El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA el día de ayer, martes, 19 de marzo de 2024. Otras celebraciones del día: MARTES V SEMANA DE CUARESMA .
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Aclamemos a Cristo, el Señor, en la solemnidad de san José. (T. P. Aleluya.)
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Mirad las estrellas fulgentes brillar,
sus luces anuncian que Dios ahí está,
la noche en silencio, la noche en su paz,
murmura esperanzas cumpliéndose ya.
Los ángeles santos, que vienen y van,
preparan caminos por donde vendrá
el Hijo del Padre, el Verbo eternal,
al mundo del hombre en carne mortal.
Abrid vuestras puertas, ciudades de paz,
que el Rey de la gloria ya pronto vendrá;
abrid corazones, hermanos, cantad
que vuestra esperanza cumplida será.
Los justos sabían que el hambre de Dios
vendría a colmarla el Dios del Amor,
su Vida es su vida, su Amor es su amor
serían un día su gracia y su don.
Ven pronto, Mesías, ven pronto, Señor,
los hombres hermanos esperan tu voz,
tu luz, tu mirada, tu vida, tu amor.
Ven pronto, Mesías, sé Dios Salvador. Amén.
Para los sábados
Dame tu mano, María,
la de las tocas moradas;
clávame tus siete espadas
en esta carne baldía.
Quiero ir contigo en la impía
tarde negra y amarilla.
Aquí, en mi torpe mejilla,
quiero ver si se retrata
esa lividez de plata,
esa lágrima que brilla.
Déjame que te restañe
ese llanto cristalino
y a la vera del camino
permite que te acompañe.
Deja que en lágrimas bañe
la orla negra de tu manto
a los pies del árbol santo,
donde tu fruto se mustia.
Capitana de la angustia:
no quiero que sufras tanto.
Qué lejos, Madre, la cuna
y tus gozos de Belén:
"No, mi Niño, no. No hay quien
de mis brazos te desuna".
Y rayos tibios de luna,
entre las pajas de miel,
le acariciaban la piel
sin despertarle. ¡Qué larga
es la distancia y qué amarga
de Jesús muerto a Emmanuel! Amén
Antífona 1: Un ángel del Señor se apareció a José, y le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús.» (T. P. Aleluya.)
Salmo 20, 2-8. 14
ACCIÓN DE GRACIAS POR LA VICTORIA DEL REY
Señor, el rey se alegra por tu fuerza,
¡y cuánto goza con tu victoria!
Le has concedido el deseo de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios.
Te adelantaste a bendecirlo con el éxito,
y has puesto en su cabeza una corona de oro fino.
Te pidió vida, y se la has concedido,
años que se prolongan sin término.
Tu victoria ha engrandecido su fama,
lo has vestido de honor y majestad.
Le concedes bendiciones incesantes,
lo colmas de gozo en tu presencia;
porque el rey confía en el Señor,
y con la gracia del Altísimo no fracasará.
Levántate, Señor, con tu fuerza,
y al son de instrumentos cantaremos tu poder.
Antífona 2: Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor, y llevó a casa a María, su mujer. (T. P. Aleluya.)
Salmo 91
ALABANZA DEL DIOS CREADOR
I
Es bueno dar gracias al Señor
y tocar para tu nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad,
con arpas de diez cuerdas y laúdes,
sobre arpegios de cítaras.
Tus acciones, Señor, son mi alegría,
y mi júbilo, las obras de tus manos.
¡Qué magníficas son tus obras, Señor,
qué profundos tus designios!
El ignorante no los entiende
ni el necio se da cuenta.
Aunque germinen como hierba los malvados
y florezcan los malhechores,
serán destruidos para siempre.
Tú, en cambio, Señor,
eres excelso por los siglos.
Antífona 3: José subió desde Nazaret a la ciudad de David, que se llama Belén, para inscribirse con María. (T. P. Aleluya.)
II
Porque tus enemigos, Señor, perecerán,
los malhechores serán dispersados;
pero a mí me das la fuerza de un búfalo
y me unges con aceite nuevo.
Mis ojos despreciarán a mis enemigos,
mis oídos escucharán su derrota.
El justo crecerá como una palmera,
se alzará como un cedro del Líbano:
plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de nuestro Dios;
en la vejez seguirá dando fruto
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es justo,
que en mi Roca no existe la maldad.
V. El justo germinará como una azucena. (T. P. Aleluya.)
R. Y florecerá eternamente ante el Señor. (T. P. Aleluya.)
De la carta a los Hebreos 11, 1-16
LA FE DE LOS ANTIGUOS PADRES
Hermanos: La fe es la firme seguridad de los bienes que se esperan, la plena
convicción de las realidades que no se ven. A causa de ella fueron alabados nuestros
mayores. Por la fe sabemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de modo
que lo visible ha tenido su origen en una causa invisible.
Por la fe ofreció Abel a Dios un sacrificio más excelente que el de Caín; por ella fue
proclamado justo, dando Dios mismo testimonio a favor de sus ofrendas y por la fe
continúa hablando aun después de su muerte.
