El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR el día de mañana, martes, 6 de agosto de 2024. Otras celebraciones del día: MARTES XVIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO .
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: A Cristo, el rey supremo de la gloria, venid, adorémosle.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
¡Espada de dos filos
es, Señor, tu palabra!
Penetra como fuego
y divide la entraña.
¡Nada como tu voz,
es terrible tu espada!
¡Nada como tu aliento,
es dulce tu palabra!
Tenemos que vivir
encendida la lámpara,
que para virgen necia
no es posible la entrada.
No basta con gritar
sólo palabras vanas,
ni tocar a la puerta
cuando ya está cerrada.
Espada de dos filos
que me cercena el alma,
que hiere a sangre y fuego
esta carne mimada,
que mata los ardores
para encender la gracia.
Vivir de tus incendios,
luchar por tus batallas,
dejar por los caminos
rumor de tus sandalias.
¡Espada de dos filos
es, Señor, tu palabra! Amén.
Antífona 1: Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa.
Salmo 83
¡Qué deseables son tus moradas,
Señor de los ejércitos!
Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo.
Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor de los ejércitos,
Rey mío y Dios mío.
Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Dichosos los que encuentran en ti su fuerza
al preparar su peregrinación.
Cuando atraviesan áridos valles,
los convierten en oasis,
como si la lluvia temprana
los cubriera de bendiciones;
caminan de baluarte en baluarte
hasta ver a Dios en Sión.
Señor de los ejércitos, escucha mi súplica;
atiéndeme, Dios de Jacob.
Fíjate, oh Dios, en nuestro Escudo,
mira el rostro de tu Ungido.
Vale más un día en tus atrios
que mil en mi casa,
y prefiero el umbral de la casa de Dios
a vivir con los malvados.
Porque el Señor es sol y escudo,
él da la gracia y la gloria;
el Señor no niega sus bienes
a los de conducta intachable.
¡Señor de los ejércitos, dichoso el hombre
que confía en ti!
Antífona 2: Amanece la luz para el justo, y la alegría para los rectos de corazón. Aleluya.
Salmo 96
El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodea,
justicia y derecho sostienen su trono.
Delante de él avanza el fuego,
abrasando en torno a los enemigos;
sus relámpagos deslumbran el orbe,
y, viéndolos, la tierra se estremece.
Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.
Los que adoran estatuas se sonrojan,
los que ponen su orgullo en los ídolos;
ante él se postran todos los dioses.
Lo oye Sión, y se alegra,
se regocijan las ciudades de Judá
por tus sentencias, Señor;
porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses.
El Señor ama al que aborrece el mal,
protege la vida de sus fieles
y los libra de los malvados.
Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre.
Antífona 3: Ensalzad al Señor, Dios nuestro; postraos ante su monte santo.
Salmo 98
SANTO ES EL SEÑOR, NUESTRO DIOS
El Señor reina, tiemblen las naciones;
sentado sobre querubines, vacile la tierra.
El Señor es grande en Sión,
encumbrado sobre todos los pueblos.
Reconozcan tu nombre, grande y terrible:
él es santo.
Reinas con poder y amas la justicia,
tú has establecido la rectitud;
tú administras la justicia y el derecho,
tú actúas en Jacob.
Ensalzad al Señor, Dios nuestro,
postraos ante el estrado de sus pies:
él es santo.
Moisés y Aarón con sus sacerdotes,
Samuel con los que invocan su nombre,
invocaban al Señor, y él respondía.
Dios les hablaba desde la columna de nube;
oyeron sus mandatos y la ley que les dio.
Señor, Dios nuestro, tú les respondías,
tú eras para ellos un Dios de perdón,
y un Dios vengador de sus maldades.
Ensalzad al Señor, Dios nuestro,
postraos ante su monte santo:
santo es el Señor, nuestro Dios.
V. Dios les hablaba desde la columna de nube.
R. Oyeron sus mandatos.
De la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 3, 7-4, 6
GLORIA DIFUNDIDA POR CRISTO EN LA NUEVA ALIANZA
Hermanos: Si el régimen de la ley que mata, que fue grabada con letras en
piedra, fue glorioso, y de tal modo que ni podían fijar la vista los israelitas en
el rostro de Moisés por la gloria de su rostro, que era pasajera, ¿cuánto más
glorioso no será el régimen del espíritu? Efectivamente, si hubo gloria en el
régimen que lleva a la condenación, con mayor razón hay profusión de gloria
en el régimen que conduce a la justificación. Y, en verdad, lo que en aquel caso
fue gloria, no es tal en comparación con ésta, tan eminente y radiante. Pues si
lo perecedero fue como un rayo de gloria, con más razón será glorioso lo
imperecedero.
Estando, pues, en posesión de una esperanza tan grande, procedemos con
toda decisión y seguridad, y no como Moisés, que ponía un velo sobre su
rostro, para que no se fijasen los hijos de Israel en su resplandor, que era
perecedero. Y sus entendimientos quedaron embotados, pues, en efecto, hasta
el día de hoy perdura ese mismo velo en la lectura de la antigua alianza. El
velo no se ha descorrido, pues sólo con Cristo queda removido. Y así, hasta el
día de hoy, siempre que leen a Moisés, persiste un velo tendido sobre sus
corazones. Mas cuando se vuelvan al Señor, será descorrido el velo. El Señor
es espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, ahí está la libertad. Y todos
nosotros, reflejando como en un espejo en nuestro rostro descubierto la gloria
del Señor, nos vamos transformando en su propia imagen, hacia una gloria
cada vez mayor, por la acción del Señor, que es espíritu.
