Oficio de Lectura - MIÉRCOLES I SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO 2025

El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, miércoles, 15 de enero de 2025.

Invitatorio

Notas

  • Si el Oficio ha de ser rezado a solas, puede decirse la siguiente oración:

    Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
  • El Invitatorio se dice como introducción a todo el conjunto de la oración cotidiana; por ello se antepone o bien al Oficio de lectura o bien a las Laudes, según se comience el día por una u otra acción litúrgica.
  • Cuando se reza individualmente, basta con decir la antífona una sola vez al inicio del salmo. Por lo tanto, no es necesario repetirla al final de cada estrofa.

V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Antifona: Adoremos al Señor, creador nuestro.

  • Salmo 94
  • Salmo 99
  • Salmo 66
  • Salmo 23

Invitación a la alabanza divina

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

(Se repite la antífona)

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

(Se repite la antífona)

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

(Se repite la antífona)

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

(Se repite la antífona)

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Alegría de los que entran en el templo

El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

(Se repite la antífona)

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

(Se repite la antífona)

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

(Se repite la antífona)

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Que todos los pueblos alaben al Señor

Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Entrada solemne de Dios en su templo

Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

(Se repite la antífona)

—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

(Se repite la antífona)

—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

(Se repite la antífona)

—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Oficio de Lectura

Notas

  • Si el Oficio de lectura se reza antes de Laudes, se empieza con el Invitatorio, como se indica al comienzo. Pero si antes se ha rezado ya alguna otra Hora del Oficio, se comienza con la invocación mostrada en este formulario.
  • Cuando el Oficio de lectura forma parte de la celebración de una vigilia dominical o festiva prolongada (Principios y normas generales de la Liturgia de las Horas, núm. 73), antes del himno Te Deum se dicen los cánticos correspondientes y se proclama el evangelio propio de la vigilia dominical o festiva, tal como se indica en Vigilias.
  • Además de los himnos que aparecen aquí, pueden usarse, sobre todo en las celebraciones con el pueblo, otros cantos oportunos y debidamente aprobados.
  • Si el Oficio de lectura se dice inmediatamente antes de otra Hora del Oficio, puede decirse como himno del Oficio de lectura el himno propio de esa otra Hora; luego, al final del Oficio de lectura, se omite la oración y la conclusión y se pasa directamente a la salmodia de la otra Hora, omitiendo su versículo introductorio y el Gloria al Padre, etc.
  • Cada día hay dos lecturas, la primera bíblica y la segunda hagiográfica, patrística o de escritores eclesiásticos.

Invocación

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

  • Himno 1

Con entrega, Señor, a ti venimos,
escuchar tu palabra deseamos;
que el Espíritu ponga en nuestros labios
la alabanza al Padre de los cielos.
Se convierta en nosotros la palabra
en la luz que a los hombres ilumina,
en la fuente que salta hasta la vida,
en el pan que repara nuestras fuerzas;
en el himno de amor y de alabanza
que se canta en el cielo eternamente,
y en la carne de Cristo se hizo canto
de la tierra y del cielo juntamente.
Gloria a ti, Padre nuestro, y a tu Hijo,
el Señor Jesucristo, nuestro hermano,
y al Espíritu Santo, que, en nosotros,
glorifica tu nombre por los siglos. Amén.

Salmodia

Antífona 1: Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza. (T. P. Aleluya.) †

Salmo 17, 2-30

ACCIÓN DE GRACIAS DESPUÉS DE LA VICTORIA

En aquella hora ocurrió un violento terremoto (Ap 11, 13).

I

Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
† Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.
Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío,
mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos.
Me cercaban olas mortales,
torrentes destructores me aterraban,
me envolvían las redes del abismo,
me alcanzaban los lazos de la muerte.
En el peligro invoqué al Señor,
grité a mi Dios:
desde su templo él escuchó mi voz,
y mi grito llegó a sus oídos.

Antífona 2: El Señor me libró porque me amaba. (T. P. Aleluya).

