Oficio de Lectura - SAN SARBELIO (CHARBEL) MAKLLÜF, PRESBÍTERO 2024

Nació en Biqa Kafra (Líbano), el año 1828. Ingresó en el monasterio de los Maronitas del Líbano, donde recibió el nombre de Sarbelio y llegó a ser sacerdote. Deseoso de una soledad radical y de una perfección más elevada, dejó el cenobio de Annaias para marchar al desierto, donde sirvió a Dios con gran austeridad de vida, continuos ayunos y plegarias. Piadosamente durmió en el Señor el 24 de diciembre de 1898.

El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para SAN SARBELIO (CHARBEL) MAKLLÜF, PRESBÍTERO el día de mañana, miércoles, 24 de julio de 2024. Otras celebraciones del día: MIÉRCOLES XVI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO .

Invitatorio

Notas

  • Si el Oficio ha de ser rezado a solas, puede decirse la siguiente oración:

    Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
  • El Invitatorio se dice como introducción a todo el conjunto de la oración cotidiana; por ello se antepone o bien al Oficio de lectura o bien a las Laudes, según se comience el día por una u otra acción litúrgica.
  • Cuando se reza individualmente, basta con decir la antífona una sola vez al inicio del salmo. Por lo tanto, no es necesario repetirla al final de cada estrofa.

V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Antifona: Venid, adoremos a Cristo, Pastor supremo.

  • Salmo 94
  • Salmo 99
  • Salmo 66
  • Salmo 23

Invitación a la alabanza divina

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

(Se repite la antífona)

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

(Se repite la antífona)

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

(Se repite la antífona)

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

(Se repite la antífona)

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Alegría de los que entran en el templo

El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

(Se repite la antífona)

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

(Se repite la antífona)

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

(Se repite la antífona)

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Que todos los pueblos alaben al Señor

Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Entrada solemne de Dios en su templo

Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

(Se repite la antífona)

—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

(Se repite la antífona)

—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

(Se repite la antífona)

—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Oficio de Lectura

Notas

  • Si el Oficio de lectura se reza antes de Laudes, se empieza con el Invitatorio, como se indica al comienzo. Pero si antes se ha rezado ya alguna otra Hora del Oficio, se comienza con la invocación mostrada en este formulario.
  • Cuando el Oficio de lectura forma parte de la celebración de una vigilia dominical o festiva prolongada (Principios y normas generales de la Liturgia de las Horas, núm. 73), antes del himno Te Deum se dicen los cánticos correspondientes y se proclama el evangelio propio de la vigilia dominical o festiva, tal como se indica en Vigilias.
  • Además de los himnos que aparecen aquí, pueden usarse, sobre todo en las celebraciones con el pueblo, otros cantos oportunos y debidamente aprobados.
  • Si el Oficio de lectura se dice inmediatamente antes de otra Hora del Oficio, puede decirse como himno del Oficio de lectura el himno propio de esa otra Hora; luego, al final del Oficio de lectura, se omite la oración y la conclusión y se pasa directamente a la salmodia de la otra Hora, omitiendo su versículo introductorio y el Gloria al Padre, etc.
  • Cada día hay dos lecturas, la primera bíblica y la segunda hagiográfica, patrística o de escritores eclesiásticos.

Invocación

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

  • Himno 1

Pues busco, debo encontrar;
pues llamo, débenme abrir;
pues pido, me deben dar;
pues amo, débeme amar
aquel que me hizo vivir.
¿Calla? Un día me hablará.
¿Pasa? No lejos irá.
¿Me pone a prueba? Soy fiel.
¿Pasa? No lejos irá:
pues tiene alas mi alma, y va
volando detrás de él.
Es poderoso, mas no
podrá mi amor esquivar;
invisible se volvió,
mas ojos de lince yo
tengo y le habré de mirar.
Alma, sigue hasta el final
en pos del Bien de los bienes,
y consuélate en tu mal
pensando con fe total:
¿Le buscas? ¡Es que lo tienes! Amén.

Salmodia

Antífona 1: Quien quiera ser el primero que sea el ultimo de todos y el servidor de todos.

