Oficio de Lectura - SAN BUENAVENTURA, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA 2025

Nació alrededor del año 1218 en Bagnoregio, en la región toscana; estudió filosofía y teología en París y, habiendo obtenido el grado de maestro, enseñó con gran provecho estas mismas asignaturas a sus compañeros de la Orden franciscana. Fue elegido ministro general de su Orden, cargo que ejerció con prudencia y sabiduría. Fue creado cardenal obispo de la diócesis de Albano, y murió en Lyon el año 1274. Escribió muchas obras filosóficas y teológicas.

El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para SAN BUENAVENTURA, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA el día de mañana, martes, 15 de julio de 2025. Otras celebraciones del día: MARTES XV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO .

Invitatorio

Notas

  • Si el Oficio ha de ser rezado a solas, puede decirse la siguiente oración:

    Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
  • El Invitatorio se dice como introducción a todo el conjunto de la oración cotidiana; por ello se antepone o bien al Oficio de lectura o bien a las Laudes, según se comience el día por una u otra acción litúrgica.
  • Cuando se reza individualmente, basta con decir la antífona una sola vez al inicio del salmo. Por lo tanto, no es necesario repetirla al final de cada estrofa.

V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Antifona: Venid, adoremos al Señor, fuente de la sabiduría.

  • Salmo 94
  • Salmo 99
  • Salmo 66
  • Salmo 23

Invitación a la alabanza divina

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

(Se repite la antífona)

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

(Se repite la antífona)

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

(Se repite la antífona)

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

(Se repite la antífona)

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Alegría de los que entran en el templo

El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

(Se repite la antífona)

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

(Se repite la antífona)

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

(Se repite la antífona)

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Que todos los pueblos alaben al Señor

Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Entrada solemne de Dios en su templo

Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

(Se repite la antífona)

—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

(Se repite la antífona)

—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

(Se repite la antífona)

—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Oficio de Lectura

Notas

  • Si el Oficio de lectura se reza antes de Laudes, se empieza con el Invitatorio, como se indica al comienzo. Pero si antes se ha rezado ya alguna otra Hora del Oficio, se comienza con la invocación mostrada en este formulario.
  • Cuando el Oficio de lectura forma parte de la celebración de una vigilia dominical o festiva prolongada (Principios y normas generales de la Liturgia de las Horas, núm. 73), antes del himno Te Deum se dicen los cánticos correspondientes y se proclama el evangelio propio de la vigilia dominical o festiva, tal como se indica en Vigilias.
  • Además de los himnos que aparecen aquí, pueden usarse, sobre todo en las celebraciones con el pueblo, otros cantos oportunos y debidamente aprobados.
  • Si el Oficio de lectura se dice inmediatamente antes de otra Hora del Oficio, puede decirse como himno del Oficio de lectura el himno propio de esa otra Hora; luego, al final del Oficio de lectura, se omite la oración y la conclusión y se pasa directamente a la salmodia de la otra Hora, omitiendo su versículo introductorio y el Gloria al Padre, etc.
  • Cada día hay dos lecturas, la primera bíblica y la segunda hagiográfica, patrística o de escritores eclesiásticos.

Invocación

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

  • Himno 1

Alabemos a Dios que, en su Palabra,
nos revela el designio salvador,
y digamos en súplica confiada:
«Renuévame por dentro, mi Señor.»
No cerremos el alma a su llamada
ni dejemos que arraigue el desamor;
aunque dura es la lucha, su palabra
será bálsamo suave en el dolor.
Caminemos los días de esta vida
como tiempo de Dios y de oración;
él es fiel a la alianza prometida:
«Si eres mi pueblo, yo seré tu Dios.»
Tú dijiste, Jesús, que eras camino
para llegar al Padre sin temor;
concédenos la gracia de tu Espíritu
que nos lleve al encuentro del Señor. Amén.

Salmodia

Antífona 1: Se levanta Dios, y huyen de su presencia los que lo odian. (T. P. Aleluya).

Salmo 67

ENTRADA TRIUNFAL DEL SEÑOR

Subiendo a la altura, llevó cautivos y dio dones a los hombres (Ef 4, 8).

Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos,
huyen de su presencia los que lo odian;
como el humo se disipa, se disipan ellos;
como se derrite la cera ante el fuego,
así perecen los impíos ante Dios.
En cambio, los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.
Cantad a Dios, tocad en su honor,
alfombrad el camino del que avanza por el desierto;
su nombre es el Señor:
alegraos en su presencia.
Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.
Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece;
sólo los rebeldes
se quedan en la tierra abrasada.
Oh Dios, cuando salías al frente de tu pueblo
y avanzabas por el desierto,
la tierra tembló, el cielo destiló
ante Dios, el Dios del Sinaí;
ante Dios, el Dios de Israel.
Derramaste en tu heredad, oh Dios, una lluvia copiosa,
aliviaste la tierra extenuada;
y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres.