II

Entonces tembló y retembló la tierra,
vacilaron los cimientos de los montes,
sacudidos por su cólera;
de su nariz se alzaba una humareda,
de su boca un fuego voraz.
y lanzaba carbones ardiendo.
Inclinó el cielo y bajó
con nubarrones debajo de sus pies;
volaba a caballo de un querubín
cerniéndose sobre las alas del viento,
envuelto en un manto de oscuridad;
como un toldo, lo rodeaban
oscuro aguacero y nubes espesas;
al fulgor de su presencia, las nubes
se deshicieron en granizo y centellas;
y el Señor tronaba desde el cielo,
el Altísimo hacía oír su voz:
disparando sus saetas, los dispersaba,
y sus continuos relámpagos los enloquecían.
El fondo del mar apareció,
y se vieron los cimientos del orbe,
cuando tú, Señor, lanzaste un bramido,
con tu nariz resoplando de cólera.
Desde el cielo alargó la mano y me agarró,
me sacó de las aguas caudalosas,
me libró de un enemigo poderoso,
de adversarios más fuertes que yo.
Me acosaban el día funesto,
pero el Señor fue mi apoyo:
me sacó a un lugar espacioso,
me libró porque me amaba.

Antífona 3: Señor, tú eres mi lámpara, tú alumbras mis tinieblas. (T. P. Aleluya).

III

El Señor retribuyó mi justicia,
retribuyó la pureza de mis manos,
porque seguí los caminos del Señor
y no me rebelé contra mi Dios;
porque tuve presentes sus mandamientos
y no me aparté de sus preceptos;
le fui enteramente fiel,
guardándome de toda culpa;
el Señor retribuyó mi justicia,
la pureza de mis manos en su presencia.
Con el fiel, tú eres fiel;
con el íntegro, tú eres íntegro;
con el sincero, tú eres sincero;
con el astuto, tú eres sagaz.
Tú salvas al pueblo afligido
y humillas los ojos soberbios.
Señor, tú eres mi lámpara;
Dios mío, tú alumbras mis tinieblas.
Fiado en ti, me meto en la refriega,
fiado en mi Dios, asalto la muralla.

Lecturas

Primera Lectura

De la carta a los Romanos 2, 1-16

EL JUSTO JUICIO DE DIOS

No tienes ninguna excusa, tú, hombre, quienquiera que seas, que te haces el juez: en
aquello mismo en que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque haces eso mismo

que condenas. Por otra parte, sabemos que el juicio de Dios es según verdad contra los
que cometen tales pecados. Y tú, que condenas a quienes tal hacen y, con todo, lo haces
tú mismo, ¿piensas escapar del juicio de Dios? ¿O es que desprecias las riquezas de su
bondad, de su paciencia y de su longanimidad, no reconociendo que esta bondad de Dios
quiere llevarte al arrepentimiento?
Por tu obstinación y por la impenitencia de tu corazón, vas almacenando cólera divinapara el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios. Él dará a cada uno según
sus obras: vida eterna a cuantos, perseverando en el bien obrar, buscan la gloria, el honor
y la inmortalidad; pero ira e indignación a los contumaces que se rebelan contra la verdad
y se someten al mal. Tribulación y angustia para cuantos obran la maldad, primero para el
judío, luego para el gentil; pero gloria, honor y paz para todos cuantos obran el bien,
primero para el judío, y luego para el gentil. En Dios no hay acepción de personas.
Todos los que pecaron sin conocer la ley perecerán sin la ley; y cuantos pecaron con
conocimiento de la ley serán juzgados por la ley. Porque no los que escuchan la
explicación de la ley son justos ante Dios; sino que serán justificados aquellos que la
pongan en práctica. Y así es. Los gentiles, que no tienen ley, cuando, guiados por la razón,
cumplen los preceptos de la ley, ellos mismos, sin tenerla, son ley para sí: ellos mismos
demuestran la realidad de la ley escrita en sus corazones, cuando su conciencia les da
testimonio de ello, y cuando sus dictámenes van proponiendo censuras o hasta mutuos
elogios.
Todo esto lo veremos el día en que Dios por medio de Jesucristo, conforme a mi
mensaje evangélico, juzgue las acciones ocultas de los hombres.

