo soy el Señor, cuando
manifieste mi santidad a la vista de ellos, por medio de vosotros.
Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países, y os llevaré a vuestra
tierra. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras
inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un
espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de
carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y
cumpláis mis mandatos. Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres. Vosotros seréis
mi pueblo y yo seré vuestro Dios.
Os libraré de vuestras inmundicias, llamaré al grano y lo haré abundar y no os dejaré
pasar hambre; haré que abunden los frutos de los árboles y las cosechas de los campos,
para que no os insulten los gentiles llamándoos "muertos de hambre". Al acordaros de
vuestra conducta perversa y de vuestras malas obras, sentiréis asco de vosotros mismos
por vuestras culpas y abominaciones. Sabedlo bien, no lo hago por vosotros -oráculo del
Señor-; avergonzaos y sonrojaos de vuestra conducta, casa de Israel. Esto dice el Señor:
Cuando os purifique de vuestras culpas, haré que se repueblen las ciudades y que las
ruinas se reconstruyan. Volverán a labrar la tierra desolada, después de haber estado
baldía a la vista
de los caminantes. Dirán: "Esta tierra desolada está hecha un paraíso, y las ciudades
arrasadas, desiertas, destruidas son plazas fuertes habitadas." Y los pueblos que queden
en vuestro contorno sabrán que yo, el Señor, reedifico lo destruido y planto lo arrasado.
Yo, el Señor, lo digo y lo hago.»
R. Les arrancaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, * para que sigan
mis leyes, y así sean ellos mi pueblo y yo sea su Dios.
V. Les daré un corazón íntegro e infundiré en ellos un espíritu nuevo.
R. Para que sigan mis leyes, y así sean ellos mi pueblo y yo sea su Dios.
De los Sermones de san León Magno, papa
(Sermón 92, 1. 2. 3: PL 54, 454-4,55)
CUAL SEA EL TRABAJO DE CADA UNO TAL SERÁ SU GANANCIA
Dice el Señor: Si vuestra virtud no es superior a la de los escribas y fariseos, no
entraréis en el reino de los cielos. Esta superioridad de nuestra virtud ha de consistir en
que la misericordia triunfe sobre el juicio. Y en verdad lo más justo y adecuado es que la
criatura, hecha a imagen y semejanza de Dios, imite a su creador, que ha establecido la
reparación y santificación de los creyentes en el perdón de los pecados, prescindiendo de
la severidad del castigo y de cualquier suplicio, y haciendo así que de reos nos
convirtiéramos en inocentes y que la abolición del pecado en nosotros fuera el origen de
las virtudes.
La virtud cristiana puede superar a la de los escribas y fariseos no por la supresión de la
ley, sino por no entenderla en un sentido material. Por esto el Señor, al enseñar a sus
discípulos la manera de ayunar, les dice: Cuando ayunéis no os hagáis los melancólicos,
como los hipócritas, que ponen una cara mustia, para hacer ver a los demás que están
ayunando. Os digo de veras: Ya recibieron su paga. ¿Qué paga, sino la paga de la
alabanza de los hombres? Por el deseo de esta alabanza se exhibe muchas veces una
apariencia de virtud y se ambiciona una fama engañosa, sin ningún interés por la rectitud
interior; así, lo que no es más que maldad escondida se complace en la falsa apreciación
de los hombres.
El que ama a Dios se contenta con agradarlo, porque el mayor premio que podemos
desear es el mismo amor; el amor, en efecto, viene de Dios, de tal manera que Dios
mismo es el amor. El alma piadosa e íntegra busca en ello su plenitud y no desea otro
deleite. Porque es una gran verdad aquello que dice el Señor: Donde está tu tesoro, allí
está tu corazón. El tesoro del hombre viene a ser como la reunión de los frutos
recolectados con su esfuerzo. Lo que uno siembre, eso cosechará, y cual sea el trabajo de
cada uno tal será su ganancia; y donde ponga el corazón su deleite, allí queda reducida su
solicitud. Mas, como sea que hay muchas clases de riquezas y diversos objetos de placer,
el tesoro de cada uno viene determinado por la tendencia de su deseo, y si este deseo se
limita a los bienes terrenos, no hallará en ellos la felicidad, sino la desdicha.
En cambio, los que ponen su corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra, y su
atención en las cosas eternas, no en las perecederas, alcanzarán una riqueza incorruptible
y escondida, aquella a la que se refiere el profeta cuando dice: La sabiduría y el saber
serán su refugio salvador, el temor del Señor será su tesoro. Esta sabiduría divina hace
que, con la ayuda de Dios, los mismos bienes terrenales se conviertan en celestiales,
cuando muchos convierten sus riquezas, ya sea legalmente heredadas o adquiridas de
otro modo, en instrumentos de bondad. Los que reparten lo que les sobra para sustento
de los pobres se ganan con ello una riqueza imperecedera; lo que dieron en limosnas no
es en modo alguno un derroche; éstos pueden en justicia tener su corazón donde está su
tesoro, ya que han tenido el acierto de negociar con sus riquezas sin temor a perderlas.
R. No nos cansemos de practicar el bien; que a su tiempo cosecharemos si no
desmayamos. * Así que, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos.
V. Lo que uno siembre, eso cosechará.
R. Así que, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos.
Oremos:
Mueve, Señor, los corazones de tus hijos, para que, correspondiendo generosamente a
tu gracia, reciban con mayor abundancia la ayuda de tu bondad. Por nuestro Señor Jesucristo
, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.