Por eso, investidos, por la misericordia de Dios, de este ministerio, no
sentimos desfallecimiento, antes bien, renunciamos a todo encubrimiento
vergonzoso del Evangelio; procedemos sin astucia y sin adulterar la palabra de
Dios y, dando a conocer la verdad, nos encomendamos al juicio de toda
humana conciencia en la presencia de Dios. Si, con todo, nuestro Evangelio
queda cubierto como por un velo, queda así encubierto sólo para los que van
camino de perdición, para aquellos cuyos entendimientos incrédulos cegó el
dios del mundo presente, para que no vean brillar la luz del mensaje
evangélico sobre la gloria de Cristo, que es imagen de Dios.
No nos predicamos a nosotros mismos, sino que predicamos a Cristo Jesús
como Señor; nosotros nos presentamos como siervos vuestros por Jesús. El
mismo Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas», ha hecho brillar la
luz en nuestros corazones, para que demos a conocer la gloria de Dios que
resplandece en el rostro de Cristo.
R. Mirad qué amor nos ha tenido el Padre * para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!
V. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
R. Para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!
Del sermón de Anastasio Sinaíta, obispo, en el día de la Transfiguración del Señor
(Núms. 6-10: Mélanges d'archéologie et d'histoire 67 (1955), 241-244)
¡QUÉ BIEN SE ESTÁ AQUÍ!
El misterio que hoy celebramos lo manifestó Jesús a sus discípulos en el
monte Tabor. En efecto, después de haberles hablado, mientras iba con ellos,
acerca del reino y de su segunda venida gloriosa, teniendo en cuenta que
quizá no estaban muy convencidos de lo que les había anunciado acerca del
reino, y deseando infundir en sus corazones una firmísima e íntima convicción,
de modo que por lo presente creyeran en lo futuro, realizó ante sus ojos
aquella admirable manifestación, en el monte Tabor, como una imagen
prefigurativa del reino de los cielos. Era como si les dijese: "El tiempo que ha
de transcurrir antes de que se realicen mis predicciones no ha de ser motivo
de que vuestra fe se debilite, y, por esto, ahora mismo, en el tiempo presente,
os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar
al Hijo del hombre con la gloria de su Padre."
Y el evangelista, para mostrar que el poder de Cristo estaba en armonía con
su voluntad, añade: Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago
y a su hermano Juan, y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró
delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se
volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando
con él.
Éstas son las maravillas de la presente solemnidad, éste es el misterio,
saludable para nosotros, que ahora se ha cumplido en la montaña, ya que
ahora nos reúne la muerte y, al mismo tiempo, la festividad de Cristo. Por esto,
para que podamos penetrar, junto con los elegidos entre los discípulos
inspirados por Dios, el sentido profundo de estos inefables y sagrados
misterios, escuchemos la voz divina y sagrada que nos llama con insistencia
desde lo alto, desde la cumbre de la montaña.
Debemos apresurarnos a ir hacia allí —así me atrevo a decirlo— como Jesús,
que allí en el cielo es nuestro guía y precursor, con quien brillaremos con
nuestra mirada espiritualizada, renovados en cierta manera en los trazos de
nuestra alma, hechos conformes a su imagen, y, como él, transfigurados
continuamente y hechos partícipes de la naturaleza divina, y dispuestos para
los dones celestiales.
Corramos hacia allí, animosos y alegres, y penetremos en la intimidad de la
nube, a imitación de Moisés y Elías, o de Santiago y Juan. Seamos como
Pedro, arrebatado por la visión y aparición divina, transfigurado por aquella
hermosa transfiguración, desasido del mundo, abstraído de la tierra;
despojémonos de lo carnal, dejemos lo creado y volvámonos al Creador, al que
Pedro, fuera de sí, dijo: Señor, ¡qué bien se está aquí!
Ciertamente, Pedro, en verdad qué bien se está aquí con Jesús; aquí nos
quedaríamos para siempre. ¿Hay algo más dichoso, más elevado, más
importante que estar con Dios, ser hechos conformes con él, vivir en la luz?
Cada uno de nosotros, por el hecho de tener a Dios en sí y de ser transfigurado
en su imagen divina, tiene derecho a exclamar con alegría: ¡Qué bien se está
aquí! donde todo es resplandeciente, donde está el gozo, la felicidad y la
alegría, donde el corazón disfruta de absoluta tranquilidad, serenidad y
dulzura, donde vemos a (Cristo) Dios, donde él, junto con el Padre, pone su
morada y dice, al entrar: Hoy ha sido la salvación de esta casa, donde con
Cristo se hallan acumulados los tesoros de los bienes eternos, donde hallamos
reproducidas, como en un espejo, las imágenes de las realidades futuras.
R. El rostro de Jesús se puso brillante como el sol; * y los discípulos, al contemplarlo circundado de gloria, se llenaron de temor.
V. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con Jesús.
R. Y los discípulos, al contemplarlo circundado de gloria, se llenaron de temor.
Se dice el Te Deum
Oremos:
Oh Dios, que en la gloriosa Transfiguración de tu Unigénito confirmaste los misterios de la fe con el testimonio de los profetas, y prefiguraste maravillosamente nuestra perfecta adopción como hijos tuyos, concédenos, te rogamos, que, escuchando siempre la palabra de tu Hijo, el Predilecto, seamos un día coherederos de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.