Ya en el siglo IV fue objeto de veneración en Dióspolis (Palestina), donde había una iglesia construida en su honor. Su culto se difundió desde muy antiguo por oriente y ccidente.
El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para SAN JORGE, MÁRTIR el día de mañana, martes, 23 de abril de 2024. Otras celebraciones del día: MARTES IV SEMANA DE PASCUA , SAN ADALBERTO, OBISPO Y MÁRTIR .
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
¡Cristo ha resucitado!
¡Resucitemos con él!
¡Aleluya, aleluya!
Muerte y Vida lucharon,
y la muerte fue vencida.
¡Aleluya, aleluya!
Es el grano que muere
para el triunfo de la espiga.
¡Aleluya, aleluya!
Cristo es nuestra esperanza
nuestra paz y nuestra vida.
¡Aleluya, aleluya!
Vivamos vida nueva,
el bautismo es nuestra Pascua.
¡Aleluya, aleluya!
¡Cristo ha resucitado!
¡Resucitemos con él!
¡Aleluya, aleluya! Amén.
La bella flor que en el suelo
plantada se vio marchita
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
De tierra estuvo cubierto,
pero no fructificó
del todo, hasta que quedó
en un árbol seco injerto.
Y, aunque a los ojos del suelo
se puso después marchita,
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
Toda es de flores la fiesta,
flores de finos olores,
más no se irá todo en flores,
porque flor de fruto es ésta.
Y, mientras su Iglesia grita
mendigando algún consuelo,
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
Que nadie se sienta muerto
cuando resucita Dios,
que, si el barco llega al puerto,
llegamos junto con vos.
Hoy la cristiandad se quita
sus vestiduras de duelo.
Ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
Antífona 1: Todos os odiarán por mi nombre; pero el que persevere hasta el fin se salvará.
Salmo 2
¿POR QUÉ SE AMOTINAN LAS NACIONES?
¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?
Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
"rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo".
El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
"yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo".
Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho:
"Tú eres mi hijo:
yo te he engendrado hoy.
Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
en posesión, los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza".
Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad, los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de pronto su ira.
¡Dichosos los que se refugian en él!
Antífona 2: Los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá.
Salmo 10
EL SEÑOR ESPERANZA DEL JUSTO
Al Señor me acojo, ¿por qué me decís:
"escapa como un pájaro al monte,
porque los malvados tensan el arco,
ajustan las saetas a la cuerda,
para disparar en la sombra contra los buenos?
Cuando fallan los cimientos,
¿qué podrá hacer el justo?"
Pero el Señor está en su templo santo,
el Señor tiene su trono en el cielo,
sus ojos están observando,
sus pupilas examinan a los hombres.
El Señor examina a inocentes y culpables,
y al que ama la violencia Él lo odia.
Hará llover sobre los malvados ascuas y azufre,
les tocará en suerte un viento huracanado.
Porque el Señor es justo y ama la justicia:
los buenos verán su rostro.
Antífona 3: El Señor probó a los elegidos como oro en el crisol y los recibió como sacrificio de holocausto para siempre.
Salmo 16
DIOS, ESPERANZA DEL INOCENTE PERSEGUIDO
Señor, escucha mi apelación
atiende a mis clamores,
presta oído a mi súplica,
que en mis labios no hay engaño:
emane de ti la sentencia,
miren tus ojos la rectitud.
Aunque sondees mi corazón,
visitándolo de noche,
aunque me pruebes al fuego,
no encontrarás malicia en mí.
Mi boca no ha faltado
como suelen los hombres;
según tus mandatos, yo me he mantenido
en la senda establecida.
Mis pies estuvieron firmes en tus caminos,
y no vacilaron mis pasos.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;
inclina el oído y escucha mis palabras.
Muestra las maravillas de tu misericordia,
tú que salvas de los adversarios
a quien se refugia a tu derecha.
Guárdame como a las niñas de tus ojos,
a la sombra de tus alas escóndeme
de los malvados que me asaltan,
del enemigo mortal que me cerca.
Han cerrado sus entrañas
y hablan con boca arrogante;
ya me rodean sus pasos,
se hacen guiños para derribarme,
como un león ávido de presa,
como un cachorro agazapado en su escondrijo.
Levántate, Señor, hazle frente, doblégalo,
que tu espada me libre del malvado,
y tu mano, Señor, de los mortales;
mortales de este mundo:
sea su lote esta vida;
de tu despensa les llenarás el vientre,
se saciarán sus hijos
y dejarán a sus pequeños lo que sobra.
Pero yo con mi apelación vengo a tu presencia,
y al despertar me saciaré de tu semblante.
V. Me asaltaban angustias y aprietos.
R. Tus mandatos son mi delicia.
Del libro del Eclesiástico 51, 1-12
ACCIÓN DE GRACIAS A DIOS, QUE LIBRA A LOS SUYOS DE LA TRIBULACIÓN
Te alabo, mi Dios y salvador, te doy gracias, Dios de mi padre.
