Nació en Londres el año 1118; fue clérigo de Cantorbery y canciller del reino, y fue elegido obispo el año 1162. Defendió valientemente los derechos de la Iglesia contra el rey Enrique II, lo cual le valió el destierro a Francia durante seis años. Vuelto a la patria, hubo de sufrir todavía numerosas dificultades, hasta que los esbirros del rey lo asesinaron el año 1170.
El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para Santo Tomás Becket, obispo y mártir el día de mañana, lunes, 29 de diciembre de 2025. Otras celebraciones del día: 29 de diciembre .
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Ver a Dios en la criatura,
ver a Dios hecho mortal
y ver en humano portal
la celestial hermosura.
¡Gran merced y gran ventura
a quien verlo mereció!
¡Quién lo viera y fuera yo!
Ver llorar a la alegría,
ver tan pobre a la riqueza,
ver tan baja a la grandeza
y ver que Dios lo quería.
¡Gran merced fue en aquel día
la que el hombre recibió!
¡Quién lo viera y fuera yo!
Poner paz en tanta guerra,
calor donde hay tanto frío,
ser de todos lo que es mío,
plantar un cielo en la tierra.
¡Qué misión de escalofrío
la que Dios nos confió!
¡Quién lo hiciera y fuera yo. Amén.
Pléyade santa y noble de mártires insignes,
testigos inmortales del Cristo victimado;
dichosos, pues sufristeis la cruz de vuestro Amado
Señor, que a su dolor vuestro dolor ha unido.
Bebisteis por su amor el cáliz de la sangre,
dichosos cirineos, camino del Calvario,
seguisteis, no dejasteis a Jesús solitario,
llevasteis vuestra cruz junto a su cruz unida.
Rebosa ya el rosal de rosas escarlatas,
y la luz del sol tiñe de rojo el alto cielo,
la muerte estupefacta contempla vuestro vuelo,
enjambre de profetas y justos perseguidos.
Vuestro valor intrépido deshaga cobardías
de cuantos en la vida persigue la injusticia;
siguiendo vuestras huellas, hagamos la milicia,
sirviendo con amor la paz de Jesucristo. Amén.
Testigos de amor
de Cristo Señor,
mártires santos.
Rosales en flor
de Cristo el olor,
mártires santos.
Palabras en luz
de Cristo Jesús,
mártires santos.
Corona inmortal
de Cristo total,
mártires santos. Amén.
Antífona 1: Todos os odiarán por mi nombre; pero el que persevere hasta el fin se salvará.
Salmo 2
¿POR QUÉ SE AMOTINAN LAS NACIONES?
¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?
Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
"rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo".
El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
"yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo".
Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho:
"Tú eres mi hijo:
yo te he engendrado hoy.
Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
en posesión, los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza".
Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad, los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de pronto su ira.
¡Dichosos los que se refugian en él!
Antífona 2: Los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá.
Salmo 10
EL SEÑOR ESPERANZA DEL JUSTO
Al Señor me acojo, ¿por qué me decís:
"escapa como un pájaro al monte,
porque los malvados tensan el arco,
ajustan las saetas a la cuerda,
para disparar en la sombra contra los buenos?
Cuando fallan los cimientos,
¿qué podrá hacer el justo?"
Pero el Señor está en su templo santo,
el Señor tiene su trono en el cielo,
sus ojos están observando,
sus pupilas examinan a los hombres.
El Señor examina a inocentes y culpables,
y al que ama la violencia Él lo odia.
Hará llover sobre los malvados ascuas y azufre,
les tocará en suerte un viento huracanado.
Porque el Señor es justo y ama la justicia:
los buenos verán su rostro.
Antífona 3: El Señor probó a los elegidos como oro en el crisol y los recibió como sacrificio de holocausto para siempre.
Salmo 16
DIOS, ESPERANZA DEL INOCENTE PERSEGUIDO
Señor, escucha mi apelación
atiende a mis clamores,
presta oído a mi súplica,
que en mis labios no hay engaño:
emane de ti la sentencia,
miren tus ojos la rectitud.
Aunque sondees mi corazón,
visitándolo de noche,
aunque me pruebes al fuego,
no encontrarás malicia en mí.
Mi boca no ha faltado
como suelen los hombres;
según tus mandatos, yo me he mantenido
en la senda establecida.
Mis pies estuvieron firmes en tus caminos,
y no vacilaron mis pasos.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;
inclina el oído y escucha mis palabras.
Muestra las maravillas de tu misericordia,
tú que salvas de los adversarios
a quien se refugia a tu derecha.
Guárdame como a las niñas de tus ojos,
a la sombra de tus alas escóndeme
de los malvados que me asaltan,
del enemigo mortal que me cerca.
Han cerrado sus entrañas
y hablan con boca arrogante;
ya me rodean sus pasos,
se hacen guiños para derribarme,
como un león ávido de presa,
como un cachorro agazapado en su escondrijo.
Levántate, Señor, hazle frente, doblégalo,
que tu espada me libre del malvado,
y tu mano, Señor, de los mortales;
mortales de este mundo:
sea su lote esta vida;
de tu despensa les llenarás el vientre,
se saciarán sus hijos
y dejarán a sus pequeños lo que sobra.
Pero yo con mi apelación vengo a tu presencia,
y al despertar me saciaré de tu semblante.
V. Me asaltaban angustias y aprietos.
R. Tus mandatos son mi delicia.
Del libro del Eclesiástico 51, 1-12
ACCIÓN DE GRACIAS A DIOS, QUE LIBRA A LOS SUYOS DE LA TRIBULACIÓN
Te alabo, mi Dios y salvador, te doy gracias, Dios de mi padre.
