Oficio de Lectura - SAN FERNANDO 2024

Fernando III el Santo nació el año 1198 en el reino leonés, probablemente cerca de Valparaíso (Zamora) y murió en Sevilla el 30 de mayo de 1252. Hijo de Alfonso IX de León y de Berenguela, reina de Castilla, unió definitivamente las coronas de ambos reinos. Iniciado el proceso de canonización y probado el culto inmemorial, fue elevado a la gloria de los altares el 4 de febrero de 1671. Es patrono de varias instituciones españolas. También los cautivos, desvalidos y gobernantes le invocan como su especial protector.

El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para SAN FERNANDO el día de mañana, jueves, 30 de mayo de 2024. Otras celebraciones del día: JUEVES VIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO , SAN FERNANDO .

Invitatorio

Notas

  • Si el Oficio ha de ser rezado a solas, puede decirse la siguiente oración:

    Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
  • El Invitatorio se dice como introducción a todo el conjunto de la oración cotidiana; por ello se antepone o bien al Oficio de lectura o bien a las Laudes, según se comience el día por una u otra acción litúrgica.
  • Cuando se reza individualmente, basta con decir la antífona una sola vez al inicio del salmo. Por lo tanto, no es necesario repetirla al final de cada estrofa.

V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Antifona: Venid, adoremos al Señor, aclamemos al Dios admirable en sus santos.

  • Salmo 94
  • Salmo 99
  • Salmo 66
  • Salmo 23

Invitación a la alabanza divina

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

(Se repite la antífona)

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

(Se repite la antífona)

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

(Se repite la antífona)

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

(Se repite la antífona)

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Alegría de los que entran en el templo

El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

(Se repite la antífona)

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

(Se repite la antífona)

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

(Se repite la antífona)

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Que todos los pueblos alaben al Señor

Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Entrada solemne de Dios en su templo

Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

(Se repite la antífona)

—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

(Se repite la antífona)

—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

(Se repite la antífona)

—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Oficio de Lectura

Notas

  • Si el Oficio de lectura se reza antes de Laudes, se empieza con el Invitatorio, como se indica al comienzo. Pero si antes se ha rezado ya alguna otra Hora del Oficio, se comienza con la invocación mostrada en este formulario.
  • Cuando el Oficio de lectura forma parte de la celebración de una vigilia dominical o festiva prolongada (Principios y normas generales de la Liturgia de las Horas, núm. 73), antes del himno Te Deum se dicen los cánticos correspondientes y se proclama el evangelio propio de la vigilia dominical o festiva, tal como se indica en Vigilias.
  • Además de los himnos que aparecen aquí, pueden usarse, sobre todo en las celebraciones con el pueblo, otros cantos oportunos y debidamente aprobados.
  • Si el Oficio de lectura se dice inmediatamente antes de otra Hora del Oficio, puede decirse como himno del Oficio de lectura el himno propio de esa otra Hora; luego, al final del Oficio de lectura, se omite la oración y la conclusión y se pasa directamente a la salmodia de la otra Hora, omitiendo su versículo introductorio y el Gloria al Padre, etc.
  • Cada día hay dos lecturas, la primera bíblica y la segunda hagiográfica, patrística o de escritores eclesiásticos.

Invocación

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

  • Himno 1

Señor, ¿a quién iremos,
si tú eres la Palabra?
A la voz de tu aliento
se estremeció la nada;
la hermosura brilló
y amaneció la gracia.
Señor, ¿a quién iremos,
si tu voz nos habla?
Nos hablas en las voces
de tu voz semejanza:
en los goces pequeños
y en las angustias largas.
Señor, ¿a quién iremos,
si tú eres la Palabra?
En los silencios íntimos
donde se siente el alma,
tu clara voz creadora
despierta la nostalgia.
¿A quién iremos, Verbo,
entre tantas palabras?
Al golpe de la vida,
perdemos la esperanza;
hemos roto el camino
y el roce de tu planta.
¿A dónde iremos, dinos,
Señor, si no nos hablas?
¡Verbo del Padre, Verbo
de todas las mañanas,
de las tardes serenas,
de las noches cansadas!
¿A dónde iremos, Verbo,
si tú eres la Palabra? Amén.

Salmodia

Antífona 1: Te pidió vida y se la has concedido, Señor; lo has vestido de honor y majestad.

Salmo 20, 2-8. 14

ACCIÓN DE GRACIAS POR LA VICTORIA DEL REY

Señor, el rey se alegra por tu fuerza,
¡y cuánto goza con tu victoria!
Le has concedido el deseo de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios.
Te adelantaste a bendecirlo con el éxito,
y has puesto en su cabeza una corona de oro fino.
Te pidió vida, y se la has concedido,
años que se prolongan sin término.
Tu victoria ha engrandecido su fama,
lo has vestido de honor y majestad.
Le concedes bendiciones incesantes,
lo colmas de gozo en tu presencia;
porque el rey confía en el Señor,
y con la gracia del Altísimo no fracasará.
Levántate, Señor, con tu fuerza,
y al son de instrumentos cantaremos tu poder.

Antífona 2: La senda del justo brilla como la aurora, se va esclareciendo hasta que es de día.

