El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA el día de mañana, viernes, 15 de agosto de 2025. Otras celebraciones del día: VIERNES XIX SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO .
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Venid, adoremos al Rey de reyes, que ha elevado a la Virgen Madre al cielo.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Este es el día del Señor.
Este es el tiempo de la misericordia.
Delante de tus ojos
ya no enrojeceremos
a causa del antiguo
pecado de tu pueblo.
Arrancarás de cuajo
el corazón soberbio
y harás un pueblo humilde
de corazón sincero.
En medio de las gentes
nos guardas como un resto
para cantar tus obras
y adelantar tu reino.
Seremos raza nueva
para los cielos nuevos;
sacerdotal estirpe,
según tu Primogénito.
Caerán los opresores
y exultarán los siervos;
los hijos del oprobio
serán tus herederos.
Señalarás entonces
el día del regreso
para los que comían
su pan en el destierro.
¡Exulten mis entrañas!
¡Alégrese mi pueblo!
Porque el Señor que es justo
revoca sus decretos.
La salvación se anuncia
donde acechó el infierno,
porque el Señor habita
en medio de su pueblo.
Antífona 1: Asciende, Virgen Reina, y sube majestuosamente al espléndido palacio del Rey eterno.
Salmo 23
ENTRADA SOLEMNE DE DIOS EN SU TEMPLO
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
— ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
— El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
— Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
Antífona 2: Dios la eligió y la predestinó, la hizo morar en su templo santo.
Salmo 45
DIOS, REFUGIO Y FORTALEZA DE SU PUEBLO
Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.
Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar.
Que hiervan y bramen sus olas,
que sacudan a los montes con su furia:
el Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.
Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios lo socorre al despuntar la aurora.
Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan;
pero él lanza su trueno, y se tambalea la tierra.
El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra:
Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,
rompe los arcos, quiebra las lanzas,
prende fuego a los escudos.
"Rendíos, reconoced que yo soy Dios:
más alto que los pueblos,
más alto que la tierra".
El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Antífona 3: ¡Qué pregón tan glorioso para ti, Virgen María!
Salmo 86
HIMNO A JERUSALÉN, MADRE DE TODOS LOS PUEBLOS
Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.
¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!
"Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes
han nacido allí".
Se dirá de Sión: "uno por uno
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado".
El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
"Éste ha nacido allí".
Y cantarán mientras danzan:
"todas mis fuerzas están en ti"
V. Dichosa tú, María, que has creído al Señor.
R. Porque se ha cumplido en ti lo que se te había dicho.
De la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1, 16−2, 10
DIOS NOS HA SENTADO EN LOS CIELOS CON CRISTO JESÚS
Hermanos: No ceso de dar gracias por vosotros, y siempre os recuerdo en
mis oraciones. Quiera el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria,
concedernos el don de sabiduría y de revelación, para que lleguemos al pleno
conocimiento de él e, iluminados así los ojos de nuestra mente, conozcamos
cuál es la esperanza a que nos ha llamado y cuáles las riquezas de gloria
otorgadas por él como herencia a su pueblo santo.
Y ¡qué soberana grandeza despliega su poder en nosotros, los creyentes,
según la eficacia de su fuerza poderosa! Este poder lo ejercitó en Cristo,
resucitándolo de entre los muertos y constituyéndolo a su diestra en los cielos,
por encima de todo principado, potestad, virtud y dominación, y de todo ser
que exista no sólo en el mundo presente, sino también en el futuro. Puso todas
las cosas bajo sus pies y lo dio como cabeza a la Iglesia, que es su cuerpo, es
decir, la plenitud de aquel que lo llena todo en todo.
Y Dios también os vivificó a vosotros, que estabais muertos por vuestros
delitos y pecados, en los cuales vivisteis en otro tiempo, siguiendo el proceder
de este mundo, sometidos al príncipe que tiene su imperio en el aire, el
espíritu que actúa ahora en los rebeldes a la fe, entre los cuales vivíamos
también nosotros, siguiendo las apetencias de nuestra carne, poniendo por
obra sus deseos y sentimientos, y éramos por nuestro natural hijos de cólera,
como los demás.
Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó,
aun cuando estábamos muertos por nuestros pecados, nos vivificó con Cristo -
por pura gracia habéis sido salvados- y nos resucitó con él, Y nos hizo sentar
en los cielos con Cristo Jesús. Así Dios, en su bondad para con nosotros en
Cristo Jesús, quiso mostrar en los siglos venideros la sublime riqueza de su
gracia.
Estáis salvados por la gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino
que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda
presumir. Somos obra de Dios. Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que
nos dediquemos a las buenas obras, que él determinó que practicásemos.
R. ¡Qué hermosa y bella es la Virgen María, que emigró de este mundo para ir hacia Cristo! * Resplandece entre los coros de los santos como el sol cuando brilla en el cielo con todo su esplendor.
