Fiesta
La festividad de la Cátedra de san Pedro se celebraba en Roma ya en el siglo IV, en este día, para poner de manifiesto la unidad de la Iglesia, fundada en la persona del Apóstol.
El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para LA CÁTEDRA DEL APÓSTOL SAN PEDRO el día de ayer, sábado, 22 de febrero de 2025. Otras celebraciones del día: SÁBADO VI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO , LA CÁTEDRA DEL APÓSTOL SAN PEDRO .
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Venid, adoremos al Señor, rey de los apóstoles.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
A caminar sin ti, Señor, no atino;
tu palabra de fuego es mi sendero
me encontraste cansado y prisionero
del desierto, del cardo y del espino.
Descansa aquí conmigo del camino,
que en Emaús hay trigo en el granero,
hay un poco de vino y un alero
que cobije tu sueño, Peregrino.
Yo contigo, Señor, herido y ciego;
tú conmigo, Señor, enfebrecido,
el aire quieto, el corazón en fuego.
Y en diálogo sediento y torturado
se encontrarán en un solo latido,
cara a cara, tu amor y mi pecado. Amén.
Antífona 1: Dijo Pedro: «Dios resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis y lo exaltó en su gloria.»
Salmo 18 A
EL CIELO PROCLAMA LA GLORIA DE DIOS
El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona
la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.
Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.
Allí le ha puesto su tienda al sol:
él sale como el esposo de su alcoba,
contento como un héroe,
a recorrer su camino.
Asoma por un extremo del cielo,
y su órbita llega al otro extremo:
nada se libra de su calor.
Antífona 2: El Señor ha enviado a su ángel y me ha librado de las garras de Herodes.
Salmo 63
SÚPLICA CONTRA LOS ENEMIGOS
Escucha, oh Dios, la voz de mi lamento,
protege mi vida del terrible enemigo;
escóndeme de la conjura de los perversos
y del motín de los malhechores:
afilan sus lenguas como espadas
y disparan como flechas palabras venenosas,
para herir a escondidas al inocente,
para herirlo por sorpresa y sin riesgo.
Se animan al delito,
calculan cómo esconder trampas,
y dicen: "¿quién lo descubrirá?"
Inventan maldades y ocultan sus invenciones,
porque su mente y su corazón no tienen fondo.
Pero Dios los acribilla a flechazos,
por sorpresa los cubre de heridas;
su misma lengua los lleva a la ruina,
y los que lo ven menean la cabeza.
Todo el mundo se atemoriza,
proclama la obra de Dios
y medita sus acciones.
El justo se alegra con el Señor,
se refugia en él,
y se felicitan los rectos de corazón.
Antífona 3: Una nube brillante los envolvió y se oyó la voz del Padre: «Éste es mi Hijo muy amado.»
Salmo 96
GLORIA DEL SEÑOR, REY DE JUSTICIA
El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono.
Delante de él avanza el fuego,
abrasando en torno a los enemigos;
sus relámpagos deslumbran el orbe,
y, viéndolos, la tierra se estremece.
Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.
Los que adoran estatuas se sonrojan,
los que ponen su orgullo en los ídolos;
ante él se postran todos los dioses.
Lo oye Sión, y se alegra,
se regocijan las ciudades de Judá
por tus sentencias, Señor;
porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses.
El Señor ama al que aborrece el mal,
protege la vida de sus fieles
y los libra de los malvados.
Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre.
V. Señor, ¿a quién vamos a ir?
R. Tú tienes palabras de vida eterna.
De los Hechos de los apóstoles 11, 1-18
PEDRO NARRA LA CONVERSIÓN DE LOS GENTILES
Por aquellos días, los apóstoles y los hermanos que había en Judea se enteraron de
que también los paganos habían recibido la palabra de Dios. Y, cuando Pedro subió a
Jerusalén, los convertidos del judaísmo discutían con él y le reprochaban el que hubiese
entrado en casa de hombres incircuncisos y hubiese comido con ellos. Pedro, entonces,
comenzó a exponerles punto por punto lo sucedido:
«Estaba yo haciendo oración en la ciudad de Joppe, cuando tuve en éxtasis una visión:
vi algo así como un mantel inmenso, suspendido por las cuatro puntas, que iba bajando
del cielo y llegaba hasta mí. Lo miré atentamente y vi dentro de él cuadrúpedos de la
tierra, fieras, reptiles y aves del cielo. Y oí una voz que me decía: "Levántate, Pedro, mata
y come." Pero yo respondí: "De ninguna manera, Señor, pues jamás ha entrado en mi
boca nada profano ni impuro." De nuevo me habló la voz venida del cielo: "Lo que Dios ha
purificado no lo llames tú impuro." Se repitió esto por tres veces y, finalmente, todo fue
recogido de nuevo hacia el cielo.