Salmo 91

ALABANZA DEL DIOS CREADOR

I

Es bueno dar gracias al Señor
y tocar para tu nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad,
con arpas de diez cuerdas y laúdes,
sobre arpegios de cítaras.
Tus acciones, Señor, son mi alegría,
y mi júbilo, las obras de tus manos.
¡Qué magníficas son tus obras, Señor,
qué profundos tus designios!
El ignorante no los entiende
ni el necio se da cuenta.
Aunque germinen como hierba los malvados
y florezcan los malhechores,
serán destruidos para siempre.
Tú, en cambio, Señor,
eres excelso por los siglos.

Antífona 3: El justo crecerá como palmera, se alzará como cedro del Líbano.

II

Porque tus enemigos, Señor, perecerán,
los malhechores serán dispersados;
pero a mí me das la fuerza de un búfalo
y me unges con aceite nuevo.
Mis ojos despreciarán a mis enemigos,
mis oídos escucharán su derrota.
El justo crecerá como una palmera,
se alzará como un cedro del Líbano:
plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de nuestro Dios;
en la vejez seguirá dando fruto
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es justo,
que en mi Roca no existe la maldad.

Versículo

V. El Señor condujo al justo por sendas llanas.
R. Le mostró el reino de Dios.

Lecturas

Primera Lectura

Del libro de la Sabiduría 5, 1-15

LOS JUSTOS, VERDADEROS HIJOS DE DIOS

El justo estará en pie sin temor delante de los que lo afligieron y despreciaron sus
trabajos. Al verlo, se estremecerán de pavor, atónitos ante la salvación imprevista; dirán
entre sí, arrepentidos, entre sollozos de angustia:
«Éste es aquel de quien un día nos reíamos con coplas injuriosas, nosotros, insensatos,
su vida nos parecía una locura, y su muerte una deshonra. ¿Cómo ahora lo cuentan entre
los hijos de Dios y comparte la herencia con los santos?
Sí, nosotros nos salimos del camino de la verdad, no nos iluminaba la luz de la justicia,
para nosotros no salía el sol; nos enredamos en los matorrales de la maldad y la perdición,
recorrimos desiertos intransitables, sin reconocer el camino del Señor.
¿De qué nos ha servido nuestro orgullo? ¿Qué hemos sacado presumiendo de ricos?
Todo aquello pasó como una sombra, como un correo veloz; como nave que surca las
undosas aguas, sin que quede rastro de su travesía ni estela de su quilla en las olas; o
como pájaro que vuela por el aire sin dejar vestigio de su paso; con su aleteo azota el aire
leve, lo rasga con un chillido agudo, se abre camino agitando las alas, y luego no queda
señal de su ruta; o como flecha disparada al blanco: cicatriza al momento el aire hendido
y no se sabe ya su trayectoria.
Igual nosotros: nacimos y nos eclipsamos, no dejamos ni una señal de virtud, nos
malgastamos en nuestra maldad.»
Sí, la esperanza del impío es como tamo que arrebata el viento, como escarcha menuda
que el vendaval arrastra; se disipa como humo al viento, pasa como el recuerdo del
huésped de una noche. Los justos, en cambio, viven eternamente, reciben de Dios su
recompensa, el Altísimo cuida de ellos.

1 Jn 3, 7. 8. 10

R. Que nadie os engañe. Quien obra la justicia es justo. * Quien comete el pecado es del diablo, pues el diablo peca desde el principio.
V. En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo.
R. Quien comete el pecado es del diablo, pues el diablo peca desde el principio.

Segunda Lectura

Elogio de san Fernando

EL PODER TEMPORAL PUESTO AL SERVICIO DE DIOS Y DE LA IGLESIA

Fernando tercero, además de conquistador victorioso, fue gobernante
modelo. Fomentó la restauración religiosa de España, en estrecha unión con el
papa y con la jerarquía eclesiástica española. Con celo incansable promovió la
organización de las sedes de Baeza, Jaén, Córdoba, Sevilla, Badajoz y Mérida.
El aspecto más conocido y sobresaliente de su reinado es la Reconquista, que
quedó virtualmente terminada en su tiempo. Protector de las ciencias y de las
artes, la universidad de Salamanca le debe el comienzo de su florecimiento, y
las catedrales de Burgos y Toledo lo proclaman mecenas de los artistas
cristianos.
En medio de las glorias del mundo, fue piadoso, generoso con los vencidos,
humilde hasta penitenciarse en público, mortificado con cilicios; dado a la
oración.
A la vida y a la acción de san Fernando podrían aplicarse perfectamente
aquellas palabras de san Agustín en su carta a Donato, procónsul de África:
«¡Ojalá no se encontrara la Iglesia agitada por tan grandes aflicciones que
tenga necesidad del auxilio de poder alguno temporal! Y puesto que eres tú el
que socorres a la madre Iglesia, favoreciendo a sus sincerísimos hijos, ¿quién
no verá que hemos recibido del cielo un no pequeño alivio en estas aflicciones,
cuando un tal varón como tú, amantísimo del nombre de Cristo, ha ascendido
a la dignidad real?»

Cf. Jb 7, 1; cf. 2 Co 10, 4

R. No empleamos en nuestro combate armas carnales. * En el nombre de Dios
somos capaces de arrasar fortalezas.
V. Milicia es la vida del hombre sobre la tierra.
R. En el nombre de Dios somos capaces de arrasar fortalezas.

Oración

Oremos:

Oh Dios, que elegiste al rey san Fernando como defensor de tu Iglesia en la tierra, escucha las súplicas de tu pueblo que te pide tenerlo como protector en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.

Conclusión

Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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