El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para Beata Ana de los Ángeles Monteagudo el día de ayer, viernes, 10 de enero de 2025. Otras celebraciones del día: 10 DE ENERO .
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Venid, adoremos al Señor, rey de las vírgenes.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Ayer, en leve centella,
te vio Moisés sobre el monte;
hoy no basta el horizonte
para contener tu estrella.
Los magos preguntan; y ella
de un Dios infante responde
que en duras pajas se acuesta
y más se nos manifiesta
cuanto más hondo se esconde. Amén.
Esta mujer no quiso
tomar varón ni darle su ternura,
selló su compromiso
con otro amor que dura
sobre el amor de toda criatura.
Y tanto se apresura
a zaga de la huella del Amado,
que en él se transfigura,
y el cuerpo anonadado
ya está por el amor resucitado.
Aquí la Iglesia canta
la condición futura de la historia,
y el cuerpo se adelanta
en esta humilde gloria
a la consumación de su victoria.
Mirad los regocijos
de la que por estéril sollozaba
y se llenó de hijos,
porque el Señor miraba
la pequeñez humilde de su esclava. Amén
Antífona 1: Virgen ilustre, sensata, prudente en tu decisión, tienes como esposo del alma al Verbo inmaculado.
Salmo 18 A
EL CIELO PROCLAMA LA GLORIA DE DIOS
El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona
la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.
Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.
Allí le ha puesto su tienda al sol:
él sale como el esposo de su alcoba,
contento como un héroe,
a recorrer su camino.
Asoma por un extremo del cielo,
y su órbita llega al otro extremo:
nada se libra de su calor.
Antífona 2: Por amor a mi Señor Jesucristo, tuve en nada los bienes de este mundo y del tiempo presente.
Salmo 44
LAS NUPCIAS DEL REY
I
Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.
Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.
Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.
Tu trono, oh Dios, permanece para siempre,
cetro de rectitud es tu cetro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros.
A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir.
Antífona 3: Prendado está el rey de tu belleza, porque él es tu Señor y tu Dios.
II
Escucha, hija, mira: inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.
Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
las traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.
"A cambio de tus padres tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra".
Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.
V. Me enseñarás el sendero de la vida.
R. Me saciarás de gozo en tu presencia.
De la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 7, 25-40
LA VIRGINIDAD CRISTIANA
Hermanos: Respecto al celibato no tengo órdenes del Señor, sino que doy mi parecer
como hombre de fiar que soy, por la misericordia del Señor. Estimo que es un bien, por la
necesidad actual: quiero decir que es un bien vivir así.
¿Estás unido a una mujer? No busques la separación. ¿Estás libre? No busques mujer;
aunque si te casas, no haces mal; y si una soltera se casa, tampoco hace mal. Pero estos
tales sufrirán la tribulación de la carne. Yo respeto vuestras razones.
Os digo esto, hermanos: el momento es apremiante. Queda como solución: que los que
tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que
están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que
negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la presentación de este
mundo se termina.
Quiero que os ahorréis preocupaciones: el célibe se preocupa de los asuntos del Señor,
buscando contentar al Señor; en cambio, el casado se preocupa de los asuntos del
mundo, buscando contentar a su mujer, y anda dividido. Lo mismo, la mujer sin marido y
la soltera se preocupan de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en cuerpo y alma;
en cambio, la casada se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su
marido. Os digo todo esto para vuestro bien, no para poneros una trampa, sino para
induciros a una cosa noble y al trato con el Señor sin preocupaciones.
Si, a pesar de todo, alguien cree faltar a la conveniencia respecto de su doncella, por
estar en la flor de su edad, y conviene proceder así, haga lo que quiera, no hace mal;
cásense. Mas el que permanece firme en su corazón, y sin presión alguna y en pleno uso
de su libertad está resuelto en su interior a guardar a su doncella, hará bien. Así pues, el
que casa a su doncella obra bien. Y el que no la casa obra mejor.
La mujer está ligada a su marido mientras él viva; mas una vez muerto el marido,
queda libre para casarse con quien quiera, pero en el Señor. Sin embargo, será más feliz si
permanece así según mi consejo; que yo también creo tener el Espíritu de Dios.