Salmo 20, 2-8. 14

ACCIÓN DE GRACIAS POR LA VICTORIA DEL REY

Señor, el rey se alegra por tu fuerza,
¡y cuánto goza con tu victoria!
Le has concedido el deseo de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios.
Te adelantaste a bendecirlo con el éxito,
y has puesto en su cabeza una corona de oro fino.
Te pidió vida, y se la has concedido,
años que se prolongan sin término.
Tu victoria ha engrandecido su fama,
lo has vestido de honor y majestad.
Le concedes bendiciones incesantes,
lo colmas de gozo en tu presencia;
porque el rey confía en el Señor,
y con la gracia del Altísimo no fracasará.
Levántate, Señor, con tu fuerza,
y al son de instrumentos cantaremos tu poder.

Antífona 2: Cuando aparezca el supremo Pastor, recibiréis la corona de gloria que no se marchita.

Salmo 91

ALABANZA DEL DIOS CREADOR

I

Es bueno dar gracias al Señor
y tocar para tu nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad,
con arpas de diez cuerdas y laúdes,
sobre arpegios de cítaras.
Tus acciones, Señor, son mi alegría,
y mi júbilo, las obras de tus manos.
¡Qué magníficas son tus obras, Señor,
qué profundos tus designios!
El ignorante no los entiende
ni el necio se da cuenta.
Aunque germinen como hierba los malvados
y florezcan los malhechores,
serán destruidos para siempre.
Tú, en cambio, Señor,
eres excelso por los siglos.

Antífona 3: Siervo bueno y fiel, pasa al banquete de tu Señor.

II

Porque tus enemigos, Señor, perecerán,
los malhechores serán dispersados;
pero a mí me das la fuerza de un búfalo
y me unges con aceite nuevo.
Mis ojos despreciarán a mis enemigos,
mis oídos escucharán su derrota.
El justo crecerá como una palmera,
se alzará como un cedro del Líbano:
plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de nuestro Dios;
en la vejez seguirá dando fruto
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es justo,
que en mi Roca no existe la maldad.

Versículo

V. Oirás de mi boca una palabra.
R. Y les advertirás de mi parte.

Lecturas

Primera Lectura

De la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 2, 1-13. 19-20

RECORDAD NUESTROS ESFUERZOS Y FATIGAS

Sabéis muy bien, hermanos, que vuestra visita no fue inútil.
A pesar de los sufrimientos e injurias padecidos en Filipos, que ya conocéis, tuvimos
valor –apoyados en nuestro Dios– para predicaros el Evangelio de Dios en medio de fuerte
oposición. Nuestra exhortación no procedía de error o de motivos turbios, ni usaba
engaños, sino que Dios nos ha aprobado y nos ha confiado el Evangelio, y así lo
predicamos no para contentar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestras
intenciones.
Como bien sabéis, nunca hemos tenido palabras de adulación ni codicia disimulada.
Dios es testigo. No pretendimos honor de los hombres, ni de vosotros, ni de los demás,
aunque, como apóstoles de Cristo, podíamos haberos hablado autoritariamente; por el
contrario, os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos
tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras
propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor. Recordad si no, hermanos,
nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para no serle gravoso a nadie,
proclamamos entre vosotros el Evangelio de Dios.
Vosotros sois testigos, y Dios también, de lo leal, recto e irreprochable que fue nuestro
proceder con vosotros, los creyentes; sabéis perfectamente que tratamos con cada uno de
vosotros personalmente, como un padre, con sus hijos, animándoos con tono suave y
enérgico a vivir como se merece Dios, que os ha llamado a su reino y gloria.
Esa es la razón por la que no cesamos de dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra
de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en
verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en nosotros, los creyentes.
Al fin y al cabo, ¿quién sino vosotros será nuestra esperanza, nuestra alegría y nuestra
honrosa corona ante nuestro Señor Jesús cuando venga? Sí, nuestra gloria y alegría sois
vosotros.

Cf. Hch 20, 28; 1 Co 4, 2

R. Tened cuidado del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, * como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su Hijo.
V. En un administrador lo que se busca es que sea fiel.
R. Como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su Hijo.