Contaré tu fama, refugio de mi vida, porque me has salvado de la muerte, detuviste mi
cuerpo ante la fosa, libraste mis pies de las garras del abismo, me salvaste del látigo de la
lengua calumniosa y de los labios que se pervierten con la mentira, estuviste conmigo
frente a mis rivales. Me auxiliaste con tu gran misericordia; del lazo de los que acechan mi
traspié, del poder de los que me persiguen a muerte; me salvaste de múltiples peligros:
del cerco apretado de las llamas, del incendio de un fuego que no ardía, del vientre de un
océano sin agua, de labios mentirosos e insinceros, de las flechas de una lengua traidora.
Cuando estaba ya para morir y casi en lo profundo del abismo, me volvía a todas
partes, y nadie me auxiliaba, buscaba un protector, y no lo había. Recordé la compasión
del Señor y su misericordia eterna, que libra a los que se acogen a él y los rescata de todo
mal. Desde la tierra levanté la voz y grité desde las puertas del abismo, invoqué al Señor:
«Tú eres mi padre, tú eres mi fuerte salvador, no me abandones en el peligro, a la hora
del espanto y turbación: alabaré siempre tu nombre y te llamaré en mi súplica.»
El Señor escuchó mi voz y prestó oído a mi súplica, me salvó de todo mal, me puso a
salvo del peligro. Por eso doy gracias, y alabo y bendigo el nombre del Señor.
R. Cantaré tu fama, Señor. * Porque has sido el refugio de mi vida.
V. Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría, Señor.
R. Porque has sido el refugio de mi vida.
De las cartas de santo Tomás Becket, obispo y mártir
(Carta 74: PL 190, 533-536)
NADIE RECIBE EL PREMIO SI NO COMPITE CONFORME AL REGLAMENTO
Si nos preocupamos por ser lo que decimos ser y queremos conocer la significación de
nuestro nombre —nos designan obispos y pontífices—, es necesario que consideremos e
imitemos con gran solicitud las huellas de aquel que, constituido por Dios Sumo Sacerdote
eterno, se ofreció por nosotros al Padre en el ara de la cruz. Él es el que, desde lo más
alto de los cielos, observa atentamente todas las acciones y sus correspondientes
intenciones para dar a cada uno según sus obras.
Nosotros hacemos su vez en la tierra, hemos conseguido la gloria del nombre y el
honor de la dignidad, y poseemos temporalmente el fruto de los trabajos espirituales;
sucedemos a los apóstoles y a los varones apostólicos en la más alta responsabilidad de
las Iglesias, para que, por medio de nuestro ministerio, sea destruido el imperio del
pecado y de la muerte, y el edificio de Cristo, ensamblado por la fe y el progreso de las
virtudes, se levante hasta formar un templo consagrado al Señor.
Ciertamente que es grande el número de los obispos. En la consagración prometimos
ser solícitos en el deber de enseñar, de gobernar y de ser más diligentes en el
cumplimiento de nuestra obligación, y así lo profesamos cada día con nuestra boca; pero,
¡ojalá que la fe prometida se desarrolle por el testimonio de las obras! La mies es
abundante y, para recogerla y almacenarla en el granero del Señor, no sería suficiente ni
uno ni pocos obispos.
¿Quién se atreve a dudar de que la Iglesia de Roma es la cabeza de todas las Iglesias y
la fuente de la doctrina católica? ¿Quién ignora que las llaves del reino de los cielos fueron
entregadas a Pedro? ¿Acaso no se edifica toda la Iglesia sobre la fe y la doctrina de Pedro,
hasta que lleguemos todos al hombre perfecto en la unidad en la fe y en el conocimiento
del Hijo de Dios?
Es necesario, sin duda, que sean muchos los que planten, muchos los que rieguen,
pues lo exige el avance de la predicación y el crecimiento de los pueblos. El mismo pueblo
del antiguo Testamento, que tenía un solo altar necesitaba de muchos servidores; ahora,
cuando han llegado los gentiles, a quienes no sería suficiente para sus inmolaciones toda
la leña del Líbano y para sus holocaustos no sólo los animales del Líbano, sino, incluso, los
de toda Judea, será mucho más necesario la pluralidad de ministros.
Sea quien fuere el que planta y el que riega, Dios no da crecimiento sino a aquel que
planta y riega sobre la fe de Pedro y sigue su doctrina.
Pedro es quien ha de pronunciarse sobre las causas más graves, que deben ser
examinadas por el pontífice romano, y por los magistrados de la santa madre Iglesia que
él designa, ya que, en cuanto participan de su solicitud, ejercen la potestad que se les
confía.
Recordad, finalmente, cómo se salvaron nuestros padres, cómo y en medio de cuántas
tribulaciones fue creciendo la Iglesia; de qué tempestades salió incólume la nave de
Pedro, que tiene a Cristo como timonel; cómo nuestros antepasados recibieron su
galardón y cómo su fe se manifestó más brillante en medio de la tribulación.
Éste fue el destino de todos los santos, para que se cumpla aquello de que nadie recibe
el premio si no compite conforme al reglamento.
R. El Señor te coronó con la corona de justicia: * te vistió con un vestido de gloria; en ti
habita Dios, el Santo de Israel.
V. Has combatido bien tu combate, has corrido hasta la meta; ahora te aguarda la corona
merecida.
R. El Señor te vistió con un vestido de gloria; en ti habita Dios, el Santo de Israel.
Se dice el Te Deum
Oremos:
Señor, tú que concediste a tu santo obispo y mártir Tomás Becket una gran fortaleza de ánimo para que sacrificara su vida por defender la justicia y, la libertad de la Iglesia, concédenos, por su intercesión, estar dispuestos a entregar nuestra vida por Cristo en este mundo, para que podamos volver a encontrarla para siempre en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.