V. Los ángeles se alegran, los arcángeles se regocijan, al contemplar la gloria inmensa de la Virgen María.
R. Resplandece entre los coros de los santos como el sol cuando brilla en el cielo con todo su esplendor.
De la constitución apostólica Munificentissimus Deus del papa Pío doce
(AAS 42 [1950), 760-762. 767-769)
TU CUERPO ES SANTO Y SOBREMANERA GLORIOSO
Los santos Padres y grandes doctores, en las homilías y disertaciones
dirigidas al pueblo en la fiesta de la Asunción de la Madre de Dios, hablan de
este hecho como de algo ya conocido y aceptado por los fieles y lo explican
con toda precisión, procurando, sobre todo, hacerles comprender que lo que se
conmemora en esta festividad es no sólo el hecho de que el cuerpo sin vida de
la Virgen María no estuvo sujeto a la corrupción, sino también su triunfo sobre
la muerte y su glorificación en el cielo, a imitación de su Hijo único Jesucristo.
Y, así, san Juan Damasceno, el más ilustre transmisor de esta tradición,
comparando la asunción de la santa Madre de Dios con sus demás dotes y
privilegios, afirma, con elocuencia vehemente:
«Convenía que aquella que en el parto había conservado intacta su
virginidad conservara su cuerpo también después de la muerte libre de la
corruptibilidad. Convenía que aquella que había llevado al Creador como un
niño en su seno tuviera después su mansión en el cielo. Convenía que la
esposa que el Padre había desposado habitara en el tálamo celestial. Convenía
que aquella que había visto a su Hijo en la cruz y cuya alma había sido
atravesada por la espada del dolor, del que se había visto libre en el momento
del parto, lo contemplara sentado a la derecha del Padre. Convenía que la
Madre de Dios poseyera lo mismo que su Hijo y que fuera venerada por toda
criatura como Madre y esclava de Dios.»
Según el punto de vista de san Germán de Constantinopla, el cuerpo de la
Virgen María, la Madre de Dios, se mantuvo incorrupto y fue llevado al cielo,
porque así lo pedía no sólo el hecho de su maternidad divina, sino también la
peculiar santidad de su cuerpo virginal:
«Tú, según está escrito, te muestras con belleza; y tu cuerpo virginal es
todo él santo, todo él casto, todo él morada de Dios, todo lo cual hace que esté
exento de disolverse y convertirse en polvo, y que, sin perder su condición
humana, sea transformado en cuerpo celestial e incorruptible, lleno de vida y
sobremanera glorioso, incólume y partícipe de la vida perfecta.»
Otro antiquísimo escritor afirma:
«La gloriosísima Madre de Cristo, nuestro Dios y salvador, dador de la vida y
de la inmortalidad, por él es vivificada, con un cuerpo semejante al suyo en la
incorruptibilidad, ya que él la hizo salir del sepulcro y la elevó hacia sí mismo,
del modo que él solo conoce.»
Todos estos argumentos y consideraciones de los santos Padres se apoyan,
como en su último fundamento, en la sagrada Escritura; ella, en efecto, nos
hace ver a la santa Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo divino y
solidaria siempre de su destino.
Y, sobre todo, hay que tener en cuenta que, ya desde el siglo segundo, los
santos Padres presentan a la Virgen María como la nueva Eva asociada al
nuevo Adán, íntimamente unida a él, aunque de modo subordinado, en la
lucha contra el enemigo infernal, lucha que, como se anuncia en el
protoevangelio, había de desembocar en una victoria absoluta sobre el pecado
y la muerte, dos realidades inseparables en los escritos del Apóstol de los
gentiles. Por lo cual, así como la gloriosa resurrección de Cristo fue la parte
esencial y el último trofeo de esta victoria, así también la participación que
tuvo la santísima Virgen en esta lucha de su Hijo había de concluir con la
glorificación de su cuerpo virginal, ya que, como dice el mismo Apóstol:
Cuando esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra
escrita: «La muerte ha sido absorbida en la victoria.»
Por todo ello, la augusta Madre de Dios, unida a Jesucristo de modo arcano,
desde toda la eternidad, por un mismo y único decreto de predestinación,
inmaculada en su concepción, virgen integérrima en su divina maternidad,
asociada generosamente a la obra del divino Redentor, que obtuvo un pleno
triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, alcanzó finalmente, como
suprema coronación de todos sus privilegios, el ser preservada inmune de la
corrupción del sepulcro y, a imitación de su Hijo, vencida la muerte, ser llevada
en cuerpo y alma a la gloria celestial, para resplandecer allí como reina a la
derecha de su Hijo, el rey inmortal de los siglos.
R. Éste es el día glorioso en que la Virgen Madre de Dios subió a los cielos; todos la aclamamos, tributándole nuestras alabanzas: * Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.
V. Dichosa eres, santa Virgen María, y digna de toda alabanza; de ti nació el sol de justicia, Cristo, nuestro Dios.
R. Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.
Se dice el Te Deum
Oremos:
Porque te has complacido, Señor, en la humildad de tu sierva, la Virgen María, has querido elevarla a la dignidad de Madre de tu Hijo y la has coronado en este día de gloria y esplendor; por su intercesión, te pedimos que por el misterio de la redención nos concedas también el premio de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.