Antífona 2: Nuestro Dios es un Dios que salva, el Señor Dios nos hace escapar de la muerte. (T. P. Aleluya).

II

El Señor pronuncia un oráculo,
millares pregonan la alegre noticia:
"los reyes, los ejércitos van huyendo, van huyendo;
las mujeres reparten el botín.
Mientras reposabais en los apriscos,
las palomas batieron sus alas de plata,
el oro destellaba en sus plumas.
Mientras el Todopoderoso dispersaba a los reyes,
la nieve bajaba sobre el Monte Umbrío".
Las montañas de Basán son altísimas,
las montañas de Basán son escarpadas;
¿por qué tenéis envidia, montañas escarpadas,
del monte escogido por Dios para habitar,
morada perpetua del Señor?
Los carros de Dios son miles y miles:
Dios marcha del Sinaí al santuario.
Subiste a la cumbre llevando cautivos,
te dieron tributo de hombres:
incluso los que se resistían
a que el Señor Dios tuviera una morada.
Bendito el Señor cada día,
Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación.
Nuestro Dios es un Dios que salva,
el Señor Dios nos hace escapar de la muerte.
Dios aplasta las cabezas de sus enemigos,
los cráneos de los malvados contumaces.
Dice el Señor: "Los traeré desde Basán,
los traeré desde el fondo del mar;
teñirás tus pies en la sangre del enemigo
y los perros la lamerán con sus lenguas".

Antífona 3: Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor. (T. P. Aleluya).

III

Aparece tu cortejo, oh Dios,
el cortejo de mi Dios, de mi Rey,
hacia el santuario.
Al frente, marchan los cantores;
los últimos, los tocadores de arpa;
en medio, las muchachas van tocando panderos.
"En el bullicio de la fiesta, bendecid a Dios,
al Señor, estirpe de Israel".
Va delante Benjamín, el más pequeño;
los príncipes de Judá con sus tropeles;
los príncipes de Zabulón,
los príncipes de Neftalí.
Oh Dios, despliega tu poder,
tu poder, oh Dios, que actúa en favor nuestro.
A tu templo de Jerusalén
traigan los reyes su tributo.
Reprime a la fiera del cañaveral,
al tropel de los toros,
a los novillos de los pueblos.
Que se te rindan con lingotes de plata:
dispersa las naciones belicosas.
Lleguen los magnates de Egipto,
Etiopía extienda sus manos a Dios.
Reyes de la tierra, cantad a Dios,
tocad para el Señor,
que avanza por los cielos,
los cielos antiquísimos,
que lanza su voz, su voz poderosa:
"reconoced el poder de Dios".
Sobre Israel resplandece su majestad,
y su poder sobre las nubes.
Desde el santuario, Dios impone reverencia:
es el Dios de Israel
quien da fuerza y poder a su pueblo.
¡Dios sea bendito!

Lecturas

Primera Lectura

7, 7-16. 22-30

FELICIDAD DE LOS JUSTOS EN DIOS

Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría.
La preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza. No le equiparé
la piedra más preciosa, porque todo el oro, a su lado, es un poco de arena, y, junto a ella,
la plata vale lo que el barro. La quise más que a la salud y la belleza, y me propuse
tenerla por luz, porque su resplandor no tiene ocaso.
Con ella me vinieron todos los bienes juntos, en sus manos había riquezas incontables;
de todas gocé, porque la sabiduría las trae, aunque yo no sabía que ella las engendra a
todas. Aprendí sin malicia, reparto sin envidia y no me guardo sus riquezas; porque es un
tesoro inagotable para los hombres: los que lo adquieren se atraen la amistad de Dios,
porque el don de su enseñanza los recomienda.
Que me conceda Dios saber expresarme y pensar como corresponde a ese don, pues él
es el mentor de la sabiduría y quien marca el camino a los sabios. Porque en sus manos
estamos nosotros y nuestras palabras, y toda la prudencia y el talento.
En efecto, la sabiduría es un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, móvil,
penetrante, inmaculado, lúcido, invulnerable, bondadoso, agudo, incoercible, benéfico,
amigo del hombre, firme, seguro, sereno, todopoderoso, todovigilante, que penetra todos
los espíritus inteligentes, puros, sutilísimos.
La sabiduría es más móvil que cualquier movimiento, y, en virtud de su pureza, lo
atraviesa y lo penetra todo; porque es efluvio del poder divino, emanación purísima de la
gloria del Omnipotente; por eso nada inmundo se le pega. Es reflejo de la luz eterna,
espejo nítido de la actividad de Dios e imagen de su bondad.
Siendo una sola, todo lo puede; sin cambiar en nada, renueva el universo, y, entrando
en las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas; pues
Dios ama sólo a quien convive con la sabiduría. Es más bella que el sol y que todas las
constelaciones; comparada a la luz del día, sale ganando, pues a éste lo releva la noche,
mientras que a la sabiduría no la puede el mal.