Por la fe fue trasladado Henoc sin experimentar la muerte: «No fue hallado más,
porque Dios se lo llevó.» Pero antes de ser trasladado se da testimonio en su favor de que
«había sido grato a Dios». Ahora bien, sin la fe es imposible agradar a Dios, pues el que
se acerca a Dios debe creer que existe y que es remunerador de los que lo buscan.
Por la fe, movido de religioso temor, Noé fabricó el arca para salvar a su familia,
advertido por Dios de lo que aún no se veía venir; e, igualmente por la fe, condenó al
mundo y se hizo heredero de la justificación que se alcanza por la fe.
Por la fe obedeció Abraham al ser llamado por Dios, saliendo hacia la tierra que había
de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba. Por la fe peregrinó por la tierra
prometida, como en tierra extraña, habitando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos
de las mismas promesas, pues esperaba entrar en esa ciudad de sólidos cimientos, cuyo
arquitecto y constructor es el mismo Dios.
Por la fe la misma Sara, a pesar de su avanzada edad, recibió el poder de ser madre,
pues tuvo fe en aquel que se lo había prometido. Y, por esto mismo, de un solo hombre,
ya incapaz de transmitir la vida, nacieron hijos, «numerosos como las estrellas del cielo,
incontables como las arenas del mar».
En la fe murieron todos ellos, sin haber alcanzado la realización de las promesas, pero
las vieron desde lejos y las saludaron, reconociendo que eran «forasteros y peregrinos
sobre la tierra». En verdad que quienes así se expresan dan a entender claramente que
van en busca de una patria, pues, si hubiesen pensado en aquella de la que habían salido,
ocasiones tuvieron para volver a ella. Pero ellos aspiraban a una patria mejor, es decir, a la
celestial. Por eso Dios no se desdeña de llamarse su Dios, pues les tenía ya preparada una
ciudad.
R. No lo hizo vacilar la incredulidad ante la promesa de Dios, sino que, fortalecido por la fe, dio gloria a Dios; * por lo cual Dios se lo tomó como justificación. (T. P. Aleluya.)
V. La fe cooperaba con sus obras, y por sus obras su fe alcanzó la plenitud.
R. Por lo cual Dios se lo tomó como justificación. (T. P. Aleluya.)
De los sermones de san Bernardino de Siena, presbítero
(Sermón 2, Sobre san José: Opera omnia 7,16. 27-30)
PROTECTOR Y CUSTODIO FIEL
La norma general que regula la concesión de gracias singulares a una criatura racional
determinada es la de que, cuando la gracia divina elige a alguien para un oficio singular o
para ponerle en un estado preferente, le concede todos aquellos carismas que son
necesarios para el ministerio que dicha persona ha de desempeñar.
Esta norma se ha verificado de un modo excelente en san José, que hizo las veces de
padre de nuestro Señor Jesucristo y que fue verdadero esposo de la Reina del universo y
Señora de los ángeles. José fue elegido por el eterno Padre como protector y custodio fiel
de sus principales tesoros, esto es, de su Hijo y de su Esposa, y cumplió su oficio con
insobornable fidelidad. Por eso le dice el Señor: Eres un empleado fiel y cumplidor; pasa al
banquete de tu Señor.
Si relacionamos a José con la Iglesia universal de Cristo, ¿no es este el hombre
privilegiado y providencial, por medio del cual la entrada de Cristo en el mundo se
desarrolló de una manera ordenada y sin escándalos? Si es verdad que la Iglesia entera es
deudora a la Virgen Madre por cuyo medio recibió a Cristo, después de María es san José
a quien debe un agradecimiento y una veneración singular.
José viene a ser el broche del antiguo Testamento, broche en el que fructifica la
promesa hecha a los patriarcas y los profetas. Sólo él poseyó de una manera corporal lo
que para ellos había sido mera promesa.
No cabe duda de que Cristo no sólo no se ha desdicho de la familiaridad y respeto que
tuvo con él durante su vida mortal como si fuera su padre, sino que la habrá completado y
perfeccionado en el cielo.
Por eso, también con razón, se dice más adelante: Pasa al banquete de tu Señor. Aun
cuando el gozo significado por este banquete es el que entra en el corazón del hombre, el
Señor prefirió decir: Pasa al banquete, a fin de insinuar místicamente que dicho gozo no
es puramente interior, sino que circunda y absorbe por doquier al bienaventurado, como
sumergiéndole en el abismo infinito de Dios.
Acuérdate de nosotros, bienaventurado José, e intercede con tu oración ante aquel que
pasaba por hijo tuyo; intercede también por nosotros ante la Virgen, tu esposa, madre de
aquel que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
R. Dios me constituyó como padre del rey y como señor de toda su casa, * me elevó para hacer llegar la salvación a muchos pueblos. (T. P. Aleluya.)
V. El Señor ha sido el auxilio y refugio que me ha salvado.
R. Me elevó para hacer llegar la salvación a muchos pueblos. (T. P. Aleluya.)
Se dice el Te Deum
Oremos:
Dios todopoderoso, que confiaste los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de san José; haz que, por su intercesión, la Iglesia los conserve fielmente y los lleve a plenitud en su misión salvadora. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.