Contaré tu fama, refugio de mi vida, porque me has salvado de la muerte, detuviste mi
cuerpo ante la fosa, libraste mis pies de las garras del abismo, me salvaste del látigo de la
lengua calumniosa y de los labios que se pervierten con la mentira, estuviste conmigo
frente a mis rivales. Me auxiliaste con tu gran misericordia; del lazo de los que acechan mi
traspié, del poder de los que me persiguen a muerte; me salvaste de múltiples peligros:
del cerco apretado de las llamas, del incendio de un fuego que no ardía, del vientre de un
océano sin agua, de labios mentirosos e insinceros, de las flechas de una lengua traidora.
Cuando estaba ya para morir y casi en lo profundo del abismo, me volvía a todas
partes, y nadie me auxiliaba, buscaba un protector, y no lo había. Recordé la compasión
del Señor y su misericordia eterna, que libra a los que se acogen a él y los rescata de todo
mal. Desde la tierra levanté la voz y grité desde las puertas del abismo, invoqué al Señor:
«Tú eres mi padre, tú eres mi fuerte salvador, no me abandones en el peligro, a la hora
del espanto y turbación: alabaré siempre tu nombre y te llamaré en mi súplica.»
El Señor escuchó mi voz y prestó oído a mi súplica, me salvó de todo mal, me puso a
salvo del peligro. Por eso doy gracias, y alabo y bendigo el nombre del Señor.
R. Cantaré tu fama, Señor. * Porque has sido el refugio de mi vida.
V. Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría, Señor.
R. Porque has sido el refugio de mi vida.
De los sermones de san Pedro Damiani, obispo
(Sermón 3, Sobre san Jorge: PL 144, 567-571)
PROTEGIDO INEXPUGNABLEMENTE CON EL ESTANDARTE DE LA CRUZ
La festividad de hoy, queridos hermanos, duplica la alegría de la gloria pascual, y es
como una piedra preciosa que da un nuevo esplendor al oro en que se incrusta.
Jorge fue trasladado de una milicia a otra, pues dejó su cargo en el ejército,
cambiándolo por la profesión de la milicia cristiana y, con la valentía propia de un soldado;
repartió primero sus bienes entre los pobres, despreciando el fardo de los bienes del
mundo, y así, libre y dispuesto, se puso la coraza de la fe y, cuando el combate se hallaba
en todo su fragor, entró en él como un valeroso soldado de Cristo.
Esta actitud nos enseña claramente que no se puede pelear por la fe con firmeza y
decisión si no se han dejado primero los bienes terrenos.
San Jorge, encendido en fuego del Espíritu Santo y protegiéndose inexpugnablemente
con el estandarte de la cruz, peleó de tal modo con aquel rey inicuo, que, al vencer a este
delegado de Satanás, venció al príncipe de la iniquidad y dio ánimos a los soldados de
Cristo para combatir con valentía.
Junto al mártir estaba el Árbitro invisible y supremo que, según sus designios, permitía
a los impíos que le atormentaran. Si es verdad que entregaba su cuerpo en manos de los
verdugos, guardaba su alma bajo su constante protección, escondiéndola en el baluarte
inexpugnable de la fe.
Hermanos carísimos: no debemos limitarnos a admirar a este combatiente de la milicia
celeste, sino que debemos imitarle.
Que nuestro espíritu se eleve hacia el premio de la gloria celestial, de modo que,
centrado nuestro corazón en su contemplación, no nos dejemos doblegar, tanto si el
mundo seductor se burla de nosotros como si con sus amenazas quiere atemorizarnos.
Purifiquémonos, pues, de cualquier impureza de cuerpo o espíritu, siguiendo el
mandato de Pablo, para poder entrar al fin en ese templo de la bienaventuranza al que se
dirige ahora nuestra intención.
El que dentro de este templo que es la Iglesia quiere ofrecerse a Dios en sacrificio
necesita, una vez que haya sido purificado por el bautismo, revestirse luego de las
diversas virtudes, como está escrito: Que tus sacerdotes se vistan de justicia; en efecto,
quien renace en Cristo como hombre nuevo por el bautismo no debe volver a ponerse la
mortaja del hombre viejo, sino la vestidura del hombre nuevo, viviendo con una conducta
renovada.
Así es como, limpios de las manchas del antiguo pecado y resplandecientes por el brillo
de la nueva conducta, celebramos dignamente el misterio pascual e imitamos realmente el
ejemplo de los santos mártires.
R. Este santo combatió hasta la muerte por ser fiel al Señor, sin temer las amenazas de los
enemigos; * pues estaba cimentado sobre roca firme. Aleluya.
V. Él tuvo en menos la vida del mundo y llegó hasta el reino celestial.
R. Pues estaba cimentado sobre roca firme. Aleluya.
Se dice el Te Deum
Oremos:
Señor, alabamos tu poder y te rogamos que san Jorge, fiel imitador de la pasión de tu Hijo, sea para nosotros protector generoso en nuestra debilidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.