Segunda Lectura

De las cartas de san Ammonas, eremita
(Ep 12: PO 10/6, 1973, 603-607)

LOS QUE ESTÁN CERCA DE DIOS HAN SIDO CONSTITUIDOS MÉDICOS DE ALMAS

Amadísimos en el Señor, sabéis que, tras la desobediencia del mandato
divino, el alma no puede conocer a Dios a no ser que se aparte de los hombres
y de todos los afanes. Entonces verá con cuánta energía le hace frente su
adversario. Pero una vez visto el adversario que lucha con él y vencido el que a
veces choca contra él, Dios habita en el alma, y de la tristeza pasa al gozo y al
júbilo. Pero si es vencida en la batalla, le sobreviene la tristeza, la tibieza unida
a otras muchas cosas y las molestias de todo tipo.
Por ello, los Padres vivían en el desierto de manera solitaria, como Elías el
Tesbita y Juan. No penséis que éstos fueron justos entre los hombres por el
hecho de que entre ellos pusieron en práctica la justicia, sino porque
estuvieron en gran silencio y, por ello, recibieron las virtudes de Dios hasta el
punto de habitar en ellos. Sólo entonces Dios los envió entre los hombres
después de haber conseguido todas las virtudes para ser dispensadores de
Dios y curar las enfermedades de aquéllos. Eran, en efecto, médicos de almas,
que podían curar la enfermedad de éstas. Por eso, arrancados del silencio
fueron enviados a los hombres, pero sólo fueron enviados cuando habían sido
sanadas todas sus enfermedades. No es posible que un alma sea enviada para
edificar a los hombres mientras tenga algunas imperfecciones. Quienes salen
antes de haber conseguido la perfección, van por decisión propia, no por
voluntad de Dios. A propósito de éstos dice Dios vituperándolos: “Yo no los
envié, pero ellos corrían”. Como no pueden guardar su propia alma, mucho
menos pueden edificar las almas de los demás.
Quienes son enviados por Dios, no se alejan voluntariamente del silencio.
Saben que adquirieron la virtud divina en el silencio. Pero como no son
desobedientes al Creador, salen para edificar espiritualmente, imitando al
mismo Dios, tal como el Padre envió desde el cielo a su Hijo verdadero para
sanar todas las enfermedades y debilidades de los hombres. Está escrito: “Él
soportó nuestros dolores y llevó nuestras enfermedades”. Por eso todos los
santos que han ido hasta los hombres para sanarlos imitan al Creador en todas
las cosas para hacerse dignos, al menos, de la adopción de hijos de Dios y vivir
también por los siglos de los siglos con el Padre y el Hijo. Amadísimos, os he
mostrado la virtud del silencio, cómo lo sana todo y cómo es agradable a Dios.
Por ello os he escrito para que os mostréis fuertes en el asunto al que os
dedicáis y sepáis que todos los santos progresaron por el poder del silencio,
habitó en ellos la virtud divina, les enseñó los misterios celestes y con su
gracia destruyeron la vetustez de este mundo. El que os ha escrito esto llegó a
esta altura por el poder del silencio.
Pero, en estos tiempos, hay muchos anacoretas que no son capaces de
perseverar en el silencio porque son incapaces de vencer su propia voluntad.
Por ello viven asiduamente entre los hombres, incapaces de despreciarse a sí
mismos, de rehuir las costumbres del mundo y de esforzarse en el combate.
De ahí que, abandonado el silencio, se queden con sus allegados para
consolarse el resto de su vida. No son considerados dignos de la suavidad
divina ni de que en ellos habite la virtud divina. Cuando aparece ante ellos la
virtud, los encuentra buscando consuelo en el tabernáculo de este mundo y en
las pasiones del alma y del cuerpo y, por tanto, no puede descender sobre
ellos; más aún, el amor al dinero, la vanagloria de los hombres, todas las
enfermedades del alma y los afanes impiden que la virtud divina descienda
sobre ellos.
Pero vosotros os mostráis fuertes en el asunto al que os dedicáis. Quienes se
alejan del silencio, no pueden superar sus propias pasiones ni pueden luchar
contra su adversario, porque son esclavos de sus pasiones; pero vosotros
vencéis también las pasiones y ojalá la virtud divina esté con vosotros.

Flp 3, 8. 10; Rm 6, 8

R. Todo lo he considerado basura con tal de ganar a Cristo. * Para conocerlo a Él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos.
V. Si hemos muerto con Cristo, creemos que igualmente viviremos con Cristo.
R. Para conocerlo a Él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos.

Oración

Oremos:

Oh Dios, que llamaste a san Sarbelio, presbítero, al singular combate del desierto, y le enriqueciste de todo género de piedad, te rogamos que, habiendo imitado la pasión del Señor, merezcamos participar de su reino. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.

Conclusión

Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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