En aquel mismo momento, en la casa donde yo estaba, se presentaron tres hombres
que habían sido enviados en mi busca desde Cesarea. El Espíritu me mandó acompañarlos
sin vacilación alguna. Fueron también conmigo estos seis hermanos y entramos todos en
la casa del hombre que me había llamado. Él nos contó cómo había visto un ángel que se
presentó en su casa y le dijo: "Manda a buscar en Joppe a Simón, que tiene el
sobrenombre de Pedro. Él te dirá lo que tienes que hacer para que tú y toda tu casa
alcancéis la salvación.
Apenas había comenzado yo a hablar algunas palabras, cuando descendió sobre ellos
el Espíritu Santo, como había descendido sobre nosotros en un principio. Entonces me
acordé de aquellas palabras que dijo el Señor: "Juan bautizó con agua, pero vosotros
seréis bautizados con el Espíritu Santo." Así pues, si Dios les había concedido el mismo
don que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo, para
oponerme a Dios?»
Ante estas palabras se tranquilizaron y glorificaron a Dios, diciendo:
«Así, pues, Dios ha concedido también a los demás pueblos la conversión que conduce
a la vida.»
R. Pedro, yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca; * y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos.
V. Esto no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
R. Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos.
De los sermones de san León Magno, papa
(Sermón 4 en el aniversario de su consagración episcopal, 2-3: PL 54,149-151)
LA IGLESIA DE CRISTO SE LEVANTA SOBRE LA FIRMEZA DE LA FE DE PEDRO
De todos se elige a Pedro, a quien se pone al frente de la misión universal de la
Iglesia, de todos los apóstoles y de todos los Padres de la Iglesia; y, aunque en el pueblo
de Dios hay muchos sacerdotes y muchos pastores, a todos los gobierna Pedro, aunque
todos son regidos eminentemente por Cristo. La bondad divina ha concedido a este
hombre una excelsa y admirable participación de su poder, y todo lo que tienen de común
con Pedro los otros jerarcas, les es concedido por medio de Pedro.
El Señor pregunta a sus apóstoles que es lo que los hombres opinan de él, y en tanto
coinciden sus respuestas en cuanto reflejan la ambigüedad de la ignorancia humana.
Pero, cuando urge qué es lo que piensan los mismos discípulos, es el primero en
confesar al Señor aquel que es primero en la dignidad apostólica. A las palabras de Pedro:
Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo, le responde el Señor: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de
Jonás! porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en
el cielo.
Es decir: «Eres verdaderamente dichoso porque es mi Padre quien te lo ha revelado»;
la humana opinión no te ha inducido a error, sino que la revelación del cielo te ha
iluminado, y no ha sido nadie de carne y hueso, sino que te lo ha enseñado aquel de
quien soy el Hijo único.
Y añade: Ahora te digo yo, esto es: «Del mismo modo que mi Padre te ha revelado mi
divinidad, igualmente yo ahora te doy a conocer tu dignidad: Tú eres Pedro: yo, que soy la
piedra inviolable, la piedra angular que ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, yo,
que soy el fundamento, fuera del cual nadie puede edificar, te digo a ti, Pedro, que eres
también piedra, porque serás fortalecido por mi poder de tal forma que lo que me
pertenece por propio poder sea común a ambos por tu participación conmigo.»
Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. «Sobre
esta fortaleza —quiere decir— construiré el templo eterno y la sublimidad de mi Iglesia,
que alcanzará el cielo y se levantará sobre la firmeza de la fe de Pedro.»
El poder del infierno no podrá con esta profesión de fe ni la encadenarán los lazos de
la muerte, pues estas palabras son palabras de vida. Y, del mismo modo que lleva al cielo
a los confesores de la fe, igualmente arroja al infierno a los que la niegan.
Por esto dice al bienaventurado Pedro: Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que
ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado
en el cielo.
La prerrogativa de este poder se comunica también a los otros apóstoles y se transmite
a todos los obispos da la Iglesia, pero no en vano se encomienda a uno lo que se ordena a
todos; de una forma especial se otorga esto a Pedro, porque la figura de Pedro se pone al
frente de los pastores de la Iglesia.
R. Simón Pedro, antes que te llamara de tu nave, yo te conocía, y te constituí como príncipe de mi pueblo; * yo te he entregado las llaves del reino de los cielos.
V. Todo lo que atares sobre la tierra será atado en el cielo, y todo lo que desatares sobre la tierra será desatado en el cielo.
R. Yo te he entregado las llaves del reino de los cielos.
Se dice el Te Deum
Oremos:
Dios todopoderoso, no permitas que seamos perturbados por ningún peligro, tú que nos has afianzado sobre la roca de la fe apostólica. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.