R. Prendado está el rey de tu belleza, obra de sus manos; él es tu Dios y tu rey. * Tu rey es al mismo tiempo tu esposo.
V. Has tomado por esposo al rey y Dios; él te ha dotado, él te ha engalanado, te ha redimido, te ha santificado.
R. Tu rey es al mismo tiempo tu esposo.
De la Exhortación Apostólica Redemptionis Donum del Papa Juan Pablo II
(AAS 76 (1984) 513-546, n. 3)
LA VOCACIÓN MISTERIO DE AMOR
Jesús, poniendo en él los ojos, le amó y le dijo: Si quieres ser perfecto, ve, vende
cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme.
Aunque sabemos que estas palabras dichas al joven rico no fueron acogidas por él, sin
embargo su contenido merece una atenta reflexión; pues nos prescribe efectivamente la
estructura interior de la vocación.
Jesús, poniendo, en él los ojos, le amó. Éste es el amor del Redentor: un amor que
brota de toda la profundidad divino—humana de la Redención. En él se refleja el eterno
amor del Padre, que tanto amó al mundo, que le dio su Único Hijo, para que todo el que
crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna. El Hijo, lleno de ese amor, aceptó la
misión del Padre en el Espíritu Santo, y se hizo Redentor del mundo. El amor del Padre se
reveló en el Hijo como amor que salva. Precisamente, este amor constituye el verdadero
precio de la Redención del hombre y del mundo. Los Apóstoles de Cristo hablan del precio
de la Redención con una profunda emoción: ...habéis sido rescatados... no con plata y oro
corruptibles..., sino con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha,
escribe San Pedro. Habéis sido comprados a precio, afirma San Pablo.
La llamada al camino de los consejos evangélicos nace del encuentro interior con el
amor de Cristo, que es amor redentor. Cristo llama precisamente mediante este amor
suyo. En la estructura de la vocación, el encuentro con este amor resulta algo
específicamente personal. Cuando Cristo «después de haber puesto los ojos en vosotros,
os amó», llamando a cada uno y cada una de vosotros, queridos Religiosos y Religiosas,
aquel amor suyo redentor se dirigió a una determinada persona, tomando al mismo
tiempo características esponsales: se hizo amor de elección. Tal amor abarca a toda la
persona, espíritu y cuerpo, sea hombre o mujer, en su único e irrepetible «yo» personal.
Aquel que, dándose eternamente al Padre, se «da» a sí mismo en el misterio de la
Redención, ha llamado al hombre a fin de que éste, a su vez, se entregue enteramente a
un particular servicio a la obra de la Redención mediante su pertenencia a una Comunidad
fraterna, reconocida y aprobada por la Iglesia. Acaso sean eco de esta llamada las
palabras de San Pablo: ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo... y
que, por tanto, no os pertenecéis? Habéis sido comprados a precio.
Sí, el amor de Cristo ha alcanzado a cada uno y a cada una de vosotros, queridos
hermanos y hermanas, con aquel mismo «precio» de la Redención. Como consecuencia de
esto, os habéis dado cuenta de que ya no os pertenecéis a vosotros mismos, sino a él.
Esta nueva conciencia ha sido el fruto de la «mirada amorosa», de Cristo en el secreto de
vuestro corazón. Habéis respondido a esta mirada, escogiendo a Aquel que antes ha
elegido a cada uno y cada una de vosotros, llamándoos con la inmensidad de su amor
redentor. Llamando «nominalmente», su llamada se dirige siempre a la libertad del
hombre. Cristo dice: «si quieres...». La respuesta a esta llamada es, pues, una opción
libre. Habéis escogido a Jesús de Nazaret, el Redentor del mundo, escogiendo el camino
que Él os ha indicado.
R. Si quieres llegar a la perfección, * ve, vende cuanto tienes y sígueme.
V. Tendrás un tesoro en el cielo.
R. Ve, vende cuanto tienes y sígueme.
Oremos:
Oh Dios, que en tu bondad otorgaste a la beata Ana de los Ángeles, virgen, los dones de la contemplación, el espíritu de penitencia y el continuo servicio de amor al prójimo, concédenos, por su intercesión que, imitándola, te adoremos con el sacrificio de alabanza, y, a través de los signos de nuestro tiempo, sepamos conocer con diligencia, tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.