Responsorio Rm 2, 4-5; Sir 16, 13. 15

R. ¿Es que desprecias tú, hombre, las riquezas de la bondad de Dios, de su paciencia y de
su longanimidad, no reconociendo que esta bondad de Dios quiere llevarte al
arrepentimiento? Por tu obstinación y por la impenitencia de tu corazón, * vas
almacenando cólera divina para el día del justo juicio de Dios.
V. Tan grande como su compasión es su escarmiento; cada uno recibirá según sus obras.
R. Vas almacenando cólera divina para el día del justo juicio de Dios.

Segunda Lectura

Del tratado de san Ireneo, obispo, contra las herejías
(Libro 4, 6, 3. 5. 6. 7: SC 100, 442. 446. 448-454)

EL PADRE ES CONOCIDO POR LA MANIFESTACIÓN DEL HIJO

Nadie puede conocer al Padre sin el Verbo de Dios, esto es, si no se lo revela el Hijo, ni
conocer al Hijo sin el beneplácito del Padre. El Hijo es quien cumple este beneplácito del

Padre; el Padre, en efecto, envía, mientras que el Hijo es enviado y viene. Y el Padre,
aunque invisible e inconmensurable por lo que a nosotros respecta, es conocido por su
Verbo, y, aunque inexplicable, el mismo Verbo nos lo ha expresado. Recíprocamente, sólo
el Padre conoce a su Verbo; así nos lo ha enseñado el Señor. Y, por esto, el Hijo nos revela
el conocimiento del Padre por la manifestación de sí mismo, ya que el Padre es conocido
por la manifestación del Hijo: todo es manifestado por obra del Verbo.
Para esto el Padre reveló al Hijo, para darse a conocer a todos a través de él, y para
que todos los que creyesen en él mereciesen ser recibidos en la incorrupción y en el lugar
del eterno consuelo (porque creer en él es hacer su voluntad).
Ya por el mismo hecho de la creación, el Verbo revela a Dios creador; por el hecho de la
existencia del mundo, al Señor que lo ha fabricado; por la materia modelada; al Artífice
que la ha modelado y, a través del Hijo, al Padre que lo ha engendrado. Sobre esto hablan
todos de manera semejante, pero no todos creen de manera semejante. También el Verbo
se anunciaba a sí mismo y al Padre a través de la ley y de los profetas; y todo el pueblo lo
oyó de manera semejante, pero no todos creyeron de manera semejante. Y el Padre se
mostró a sí mismo, hecho visible y palpable en la persona del Verbo, aunque no todos
creyeron por igual en él; sin embargo, todos vieron al Padre en la persona del Hijo, pues
la realidad invisible que veían en el Hijo era el Padre, y la realidad visible en la que veían
al Padre era el Hijo.
El Hijo, pues, cumpliendo la voluntad del Padre, lleva a perfección todas las cosas desde
el principio hasta el fin y sin él nadie puede conocer a Dios. El conocimiento del Padre es
el Hijo, y el conocimiento del Hijo está en poder del Padre y nos lo comunica por el Hijo.
En este sentido decía el Señor: Nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al
Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Las palabras se lo quiera
revelar no tienen sólo un sentido futuro, como si el Verbo hubiese empezado a manifestar
al Padre al nacer de María, sino que tienen un sentido general que se aplica a todo
tiempo. En efecto, el Padre es revelado por el Hijo, presente ya desde el comienzo en la
creación, a quienes quiere el Padre, cuando quiere y como quiere el Padre. Y, por esto, en
todas las cosas y a través de todas las cosas, hay un solo Dios Padre, un solo Verbo, el
Hijo, y un solo Espíritu, como hay también una sola salvación para todos los que creen en
él.

Responsorio Jn 1, 18; Mt 11, 27

R. Nadie ha visto jamás a Dios; * el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, es
quien nos lo ha dado a conocer.
V. Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.
R. El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer.

Oración

Oremos:

Muéstrate propicio, Señor, a los deseos y plegarias de tu pueblo; danos luz para conocer
tu voluntad y la fuerza necesaria para cumplirla. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.

Conclusión

Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

Apps - Android - iPhone - iPad