Sb 7, 7-8; St 1, 5

R. Supliqué, y se me concedió la prudencia; * Invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y tronos.
V. En caso de que alguno de vosotros se vea falto de sabiduría, que se la pida a Dios, que da generosamente y sin echar en cara, y él se la dará.
R. Invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y tronos.

Segunda Lectura

De las obras de san Buenaventura, obispo
(Opúsculo sobre el itinerario de la mente hacia Dios, 7,1,2,6: Opera omnia 5, 312-313)

LA SABIDURÍA MISTERIOSA REVELADA POR EL ESPÍRITU SANTO

Cristo es el camino y la puerta. Cristo es la escalera y el vehículo, él, que es
la placa de la expiación colocada sobre el arca de Dios y el misterio escondido
desde el principio de los siglos. El que mira plenamente de cara esta placa de
expiación y la contempla suspendida en la cruz, con la fe, con esperanza y
caridad, con devoción, admiración, alegría, reconocimiento, alabanza y júbilo,
este tal realiza con él la Pascua, esto es, el paso, ya que, sirviéndose del
bastón de la cruz, atraviesa el mar Rojo, sale de Egipto y penetra en el
desierto, donde saborea el maná escondido, y descansa con Cristo en el
sepulcro, como muerto en lo exterior, pero sintiendo, en cuanto es posible en
el presente estado de viadores, lo que dijo Cristo al ladrón que estaba
crucificado a su lado: Hoy estarás conmigo en el paraíso.
Para que este paso sea perfecto, hay que abandonar toda especulación de
orden intelectual y concentrar en Dios la totalidad de nuestras aspiraciones.
Esto es algo misterioso y secretísimo, que sólo puede conocer aquel que lo
recibe, y nadie lo recibe sino el que lo desea, y no lo desea sino aquel a quien
inflama en lo más íntimo el fuego del Espíritu Santo, que Cristo envió a la
tierra. Por esto, dice el Apóstol que esta sabiduría misteriosa es revelada por el
Espíritu Santo.
Si quieres saber cómo se realizan estas cosas, pregunta a la gracia, no al
saber humano; pregunta al deseo, no al entendimiento; pregunta al gemido
expresado en la oración, no al estudio y la lectura; pregunta al Esposo, no al
Maestro; pregunta a Dios, no al hombre; pregunta a la oscuridad, no a la
claridad; no a la luz, sino al fuego que abrasa totalmente y que transporta
hacia Dios con unción suavísima y ardentísimos afectos.
Este fuego es Dios, cuyo horno, como dice el profeta, está en Jerusalén, y
Cristo es quien lo enciende con el fervor de su ardentísima pasión, fervor que
sólo puede comprender el que es capaz de decir: Preferiría morir asfixiado y la
misma muerte. El que de tal modo ama la muerte puede ver a Dios, ya que
está fuera de duda aquella afirmación de la Escritura: Nadie puede ver mi
rostro y quedar con vida. Muramos, pues, y entremos en la oscuridad,
impongamos silencio a nuestras preocupaciones, deseos e imaginaciones;
pasemos con Cristo crucificado de este mundo al Padre, y así, una vez que nos
haya mostrado al Padre, podremos decir con Felipe: Eso nos basta; oigamos
aquellas palabras dirigidas a Pablo: Te basta mi gracia; alegrémonos con
David, diciendo: Se consumen mi corazón y mi carne por Dios, mi lote
perpetuo. Bendito sea el Señor por siempre, y todo el pueblo diga: "¡Amén!"

1 Jn 3, 24; Sir 1, 9. 10

R. Quien guarda los mandamientos de Dios permanece en Dios y Dios en él; *
y conocemos que él permanece en nosotros por el Espíritu que nos ha dado.
V. Dios mismo creó la sabiduría, la derramó sobre todas sus obras y se la
regaló a los que lo aman.
R. Y conocemos que él permanece en nosotros por el Espíritu que nos ha dado.

Oración

Oremos:

Dios todopoderoso, concede a cuantos hoy celebramos la fiesta de tu obispo san Buenaventura la gracia de aprovechar su admirable doctrina e imitar los ejemplos de su ardiente caridad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.

Conclusión

Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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